martes, 23 de junio de 2020

No hay peor sordo ni peor ciego

Pieter Brueghel. El Triunfo de la muerte



Otra vez un grupo de científicos escribe una carta a Piñera para advertirle de las devastadoras consecuencias que puede tener la epidemia de coronavirus en el país. Proyectan, en sus cálculos más conservadores, que las muertes podrían elevarse a setenta mil.

El gobierno, hay que reconocerlo, ha sido estrictamente consecuente en hacer caso omiso de las recomendaciones de científicos, salubristas, gremios profesionales y de trabajadores de la salud, en lo que se refiere a su política para enfrrentarla. Resulta asombrosa, por decir lo menos, su tozudez para no hacerlo considerando la indesmentible evidencia de su fracaso para hacerle frente en todos estos meses.

Es como hablar con un muro. Lo único nuevo en su estrategia para enfrentar la peor crisis sanitaria de los últimos setenta años, es haber incrementado el IFE, sus montos, cobertura y extensión, aún con una serie de condiciones y cláusulas que lo mantienen en los límites de una estricta focalización -como recomiendan sus economistas- luego de haberle entregado un machete a los empresarios con su ley de "protección del empleo" por la que ya lo han perdido miles de trabajadores.

Su discurso y también sus esfuerzos se orientan, más bien, a la recuperación del dinamismo de la actividad económica cuando la gente está muriendo o en el mejor de los casos, se ve conminada, literalmente, a escoger entre la bolsa o la vida. 

¿Ceguera? ¿Estulticia? ¿Ignorancia? ¿Arrogancia? De todo un poco quizás, aunque ciertamente, lo más importante en la determinación de sus decisiones sanitarias y en su sordera para escuchar las advertencias de la comunidad científica, las organizaciones sindicales de la salud y partidos de oposición, sea su adhesión dogmática a una radicalizada ideología de clase.

El único sentido posible que ésta le puede dar a la epidemia de coronavirus y las devastadoras consecuencias advertidas por la comunidad científica, es el de una circunstancia desafortunada que no tiene ninguna relación con la totalidad. Como para cualquier ideología, es una especie de maldición inexplicable. 

Prueba de ello son las insólitas declaraciones de Mañalich poco antes de ser defenestrado, diciendo que no sabía de los niveles de hacinamiento y pobreza de algunos sectores de la RM.

Ello, pues esta ideología interpreta la epidemia como una condición ajena a la vida y a lo social y de pasada, le permite a los sectores dominantes de la sociedad, a empresarios, industria de la entretención masiva y magnates tercermunidtas, tranquilizar sus pequeñas buenas conciencias con acciones de caridad y tratando de transformarla en espectáculo televisivo, mientras sea posible. 

Cuando lo que se ha hecho evidente es la desigualdad, la pobreza, la exclusión o en el mejor de los casos, la fragilidad de la vida bajo el sistema neoliberal, lo único que le queda para no alejarse definitivamente de ella es la caridad o apelar a pleonasmos como los que frecuentemente recita el ministro de hacienda para "descubrir" lo evidente y explicarlo sin comprenderlo en realidad. 

La Imposibilidad de convivir en esta sociedad desigual y excluyente que ya se había manifestado en octubre del año pasado como protesta social, hoy en día lo hace como bancarrota total de los valores que organizaron la vida social hasta entonces. Individualismo, competitividad, emprendimiento privado, se han tornado incompatibles no ya sólo con una convivencia democrática sino con la sobrevivencia misma.

Y una vez más, quienes han sostenido el peso de esta crisis, mantenido cierta  consistencia de lo social con los famélicos recursos con que el Estado subsidiario los dota, son los servicios públicos. El sistema sanitario de atención primaria y las escuelas públicas en barrios azotados por la pobreza, el hacinamiento, las necesidades materiales y la violencia, prácticamente abandonados a su suerte. 

Toda la perorata de los ideólogos liberales y conservadores que por estos días abunda en medios escritos y opinología televisiva, es indigente para explicarlo. Es además un ridículo en el que han caído incluso algunos connotados dirigentes de la extinta Concertación de Partidos por la Democracia que hace meses vienen pregonando el "progreso" como si la gente pudiera seguir esperando el prometido chorreo en casuchas, sin ingresos, sin atención oportuna de salud ni alimentación garantizada por varios meses, que es lo que se va a extender la emergencia, de no mediar más chambonadas.  

