jueves, 29 de mayo de 2025

Entre un Chile que muere y otro Chile que bosteza


Diego Rivera. El hombre controlador del universo. 1934


Si no fuera por los estrambóticos anuncios y propuestas de Kaiser y Kast, la previa de las elecciones presidenciales sería de un aburrimiento supino. Uno que no surge de un consenso sobre las normas de covivencia social, sino sobre la incapacidad de reflexionar acerca de éstas y de hacer propuestas que vayan más allá de las actualmente vigentes. 

Excepto la chimuchina que gira en torno a acontecimientos de la coyuntura, que son las que genera una prensa venal enredada en unas extrañas relaciones con la fiscalía que se ha transformado -como ha ocurrido en toda América Latina- en un instrumento al servicio de los poderes constituidos en los últimos treinta años, las noticias son para bostezar. 

La persecusión judicial en contra del ex alcalde de Recoleta, Daniel Jadue, así como el caso Sierra Bella, caso inventado para afectar a la alcaldesa comunista Iraci Hassler, por el que allanan la casa de la diputada de la República Karol Cariola e intentan invoucrar al del FA Gonzalo Winter, parecieran ser lo único a que referirse en el debate público. 

Ahora, el abuso de funcionarios públicos con las licencias médicas, lo que por cierto es indignante y motivo para medidas administrativas y penales cuando corresponda. 

Pero excepto la clásica letanía de reducir el tamaño del Estado, lo que con entusiasmo promueve la derecha -del tipo motosierra o tijeras de podar-, nada. No hay un debate acerca del carácter del Estado, de sus funciones y estructura. Aparentemente, después del rechazo a la propuesta de la Convención Constitucional, todos dan por hecho que no hay nada más que decir al respecto o a lo menos no públicamente ni como motivo para disputar la dirección del gobierno y el poder legislativo. 

En el Parlamento, se discute con la misma modorra una reforma del sistema político que no entusiasma a nadie excepto a los incumbentes -ni siquiera a todos- y al empresariado nacional, ansioso por recuperar la estabilidad aparente que predominó en el pasado y que su avaricia y afán de lucro desenfrenado, desenmascaró como la apariencia que es, tirándola al tacho de la basura de la historia. 

Evelyn Matthei, en este sentido, es la candidata de la nostalgia. Lucía Santa Cruz, historiadora y escritora del CEP, ha planteado que una segunda vuelta entre ella y Carolina Tohá sería ideal. Lamentablemente para ellas, ni la Concertación existe, a no ser como una exigua e inconfesable añoranza, ni la derecha de los consensos es muy funcional actualmente, a la hora de aplicar los planes de ajuste brutal que aquellos esperan -como los de Trump y Milei- y necesitan para recuperar las tasas de ganancia obtenidas por un neoliberalismo pujante en la época de oro de la globalización. 

Todo lo contrario. La globalización retrocede en la misma medida que ha resultado incapaz de evitar las recesiones propias de los ciclos descubiertos por la ciencia económica y cumplir su promesa de una era de crecimiento y bienestar permanente e ilimitado garantizada por el mercado. Todo lo contrario, está en su origen. Es la razón por la cual no les queda más remedio que volver atrás y profundizar las razones de su inviabilidad; un capitalismo depredador con la naturaleza, despiadado a la hora de explotar la mano de obra y en el que el Estado no tiene mucho más que hacer que ocuparse de la represión, la seguridad y la administración de justicia.  

Modelo que para ser realizable, debe modelar sociedades más homogéneas social, cultural, racial y nacionalmente. Quimera que niega la historia y el conflicto social precisamente, expresándose en discursos de odio hacia todo lo que lo niega: sindicatos, migrantes;  pueblos indígenas y divergencias sexogenéricas. Ello parece un discurso tan inculto como para no ser tomado en serio y que, sin embargo, ha logrado encantar y movilizar a grandes masas en Argentina, Brasil, los Estados Unidos y en Europa y que seduce también a la derecha tradicional en Chile cuando las demandas por democracia y justicia social apremian. 

