Honoré Daumier. El levantamiento. 1848 |
La característica más
llamativa de los acontecimientos políticos de los últimos dos años ha sido la
ausencia del movimiento social y sindical.
Su irrupción ha sido
más bien espasmódica y limitada en el tiempo. Por cierto, responde a causas
profundas y a la acumulación de tensiones sociales que se explican por la
creciente desigualdad y exclusiones sobre las que descansa el éxito de algunos,
que van de la clase media alta para arriba. El resto vive del crédito usurero
-porque los salarios no alcanzan para llegar a fin de mes-; de negocios
precarios que engrosan las cifras de la economía informal o que son unas nuevas
formas de extracción de plusvalía basadas en la ilusión del self made
man que se somete voluntariamente a la más despiadada sobreexplotación
a cambio de un status aparente de emprendedor, tras el que se
oculta un trabajador precario.
De vez en cuando, el
pueblo se rebela dejando en evidencia las infinitas grietas que cruzan el
modelo dando paso, luego, a las mesas, los comités y los paneles de expertos
que se abocan rápidamente a parcharlas con papel maché, hasta que otro
estallido las ponga en evidencia nuevamente. Ello, con su consecuente secuela
de profundización de la desigualdad, destrucción del medioambiente, exclusiones
y violencia.
¿Qué es lo que hace
que entre estallido y estallido el movimiento social se repliegue y deje en
manos de sus representantes profesionales la solución de los asuntos políticos,
en lugar de tomarlos en las suyas para resolverlos definitivamente? ¿Por qué la
propuesta de la Convención Constitucional, expresión de la diversidad de los
pueblos de Chile y de la sociedad real, fue derrotada el 4 de Septiembre
pasado?
Una de esas razones es
el tipo de sociedad en la que vivimos, caracterizada por la separación del
Estado y la Sociedad Civil. La Constitución del 80 lo consagra a través del
principio de subsidiariedad no sólo como un orden natural sino además deseable.
El Estado, entonces, actúa como modelando el tipo de sociedad al que,
supuestamente, representa o expresa política, jurídica e institucionalmente, a
imagen y semejanza de la concepción de mundo, los valores y los hábitos de las
clases dominantes.
Por eso no es
solamente un Estado de clase lo que contiene la Constitución que actualmente nos
rige. Es una sociedad de clase, corrientemente denominada neoliberalismo. Un
estilo de vida que se ha ido conformando como resultado de la destrucción del
movimiento social y sindical; la reducción de la ciudadanía a una comunidad de
consumidores; donde el individualismo y la competitividad –valores propios del
empresario y el “emprendedor”-han sido elevados a la categoría de principio
fundamental de la cultura.
A ello hay que sumar
la precariedad de las condiciones de vida bajo el neoliberalismo, que los
ha transformado prácticamente en movimientos reivindicativos o a lo menos,
sujetos en los que la “particularidad” tiene
más peso que la visión general del país en su constitución como
movimientos sociales. Uno de los peores vástagos de esta condición de la
sociedad bajo el predominio del neoliberalismo ha sido una chapucera concepción
de su autonomía, según la cual poco menos que de una evolución natural de sus
luchas emergerá la nueva sociedad, sin necesidad de que la “clase política” se inmiscuya.
El otro, que es en
todo caso expresión de más o menos lo mismo, es el corporativismo estrecho, la
mezquindad clasemediera que resume las luchas del movimiento social y sindical a
las reivindicaciones económicas y de gremio de cada uno en particular, como si
ellas sintetizaran a todas las demás. Y eso en el mejor de los casos.
En más de cuarenta
años de predominio de neoliberalsimo, los movimientos sociales fueron
expulsados de lo político y en no pocas ocasiones, hecho abandono voluntario. El
aslamiento de la Convención Constitucional es una expresión (nadie la rodeó;
nadie la defendió de los ataques obscenos de la derecha; nadie realizó cabildos
“ciudadanos” ni llevó propuestas que no fueran on line) y también la situación
del gobierno, que en no pocas ocasiones ha debido hacerse cargo de impulsar
reformas que den cumplimiento a sentidas reivindicaciones del movimiento social
en la más completa soledad, sin marchas, sin celebraciones, sin reconocimiento.
Algo similar al gobierno de la NM.
Pero este orden de
cosas no es natural. Como todo en la historia y la política, ha sido el
resutado de la acción y de luchas de clases en que se lo ha terminado
imponiendo por la fuerza. Que deje de ser así, depende de la práctica de todos
y todas quienes están comprometidos con la democracia y la justicia
social, sea desde el movimiento social o las organizaciones políticas. La
democracia, la igualdad, la justicia social, no son órdenes que vayan a ser el
resultado espontáneo o la evolución natural de la historia y la sociedad. Deben
ser instaurados.
Y en tanto que va a ser
el resultado de las luchas y las prácticas concretas de hombres y mujeres,
trabajadores, pueblos originarios, pobladores, inmigrantes, jóvenes, viejos y
niños, no va a ser un acontecimeitno súbito ni la instauración de una nueva
sociedad sino en su momento culminante. Pero para destacadas personalidades
académicas, y también para algunos dirigentes sociales, mientras no se realicen
los cambios de fondo –o como se dice vulgarmente, estructurales-, en realidad
no se realiza ninguno efectivamente.
Es un razonamiento muy
simple que elude, la discusión política efectiva, que consiste en adoptar una
posición a favor o en contra de las tareas políticas del momento actual,
mientras se espera cómodamente en las luchas autónomas y/o las reivindicaciones
corporativas, que se realicen las reformas definitivas, la llegada de la nueva
sociedad.
La culpa no la tienen
los medios, ni la “clase política”. Es la desmovilización del pueblo y sus
organizaciones la que le ha dejado el campo libre a la reacción. A los
nostálgicos de la democracia de los acuerdos o peor aún, a los fascistas que
añoran un régimen dictatorial o algo parecido. Es a dichas organizaciones; a
los partidos de izquierda y a las alianzas que conforman el gobierno a quienes
les corresponde la responsabilidad de movilizar al pueblo y celebrar cada victoria sobre el
neoliberalismo, cada conquista e ir conformando un movimiento popular digno de
ese nombre.