domingo, 31 de octubre de 2021

Significado del fascismo en la actualidad



Georg Grosz. Los pilares de la sociedad. 1928

En todo el mundo, y también en Chile, se manifiestan signos preocupantes de surgimiento de autoritarismos y propuestas reaccionarias de diverso signo.

Es el punto de llegada de una cultura que, como preconizaba tras la caída del Muro de Berlín el filósofo pop Francis Fukuyama, se concibe a sí misma como el fin de la historia humana.

El supuesto triunfo definitivo del liberalismo y del individualismo burgués, trajo consigo el fin de las ideologías; el fin de las utopías, de los sujetos sociales, de toda trascendencia y por tanto de las éticas deontológicas. Estas concepciones proscribieron la razón al desván de los recuerdos e impusieron una cultura de un hedonismo chato y un subjetivismo ramplón. 

Además, sedujeron incluso a parte de la izquierda y es una de las razones que hicieron posible que posiciones derechistas que fueron sostén de la dictadura militar, se relegitimaran social y políticamente en los noventa.

Éstas, aunque no tengan el mismo peso político que entonces, siguen siendo un factor a considerar y menospreciarlas, una candidez que podría resultar  fatal para nuestros pueblos. 

El recurso a la irracionalidad, al espontaneísmo, a los comportamientos más pedestres como son la desconfianza, la ira y el  temor, es a lo que la derecha    -en momentos de crisis política y social como la que se manifiesta en nuestro país actualmente- ha recurrido en ocasiones anteriores. 

Ello, pues ayudan a disimular las verdaderas fuentes de la dominación y facilitan las cosas a las soluciones populistas y reaccionarias.

Es una política, mezcla de neoliberalismo decadente, conservadurismo beato, negación de la ciencia y el progreso acumulado por la humanidad, incluidos derechos sociales, políticos y culturales gracias a la expansión de la democracia, para reivindicar en cambio la “tradición”, vinculada a la familia, la patria, la raza y en el pasado, a la vida rural.

Lo peor de todo, es que son posiciones que aún con todo lo que tienen de reaccionario, inmoral y embrutecedor, son presentadas  en los medios,  gracias a este presunto triunfo del liberalismo  y esa cultura noventera para la cual la legitimidad de posiciones culturales, morales, políticas e ideológicas son un asunto estrictamente subjetivo y por tanto, individual, como una más de las “posibilidades” entre las cuales escoger.


Una posibilidad real hoy en día, efectivamente, considerando la bancarrota irremontable del candidato de la derecha tradicional y el empresariado.  En un ambiente cultural decadente, política e intelectualmente pobre como el de la derecha en la actualidad, el autoritarismo, la reacción moral, social e ideológica representa un lugar seguro que obviamente seduce a muchos de los suyos.

Es en ese contexto que el progresivo éxodo de dirigentes y parlamentarios  de la UDI hacia la candidatura de JAK tienen no sólo sentido político sino también una lógica histórica y cultural. Pero no sólo la UDI. También en RN y en todo el sector se puede apreciar la renuncia paulatina pero indeclinable a la reflexión, en beneficio de la defensa de los principios más absurdos, anticientíficos, racistas, autoritarios y clasistas que en cualquier otra parte del mundo harían avergonzarse a quien los escuche.

Semejantes esperpentos deben ser enfrentados con decisión y sin ambigüedades,  Lamentablemente,  la candidata de Nuevo Pacto Social, la senadora Yasna Provoste C., los ha interpretado erróneamente como una oportunidad para irse por el supuestamente ancho y seguro camino de en medio, en lugar de enfrentarlos como lo que son, el obstáculo, la última línea de defensa del modelo.

Lamentablemente, por ese camino no va a llegar muy lejos. En lugar de formar un frente común con la izquierda para denunciar y combatir las posiciones reaccionarias y protofascistas, busca ponerse por sobre las contradicciones reales –en este caso, las que propugnan el fin del neoliberalismo y la Constitución de Pinochet y las que recurriendo al dogmatismo y el prejuicio social y político, pretenden salvar lo que se pueda de él- para sacar dividendos electorales.

Craso error de los estrategas de su comando o supervivencia innecesaria de las concepciones concertacionistas.

Es ineludible hoy por hoy tomar partido en la contradicción que agita a la sociedad. El riesgo de la intrascendencia ya cobró su primera víctima antes de las elecciones.

