Pedro Luna. El baile de las enanas |
El
próximo domingo es la segunda vuelta de la elección presidencial en
Brasil. Como todo el mundo lo ha señalado, quizás la más importante de todas
las que se hayan realizado en los últimos treinta años.
Trascendentales
porque lo que en ella se juega es nada menos que la posibilidad de que la
ultraderecha se haga de la presidencia de la nación más grande y poderosa de
Sudamérica.
Lo que
entonces se defina, marcará inevitablemente una tendencia en el resto del
subcontinente.
En
efecto va a ser determinante en la conformación de una correlación de fuerzas y por tanto, las condiciones en que nuestros pueblos
continuarán –como siempre lo han hecho- luchando por sus derechos y por la
ampliación de la democracia.
La
esperanza que representó Macri para las burguesías criollas se ha ido
desvaneciendo y su condición de títere del FMI, el imperialismo
norteamericano y los especuladores financieros -que se siguen enriqueciendo a costa de la soberanía del país-,
es indisimulable.
Los
límites racionales y materiales de las recetas neoliberales son evidentes para
cualquiera al ver cómo una y otra vez, su gobierno pide créditos para pagar otros anteriores y garantizar las ganancias de prestamistas y banqueros, así como la oleada
de protesta social e inestabilidad política que ello genera.
En el
resto de América hay procesos políticos en desarrollo todavía. Hay movimientos
sociales y organizaciones dispuestas a movilizarse aunque momentáneamente
dispersas. Fuerzas de izquierda con capacidad de articular oposición política parlamentaria, conducir organizaciones de masas y disputar gobiernos
locales.
Asimismo,
la posibilidad de una nueva recesión, aún más grave que la del 2008, augura
escenarios de conflictividad social y de contradicciones interburguesas en todo
el continente.
La
incapacidad de derrocar –pese al sabotaje político, diplomático, económico y
las amenazas de intervención militar sistemáticas- al gobierno bolivariano del
Presidente Nicolás Maduro, aumentan la agresividad de las burguesías latinoamericanas y
el gobierno norteamericano.
El
surgimiento de la amenaza fascista en el Brasil, entonces, no es un hecho
fortuito y aislado. Tampoco –como muchos representantes de la izquierda “librepensadora”
han divulgado profusamente- producto de la inconsecuencia de los gobiernos
“progresistas” de las últimas dos
décadas.
Es una
manifestación de la lucha de clases. De la ofensiva de la burguesía para
hacerse del poder en todo el continente y asegurar sus pingües ganancias en un
escenario de crisis.
Gobiernos
títeres como el de Temer, Macri o Kuczinsky no han sido capaces. Esa es la
razón para que un ultraderechista con discurso misógino, racista, homofóbico y
militarista como Bolsonaro, pueda disputar con reales posibilidades la
presidencia de Brasil.
En
efecto, cuando las clases y grupos hegemónicos son incapaces de organizar
racionalmente la convivencia humana, pues la política que aplican y sus resultados van dejando de
manifiesto lo absurdo del capitalismo, no hay más posibilidad para estas
que el recurso a la irracionalidad y a la fuerza bruta.
Recurrir
al miedo, la desconfianza; apelar a supuestos valores provenientes de una
posición de supremacía racial, de género o a creencias religiosas, prejuicios morales
y culturales o al discurso facilón del “jefe” o del “líder”.
Esa es la política cultural de la derecha y la última barricada del modelo. No son exhabruptos de un personaje grotesco como lo es Bolsonaro en Brasil o Trump en los Estados Unidos. Es el resultado de la aplicación del modelo y su naturalización como límite de todo progreso humano posible.
Ello lleva a nuestras sociedades a que no se cuestionen acerca de los fines, los principios de la convivencia
social y política ya que todo ha sido entregado a los automatismos del mercado.
Esta
supuesta “desideologización” de la sociedad –que es en realidad la realización
práctica de la ideología de las clases dominantes- se manifiesta con singular
fuerza en lo que suele llamarse “la clase media".
El
resultado de la primera vuelta en Brasil y antes, de las elecciones
parlamentarias en Argentina, demuestran el peso político que pueden llegar a
tener y el riesgo que implica su desideologización.
