domingo, 19 de febrero de 2023

El gran ausente

Honoré Daumier. El levantamiento. 1848



La característica más llamativa de los acontecimientos políticos de los últimos dos años ha sido la ausencia del movimiento social y sindical. 

Su irrupción ha sido más bien espasmódica y limitada en el tiempo. Por cierto, responde a causas profundas y a la acumulación de tensiones sociales que se explican por la creciente desigualdad y exclusiones sobre las que descansa el éxito de algunos, que van de la clase media alta para arriba. El resto vive del crédito usurero -porque los salarios no alcanzan para llegar a fin de mes-; de negocios precarios que engrosan las cifras de la economía informal o que son unas nuevas formas de extracción de plusvalía basadas en la ilusión del self made man que se somete voluntariamente a la más despiadada sobreexplotación a cambio de un status aparente de emprendedor, tras el que se oculta un trabajador precario. 

De vez en cuando, el pueblo se rebela dejando en evidencia las infinitas grietas que cruzan el modelo dando paso, luego, a las mesas, los comités y los paneles de expertos que se abocan rápidamente a parcharlas con papel maché, hasta que otro estallido las ponga en evidencia nuevamente. Ello, con su consecuente secuela de profundización de la desigualdad, destrucción del medioambiente, exclusiones y violencia.   

¿Qué es lo que hace que entre estallido y estallido el movimiento social se repliegue y deje en manos de sus representantes profesionales la solución de los asuntos políticos, en lugar de tomarlos en las suyas para resolverlos definitivamente? ¿Por qué la propuesta de la Convención Constitucional, expresión de la diversidad de los pueblos de Chile y de la sociedad real, fue derrotada el 4 de Septiembre pasado?

Una de esas razones es el tipo de sociedad en la que vivimos, caracterizada por la separación del Estado y la Sociedad Civil. La Constitución del 80 lo consagra a través del principio de subsidiariedad no sólo como un orden natural sino además deseable. El Estado, entonces, actúa como modelando el tipo de sociedad al que, supuestamente, representa o expresa política, jurídica e institucionalmente, a imagen y semejanza de la concepción de mundo, los valores y los hábitos de las clases dominantes.

Por eso no es solamente un Estado de clase lo que contiene la Constitución que actualmente nos rige. Es una sociedad de clase, corrientemente denominada neoliberalismo. Un estilo de vida que se ha ido conformando como resultado de la destrucción del movimiento social y sindical; la reducción de la ciudadanía a una comunidad de consumidores; donde el individualismo y la competitividad –valores propios del empresario y el “emprendedor”-han sido elevados a la categoría de principio fundamental de la cultura.

A ello hay que sumar la precariedad de las condiciones de vida bajo el neoliberalismo, que los ha transformado prácticamente en movimientos reivindicativos o a lo menos, sujetos en los que la “particularidad” tiene  más peso que la visión general del país en su constitución como movimientos sociales. Uno de los peores vástagos de esta condición de la sociedad bajo el predominio del neoliberalismo ha sido una chapucera concepción de su autonomía, según la cual poco menos que de una evolución natural de sus luchas emergerá la nueva sociedad, sin necesidad de que la “clase política” se inmiscuya.

El otro, que es en todo caso expresión de más o menos lo mismo, es el corporativismo estrecho, la mezquindad clasemediera que resume las luchas del movimiento social y sindical a las reivindicaciones económicas y de gremio de cada uno en particular, como si ellas sintetizaran a todas las demás. Y eso en el mejor de los casos.  

En más de cuarenta años de predominio de neoliberalsimo, los movimientos sociales fueron expulsados de lo político y en no pocas ocasiones, hecho abandono voluntario. El aslamiento de la Convención Constitucional es una expresión (nadie la rodeó; nadie la defendió de los ataques obscenos de la derecha; nadie realizó cabildos “ciudadanos” ni llevó propuestas que no fueran on line) y también la situación del gobierno, que en no pocas ocasiones ha debido hacerse cargo de impulsar reformas que den cumplimiento a sentidas reivindicaciones del movimiento social en la más completa soledad, sin marchas, sin celebraciones, sin reconocimiento. Algo similar al gobierno de la NM.

Pero este orden de cosas no es natural.  Como todo en la historia y la política, ha sido el resutado de la acción y de luchas de clases en que se lo ha terminado imponiendo por la fuerza. Que deje de ser así, depende de la práctica de todos y todas quienes están comprometidos con la democracia y  la justicia social, sea desde el movimiento social o las organizaciones políticas. La democracia, la igualdad, la justicia social, no son órdenes que vayan a ser el resultado espontáneo o la evolución natural de la historia y la sociedad. Deben ser instaurados.

