Giorgio de Chirico. Héctor y Andrómaca |
En el marco de la reforma educacional actual, se escucha cada vez con más frecuencia la pregunta ¿Es necesaria la enseñanza del arte? Para unos no, porque es algo subjetivo, irracional, fuera de los límites de toda lógica y el resultado de una actividad puramente individual. En el mejor de los casos, la enseñanza del arte, se limita a la facilitación de espacios y condiciones, para el despliegue de esta individualidad autosuficiente.
Es lo que expresan estéticas expresionistas e informalistas que predominan especialmente en el ámbito de las artes plásticas y que se manifiestan en una concepción de la enseñanza y la evaluación extraordinariamente laxas, con un curriculum débil, de extensas unidades temáticas, objetivos de una gran generalidad y flexibilidad, y un énfasis muy moderado en los contenidos. Para esta concepción de la educación artística, su presencia en el Plan de Estudios no necesariamente implica una estructuración rigurosa y en sus versiones más extremas, la considera casi como una actividad extracurricular.
De todas maneras, como medio de expresión personal, autoconocimiento, y socialización, no deja por ello de considerarse su importancia en el curriculum educacional, incluso para esta concepción expresionista.
De otra parte, hay también quienes argumentan su incorporación a la educación desde el punto de vista del aporte que hacen en el desarrollo cultural de los y las estudiantes. Esto es, por su aporte en la formación en valores éticos, estéticos y del gusto, el conocimiento de la historia de las ideas y finalmente, en la formación de nuestras sociedades.
Desde el punto de vista conservador, hasta el que propugna el multiculturalismo y la posmodernidad se podrían encontrar las influencias de este punto de vista que se apoya mucho en las investigaciones históricas, el análisis semiológico de las obras de arte del patrimonio clásico y universal; hasta la publicidad, la televisión y el cine, y el uso de diversos lenguajes –no sólo de los clásicos medios como el dibujo, la pintura, la canción o la interpretación instrumental-.
Por último, también se podría defender la presencia del arte en la educación formal, por el aporte que hacen en el desarrollo de técnicas y habilidades que forman destrezas psicomotoras y de ubicación espacial y temporal, concepción de la forma, y el aporte que hacen en la adquisición de conocimientos en las áreas más duras del curriculum como las matemáticas, las ciencias y el lenguaje.
Pese a que por sí solas, todas estas maneras de argumentar la inclusión del arte en la educación y el curriculum escolar son suficientes para hacerlo -pese a la tendencia dominante en, a lo menos, los últimos veinte años- se debe considerar lo específico del arte y el lugar que ocupa en la actividad humana.
En efecto, el arte en sus diferentes expresiones es una forma de representación de la “verdad humana”, esto es del resultado de su actividad. No es la realidad sino su representación, la que es realizada por el hombre y tiene por tanto esta doble condición de ser realidad y representación al mismo tiempo.
Por consiguiente, en la actividad artística –por llamarla de alguna manera- se realiza una forma de conocimiento práctico en que el hombre conoce sus propias circunstancias históricas, sociales, éticas, y las escoge, las manipula, las modifica y con ello, también, modifica su actitud frente al mundo, que pasa de ser una reacción instintiva ante los estímulos, pura contemplación o manipulación instrumental, para transformarse en una vida auténtica pese a todas las limitaciones que enfrenta para poder realizarla en el sentido de ser una vida acorde a sus propias elecciones.
En este proceso que se realiza mediante la actividad artística, para lo cual no es necesario ser artista –ahí está Joseph Beuys para mostrarlo-, el hombre se decide por una existencia auténtica y cuestiona la rutina y la enajenación, distinguiéndose de ella, ejerciendo una labor crítica y hasta destructora de esa cotidianidad enajenada. Gran parte de los movimientos de vanguardia del arte del siglo pasado –en música, cine, poesía y artes plásticas-, se plantearon precisamente este propósito hasta la década del ochenta a lo menos.
El arte, por consiguiente, es una actividad profundamente liberadora y su realización una actividad compleja y específica que no se limita a la sola expresión individual o la adquisición de habilidades. Es una oportunidad de autoconocimiento, expresión personal, adquisición de conceptos y nociones espacio-temporales, historia social, etc. Pero además es una actividad en que se opera una modificación existencial de quien la realiza, desde sus formas más simples como el dibujo lineal y la canción, hasta el uso de la informática y tecnologías de las comunicaciones.
Su presencia en la educación sistemática, por consiguiente, no es enciclopedismo pedante ni mera entretención. La forma en que se debiese restituir la educación artística en el curriculum escolar en el marco de la actual reforma educacional, debe considerarlo.