jueves, 15 de noviembre de 2018

La irrupciòn del fascismo

Georg Grosz. Daum marries Her pedantic automaton


El triunfo de Bolsonaro en Brasil  ha provocado una justa ola de inquietud e indignación en toda América Latina y el  resto del mundo. Lo que todos se preguntan es cómo fue posible semejante resultado de la elección presidencial en ese país.

La primera y más fácil explicación –aunque no por ello sea falsa- es el encarcelamiento de Lula, el líder político y social más importante del Brasil en las últimas décadas y el candidato que según las encuestas, marcaba la mayor intención de voto.

En segundo lugar, lo que  es casi una consecuencia de lo anterior, que el tiempo de campaña que tuvo el candidato del PT, Fernando Haddad, fue insuficiente para alcanzar a Bolsonaro, que estaba en campaña desde mucho antes.

Ello no habría sido posible sin contar, eso sí, con la complicidad de un juez venal, quien basado en presunciones y testimonios de empresarios corruptos que, a cambio de rebajas en sus penas, prestaron falsos testimonios incriminando a Lula en delitos que no cometió y en los que ellos sí estaban implicados.

Con ese propósito, los medios de comunicación propalaron profusamente acusaciones de corrupción de políticos brasileños y también del resto de América. Confundieron mañosamente noticias falsas y verdaderas, metiendo a todos en el mismo saco –inocentes y culpables- por el sólo hecho de ser sospechosos de corrupción, cohecho y fraude al fisco.

Esta trama incluso fue descrita por Alvaro Vargas Llosa en una columna en el diario La Tercera con un cinismo que hacía aparecer como una cruzada contra la corrupción, esta cadena de complicidades entre los medios, los tribunales de justicia, los empresarios y políticos de derecha.

Todo esto, como ha sido señalado muchas veces, parte con la destitución de la Presidenta Dilma Roussef y la asunción de su vicepresidente, Michel Temer, quien a través de oscuras maniobras y contando con el apoyo del empresariado, la red O globo y demás medios de comunicación, logra confundir a la opinión pública para así reunir los votos necesarios para aprobar el impeachment con los parlamentarios de la oposición al gobierno de Dilma y dar legitimidad a su golpe de estado institucional.

Vienen entonces, las explicaciones y las autocríticas por el exceso de confianza del PT en la institucionalidad. Por la alianza con sectores poco confiables y de sinuosa trayectoria,  como el partido de Temer. Su distanciamiento  de los movimientos sociales, como los Sin Tierra y la CUT.

Otra explicación que va más al fondo, si se quiere, es la que han propuesto muchos editoriales, analistas y dirigentes de la izquierda latinoamericana, y que señalan una presunta incapacidad de proponer y construir –los gobiernos progresistas, entre ellos los del PT- una agenda de cambios estructurales que transformen las bases del modelo rentista predominante en nuestro continente y por consiguiente, su dependencia de los ciclos de la economía internacional.

Ciertamente todas estas explicaciones son correctas y verdaderas. Pero no demuestran por qué gana la elección presidencial un candidato fascista y no muy inteligente ni carismático. Todo lo contrario. Se trata de un diputado del montón, militante de un partido marginal en la política brasileña, con un discurso tan pero tan agresivo e irracional que el resultado de la elección resulta incomprensible.

Podrìan haber sido electos Ciro Gomes, Aecio Neves o Gerardo Alcknim  -candidatos de la burguesía financiera y el neoliberalismo también- pero es Bolsonaro el nuevo presidente de Brasil. Esa es la pregunta. Cuáles son las condiciones para el surgimiento del fascismo, no por qué pierde el PT.

Esto es harina de otro costal y sus razones mucho más profundas que todas las anteriores. Se trata del cambio producido por la globalizaciòn en los últimos treinta años. Esta ha hecho de todo lo mismo y de la diferencia, precisamente, el fundamento de la igualdad. Gracias a esto, la democracia fue reemplazada por el principio de la mayoría y las decisiones políticas y sociales un problema estadístico.

La política se torna ineficiente y la acción colectiva innecesaria. Las encuestas pasan a ocupar el lugar de árbitro de la opinión pública, de manera que la capacidad de influir en ella, lo que es medido a través de las encuestas, va reemplazando el debate racional y la deliberación democrática de la sociedad.

Estos van cediendo su lugar progresivamente a discursos pseudocientíficos como la economía política neoliberal, una suerte de astrología contemporánea. Un discurso muy lógico y bien entrabado desde el punto de vista de la argumentación aunque no tenga nada que ver con la realidad. 

Todo discurso, doctrina o teoría que no coincide con él, es proscrito o en el mejor de los casos, objeto de una sonrisa entre irónica y benevolente.  

Y todo fenómeno social o político que no confirma sus razonamientos, por delirantes que sean, radicalmente excluido primero y reprimido después.  

La emoción, entonces, se convierte en una explicación mucho mas razonable que la argumentación y la apelación a supuestos valores trascendentes que provienen de una también supuesta posición de superioridad racial, de género, ideológica o hasta religiosa, el fundamento de la legitimidad. 


En este escenario de indiferenciación en el que como dice el tango Cambalache, “todo es igual” y nada tiene una explicación racional, el fascismo ofrece una alternativa facilona que tranquiliza las conciencias de la clase media, dejando intactos los fundamentos del modelo que garantizan la posición de dominio de la burguesía financiera. Ese es precisamente el sentido de que todo sea igual y el propósito final del fascismo.

Su irrupción no sòlo en Brasil y América Latina sino en todo el mundo,  proviene de su capacidad de diferenciarse, aun cuando sea pura estética y la incapacidad de la izquierda y de los sectores progresistas y democráticos de detenerlo, justamente de delimitar una identidad que establezca un límite entre “nosotros” y “ellos”. 

Todos los procesos de constitución de alternativas democratizadoras, como los Frentes Populares en los años cuarenta; la Revolución en Libertad en los sesenta parten de esta premisa de diferenciación. 

El proceso que lleva a la constitución de la Unidad Popular en Chile, comienza en 1952 con la primera candidatura del doctor Salvador Allende Gossens que se plantea un programa de reformas antiimperalistas, antioligárquicas, democráticas y a partir de los años sesenta, con perspectiva socialista, que es finalmente uno de diferenciación.