Estos días, que el reloj corre en contra respecto de un acuerdo opositor para la inscripción de las listas para la elección de convencionales para la constituyente, abundan los llamados a la unidad.
Un poco tarde. En efecto, los mismos que negociaron condiciones que la hacen prácticamente irrealizable y que han actuado como si no hubiese pasado nada después del 18 de octubre, tratando de reeditar la impopular fórmula de la "democracia de los acuerdos", han sido los más entusiastas después de haberle dado portazos no sólo en esta ocasión. En efecto, son los mismos que lo hicieron en los años noventa, una y otra vez, prefiriendo pactar con la derecha para consolidar una ínsipida democracia "en la medida de lo posible" en vez de hacerlo con la izquierda que estaba fuera de la Concertación.
Mientras el PH y el PC, un diverso y enmarañado conjunto de organizaciones sociales, colectivos territoriales, organizaciones de DDHH, sindicales, de defensa de la diversidad sexual y de género, ambientalistas, del movimiento estudiantil y los pueblos originarios, resistían la tan cacareada "agenda liberal" de la Concertación, ésta impulsaba efectivamente acuerdos de libre comercio, privatizaciones, concesionaba servicios, perfeccionaba el sistema de AFP, o privatizaba los sistemas de financiamiento de la educación escolar y universitaria, favoreciendo el crecimiento estrambótico del sistema privado, escolar y universitario, una de las fuentes principales de endeudamiento de la clase media en la actualidad. .
Mientras organizaciones y movimientos sociales trataban de convencer a sus parlamentarios y/o negociaban con sus ministros y jefes de servicio, en torno a la introducción de regulaciones, medidas y acciones que resguardaran mínimamente los derechos de las comunidades afectadas por las privatizaciones, las licitaciones y concesiones con las que el Estado entregó a la empresa privada, recursos y servicios básicos, la Concertación -salvo honrosas excepciones- festejaba la disminución de la pobreza como si fuera sinónimo del aumento del consumo aunque los salarios fueran una porquería y los contratos cada vez más excepcionales.
Es de un fariseismo que resulta irritante, que se publiquen cartas y opiniones que pretendan que es la izquierda la que obstruye la unidad de la oposición para enfrentar la elección de convencionales para la constituyente. Y que con un tono hipócrita, el señor Carlos Ominami por ejemplo pretenda dar lecciones o recomendaciones públicas a la izquierda acerca de lo que debe hacer, cuando él fue ministro, senador de la Concertación y miembro la directiva de uno de los partidos políticos que tiene responsabilidad en el estado actual de cosas.
Claro, para los infrascritos del acuerdo del 15 de noviembre, igual que como para los nostálgicos del plebiscito de hace más de treinta años no existieron protestas nacionales, movimiento de mujeres por la Vida, Paros nacionales impulsados por los sindicatos, lucha contra la municipalización de la educación desde mediados de los ochenta, denuncia y movilización de los familiares de los Detenidos Desaparecidos y las organizaciones de DDHH desde fines de los setenta, el plebiscito y la Convención Constitucional son producto de su inteligencia táctica y todos los que han participado del proceso, unos oportunistas que se suben al carro de la victoria.
El señor Ignacio Walker, ex presidente de la DC, ex ministro de la Concertación y ex senador de la República, es al menos más franco. En una columna que parece inspirada en algún informe del equipo de inteligencia de su partido, da por cerrada la posibilidad de cualquier entendimiento con la izquierda. No hay más vuelta que darle. Después de un largo, tedioso y por cierto, erróneo análisis de las resoluciones del XXVI Congreso del PC, da a entender que la unidad opositora no es posible. Parece en realidad que la suya, es una respuesta a otra interesante columna del senador de su partido Francisco Huenchumilla, quien en las páginas del mismo medio, días antes defendía la idea de la unidad opositora e incluso, señalaba los acuerdos programáticos que ni Walker, ni Ominami mencionan en sus respectivos escritos, como plausibles para constituir la unidad opositora.
Pero dejando a un lado el hecho de que es aparentemente en Unidad Constituyente donde no hay certeza acerca de la unidad -ni siquiera entre quienes la componen-, el punto es que una vez constituida la Convención, es en ella donde la unidad opositora tendrá que expresarse en la discusión de los contenidos que expliquen la construcción de un Estado Democrático. Con lista única o más de una en la elección de convencionales, el problema será el mismo. La experiencia del gobierno de la NM, tal como plantea el documento de resoluciones del Congreso del PC, demuestra que el acuerdo y la mayoría formal no lo garantizan necesariamente. El comportamiento del PDC y de representantes del sector socialdemócrata de la NM durante la administración de la Presidenta Bachelet lo demuestran. Igualmente, la actuación de la oposición en el transcurso de los tres años del desastroso segundo gobierno de Sebastián Piñera.
La unidad no se construye pontificando. Es la experiencia práctica del pueblo, de sus luchas, de sus aspiraciones la que finalmente la impone a quienes pretenden representarlo en las instituciones o facilitar su participación directa en la toma de decisiones. No es la inteligencia de algún grupo de "iluminados" sino la experiencia práctica de las masas. Son precisamente los que le temen, los que hacen llamados desesperados a una unidad de última hora y que se basa en la idea de constituir mayorías formales y no expresiones de movimientos y luchas sociales, como sí lo fueron los frentes populares, en el siglo XX por ejemplo.
Lo demás, es oportunismo.