Pero en segundo lugar, y sobre todo, porque esta elusión manifestada en posiciones centristas que intentan ponerse por sobre las contradicciones reales de la sociedad, le facilita las cosas a la reacción. Lo legitima como si se tratara de una posición racional cuando se trata realmente de  fascismo puro y duro, dejando a la sociedad a merced de su charlatanería, su intolerancia y su violencia. 

El fascismo de Kast, es la última línea de defensa del modelo. No se sostiene sobre argumentos racionales sino sobre prejuicios, dogmas y actitudes. Tiene sentido solamente en tanto que el neoliberalismo y la Constitución de Pinochet no se pueden seguir sosteniendo en un discurso aparentemente racional. Su única manera de hacerlo es recurriendo a la violencia verbal y física, a la mentira y la difamación. 

Son conductas que en una sociedad democrática no se deben aceptar ni tolerar. Muy probablemente su misma charlatanería y agresividad terminen por alejarlo del electorado que se ha manifestado consecutivamente en todas las últimas elecciones a favor de cambios de fondo al sistema político, económico y social. Sin embargo, se va incubando en el subsuelo de una sociedad despolitizada por treinta años de un neoliberalismo que introdujo una fe de carbonero en el mercado, la competencia y el individualismo, el germen del fascismo que primero, va ganando posiciones en la derecha y que más adelante puede terminar por imponerse a toda la sociedad.

Ejemplos históricos hay de sobra.

Es respecto de ese peligro que los demócratas deben prepararse y tomar posición. Eludirlo tras el expediente facilón de ponerse en medio, equivale a tolerarlo abriéndole las compuertas de una sociedad en crisis por la responsabilidad de los mismos que tras el discurso tradicionalista ocultan sus profundos vínculos y responsabilidad con el neoliberalismo.


lunes, 25 de octubre de 2021

Constitución, Estado y sociedad de clase


Arturo Gordon. El velorio del angelito


La derecha es una ínfima minoría en Chile y ello se expresa en la composición de la Convención Constitucional. 

En su desesperación al verse tal como es, ha concentrado sus esfuerzos en deslegitimarla. Para ello recurre a todos los medios posibles y a toda clase de argumentos, que van desde la descalificación burda, hasta el recurso a principios jurídicos y legales que de poco sirven para explicar un proceso de cambios cuando están hechos precisamente para lo contrario, mantener las cosas tal como están. Es como tratar de explicar la cuadratura del círculo.

Atrapada en su ideologismo, incapaz de comprender lo que está pasando, excepto que su “oasis” se está desmoronando, no le queda otro recurso que la violencia. Más de dos mil detenidos: cifra similar de presos sin formalizar, en base a testimonios de los mismos organismos de seguridad que han realizado las detenciones, cuatrocientas víctimas de trauma ocular, casi treinta muertos, etc. ha sido el saldo hasta ahora.

Su actitud sediciosa y violenta, por el momento, ha sido tolerada de modo peligroso. Resulta inconcebible, a estas alturas, que tengan tribuna todavía opinólogos y comentaristas –porque no les da para más- que atacan a la Convención y justifican la represión con argumentos tan prosaicos y que incluso antes de conocerse su resultado, llamen a rechazar en el plebiscito de salida.

Son tan patéticos sus sofismas, que apenas disumulan  interés de clase. Colusión empresarial, evasión de impuestos; connivencia entre la empresa privada y el poder político; abusos con los consumidores para maximizar sus niveles ya indecentes de ganancias, simplemente son ignorados por los ideólogos de la derecha o en el mejor de los casos, explicados como fallas accidentales del sistema pese que se manifiestan habitualmente y son presentados por los medios con toda naturalidad.

En cambio, gastan miles da páginas en medios escritos y horas de transmisión en sus noticiarios y medios radiales para referirse al caso de una rifa o cuestionar que algunos convencionales hayan recibido el IFE, como si se tratara de magnates.

A pesar de todo, la Convención dio inicio a la discusión de los contenidos de la nueva Constitución, y esto señala  el comienzo de un nuevo período en nuestra historia. Atrás va quedando la etapa de un régimen autoritario y una democracia secuestrada por los poderes del dinero, el interés empresarial, y el conservadurismo moral.

No sin que estos den la pelea, por cierto.

