jueves, 28 de diciembre de 2023

Argentina, la última trinchera del neolibealismo

Antonio Berni.Juanito Laguna dormido.1974



En el siglo XIX, el grupo de los exiliados argentinos que se encontraba en Chile, escapando de la dictadura de Rosas, hicieron un inestimable aporte en la formación de nuestra cultura y de la República. Juan Bautista Alberdi, Sarmiento, Vicente López, hicieron aportes sin los cuales no seríamos lo que somos. 

Al contrario de lo que la academia dominante y la historiografía del sistema han pretendido por décadas, no estuvieron en Chile como observadores imparciales y movidos por un supuesto asombro y adaptación acrítica a la presunta solidez de nuestra naciente República, que comparada con la del resto de las de América Latina, habría sido la que garantizaría el progreso económico, la gobernabilidad y la paz social. 

Los exiliados argentinos en nuestro país, al contrario que muchos de nuestros académicos e historiadores en la actualidad, tomaron partido, ejercieron el periodismo, participaron de las polémicas políticas y culturales que agitaban a la sociedad y a la intelectualidad de la época como si les hubiesen sido propias, siempre desde posiciones de avanzada, críticas de la reacción dominante en el período, producto de la contrarrevolución de 1830; de la preeminencia del conservadurismo de las formas y las costumbres. 

La imagen que ofrece el continente, hoy por hoy, no difiere mucho de la de entonces. Es el escenario de una intensa lucha por el futuro. A la esperanza y el optimismo que se podrían respirar entre el 2003 y el 2015 en toda América, tras los triunfos del comandante Chávez, de Lula, Evo, Correa y en Argentina del Kirchnerismo, le han sucedido gobiernos que han tratado de retrotraer las cosas para devolver sus posiciones hegemónicas a las clases acomodadas y la reacción religiosa en sus diferentes denominaciones. Lasso en Ecuador, Macri, Piñera y Bolsonaro, unido al permanente estado de crisis del Perú, son una demostración elocuente del revanchismo y el interés de clase que inspiró y sigue inspirando a la derecha. 

Y precisamente Argentina, la patria de Sarmiento, López y Alberdi, representa la avanzada de la reacción o visto desde otro punto de vista, la última línea de defensa del sistema. 

Usando como pretexto el descalabro provocado por especuladores, usureros y aliados del capital financiero durante el período de Macri y del que no se hizo cargo el de Fernández, por motivos que debieran ser parte de una profunda autocrítica de la izquierda, Millei promete durante la campaña, y pone en práctica apenas asumido, un megaajuste acompañado, como era de suponer, de un plan represivo y de restricción de las libertades civiles y políticas comparables solamente a los implementados por Pinochet y el resto de las dictaduras militares en los setenta. 

El DNU y la recientemente ingresada al Congreso "ley omnibus" dinamitan la democracia argentina, porque significan transferirle a Millei facultades para gobernar prescindiendo del congreso nacional hasta el 2025. Privatizaciones; endeudamiento del Estado argentino; retroceso en derechos sociales garantizados por el Estado como educación, salud y jubilaciones; desregulación de los mercados son los objetivos tras los que va, con el pretexto archirepetido por todos los gobiernos burgueses y reaccionarios: “no hay plata”.

Defender la democracia argentina es una tarea para toda la izquierda latinoamericana. El experimento de Macri y Millei tiene como objetivo final todo el subcontinente. Tal como fue en el siglo XIX, la solidaridad, la asistencia mutua entre los pueblos latinoamericanos va a ser fundamental. Pero también, y tal como lo comprendieron los exiliados argentinos en Chile, la proposición de un horizonte de transformaciones que pongan en el centro la democracia, la soberanía y al pueblo como protagonistas. 


viernes, 22 de diciembre de 2023

No hay primera sin segunda


Equipo crónica. Aquelarre 1971. Una noche en el museo, 1971


El triunfo por más de un millón de votos del "en contra" en el reciente plebiscito, le colocó una cuota más de incertidumbre a la situación política.

Por ahora, el gran perdedor es Kast y su secta de fanáticos. Ciertamente, que un extremista tan intolerante y fundamentalista haya salido derrotado, representa un alivio para la sociedad. Si bien su propuesta constitucional era la continuidad lógica del neoliberalismo dominante en la actualidad, su combinación con fundamentalismo moral y religioso así como su rancio clasismo, produjeron la reacción  espontánea de la sociedad. 

Las pretensiones presidenciales de Kast y la situación hegemónica que su partido había logrado ir construyendo en los últimos tres años en la derecha, quedaron en cuestión en esta pasada. El resto del sector, con el oportunismo y la deshonestidad que lo caracteriza, ya está haciendo leña del árbol caído después de haberse puesto alegremente tras su figura y la defensa del adefesio constitucional que se sometió a plebiscito. 