Este progresismo noventero, no puede pensar ni proponer una solución racional a esta situación pues sus notables razonamientos lógicos no se refieren a la realidad; no dan cuenta de la catástrofe social y humanitaria que azota al país y pospone, como toda ideología, la solución para un porvenir del que muchos tal vez ni siquiera van a ser testigos pues van a estar muertos. 

Así de radical es la situación. La cacareada crisis de confianza de la que habla el periodismo librepensador, es en realidad la crisis de los valores y las promesas liberales que después de treinta años nos colocaron exactamente adonde estamos, no el coronavirus. 

La tozudez, el dogmatismo y la arrogancia del gobierno; su resistencia a escuchar evidencia científica, recomendaciones en materia sanitaria y manejo de la crisis, son en realidad expresión de la defensa de su última línea, de los valores y la cultura que sostienen su concepción de la realidad y fundamentan su política, y que en última instancia, defiende unos intereses de clase evidentes para cualquiera hoy por hoy.

El pueblo va a recuperar la confianza cuando precisamente en esta última línea, la oposición se atreva a dar la batalla definitiva. 




lunes, 15 de junio de 2020

Un acuerdo intrascendente



Pedro Lira, El niño enfermo


Después de dos semanas de tratativas por la prensa, finalmente el gobierno logró un acuerdo con parte de la oposición. Específicamente con los partidos de la extinta Concertación de Partidos por la Democracia. Como todos los acuerdos que entre estos dos bloques presenció nuestra sociedad en los largos y aburridos años noventa, son como el parto de los montes. Mucho escándalo para tan poco y tan tardío.

Si hasta los representantes de RD, quienes habían participado de las negociaciones, comprobaron el escuálido margen que desde un principio tuvo, considerando el monto fijado para financiarlo y que todos los concurrentes y sus auspiciadores habían saludado como demostración de racionalidad y responsabilidad fiscal. Su salida del acuerdo, antes de que se conociera, ya lo demostraba.

Una clásica receta liberal que consiste en la repartición de ayudas extraordinarias. En este caso además llegan con tres meses de retraso, cuando el país ya ostenta el triste record mundial de contagiados y muertos por millón de habitantes. Ciertamente, la foto del acuerdo y el anuncio de incremento de los miserables bonos entregados por el gobierno, lavan sólo un poquito y momentáneamente además, la imagen a su desastrosa gestión.

Los montos destinados a los municipios, quienes han tenido que poner la cara por un Estado fantasmagórico, a todas luces son insuficientes considerando su sideral déficit, el que se ha visto agravado por los gastos en que han debido incurrir para hacer frente a la epidemia, lo mismo que el sistema de salud, situación por lo demás que como hasta el propio Piñera en una de sus típicas alocuciones redundantes e insulsas, reconoce no saber por cuánto tiempo más se extenderá.

Es evidente entonces, aunque muy poco sustentable, que el dichoso acuerdo solamente se hace cargo de paliar en algo el hambre, pero no de garantizar el derecho al trabajo, a la salud ni a una vida digna durante la pandemia. Cuando el hambre golpea tan duro como lo está haciendo ahora, es fácil reivindicar la caridad como si fuera un sucedáneo suficiente de la justicia. Ello, para tranquilizar conciencias y de pasada, salvar momentáneamente cadáveres políticos, como son muchos sin haberse dado por enterados todavía.

El acuerdo, además, agrava las ya de por sí rocambolescas contradicciones y deformidades del pantagruélico sistema neoliberal. Con esa fe de carbonero típica de sus economistas, todavía sostiene como si fuera una idea genial, que a través de las rebajas de impuestos y la ininterrumpida entrega de subsidios estatales, la empresa privada va a ser el motor de una reactivación que, como por una especie de determinismo biológico y sin mediar una acción política, se va a traducir en más empleos, mejores sueldos, progreso y bienestar.