Y en tanto que va a ser el resultado de las luchas y las prácticas concretas de hombres y mujeres, trabajadores, pueblos originarios, pobladores, inmigrantes, jóvenes, viejos y niños, no va a ser un acontecimeitno súbito ni la instauración de una nueva sociedad sino en su momento culminante. Pero para destacadas personalidades académicas, y también para algunos dirigentes sociales, mientras no se realicen los cambios de fondo –o como se dice vulgarmente, estructurales-, en realidad no se realiza ninguno efectivamente. 

Es un razonamiento muy simple que elude, la discusión política efectiva, que consiste en adoptar una posición a favor o en contra de las tareas políticas del momento actual, mientras se espera cómodamente en las luchas autónomas y/o las reivindicaciones corporativas, que se realicen las reformas definitivas, la llegada de la nueva sociedad.

La culpa no la tienen los medios, ni la “clase política”. Es la desmovilización del pueblo y sus organizaciones la que le ha dejado el campo libre a la reacción. A los nostálgicos de la democracia de los acuerdos o peor aún, a los fascistas que añoran un régimen dictatorial o algo parecido. Es a dichas organizaciones; a los partidos de izquierda y a las alianzas que conforman el gobierno a quienes les corresponde la responsabilidad de movilizar al pueblo  y celebrar cada victoria sobre el neoliberalismo, cada conquista e ir conformando un movimiento popular digno de ese nombre.


martes, 7 de febrero de 2023

Proceso constituyente ¿Hacia dónde va?

Andy Warhol Campbell's Soup Cans, 1962




Ya están inscritas las listas para el Consejo Constitucional que va a terminar de redactar la nueva Constitución. La imagen que proyectan es la de una aparente dispersión. El rechazo  en tres listas y el apruebo en dos sin considerar una enorme apatía al respecto entre la población . 

Un primer antecedente importante a tomar en cuenta, es el agotamiento de Socialismo Democrático.

La decisión del PPD de ir con la DC y los radicales, demuestra que sectores que históricamente se ubicaron junto a los otros partidos de izquierda, se colocan voluntariamente en otro espacio político. Uno que ocupó en el pasado, y actualmente con enormes limitaciones y dificultades intenta ocupar, la DC. Se trata de un centro indefinido en lo político y lo doctrinario por ahora y con pretensiones reformistas que no dan cuenta de lo que el país demanda en la actualidad. 

Así las cosas, lo más probable es que la desaparición de este sector se siga profundizando y el PPD asimilándose en él, para terminar en posiciones más parecidas a lo que podría ser una centroderecha. Ni qué hablar de Amarillos y Demócratas, quienes han hecho ya ese recorrido mucho más velozmente. 

Esta lamentable circunstancia, en todo caso, le pone fin definitivamente a la Concertación o sepulta para siempre las pretensiones de quienes la añoraban.

 Como contrapartida, emerge una nueva izquierda constituida por los históricos partidos que la conformaron y nuevas agrupaciones surgidas en los últimos años, como resultado de fenómenos nuevos, propios de esta etapa del capitalismo, e incluso por las propias  transformaciones de la izquierda. 

Una izquierda en que se combinan viejas generaciones de luchadores que vienen de la Unidad Popular, la lucha contra la dictadura; contra la exclusión y la profundización de la desigualdad en los últimos treinta años, con generaciones de cuadros que provienen de las luchas del movimiento estudiantil; el subcoontrato; por la defensa del medioambiente y las disidencias sexogenéricas. 

Un segundo antecedente es que la lucha por la hegemonía en la derecha, se pospuso porque finalmente decidió -tal vez a contrapelo o a lo menos no por un acuerdo voluntario de todos quienes la conforman-  por hacer de la elección de consejeros la coyuntura apropiada para resolverla. La derecha tradicional lleva a un elenco de carcamanes que parece más bien un vestigio de los últimos treinta años -lo mismo que la lista en que van juntas la DC, los radicales y el PPD- que la proyección al futuro que promete una nueva Constitución. 

Republicanos y Partido de la Gente, por muy burdos que sean sus razonamientos y propuestas, representan en cambio fielmente el sentido común formado en ese mismo lapso de tiempo y por consiguiente, el producto cultural del neoliberalismo, no sólo su promesa. Mezcla de arribismo, fe en el emprendimiento individual, la competencia y el mercado, como promesa de un porvenir de prosperidad personal que se resume en el concpeto de "meritocracia", tienen aparentemente mucho mejores perspectivas.

La paradoja de la elección de consejeros constituyentes, es que tratándose de un combate entre el sentido común -la ideología dominante- y las aspiraciones de una sociedad por derechos y libertades garantizadas por la Constitución como expresión de un pacto social que incluya a todos y todas -resumidas en el concepto de "dignidad"- hasta ahora solamente genera desconfianza e indiferencia. 

Lucha que se da incluso en la intimidad de conciencias fracturadas por una ideología que ha hecho del consumo y la competencia, los comportamientos, los hábitos naturales de la convivencia social. Y por otra parte, unas aspiraciones por la igualdad, la justicia social y auténtica libertad que se expresan como estallidos sociales, luchas dispersas y esporádicas y que eventualmente sintetizaría una nueva Constitución, si es que el pueblo se sintiera realmente convocado y representado en el proceso constituyente, pese al corset que le puso el acuerdo de diciembre. 