Sacar de esta somnolencia a nuestra sociedad es la posibilidad que la coyuntura ofrece. La reacción la aprovecha para hacer tolerable a la misma sociedad su repertorio de ajuste y represión. La izquierda, por el contrario, para negar las condiciones que usan como pretexto para imponerlas como si fueran lo único posible y proponerse la construcción de una nueva sociedad. 

martes, 20 de mayo de 2025

El futuro se define en la primaria oficialista



El Bosco. Las tentaciones de San Antonio. 1501

Las fuerzas democráticas van a asistir a una primaria única para definir el candidato o candidata que va a enfrentar en noviembre a la reacción. Son las que hace más de treinta años lucharon contra Pinochet; las que denunciaron las violaciones a los Derechos Humanos mientras otros se hacían los tontos y se enriquecían en las empresas  privadas favorecidas por la dictadura con subsidios, transferencias de recursos; compra de servicios y tercerización de funciones o tenían responsabilidades en ministerios; municipios y empresas del Estado. 

Dicha elección presidencial no es una confrontación electoral más. Se trata de un combate por la defensa de la democracia y el derecho de la sociedad a definir sus destinos sin la tutela de una autoridad  que pretende hablar por ella y pontificar acerca de lo que le conviene desde el púlpito; la comodidad de sus oficinas en Vitacura; los pasillos de fundaciones pro-familia y centros de estudio; y grandes empresas que esperan apropiarse nuevamente de riquezas básicas; contratos con el Estado y privatizaciones. Los que van por los sindicatos; las minorías sexuales y la población transgénero; por los pobres; los que quieren profundizar el despojo del pueblo mapuche y la tierra, expulsar a los inmigrantes y llenar las cárceles con todos ellos. 

No es una exageración ni una profecía catastrofista; ya Trump lo está haciendo, lo mismo que Milei en Argentina. La elección de noviembre no es una competencia entre demócratas. Es una disputa entre la democracia y el fascismo. 

En la primaria oficialista se debaten las formas de hacerlo y las ideas que van a derrotarlo para comenzar a superar las condiciones de desigualdad, exclusión y autoritarismo que permiten su reproducción. El fascismo es como un parásito que se alimenta de estas hasta coparla, monopolizar sus instituciones, medios, y hasta las conciencias de masas, que como a mediados del siglo XX, aplauden discriminación, persecución, confinamiento forzado y exterminio mientras afectan a otros y hasta que le llega el turno de sufrirlo en carne propia. 

Ya los candidatos de Apruebo Dignidad y Socialismo Democrático y sus comandos, han señalado sus diferencias de cara al país, mientras la derecha, desde Matthei a Kaiser, oculta sus verdaderas intenciones tras un grupo de consignas facilonas y de anuncios tan rimbombantes como vacíos e irrealizables. Pura demagogia. 

En la primaria oficialista, en cambio, se debaten con la honestidad y la legitimidad que les da haber luchado siempre por la democracia y la defensa de los Derechos Humanos, ideas, proyectos de país. La continuidad de reformas democratizadoras y de justicia social que impulsadas por gobiernos de distinto signo político, se vieron interpeladas por la protesta social y el empuje de masas de jóvenes, estudiantes, mujeres, pueblos originarios, trabajadores y trabajadoras que luchaban por mejores salarios, derechos a la educación, la vivienda y una previsión justa; salud oportuna y de calidad; respeto por el medioambiente y participación; contra las "cocinas" y los arreglines que escamotearon en más de una oportunidad la voluntad popular para reemplazarla por la prédica de los "técnicos".

Aspiraciones que, sintetizadas en la demanda por una nueva Constitución, se mantienen vigentes y que la derecha pretende resolver aplicando las mismas recetas que les dieron origen: privatización, flexibilidad laboral y sobreexplotación; depredación del medioambiente, consumismo y endeudamiento. Ahora, condimentado con aumento del control y la represión hacia los jóvenes y especialmente, de la juventud popular; las organizaciones sociales y de trabajadores  y usando -con el sadismo que ha caracterizado las administraciones de Trump y Milei-a los más vulnerables como chivo expiatorio: la población migrante y las divergencias sexogenéricas, persiguiéndolas, encerrándolas en campos de concentración y realizando deportaciones ilegales y arbitarias.  

