José Venturelli. Recuerdo de un recuerdo |
Otra vez el gobierno, graciosamente, le propone a la oposición
un acuerdo nacional. Esta vez, para enfrentar la epidemia de coronavirus y sus
horribles consecuencias, -ya reconocidas por liberales derechistas y liberales
socialdemócratas-, aunque sería más correcto decir, el desastre social y
humanitario provocado por su política.
Ya de partida, la idea de un acuerdo nacional parece una
comedia de equívocos, cuando no una grotesca farsa.
Que nadie las viera venir; o como cínicamente dijo el ministro
de salud, sobrepasaran cualquier proyección epidemiológica e hipótesis
sanitaria porque no sabía que la gente en algunos barrios es tan pobre y vive
tan hacinada, es demasiado inventado como para comentarlo o siquiera discurrir
acerca de ello.
Lo impresionante es que algunos partidos y coaliciones de
oposición hayan considerado seriamente este llamado, pese a los estropicios de
las políticas de un gobierno que se jacta de haber creado una red de protección
social y de salud, lo que con su proverbial puerilidad dice Piñera después de
promover leyes para recortar salarios y despedir trabajadores.
En efecto, su presunta red de protección social no es más que
la suma de algunos miserables bonos y un salario de emergencia que está por
debajo de la línea de pobreza y en el colmo de la desfachatez, para aquellos
que han tenido la suerte de tener un contrato de trabajo en el último tiempo,
uno financiado por su propio seguro de cesantía mientras dura la emergencia
sanitaria o después de haber sido despedidos.
Doblemente aporreados, los trabajadores y trabajadoras,
deberían estar agradecidos de Piñera y sus amigos y de los partidos y
dirigentes opositores que con tan solícito republicanismo lo asisten.
Algunos en el FA incluso se quejan de no haber sido convocados
y otros, como el presidente del PR, hasta reconocen públicamente sus dudas
respecto de su decisión de asistir al dichoso acuerdo. Semanas antes, la
presidenta del Colegio Médico había convocado a un panel de connotados
economistas liberales para hacer propuestas para enfrentar la situación crítica
que con encomiable firmeza ya había denunciado en varias ocasiones
anteriormente.
Las conclusiones del famoso panel fueron, por supuesto,
oportunamente recibidas -y con beneplácito- en palacio y por el Ministro de
Hacienda, Ignacio Briones. La suerte de una población víctima de estas
políticas que se basan en las archiconocidas recetas de excepción y entrega de
ayudas transitorias y milimétricamente focalizadas para guardar la plata para
más adelante, estaba echada.
Pese a toda la evidencia que demuestra que éstas son el origen
del drama, los presidentes y parlamentarios de los mismos partidos de oposición
que asistieron a firmar el acuerdo de la noche del 15 de noviembre concurren
con más o menos dudas a negociar alguna cosa y con la sincera convicción de
estar haciéndolo por el bien de nuestro sufrido pueblo.
Puede ser. Difícil pero probable. El punto es que una vez más,
se separan aguas en el campo opositor y ello lamentablemente, con excelentes resultados
para Piñera y sus compinches. No se puede negar que para la derecha tampoco fue
fácil tragar el sapo y que Desbordes jugó un papel clave aunque contara con la
oportuna ayuda del "panzer".
No se trata, en el caso de la oposición, de diferencias respecto
de su postura frente al gobierno ni de la sinceridad o demagogia de sus
abluciones de progresismo. Con el devenir de la administración derechista,
se ha ido haciendo más evidente que el neoliberalismo criollo no resiste más
parches y que estamos ya en plena transición hacia un nuevo país, una nueva
sociedad y que tanto el desorden opositor como en menor medida, el derechista
representan el trabajo de parto de un orden político completamente nuevo. Es en
este punto donde se separan las aguas.
La apariencia de estar frente a un torbellino "que nadie
vio venir" o que ha sobrepasado a partidos, organizaciones sociales y
sindicales, estudiantiles; a referentes morales: que ha originado el prematuro
quiebre del FA y su definición más centrista, dan cuenta de esto. Era algo
que durante la primera administración de Piñera ya empezaba a aflorar, pero que
a partir del 18 de octubre pasado adquiere mayor velocidad.
Por cierto, no la suficiente y los acuerdos nacionales
promovidos por la derecha, tanto como la presión de la lucha de masas que se
libra en las calles, le ponen el acelerador, aunque sea en diferentes
direcciones. ¿Significa esto que la unidad opositora es imposible o que la
derecha va a sufrir un cisma? No necesariamente. Significa simplemente
que hay que saber distinguir lo inmediato, lo urgente, lo necesario, de lo que
se va a proyectar por décadas, del nuevo Chile que bosteza, sin olvidar ni uno
ni otro.
Entre un neoliberalismo moribundo y este nuevo Chile que
empieza a despertar, hay en todo caso un punto de inflexión que es la nueva
Constitución. En este punto la unidad de la oposición es posible y necesaria y
los esfuerzos del gobierno, encabezados desde las sombras por Chadwick y
compañía, son precisamente para enredar, dificultar y posponer lo más
posible.
En lo inemdiato, las tareas para enfrentar la epidemia y sus
consecuencias. Las oposición tiene propuestas, iniciativas de ley que han sido
sistemáticamente invisibilizadas por la prensa oficialista y su propia
incapacidad y torpeza -entre otras, la de correr a tropezones a acordar con el
gobierno, cosas que las contradicen y las dejan en letra muerta, o la de ir
siempre a la zaga de un pueblo que resiste y se
organiza, gracias casi únicamente a su instinto de clase y la
memoria de décadas de luchas por el pan, la salud y la vivienda- .
Ya llegará el momento de evaluar y será el pueblo quien lo haga. Tanto por la experiencia de la epidemia, como de acuerdo a qué tan justo, tan libre, tan democrático y tan lindo sea el futuro de sus hijos e hijas.