miércoles, 27 de marzo de 2019

El problema son los salarios

Honore Daumier. El carro de tercera clase

Una tendencia global indesmentible de los últimos treinta años , es la caída sostenida de la participación de los salarios en el PIB.  Según los estudios disponibles, se produce desde al menos la década de los 80 del siglo pasado.

Las causas, según estos, son el repliegue del Estado en la economía, la concentración empresarial, la financiarización, el cambio tecnológico y la pérdida de poder de negociación de los sindicatos y en los últimos veinte años, la globalización que motiva el movimiento global de los capitales, buscando mejores condiciones para la inversión -entre ellas, mano de obra barata-.

Esto significa que en las últimas décadas el salario real medio ha crecido sistemáticamente por debajo de la productividad y ello en todas las ramas de la actividad económica.

Esta situación ha sido compensada a través del crédito y el crecimiento de los empleos informales, que es la estrategia a la que recurren los trabajadores para enfrentar la pérdida de puestos de trabajo pero que son consideradas como tales por las encuestas que lo miden.

En el marco de un tipo de capitalismo que transforma todo -incluidos derechos sociales como la educaciòn, la salud y la previsiòn social, incluso el agua- en bienes de consumo, la caída de los salarios se acentúa por la  falta de políticas sociales universales del Estado.

Ello, pues los salarios, ya de por si bajos, se hacen todavía mas insuficientes para adquirirlos, transformándose en una de las fuentes principales de la exclusión y la pobreza.

Resulta aparentemente paradójico cuando la ideología dominante sostiene que es el esfuerzo individual la clave para superar la pobreza y acceder a mejores condiciones de desarrollo social y personal.

Esta apariencia de paradoja solamente expresa una de las "aporías" del sistema, que consiste en concebir el desarrollo y el progreso como el resultado de la competencia aunque la desigualdad sea precisamente una de sus condiciones necesarias.

El problema es que además de ser el causante de la pobreza y la exclusión de amplias capas de la población del consumo de bienes y servicios de calidad, esta precariedad de los salarios que obliga a los trabajadores a recurrir al crédito, genera además dependencia y sometimiento de quienes detentan el poder de otorgarlo.

También de los patrones para imponer condiciones aún más precarias, como nuevas rebajas de salarios; jornadas extralargas; flexibilidad en la asignación de funciones, horarios, vacaciones, etc.

Esta tendencia inherente del sistema al emprobrecimiento de los trabajadores y a la precarización de las condiciones laborales, es adocenado por la reivindicación del "espíritu emprendedor" que se expresa en un crecimiento hipertrofiado de la "informalidad", esto es del empleo sin contrato ni leyes sociales que protejan al trabajador en la vejez o en la enfermedad.

Todo ello, por lo general, es embellecido por  la retórica del "esfuerzo" y el "espíritu de superación". Plataformas del tipo Uber, entrega de comida delivery y otros, sólo ocultan esta pobreza, pérdida de derechos y restricciones a la libertad individual y colectiva.

De hecho, es tan así que los mismos defensores del sistema sostienen, por ejemplo, que el problema del sistema previsional -una de las fuentes principales de generación de pobreza- es la informalidad y los largos períodos de cesantía que le impiden a los trabajadores cotizar regularmente en el sistema de capitalización individual.

La solución que proponen ciertamente no es muy creativa pues generalmente ésta consiste en establecer normas aún más flexibles de trabajo, con el pretexto de no encarecer la contratación y así poder mantener la cesantía a raya y tasas que los entusiastas del sistema se han atrevido a catalogar incluso como "pleno empleo".. 

Absurdo. Se trata de un círculo vicioso o lógico que oculta la resistencia del empresariado criollo a renunciar a las pingües ganancias que el sistema les ha garantizado en los últimos treinta años.