Probablemente una de las verdades que salen a la luz tras este resultado, es precisamente la incapacidad moral de este sector. Insistir en otorgarle credenciales democráticas y convertir en "acuerdos" lo que debiera ser el producto de un debate democrático de cara al pueblo, es seguir lavándole la imagen para que en el momento menos esperado, como en esta ocasión, vuelva a dar el zarpazo. 

Es además, legitimar la sopa en la que se ha transformado nuestra sociedad, en la que como resultado de la aplicación del neoliberalismo, todo es más o menos lo mismo.

El pueblo votó en contra de la pérdida de derechos y en principio, por la aparente tranquilidad que otorga una institucionalidad política y un sistema económico y social que le ha permitido no morir por ahora gracias a la tarjeta de crédito. No es gran cosa pero menos malo de lo que podría haber sido si ganaba el "a favor". Es un voto con un aspecto bifronte: por una parte, el rechazo a la profundización del neoliberalismo y de los aspectos más conservadores y clasistas de la sociedad actual; y por otro, la conformidad aparente con las migajas y las apariencias de bienestar, de éxito y realización que se pueden obtener de él por el momento. 

Exactamente la condición social y cultural que ha posibilitado el ascenso meteórico de espantajos de barbarie y atraso cultural como el que condujo el segundo proceso constitucional y por lo que podríamos estar lamentando la asunción de Kast en la Presidencia de la República en las próximas elecciones.

Esta derrota de la ultraderecha hasta cierto punto facilita las cosas a la derecha tradicional y es lo que explica su avidez por sacar ventajas de ella, en lugar de estar lamentándose, incluida la resurrección de antiguas momias que habían pasado a retiro especialmente en la UDI.  

El triunfo del en contra es ciertamente importante y tranquilizador pero no definitivo. Ya están los que, con mano ajena, se aprestan a apropiarse de él para facilitar la sobrevivencia del conservadurismo político y moral, bajo el pretexto de los "acuerdos transversales" para proovocar cambios que no pongan en riesgo la comodidad de la que gozan y las cuotas de poder que todavía ostentan. 

Que eso no suceda, en todo caso, no depende sólo de la acción del gobierno que está haciendo su pega; ni de los representantes de la izquierda en el parlamento al que en esta ocasión van a querer transformar en el escenario de los chamullos y las componendas. Depende del involucramiento de las masas, de los movimientos sociales, las organizaciones del pueblo, en primer lugar sindicales, pero también estudiantiles y juveniles, territoriales, de género, ambientalistas, de pueblos originarios, artistas y trabajadores de la cultura. 

A la rebelión de octubre de 2019, le siguió un reflujo forzado por circunstancias como la cuarentena. Durante ésta, desplegó la solidaridad  y la asistencia mutua en las formas que históricamente lo ha hecho. Las ollas comunes, los comprando juntos. Esa desmovilización y ese retroceso de las luchas del pueblo a la pura sobrevivencia, le facilitó las cosas a la derecha en su trabajo de desprestigiar a la Convención y confundir a la opinión pública acerca del contenido y significado de su propuesta.

Es el momento de que como ha ocurrido siempre, salga de ese reflujo y retome la inicativa. Los partidos progresistas y las organizaciones tienen no solamente la oportunidad sino la responsabilidad de iniciar y darle forma a ese proceso. La experiencia del segundo plebiscito es ese. El pueblo tiene una nueva oportunidad; de la audacia y decisión que muestre la izquierda y el progresismo depende en gran parte no desperdiciarla. 

sábado, 16 de diciembre de 2023

Las razones que no se entienden

Francis Bacon. Estudio del retrato del Papa Inocencio X de Velásquez. 1953



Mañana va a realizarse uno de los momentos culminantes del proceso constituyente y las posibilidades de que gane el "a favor" son tantas como las incomprensiones que la izquierda y el campo social y popular ha demostrado desde el 18 de octubre de 2019. 

La derecha y las fuerzas de la reacción,  tienen a su favor el viento de cola de la realidad. No necesitan hacer mucho esfuerzo para convencer a nadie porque al país que se ha conformado en los últimos famosos y nunca bien ponderados treinta años, es lo que le resulta familiar. Son varias generaciones que se han formado en este "sentido común" y no se podría achacar ignorancia, desidia intelectual o indiferencia con la historia, a esas generaciones. La experiencia es intransferible y el sucedáneo que ofrecen la historiografía y las tradiciones, no alcanzan a completarla porque nadie podría suplantar a otros y otras tratando de hacerles entender racionalmente lo que no ha experimentado con el cuerpo, los sentidos y el corazón. 

