Ben Shahn. Demonstration. 1933 |
Todos los procesos históricos de cambio social y político, en
el último siglo, han sido protagonizados por las luchas obreras y el movimiento
sindical. El siglo XXI no será diferente.
Las primeras manifestaciones de resistencia al neoliberalismo
global, de hecho, fueron convocadas por los sindicatos en Seattle en 1999 en
contra de la OMC. El rol de los trabajadores en el resurgimiento de la
izquierda en Brasil, del vasto y diverso movimiento que lleva al triunfo del
MAS en Bolivia, la derrota del menemismo en la Argentina y posteriormente de
Macri, son protagonizados en gran parte también por los trabajadores y el
movimiento sindical.
El 2011 en Chile, si bien el movimiento estudiantil y juvenil
juega un rol protagónico, los trabajadores y las organizaciones sindicales
fueron fundamentales en la defensa de las empresas del Estado, de la educación
y la salud públicas; en las articulaciones territoriales que oponen resistencia
a los megaproyectos energéticos que impulsa Piñera en su primer período.
Las movilizaciones contra el sistema de AFP’s, impulsadas por
sindicatos y organizaciones de trabajadores, antecedieron también las
movilizaciones feministas que encuentran en la conmemoración del 8 de marzo del
año 2019 una de sus máximas expresiones y que es, sin duda, el preámbulo de las
masivas movilizaciones que le han sucedido.
El ciclo histórico inaugurado por las protestas de los
secundarios evadiendo el metro, es la continuidad de este proceso, no un
trueno que irrumpe inesperadamente en un cielo despejado, y se va a
prolongar por varias décadas además.
Mientras las cifras de crecimiento económico expresaban el enriquecimiento de unos pocos, llegó un punto en que los bajos salarios no resistieron más endeudamiento como paliativo; el fracaso de las promesas de movilidad social a través de la educación expresado en la cesantía de miles de profesionales jóvenes –además, endeudados de por vida-, tiraron al tacho de la basura el relato de la meritocracia.
Finalmente, la miseria de los ancianos se le apareció a
millones, como una escalofriante amenaza del porvenir que depara a todos
el sistema de pensiones basado en la capitalización individual.
En pocas palabras, la desigualdad que reproduce y profundiza el
neoliberalismo, quedó en evidencia y ni toda la manipulación mediática, ni los
mares de tinta gastados por columnistas y periodistas del sistema pudieron
seguir ocultándola o explicarla sin caer en los galimatías más absurdos e
incomprensibles.
Ello pues dicha desigualdad es la expresión más radical de la
división de la sociedad en clases sociales, clases poseedoras y clases que sólo
tienen para sobrevivir su fuerza de trabajo -incluyendo a amplias capas de los
llamados "sectores medios", compuestas por profesionales, técnicos y
pequeños propietarios cada vez más dependientes del capital o simplemente
barridos por éste.
La desigualdad no es, pues, un resultado inesperado de malas
decisiones o de políticas incorrectas. Es precisamente la expresión de una
sociedad basada en la apropiación privada del producto del trabajo de todes en
beneficio de unos pocos.
La superación del neoliberalismo es ,pues, la superación del
carácter clasista de la sociedad actual y no solamente la corrección de ciertos
"excesos" o externalidades negativas del mercado.
La votación del plebiscito constitucional del 25 de octubre del
año pasado, marca el fin de la Constitución de Pinochet y representa la derrota
más profunda que haya sufrido la derecha chilena en décadas, es cierto. Pero
además, es expresión del desbordamiento social del pacto que en 1989 definió
los contornos del neoliberalismo criollo.
En efecto, el hecho de que se identifique la desigualdad, el
abuso, la exclusión y la discriminación; el autoritarismo y la burocracia con
la Constitución y no con una falla accidental o una condición contingente,
demuestra que chilenos y chilenas ven mucho más que su condición individual y de
que la interpretan correctamente como el resultado de sus relaciones con otros
y otras y que se ven a sí mismos como parte de una totalidad mayor.
Es precisamente a esta necesidad a la que debe responder el sindicalismo en la actualidad. Un sindicalismo que sólo se ve a sí mismo como una línea de defensa de los derechos de trabajadores y trabajadoras, incluso en todos los ámbitos de la vida social y política, pero que pierde de vista que estos se dan en el contexto de unas relaciones sociales y que generalmente están en la relación inversamente proporcional al beneficio y acumulación de riqueza y poder de las clases dominantes de la sociedad, está condenado a la irrelevancia.
Por ello Chile necesita un sindicalismo que incida en el manejo de la pandemia, desafío que sobrepasó política y moralmente al gobierno de Piñera en sus inicios y ante lo cual ya nada le queda por hacer, salvo reconocer su fracaso y entregar la responsabilidad a quienes sí tengan voluntad y política para hacerse cargo de ella en favor de trabajadores y trabajadoras, las familias, los excluidos y no los dueños de fantasilandia.
Un sindicalismo que incida en el proceso constituyente aun sin
representación formal en la Convención. Para eso, sin embargo, se requiere
voluntad, audacia, creatividad, espíritu unitario y menos chovinismo.
La recuperación de la economía después de la pandemia va a determinar el desarrollo de los acontecimientos por décadas. Y esta no será la excepción, va a generar grandes confrontaciones entre quienes van a continuar sosteniendo la prioridad de sus intereses de clase, como los de toda la sociedad. La sentencia majadera de que son los empresarios los que crean riqueza y empleo, repetida hasta el cansancio en los últimos treinta años, se va a expresar ahora además no ya con el tono docto y académico con el que se sostuvo en los noventa.
Es bastante previsible que va a ser la estulticia del fascismo la que la va a sostener y que su falta de argumentos y razones, va a ser reemplazada por violencia física y verbal.
Los desafíos del movimiento de trabajadores; del sindicalismo y las centrales son del tamaño de las necesidades de una sociedad en transformación. Un país nuevo está naciendo y su responsabilidad no es ya solamente la defensa de las fuentes de trabajo y el salario o la seguridad de los trabajadores y trabajadoras, sino la transformación de la sociedad.