Esta característica singular del neoliberalismo como modo de dominación capitalista ha llevado a la concentración de la riqueza más brutal de la que se tenga registro en la historia. Y es tal que inevitablemente se transforma en capital especulativo. 

El capitalismo ya no genera industria; fuentes de trabajo; desarrollo ni bienestar. Todo lo contrario. El neoliberalismo ha hecho evidente que es el principal obstáculo para lograrlo.

Este círculo lógico es simplemente expresión de la ideología dominante y por muy lógica que ésta sea, no necesariamente tiene que ver con la realidad. Solamente expresa interés de clase y es precisamente una herramienta de lucha con la que las clases dominantes cuentan para defender sus intereses. 

La lucha por mejores salarios por lo tanto no es hoy en día sólo la expresión de un economicismo estrecho y corporativo. Es, debe ser, una centralidad en la lucha contra la desigualdad que está en el corazón del sistema y que es el obstáculo principal para desentrabarlo y comenzar una reforma y democratización efectiva de la sociedad. 



martes, 12 de marzo de 2019

Feminismo y cambio social frente al fascismo

Juan Domingo Dávila,  Stupid as a painter. Melboune 1983


El éxito de la convocatoria a las manifestaciones del 8 de marzo este año, ha sido saludado por todo el mundo, incluido el Presidente de la República que días antes llamaba a no marchar. 

No es para menos. Se trata de la asistencia mas masiva a una manifestación en todo lo que va desde el fin de la dictadura militar hasta el día de hoy.

Unas cuatrocientas mil personas marchando por la Alameda de Santiago y unas ochocientas mil sumando las que lo hicieron en capitales  regionales y ciudades importantes a lo largo de todo el país. 

Se la ve como un hecho extraordinario; como la irrupción de algo inesperado. También -los más autocomplacientes- como una expresión de la modernización de nuestra sociedad o también, como un movimiento de clase media que no cuestiona realmente las bases del modelo. 

Ello, pues efectos del sistema como la discriminación, el abuso y el maltrato; la vulneración de los derechos de la mujer, al respeto, a la autonomía, a la igualdad; a la seguridad para vivir, trabajar y decidir sobre su cuerpo y sus emociones, exacerbados por la mercantilización de la vida social y la cultura, son  invisibles para los liberales y los conservadores que han hegemonizado el régimen político desde el retorno de la democracia.

Por eso su reacción es de perplejidad cuando no de un oportunismo supino.

Pero esa invisibilizaciòn, ese velo ideológico que disimula el malestar social y sus causas más profundas,actúa también sobre los discriminados y discriminadas, los excluidos y explotados del sistema. 

Los hace ver su movilización y sus reivindicaciones como particularidades, como luchas dispersas y pequeñas, independientes unas de otras, en el mejor de los casos coordinables.

El machismo, que es una expresión más del conservadurismo dominante de nuestra cultura y que garantiza el interés particular por sobre el interés social, oculta precisamente esta relación entre la lucha feminista y la lucha por el cambio radical del modelo.

Pero también la relación intrínseca de todas las luchas y reivindicaciones por una vida libre de toda clase de sometimiento, discriminación y explotación. 

Ciertamente también el racismo, la xenofobia, la homo y la transfobia cumplen este papel ideológico de ocultar la relación de los excluidos y su común interés por la transformación social y política.

Son ideologías que transforman la diferencia en una cosa; un conjunto de singularidades, en el mejor de los casos, tolerables u objeto de compasión y en sus versiones más reaccionarias de vigilancia, control y represión. 

Es esa la forma en que los sectores dominantes han resuelto su forma de convivir con la diferencia, tendiendo inevitablemente hacia el fascismo. 

Es cosa de ver los acontecimientos recientes de Brasil, desde el asesinato de Marielle Franco a las primeras medidas de la administración de Bolsonaro; o la situación de la población latina y afrodescendiente en los EEUU tras la asunción de Trump.