Los argentinos acaban de dar un ejemplo elocuente al respecto. Escogieron como presidente a quien siendo candidato les prometió dolor, hambre, incertidumbre y luz al final del túnel. Lo último, un cuento tan viejo que resulta difícil entender que alguien lo pueda creer de buenas a primeras. Pero los argentinos y argentinas lo hicieron. Como dice el  escritor Jorge Alemán, un caso único en el mundo y en la historia. Probablemente sólo comparable al triunfo de Mussolini en los años veinte del siglo pasado y ni siquiera. 

Nadie parece recordar  el corralito, a De la Rúa escapando en heicóptero de la Casa Rosada, el hambre de comienzos del siglo; la recuperación de la industria bajo los gobiernos Kirchneristas, las conquistas sociales de ese período, las políticas de memoria y reparación por las violaciones a los DDHH cometidos por la dictadura militar y sorprendentemente, el desastre del gobierno de Macri. El endeudamiento descomunal que contrajo con el FMI y que le heredó a todos los gobiernos que vengan en el futuro por un siglo al menos, como el contraido en el siglo XIX por Rivadavia, Mitre y Sarmiento que sólo logró extinguirse durante el gobierno de Perón en los años cuarenta del siglo XX. 

Tanto en Chile como Argentina, se han experimentado cambios, en principio, imperceptibles pero profundos. La amnesia corre parejo con ellos. También la intrascendencia a que se ha visto reducida la razón para comprenderlos y ofrecerles una respuesta propia. El resutado de dichos cambios, es la constitución de estos en verdades de hecho, esto es, que no requieren demostración, ni argumentar su necesidad. Simplemente son y precisamente por eso, la razón sale sobrando. 

La prédica de los neoliberales de que la inflación es producto del déficit fiscal que se cubre con deuda y emisión, por ejemplo, ya es parte del refranero popular. Y hasta el más inadvertido transeúnte lo puede recitar de memoria en la calle. Como dijo Millei, "el ajuste es necesario". ¡Puro sentido común! Y a esa pachotada de la ideología dominante, los sindicatos, las organizaciones sociales y populares y la izquierda responden con la defensa de las pocas conquistas ganadas por sus luchas en el siglo XX que aún sobreviven. 

O se conforman con celebrar o acaso comentar el porcentaje del último reajuste de salarios mientras "la regla fiscal" -otra verdad de hecho por la que connotados economistas comparan en los matinales, el manejo del presupuesto de la Nación, con el de un hogar cualquiera- probablemente quede elevada a rango constitucional, lo que se usará por cierto para justificar los recortes de salarios, congelamiento de las pensiones, privatización de empresas del Estado y despidos masivos.

Y todo como si fuera de lo más natural del mundo y con una tolerancia escalofriante. 

Por esto, no se puede esperar obtener un resultado racional de mañana. No es la razón la que está actuando como la fuerza determinante de los acontecimientos sociales y políticos. Ciertamente, el fascismo que en esencia es la negación de la razón, no abjura de este estado de cosas sino todo lo contrario, porque es finalmente el resultado de la evolución del capitalismo, su hábitat natural.

No es posible por eso ni tampoco útil, seguir apostando a una actuación predecible de las masas, hoy día comportandose como electores, el día de mañana quizás como turba. Sus conductas están motivadas por una mezcla de creencias, supersticiones, sentido común dominante y especialmente, por una subjetividad difusa en que todo es más o menos lo mismo, la famosa clase media, y los proyectos se notan más por su ausencia que por su insensatez. 

Lamentablemente, de confirmarse este pronóstico, se vienen tiempos difíciles para el pueblo. Un triunfo del "a favor" en el plebiscito de mañana, le va a abrir las puertas de la Presidencia de la República de par en par a la ultraderecha para realizar sus planes de empobrecimiento de trabajadores y trabajadoras. De saqueo de los recursos naturales a costa del medioambiente; entrega de las necesidades del pueblo a la codicia de las grandes empresas y lo peor de todo, va a fortalecer las posiciones ultraderechistas en la región, a Bolsonaro, Millei y compañía. 

Este resultado, por cierto, tiene explicaciones racionales que se pueden buscar en los cambios en la producción, las clases sociales, en la transformación de los medios; las redes sociales; etc. También en el entreguismo de las políticas que en los noventa le lavaron la cara -y hasta las manos- a la derecha. Pero también a una suerte de confianza ingenua en los mecanismos materiales que determinan los comportamientos sociales y la adopción de una especie de sentido común que adopta esos mismos determinismos como una motivación para su práxis política -lo que va del economicismo más pedestre al esoterismo new age de una agenda que de emergente ya no tiene nada- sin proponerse objetivos ni proponérseos a la sociedad. 