La primaria oficialista no es por consiguiente el cumplimiento de un mero formalismo ni de una obligación legal; un acto "republicano" acartonado o de civismo superficial. 

Es la oportunidad para recuperar su conexión con las demandas del pueblo y las tendencias históricas y sociales que provienen de las profundas grietas que el sistema neoliberal ha abierto en las entrañas de nuestra sociedad expresadas en desigualdad, exclusión, abusos, inseguridad y sensación de vulnerabilidad frente a la violencia -tanto la mafiosa como la institucional-. Estas se han manifestado a lo largo de los últimos treinta años más de una vez. En las luchas por verdad, memoria, justicia y reparación frente a las violaciones a los DDHH; las luchas del magisterio por el pago de la deuda histórica y la educación pública y los trabajadores y trabajadoras del Estado por la defenza de la función pública y los del cobre por la defensa de CODELCO. El 2006; el 2011; el 2019, y lo seguirá haciendo mientras no haya cambios de fondo de las condiciones que las originan. 

Por eso, las ideas que se debaten, las que están en juego el 29 de junio, no son solamente respecto de cuestiones técnicas o de procedimiento. Son la expresión de una moral que superará, que debiera hacerlo, la del individualismo; la codicia y el pituto. Los demócratas no vamos a discutir en la primaria qué tanto Estado ni qué tanto mercado necesita nuestra sociedad -como lo ha planteado recientemente Alvaro García, del comando de Carolina Tohá, de una forma por demás simplista- sino para qué los queremos. No qué tan de centro o qué tan de izquierda es el programa que le vamos a proponer al país en noviembre, sino qué contenidos va a tener. 

No si es más "responsable" o si es más "utopista" sino si va a ser un programa de ruptura con el orden neoliberal vigente y las condiciones que han facilitado la irrupción de las fuerzas destructivas que amenazan a la democracia en la actualidad; si va a insistir en la vieja canción de los acuerdos o en las reformas estructurales a favor del pueblo y el medioambiente. 

Candidatos, candidatas, partidos y comandos son instrumentos puestos al servicio de este debate. Es el pueblo excluido, la gente de a pie, la que debiera protagonizarlo y hacer de esta un triunfo que se proyecte en noviembre para propínarle una derrota estratégica y definitiva a la derecha y que logre detener al fascismo en nuestro país. 



lunes, 12 de mayo de 2025

No dormirse en los laureles


Carlos Maturana, Bororo. El calefont. 1985


Afortunadamente, el sentido de realidad y las necesidades del pueblo se han ido imponiendo- más lentamente de lo deseable, en todo caso- de modo que todos los sectores democráticos tienden a agruparse en torno a la primaria oficialista. Los chovinismos de partido y las ambiciones personales han ido cediendo espacio al razonamiento frío y sencillo de que la suerte de todos está atada y que un triunfo derechista en las elecciones de noviembre, significa un retroceso para la democracia y el pueblo.  

A regañadientes, hasta los más escépticos han tenido que reconocer que el significado de la coyuntura histórica a la que ha llevado a la humanidad el neoliberalismo, no sólo en Chile sino en todo el mundo, es extremadamente delicada.  Por la catástrofe ambiental a la que se enfrenta; por la posibilidad de una tercera guerra; los riesgos de una tecnología que se autonomiza del control del ser humano como factor del crecimiento económico; las pandemias; la recesión, con sus consecuencias de desempleo masivo y hambre para cada vez más extensas legiones de seres humanos. 