La tarea no está fácil, pero sí menos complicada de lo que parecía hasta hace una semana atrás. La momentánea dispersión de la derecha; el decantamiento de las posiciones en la centroizquierda; la recuperación parcial de la iniciativa por parte del gobierno; la irrupción de nuevos cuadros y dirigentes en la lista a consejeros de la izquierda, son buenas noticias.

Pero no hay que confiarse. El fascismo asecha en todo el mundo; pero no es inevitable su triunfo. La reacción del pueblo peruano a la destitución del Presidente Castillo; el resultado del reféredum en Ecuador; haber detenido la intentona golpista en Brasil; la reconstitución de UNASUR son señales de que el fascismo es derrotable, como lo fue la dictadura. 

Pero para eso, es necesario llenar de contenido esas luchas; convocar al pueblo al proceso constituyente sobre la base de sus reivindicaciones más sentidas, demostrando unidad y consecuencia; "bajarse del ponny" y no volver a subestimar al pueblo y no confiarse en que la derecha, y especialmente la ultraderecha, no representan una alternativa de poder para Chile.


jueves, 2 de febrero de 2023

¿Adónde va el PPD?

Alice Neel. Jackie Curtis y Rita Reed. 1970



El Partido por la Democracia nació hace poco más de treinta años, en el marco de la promulgación de las leyes políticas por la Junta Militar, en 1988. Éstas cumplirían la finalidad, como lo exigía la oposición de ese entonces, de dar garantías de transparencia, ecuanimidad y pluralismo político al plebiscito en el que Pinochet pretendía apernarse ocho años más al frente del Gobierno. 

Entre socialistas, mapucistas, liberales, antiguos radicales y todo tipo de emigrantes de diversos partidos opositores a Pinochet que vieron en el plebiscito una oportunidad de derrotar a la dictadura, surgió con el único objetivo de movilizar electoralmente a través de la inscripción en los registros electorales creados especialmente para la ocasión; formar comandos de campaña por el NO; inscribir apoderados y crear correos entre estos para llevar un conteo paralelo al realizado por la dictadura. Por eso, se definió como "partido instrumental".

Pero una vez cumplido este objetivo, se prolongó como un "partido programático", esto es, uno que se proyectaba en la floreciente transición a la democracia con el objeto de realizar las tareas contenidas en el programa de la Concertación. Se definía a sí mismo más por éstas que por una ideología determinada. Mezcla de liberalismo, nociones generales de autonomía y diversidad, racionalismo laico, temas emergentes en ese entonces (como el ambientalismo) y un vago ethos "progre", el PPD acogió a todo el mundo. Ex comunistas, ex miristas, ex socialistas, derechistas como Armando Jaramillo, etc. 

En función de cumplir ese propósito, el aparato público se transformó en su ecosistema. La administración pública, desde los ministerios, los servicios centralizados y descentralizados del Estado; los municipios; el Parlamento y como sucedáneo de los organismos sociales y de masas, las ONG´s y las fundaciones que ocupaban un lugar muy importante en los noventa y hasta el día de hoy, en la mediación entre las políticas del Estado subsidiario y la sociedad.  

Se convirtió así en un partido ligado al poder y definido prácticamente por esta circunstancia. 

Alejado del poder, sin embargo, el PPD manifiesta un comportamiento errático, que va del gradualismo a la retroexcavadora y viceversa. Un comportamiento sinuoso en materia de política de alianzas y unos opacos estilos por los que la denominada G-90 tuvo una efímera incidencia para terminar dando paso al retorno de sus viejos cuadros y fundadores, como la ministra del interior, Carolina Tohá. 

Ya no se trata simplemente de aplicar algunas reformas, programas focalizados o regulaciones al mercado. Se trata nada menos que de cambiar la Constitución. Su extravagante pretensión de hacerlo sin realizar transformaciones radicales es lo que explica su comportamiento oportunista y errático. Mezcla de ni lo uno ni lo otro...ni tanto ni tan poco; acuerdos con la derecha y retórica progre para justificar las medias tintas....y especialmente esa pasión por no ser de izquierda ni ser de derecha. 

También su intento por tratar de hacerlo sin afectar intereses poderosos como el de la industria de la seguridad social privada, explotación de comodities, el retail y la banca; a los grupos conservadores parapetados en los medios y el sistema educacional, lo que está difícil, si no imposible. 

Su posición en el proceso de conformación de las listas o idealmente "la" lista a consejeros constitucionales es una manifestación de su ideología pequeñoburguesa, la indefinición en cuestiones de fondo que definen su origen y de las que nunca se hizo cargo en más de treinta años. De la decisión que tome al respecto de aquí al 6 de febrero depende su sobrevivencia.