Para
ello, las clases dominantes han contado eso sí con una maquinaria de medios de
comunicación impresionante. Probablemente la más grande y sofisticada de toda la
historia. Igual que en el siglo XX, cumple el papel de vaciar las conciencias, de embrutecerlas, transformándolas en meros repositorios de
información carentes de contenido o cuyo contenido no es más que la confirmación de su valor de verdad.
El fascismo en Brasil, y en cualquier parte
del mundo, no es un fenómeno simple y la manera de enfrentarlo tampoco. No se puede ser neutral pues su naturaleza es esencialmente clasista. Su sentido es garantizar la posición de dominio de ciertas clases y sostener la exclusión de todo aquello que sea diferente o peligroso; de aquello que lo ponga en cuestión.
Se apoya, como se ha señalado anteriormente, en capas sociales extraordinariamente difusas que se definen más por lo que no quieren ser o por lo que aspiran que por su situación objetiva. Grupos sociales seducidos por la posibilidad de ser algún día lo que no son y con un terror supino a no ser excluidos nuevamente.
Es necesario, entonces, doblar los esfuerzos por desarrollar una crítica cultural al modelo; por oponerle otros valores, otras prácticas pero especialmente otros fines. Señalar que otro tipo de sociedad es posible. Criticar los valores dominantes con un sentido de reforma material que señale objetivos y adversarios.
Entre ellos, quizás uno de los más importantes, el de "la seguridad", que ha sido una excusa para el control en escuelas y lugares de trabajo, y no solamente en barrios.
En segundo lugar, ir a la disputa del sentido común, que expresa la llamada "clase media". Disputarla al fascismo. Las luchas por el derecho a la educación, la cultura; los derechos de la infancia y los ancianos, asediados por el miedo a la indigencia. Trabajadores temerosos hoy en día, dispuestos a dejarse seducir por cualquier promesa tranquilizadora en el futuro.
Politizar todas las luchas y sacarlas de los microespacios de la resistencia a nivel local para darles un sentido de transformación global. Legitimar la política, la participación y la acción del Estado, precisamente lo contrario de lo que hace el fascismo con su prédica beata sobre la corrupción que mete a todos en el mismo saco.
Finalmente, sea cual fuere el resultado de la elección del domingo, es necesario superar el estado actual de dispersión de las fuerzas políticas y sociales del pueblo para enfrentarlo y continuar la lucha por la democracia y sus derechos en América. Dispersión en pequeñas luchas; en reivindicaciones que no confluyen en programas nacionales.
De organizaciones y referentes políticos que expresan a diferentes movimientos, clases y grupos sociales que aún compartiendo su situación de excluidos, discriminados o explotados, provienen de diversas experiencias históricas, generacionales, tradiciones doctrinarias, estéticas y culturales.
Es necesario, entonces, doblar los esfuerzos por desarrollar una crítica cultural al modelo; por oponerle otros valores, otras prácticas pero especialmente otros fines. Señalar que otro tipo de sociedad es posible. Criticar los valores dominantes con un sentido de reforma material que señale objetivos y adversarios.
Entre ellos, quizás uno de los más importantes, el de "la seguridad", que ha sido una excusa para el control en escuelas y lugares de trabajo, y no solamente en barrios.
En segundo lugar, ir a la disputa del sentido común, que expresa la llamada "clase media". Disputarla al fascismo. Las luchas por el derecho a la educación, la cultura; los derechos de la infancia y los ancianos, asediados por el miedo a la indigencia. Trabajadores temerosos hoy en día, dispuestos a dejarse seducir por cualquier promesa tranquilizadora en el futuro.
Politizar todas las luchas y sacarlas de los microespacios de la resistencia a nivel local para darles un sentido de transformación global. Legitimar la política, la participación y la acción del Estado, precisamente lo contrario de lo que hace el fascismo con su prédica beata sobre la corrupción que mete a todos en el mismo saco.
Finalmente, sea cual fuere el resultado de la elección del domingo, es necesario superar el estado actual de dispersión de las fuerzas políticas y sociales del pueblo para enfrentarlo y continuar la lucha por la democracia y sus derechos en América. Dispersión en pequeñas luchas; en reivindicaciones que no confluyen en programas nacionales.
De organizaciones y referentes políticos que expresan a diferentes movimientos, clases y grupos sociales que aún compartiendo su situación de excluidos, discriminados o explotados, provienen de diversas experiencias históricas, generacionales, tradiciones doctrinarias, estéticas y culturales.