El rechazo en el plebiscito de entrada y el atolondrado llamado de la ultraderecha a hacerlo nuevamente en el de salida, es exactamente eso, la defensa de un orden jurídico e institucional que garantiza a las clases poseedoras de la sociedad su posición de dominio, pese a su condición minoritaria.  

Dicha posición es el resultado del despojo. De la apropiación privada de todo por un puñado de grupos económicos para transformarlo en un eslabón más de la cadena de valorización del capital: de la enajenación de hombres y mujeres; sus cuerpos y todo lo que es resultado de su creatividad y esfuerzo; la naturaleza y los seres vivos para luego ser convertido en una mercancía intercambiable en el mercado, manera aparente de recuperarlo -en cuotas usureras, además, que profundizan la desigualdad y la enajenación de trabajadoras y trabajadores. 

Este despojo fue realizado en plena dictadura, la que repartió como un botín las empresas del Estado entre sus financistas y las transnacionales e hizo de los servicios públicos -concebidos como Derechos en la democracia hasta 1973- lucrativos nichos de negocio y continuó luego bajo los gobiernos de la Concertación.

Ello no puede ser argumentado racionalmente, por cierto, sino mediante razonamientos formales y tecnicismos jurídicos y macroeconómicos, tal vez muy lógicos pero que ignoran la realidad social y hacen de la “República” una suerte de entidad presuntamente trascendente e impoluta y de la sociedad, una abstracción.

Los últimos cuarenta y cinco años, en efecto, se fue construyendo una sociedad basada precisamente en la privatización de todo lo real y la preeminencia del capital como categoría fundamental de la sociedad, y la profundización de la división de clases producto de este fenómeno que tiene como su más elocuente expresión, niveles de desigualdad como los descritos por Augusto D´halmar o Nicomedes Guzmán. 

Quizás nunca, fue tan evidente y tan profundo el antagonismo. La derecha obviamente no lo entiende ni podría hacerlo sin negarse a sí misma y a toda la ideología que la llevó a creer que estaba ante el fin de la historia, en el "oasis" que profetizó Fukuyama hace treinta años.

El debate constitucional no es solamente un debate jurídico, legislativo o reglamemtario. Es ante todo, una discusión por la sociedad que queremos ser. Por el lugar que las clases, los movimientos sociales, las culturas y las naciones van a ocupar en el Estado que surja de él. El deber de la izquierda es precisamente, romper los límites que el neoliberalismo y una ideología jurídica ad hoc ha puesto entre la sociedad real y el Estado para construir un Chile democrático, un Chile para todos todas y todes.


 


jueves, 14 de octubre de 2021

Descanse en Paz

Honoré Daumier. "Somos hombres honestos, abracémonos y acabemos con nuestros desacuerdos. Litografía



La semana noticiosa ha sido intensa. Quizás tanto como para haber cambiado la situación nacional de modo irreversible.

Primero, porque después del segundo debate televisado, las posibilidades de la derecha en la elección presidencial son casi nulas, de no mediar algún acontecimiento inesperado. Sebastian Sichel es un cadáver político y no deben ser pocos los que se deben preguntar en su sector, seguramente, si no habría sido preferible escoger a Lavín, aunque con toda probabilidad no habría corrido una suerte muy distinta, considerando los manejos oscuros de las finanzas de la municipalidad de la que es alcalde. 

La candidatura de Kast no representa de ninguna manera una opción que pudiera tomar el relevo de la prematura defunción de Sichel. Ello porque el electorado al que apela Kast no es el mismo. Se trata de la derecha más dura; más reaccionaria e ignorante. Quién sabe cuánto del electorado del candidato de Vamos por Chile podrá recuperar el candidato ultra, pero obviamente no es la suma de ambos lo que representará en la elección de noviembre. Además, porque su comportamiento ético no es muy diferente al de Sichel, Lavín  o Piñera.

Miente, evade impuestos, es grosero y agresivo. 

Segundo dato importante, la Acusación Constitucional contra Piñera. La posibilidad de que sea destituido es altamente probable. Esto quiere decir que definitivamente la posibilidad de resolver las contradicciones entre los sectores hegemónicos de nuestro sistema político -o mejor dicho, de quienes los hegemonizaron desde 1990 en adelante- a través de un consenso, se esfumó para siempre. Precisamente, lo que le dio la estabilidad de un túmulo a nuestra interminable transición. 