La dispersión de las luchas de todos los excluidos y marginados; la naturalización y la atribución de una presunta exclusividad a cada manifestación de la ideología dominante como si fuera la más auténtica, sólo le facilitan la tarea y reproducen las mismas condiciones de exclusión, dominación y abuso que combaten. 












jueves, 7 de marzo de 2019

Lo que deja venezuela


David Alfaro Siqueiros. Muerte al invasor

El intento de golpe de estado en Venezuela y la posibilidad de una intervención militar de los Estados Unidos en ese país, es parte de una trama caracterizada por la ofensiva y la recuperación de las fuerzas de derecha del continente.

El que no se hicieran efectivas, afortunadamente, demuestra que no es una historia ya escrita y con un triunfo de la reacción como desenlace fatal. Sin embargo, eso no significa que no pueda ocurrir.

¿De qué depende? Primero y sobre todo, de la agresividad, la codicia y ambición política del gobierno de los Estados Unidos.

Ya lo han demostrado en todas sus intervenciones militares anteriores. Que todas sus mentiras ni siquiera sean consideradas como una posibilidad razonable por el resto de los gobiernos del mundo –exceptuando a sus títeres y secundones-, y que queden en evidencia después de haber arrasado países y pueblos enteros, como fue en Afganistán e Irak o Siria recientemente, no ha sido obstáculo para realizarlas.

Sus derrotas en el frente político y diplomático no hacen otra cosa que exacerbar sus tendencias fascistoides. Obvio, cuando no hay argumentos racionales, ni fundamentos jurídicos o razones morales, la fuerza se impone como un puro hecho que ni siquiera necesita explicación.

Pero además, la posibilidad de que haya golpes de estado o una intervención militar en América del Sur, depende de lo que haga el campo de los demócratas, las organizaciones sociales y la izquierda del continente.

Lamentablemente, su respuesta –salvo honrosas excepciones- ha sido tibia. Es cosa de leer las declaraciones de importantes dirigentes de  partidos socialdemócratas de Chile, como el PPD, algunos de los que conforman el FA o el PS, para comprobarlo. 

Ni una sola condena a la política belicista ni a la injerencia de los Estados Unidos en los asuntos latinoamericanos, salvo las que van precedidas de una larga explicación tendiente a comprobar que no por eso se es aliado de la “dictadura” de Maduro o consideraciones acerca de los principios de la diplomacia de una dudosa objetividad.

Afortunadamente, líderes como AMLO, Gustavo Petro o Tabaré Vázquez, han puesto una cuota importante de decencia en el debate y especialmente, han intervenido de una manera que ha aportado a la resistencia a las políticas injerencistas de los “halcones” de Washington.

Precisamente, porque se han involucrado en la contradicción principal que estremece al continente, que es la que hay entre la democracia y el sometimiento de nuestros países a intereses extranjeros, entre la soberanía y el imperialismo, en lugar de entretenerse en juegos de palabras y elucubraciones teóricas. 

Y en ese fárrago doctrinario que combina presuntos principios morales con teorìas sobre la globalizaciòn y el reacomodo del orden mundial, se olvida lo esencial, que es la confrontaciòn entre las clases sociales y el papel principal que el imperialismo -palabra aparentemente pasada de moda pero que en las ùltimas semanas ha recuperado incluso legitimidad acadèmica- tiene en ella. 

Ni siquiera hay que ser de izquierda para comprenderlo y asumirlo. Las tendencias latinoamericanistas, populistas y reformistas de todo el continente durante el siglo XX lo hicieron muy bien. 

Y probablemente, podrìamos decir que el diálogo con el marxismo, expresado en la unidad de fuerzas de izquierda diversas -leninistas, trotskystas, indigenistas, del sindicalismo, el movimiento campesino y en la década del ochenta, incluyendo a cristianos, movimientos barriales y poblacionales en todo el continente, demuestra que es la clave de su comprensión y la realización práctica de una política autènticamente democrática y progresista.