 


martes, 5 de diciembre de 2023

Salir de la trinchera

Otto Dix. Tropa pasando bajo una nube de gas. 1924



Si algo hay que reconocerle a la derecha, es su consecuencia para atacar en forma sistemática y sin tregua al gobierno. Probablemente desde la época de la UP que no se apreciaba una actitud tan beligerante, tan dogmática y agresiva de su parte.

La "democracia de los acuerdos", identificada por el pueblo en las épicas jornadas de octubre de 2019 y posteriores como el origen de una sociedad excluyente y autoritaria, actuó durante la transición de manera que dicha beligerancia fue imperceptible o incluso innecesaria, excepto de parte del pinochetismo más recalcitrante manifestada en los obstáculos que ponía en contra de la búsqueda de la verdad y la justicia respecto de los crímenes de DDHH y su defensa de la impunidad. 

En lo que siguió a las jornadas de octubre, se fue abriendo paso también la seducción de los encantos de este mismo modelo de sociedad contra el que se rebeló entonces. La libertad para elegir; la posibilidad de consumir y tener acceso a bienes necesarios y no tan necesarios aun sin tener dinero para hacerlo. Construirse una apariencia singular que diferencia a los individuos entre sí generando una impresión de diversidad que se manifiesta no sólo en individualismo sino también en comportamientos discriminatorios, competitividad y consumismo. 

¿Cuál de las dos apariencias es real? ¿La del pueblo molesto protestando contra el abuso, la desigualdad y los cambullones o bien la del que vibra con los realitys y sabe todo de la farándula y goza yendo al mall los fines de semana? Este contrasentido es sólo aparente. Ambas dan cuenta del tipo de sociedad que se ha construido en los últimos treinta años. Ambas son parte de sus manifestaciones posibles.

El sólo hecho de referirse a este presunto enigma, devela en sí mismo, que a la sociedad chilena la cruza una enorme contradicción difícil de determinar para algunos y más difícil de admitir para otros, especialmente los que se autodefinen de derecha y algunos vestigios de lo que se autoidentificaba con el "centro" político y que la abrazó con entusiasmo y autocomplacencia. 

La agresividad de la derecha es la negación de esta oposición; es la proscripción de la historia y lo político y la reivindicación de lo idéntico como lo esencial; de lo uniforme como lo verdadero, lo que se denominó consenso por décadas.  

Mientras el gobierno trata de avanzar en la implementación del programa comprometido con el pueblo en las últimas elecciones, la derecha hace todo lo posible por impedirlo. Lo obliga a asumir una posición defensiva y de trinchera que mantiene las cosas más o menos como precisamente aspira dejen de ser. Hace de la acción de gobierno la adaptación de su programa a una realidad de hecho que es la que se quiere transformar.

Es lo que la propuesta constitucional de los republicanos, asumida a regañadientes por algunos y con entusiasmo por otros en la derecha tradicional, va a consagrar jurídicamente impidiendo cualquier intento que en el futuro pudiera hacerse e incluso obligando a que aquello que el empresariado y las instituciones conservadoras requieren para el desarrollo de sus proyectos de inversión y adoctrinamiento de la sociedad, deba ser instaurado con una legitimidad anterior incluso al debate del que debieran ser objeto. 

Fascismo puro y duro. Es la situación de hecho sobre la que se sostiene la confianza de la derecha para enfrentar el plebiscito de la próxima semana. Obviamente no resuelve la enorme contradicción que agita a la sociedad desde el 2019 a lo menos. Pero es que tampoco pretende hacerlo porque en realidad, para la derecha no existe o mejor dicho, se resuelve del lado de la posible, es decir de la realidad.  

Lamentablemente, una de las características de esta sociedad cada vez más preparada para el fascismo, producto de la naturalización de sus valores y la asimilación de la protesta social a mero "estallido" irracional -lo que invierte completamente el sentido moderno de la razón y de los movimientos de masas- es la despolitización y la apatía frente a los asuntos públicos. 

La asimilación de la posibilidad como la categoría dominante que organiza la vida social y política. La que, con la misma indiferencia, entre estallido y estallido, admite todos los programas sociales y políticos como si fueran más o menos lo mismo, meras posibilidades, sin considerar por cierto sus costos sino hasta que los está pagando. Eso mientras se los siga asimilando a una especie de catálogo de buenas intenciones o de medidas y acciones que transcurren en medio, debajo y contra los ataques y los obstáculos que la derecha y las fuerzas de la reacción imponen a los demócratas para realizarlos. 

Salir de esta condición de trinchera es imprescindible si de transformar efectivamente la sociedad se trata. Especialmente considerando lo que va a venir después del plebiscito que se va a realizar el 17 de diciembre. La sociedad no resiste más experimentos y por ahora, aun considerando toda su torpeza y su contenido abiertamente reaccionario, la propuesta de la ultraderecha es la única que se vislumbra en el horizonte.