Es, por lo demás, lo que le reprocha la derecha y todos sus ideólogos al "socialismo democrático", recurriendo a todo su arsenal de diatribas anticomunistas, sacadas del baúl de los recuerdos del maccahartisno. 

El tercer elemento es la publicación en el Diario Oficial de los reglamentos de la Convención Constitucional. La derecha ni siquiera logró juntar las firmas necesarias para recurrir ante la Corte Suprema, para derribar lo resuelto democráticamente por la Convención. Se ha visto en estos días de esa manera sin las anteojeras ideológicas con las que se apreció y con las que la apreció gran parte de la sociedad en los últimos treinta años. Esto es, quedó en evidencia como un sector minoritario; profundamente reaccionario; ideologizado; hipócrita y clasista. 

Muy probablemente, habrá una segunda vuelta entre dos candidatos de oposición y la derecha, como en otras ocasiones, se verá obligada a escoger entre ellos en diciembre. Pero además, su posición minoritaria se verá reflejada en la elección parlamentaria y con suerte, escogerá su mismo veinte por ciento de la Convención. Así las cosas, las relaciones entre la Convención y el Parlamento comenzarán a ser muy distintas y con toda seguridad, estas serán de colaboración y entendimiento, tanto como para acelerar el proceso constituyente y darle sustentabilidad en el largo plazo. Lo mismo respecto del Gobierno. 

La movilización social encontrará en el Estado no un obstáculo sino un interlocutor. No será la reedición del Estado de Compromiso seguramente, pero a lo menos sí habrá una mayor porosidad en la relación entre éste y el movimiento social. Esto significa que en lo que dice relación con la recuperación de la economía, el manejo de la pandemia; también en las reformas al sistema de pensiones, el Código del Trabajo; la desmunicipalización de la educación y el fortalecimiento de la salud pública, no serán obra de los "técnicos" que tanto abundaron en los noventa en la definición de las políticas públicas sino de la sociedad civil organizada en diálogo y conflicto con el Estado. 

Asimismo, un entendimiento entre la izquierda y el centro será determinante en la proyección de los cambios que traerá consigo la nueva Constitución. 

El mismo debate de la Convención va a aclarar hasta dónde ésta determinará las relaciones entre Estado, política y Sociedad Civil. Regulación de los mercados; capacidad del Estado para crear empresas; se cuestionará el absurdo de la autonomía del Banco Central que en estos días ha quedado en evidencia; el reconocimiento constitucional de la titularidad de los derechos colectivos; de las nacionalidades y las culturas; etc. son todas materias que ciertamente exceden el debate sobre el régimen político que a algunos les parece suficiente para hacer posibles reformas que apunten hacia una sociedad democrática y de derechos y es donde probablemente habrá que esforzarse por encontrar soluciones y más debate va a generarse en el seno de lo que actualmente es la oposición.

Ni el centro  ni la izquierda son lo mismo de hace cinco años. La Concertación yace en los anales de la historia y es ese, precisamente, uno de los motivos que más lágrimas le ha sacado a la derecha y sus intelectuales. La izquierda en la actualidad es una síntesis en proceso de lo que fue la izquierda histórica  y una izquierda emergente. 

Sin embargo, la derrota estratégica de la derecha y la crisis global del neoliberalismo -económica, ambiental, sanitaria- posibilitan ese entendimiento que ciertamente no será en torno a lo posible sino a lo necesario. 





viernes, 1 de octubre de 2021

Plebiscitos o cocina

 

Juan D. Dávila. Hysterial Tears. 1979
                                             

La aprobación de los plebiscitos para dirimir acerca de las materias en las que la convención no alcance el supraquórum de 2/3 acordado por el “partido del orden”, ha desatado –como era de esperar- la furia de la derecha. Bueno, en general su actitud respecto de todo el proceso constituyente ha sido esa; reclamar por todo y poner obstáculos desde el primer día de su instalación, recurriendo a las afrtimañas más ordinarias.

La vacilación en los sectores democráticos, lamentablemente, le ha facilitado las cosas a la reacción, de tal modo que incluso en su situación de ínfima minoría social, política y moral, todavía ostenta una capacidad no despreciable de hacer aparecer como algo razonable, lo que no son más que los espasmos agónicos de la democracia de los acuerdos.

