Honoré Daumier. El levantamiento. 1860 |
Este título puede sonar un poco tremebundo considerando los niveles de popularidad y respaldo que el pueblo ha expresado una y otra vez al proceso de cambios que experimenta el país desde, a lo menos, el plebiscito constitucional del 25 de octubre de 2020. Eso sin contar la ola de movilizaciones feministas, de trabajadores y trabajadoras, ambientalistas y jóvenes que desembocaron en el 18 de octubre de 2019.
El gobierno del Presidente Boric, representa la esperanza de que los cambios reclamados desde las calles y posteriormente en las urnas, se hagan realidad. Y la Convención Constitucional, la de tener una Constitución que nos represente realmente a todos y todas y no sólo a los poderosos, como la constitución actual.
Sin embargo, como era de esperar, la derecha, los empresarios, los conservadores, y sus cipayos, han puesto en marcha una feroz campaña de desprestigio y obstrucción a aquellos cambios.
Una mención especial en esta historia de infamia, merecen algunos personajes que resulta ineludible -aunque molesto- nombrar . El columnista de El Libero Pepe Auth; el sobrino del poeta Enrique Lihn, líder de los amarillos; Mariana Aylwin; el extravagante Fulvio Rossi. Su lugar en ella quedará escrito como uno de los más indignos y serviles de los que se tenga memoria.
La derecha, el gran empresariado, las transnacionales, sólo hacen honor a su historia y defienden las pornográficas tasas de ganancia que el modelo neoliberal les ha garantizado en los últimos cuarenta años. La radicalidad de su campaña; la intensidad de su propaganda; su encomiable persistencia en el desarrollo de esta labor de crítica y obstrucción, lamentablemente, contrasta con la pasividad con la que la izquierda actúa para defender a su gobierno, a la Convención y al proceso de cambios.
A sus triunfos electorales; al avance de la redacción de una nueva Constitución, le corresponde una reacción de la derecha y los empresarios, multiplicado por millones a través de los medios de comunicación que controla. Sin embargo, el estado de lamentable debilidad en que se encuentra la central sindical más importante del país; la dispersión y lenta desaparición del movimiento NO+AFP; del movimiento estudiantil, de la movilización feminista y del movimiento ambientalista, son en cambio un factor que los vuelve inermes.
Las transformaciones, por muy favorables que sean para los intereses del pueblo, están encapsuladas en la institucionalidad y cuando la lucha de masas irrumpe, pareciera no tener propósitos claros ni relación alguna con ella.
En lugar de identificarse con las organizaciones sociales y de masas, el contenido de sus reivindicaciones, movilizarse también para defender a su gobierno del ataque sistemático y artero de la derecha, los empresarios, y su ejército de loros, los partidos y organizaciones de izquierda, se debaten en los problemas de la administración del Estado y en su afán por demostrar capacidad de gobernar, parecieran olvidar a ratos su rol de agentes de cambio social y político.
La autonomía de los partidos, por esa razón, es un capital que se debe cuidar. La Concertación, de hecho, terminó convirtiéndose en el "partido transversal", precisamente por no hacerlo. El gobierno debe gobernar; el pueblo luchar por sus reivindicaciones; y los partidos de izquierda y progresistas interpretarlos y darles un sentido, no separar la lucha de masas de las tareas de administración del Estado.
La desigualdad escandalosa de nuestra sociedad, producto de la apropiación privada de todo lo real por un puñado de empresas, es causa de las contradicciones que la cruzan en todas sus manifestaciones. En el trabajo; en la educación y la cultura; en los barrios y en su relación con el medioambiente. La izquierda chilena se define precisamente por su posición frente a estas contradicciones. Ello determina el lugar que ocupa en la política, no la adscripción a un vago ethos progresista que da lo mismo para un barrido que para un fregado.
Partidos "instrumentales", "programáticos"; movimientos sociales "autónomos", etc. se han visto florecer y marchitarse en estos treinta años varias veces. Su aporte, asimismo, disiparse como el vapor en la misma medida que nacen y mueren con la emergencia de las contradicciones en las que el neoliberalismo se manifiesta con una naturalidad que finalmente se transforma en fascismo puro y duro. El riesgo de una involución reaccionaria está siempre presente mientras no haya sido derrotado en forma definitiva.
La unidad de pueblo en torno a la defensa de la democracia; de los derechos sociales, políticos y culturales de todos y todas, tal como lo demostró la segunda vuelta de las elecciones presidenciales recién pasadas, demuestra que es posible derrotarlo. La movilización popular y de las organizaciones sociales. Y especialmente, la de la izquierda en la defensa del proceso son más necesarias que nunca. Combatir el asedio del gobierno y la Convención es una tarea de la izquierda y del pueblo. No hacerlo, un regalo para la derecha y los nostálgicos de los viejos buenos tiempos de la democracia de los acuerdos y todos los conservadores que quieren que nada cambie.