La famosa reactivación entonces, se podría posponer indefinidamente y seguir actuando así, como siempre lo ha hecho el relato liberal del progreso, como una promesa que le permita seguir justificando la penuria y la necesidad de millones en función de un futuro mejor. Así ha sido desde los noventa hasta hoy. Y el acuerdo suscrito entre el gobierno y parte de la oposición estos días, parece presumir que así puede seguir siendo indefinidamente.

Quizás por esa razón, ya emprezaron todos los fósiles de la transición,, como Allamand y Longueia, a plantear la posibilidad de no realizar el plebiscito constitucional. No puede haber una solución definitiva a la dramática situación que vive el país, los trabajadores y trabajadoras, sus familias, sin plantearse el rol del Estado. Todos lo reconocen, excepto la derecha, y por eso el problema constitucional va a seguir estableciendo el límite infranqueable entre esta y la oposición.









miércoles, 10 de junio de 2020

Las paradojas de la epidemia



Oto Dix. Pragerstrasse


Con el devenir de la administración derechista, se ha ido haciendo cada vez más evidente que el neoliberalismo criollo no resiste más parches y que estamos ya en plena transición hacia un nuevo país, una nueva sociedad.

Esto, sin embargo, ha sido disimulado por la emergencia sanitaria provocada por la epidemia de coronavirus.

Paradójicamente, mientras desnuda de la manera más descarnada las grietas del modelo, sus contradicciones e incapacidad para satisfacer las necesidades de la población y del país, la emergencia es aprovechada por la administración derechista para distraer la atención de la opinión pública, de las verdaderas causas de esta situación de vulnerabilidad en que nos ha colocado el neoliberalismo, no el virus. 

Deja en evidencia la enorme desigualdad que cruza a la sociedad, y los intereses de clase que sostiene este modelo.  Para el trabajador, promesas; para el financista y el especulador, certeza, ganancias inmediatas y abundantes. Pero al mismo tiempo, la emergencia sanitaria actúa como un distractor que trata de presentar la desigualdad, la precariedad y el abuso como una tragedia circunstancial producto de la epidemia. 

Haciendo gala de su proverbial sentido de la oportunidad y su capacidad de hacer de la tragedia una excusa para aplicar planes de schok, la derecha ha aprovechado la epidemia de coronavirus como excusa para realizar las transformaciones al modelo neoliberal que adelanten desde ya sus defensas ante los efectos de esta crisis, un escenario tan dramático como el de 1982 o quizás más.

En efecto, los sectores dominantes de la sociedad,  han aprovechado sin ningún tipo de escrúpulo, la coyuntura del coronavirus para sacar adelante -contando eso si con varios votos opositores en el Parlamento- leyes de flexibilización del trabajo, para transferir ingentes recursos a la banca; ir al rescate de las empresas. 

Los suplicantes llamados de urgencia del gobierno a la oposición para alcanzar un acuerdo en materia de reactivación económica usando como pretexto los efectos de la epidemia, dan cuenta de su preocupación y la comprensión de que ésta no es una crisis más. Trabajan afanosamente para lograr un acuerdo que les permita enfrentar los efectos de la crisis del modelo y en lo posible, dar estabilidad y proyección en el largo plazo a todas estas medidas. 

Toda la última semana ha sido el tema principal de la actualidad noticiosa. De que este acuerdo nacional prospere, dependen en gran medida las condiciones en que esta crisis del modelo vaya a a seguir desarrollándose. 

Sin embargo, para la derecha no ha sido posible distraerse del debate principal, que es de la nueva Constitución pues es parte de este -probablemente la más importante además-.

Tal como lo dijo Lagos en alguna ocasión, el debate constitucional va a estar fuertemente determinado por los efectos de la epidemia de coronavirus. Es imposible sustraerse de estos pues demuestran con elocuencia el carácter del contrato social vigente. Un contrato excluyente, desigual y autoritario. Vamos a ver si lo es menos el contrato social, el "acuerdo nacional" que tiene en mente la derecha y para el que ya dieron una primera aprobación algunos sectores opositores. 

Esta situación de transición a una nueva sociedad, reclama de la izquierda una actitud audaz. La construcción de una alternativa independiente expresiva de toda la amplitud del pueblo, que se proyecte más allá de la epidemia y de sus consecuencias más inmediatas. Que perfile ese nuevo Chile que está por nacer, sin sectarismo pero con convicción y firmeza de propósitos.