Efectivamente, el quórum de 2/3, rémora del binominalismo y piedra angular de la transición pactada, en los hechos significa un pie forzado que condena cualquier tipo de deliberación al consenso o la inanición. La derecha lo dice sin ambages y lo defiende. En su matriz conservadora se entiende esta aplicación que connota estabilidad, es decir inmovilidad institucional, pues su proósito es mantener las cosas como están, precisamente lo contrario de lo que demanda la sociedad y que explica el levantamiento popular del 18 de octubre, eufemísticamente catalogado como “estallido social”.

De estallido social nada. No se trató de un reventón sin propósito ni reivindicaciones, expresión de un malestar amorfo e inexplicable. No.

El que las demandas principales del 18 de octubre fueran dignidad, igualdad, participación, y que éstas se sintetizaran tan categóricamente en la consigna “no son treinta pesos, son treinta años”  y en las demandas de fin al sistema de AFP y cambio constitucional, da cuenta de que todo el proceso tiene una dirección histórica irrefutable y así lo demuestran categóricamente, además, los resultados del plebiscito del 25 de octubre de 2020 y la elección de convencionales en abril.

Resulta, pues, inexplicable que haya sectores partidarios de las transformaciones y la democratización del país que aún defienden el quórum de 2/3, en tanto dicha dirección del proceso es exactamente la misma de sus propósitos declarados. Es más, el famoso supraquórum –y lo ha planteado la derecha innumerales veces, como si fuera su virtud- obliga a la convención a llegar a acuerdos o no proceder a las transformaciones que el pueblo reclamó en las calles.

Probablemente, hay sectores de la Convención que creen sinceramente en la posibilidad de llegar a acuerdos “convenientes” con la derecha en ella. La misma creencia de los estrategas de la transición pactada que nos tiene adonde nos tiene. Otra hipótesis esgrimida por los partidarios de los 2/3 es la posibilidad de tenerlos para emprender las transformaciones reclamadas por el pueblo desde el 18 de octubre en adelante.

Puede ser. Sin embargo, este razonamiento pasa por alto la que es probablemente la demanda más importante del “estallido”. El pueblo reclama participación y menos cocinas, o sea menos “consensos”. No se trata de reemplazar a una burocracia por otra. Efectivamente, da risa escuchar a antiguos exégetas de la autonomía  declararse muy tranquilos desde el momento en que la derecha no obtuvo el tercio que necesitaba para bloquear las reformas, relegando al pueblo al lugar de espectador de lo que hacen sus representantes y los bienintencionados y sagaces dirigentes de la autonomía.

La reacción, en cambio, ha interpretado correctamente el sentido de los plebiscitos dirimientes y lo ha declarado desde un principio de la discusión. Primero, ha dicho que esto conllevaría polarización social, o sea, politización de la sociedad, debate, “deliberación Ciudadana” como la llaman los amantes de la “retórica profunda”, como los llamaba Baudelaire. Luego, ha dicho que es devolverle la pelota a los mismos que delegaron en la convención  la responsabilidad de redactar una nueva Constitución. Obvio. Y obviamente, la derecha le tiene pánico a esa situación. Hace diez años exactamente, un pintoresco ex presidente de RN declaraba en este mismo sentido “le tengo pánico a los plebscitos”.

Finalmente, como editorializa El Mercurio y repite después el batallón de tinterillos que tiene el sistema en los medios, es una manera de “saltarse el quórum”. En el sentido de devolver el poder de la deliberación al constituyente originario que es el pueblo, efectivamente sí. Eso no obsta sin embargo, a que la Convención –con la seriedad y rigor que la ha caracterizado, a pesar de las caricaturas de medios amarillistas y reaccionarios-  continúe sus deliberaciones y entregue en el plebiscito de salida la nueva Constitución al escrutinio del pueblo.

Hasta la derecha, tiene el derecho de opinar y proponer en ella. Ahora bien, que tenga los votos o pueda reunirlos, es problema suyo, no de la Convención ni del resto de la sociedad. Que tengamos que seguir subsidiándola, tal como fue a lo largo de los tediosos años noventa, sería impresentable.

Por esa razón, los plebiscitos se abrirán paso. Es la demanda popular de participación la que está en juego. La sustentabilidad del cambio constitucional, no depende como han tratado de hacer creer los nostálgicos del binominalismo del consenso mayoritario, sino del protagonismo del pueblo en todo este proceso.