La derecha se fagocita a sí misma en una guerra desatada entre sus diferentes facciones –de Chile Vamos a Republicanos, libertarios y socialcristianos, de Matthei a Kaiser-, cada cual más reaccionaria y violenta. Pero ojo, es característico de su naturaleza hacerlo, como parte de la inercia propia del sistema que consiste en desatar fuerzas cada vez más destructivas como condición de su regeneración permanente. Destrucción de fuerzas productivas y riquezas acumuladas para crear otras nuevas sin importar su costo social expresado en desempleo, aumento de la pobreza, obsolescencia prematura de adelantos tecnológicos que producen basura y aumento de la contaminación, entre otros.

Esa tendencia inherente del sistema, se manifiesta en la irrupción de la ultraderecha y un fascismo remasterizado, que empuja cada vez más a la derecha tradicional a posiciones morales fundamentalistas y clasistas que incluyen su desprecio por el trabajo y los trabajadores; su rechazo por el pueblo mapuche; codicia y avaricia presentadas en un envoltorio pseudocientífico que pretende legitimar como motivaciones del desarrollo económico. Ello, sin embargo, no sin resistencias, debates y contradicciones que la desorganizan y la hacen presentar ese aspecto zigzagueante, oportunista y tan débil que lo más probable es que finalmente sucumba ante ella.

La suerte no está echada ni mucho menos. Ni siquiera un triunfo electoral de las fuerzas progresistas en noviembre va a detenerla sino sólo si dicho triunfo significa una transformación de las mismas condiciones que han hecho posible su normalización. Es la construcción de una nueva sociedad; de unas relaciones de los seres humanos entre sí y de estos con la naturaleza lo único que podría evitarlo. Relaciones basadas en el reconocimiento del trabajo como fuente de riqueza, bienestar y realización; de la diferencia como fundamento de la identidad de nuestras sociedades; de la democracia y la participación como la forma legítima de resolver las diferencias y de tomar las decisiones que a todos y todas nos afectan.

En pocas palabras, del cambio social. Este debiera expresarse en una representación que diera cuenta de los sectores sociales interesados en dicho cambio  pues su posición subordinada en las relaciones entre las clases, movimientos sociales y de estos con el Estado, los coloca en una situación de vulnerabilidad y exclusión que no es circunstancial sino esencial al neoliberalismo. Asimismo en la unidad de los partidos y movimientos de izquierda comprometidos con impulsarlo.  Movimientos sociales y de masas y no números ordenados y presentados en encuestas para la ocasión sino sujetos sociales y políticos.

No es momento de sacar cuentas alegres sino de prepararse para una larga y dura batalla que va a requerir movilización de masas, unidad de la izquierda y mantener en alto la crítica frente a la autocomplacencia y el falso optimismo que sólo oculta una conformidad conservadora con el mediocre orden de cosas actual.

 


viernes, 2 de mayo de 2025

Socialismo o barbarie

Georg Baselitz. Das letzte Selbsbildnis I. 1982


Todo lo que chilenos y chilenas conocían o a lo que estaban acostumbrados, se deshace ante sus ojos en medio de un ambiente de indiferencia o tedio que oculta una desesperanza en apariencia definitiva; una conformidad más o menos conservadora, más o menos rebelde a veces. 

Predomina una atmósfera cultural de incertidumbre extendida que ni siquiera inspira proyectos de cambio, movimientos de masas, literatura o pensamiento progresistas y que, en cambio, es colmada por los medios de información y las redes sociales dominadas por noticias falsas, difamaciones, un mar de opiniones políticas difícil, si no imposibles, de conocer y ponderar y un hedonismo chabacano y superficial. 

Semejante estado de ánimo fue el caldo de cultivo apropiado para el surgimiento del fascismo a mediados del siglo XX. Lo contrario de la idea progresista que inspiró nobles anhelos de igualdad, libertad, democracia y respeto por los Derechos Humanos y a los movimientos políticos que los han encarnado, tanto en sus versiones clasistas como socialcristianas y socialdemócratas. 

Esto es lo que define culturalmente a la sociedad actual. No es el resultado del ataque de fuerzas malvadas que provienen desde su exterior, o el producto de los delirios de fanáticos, reaccionarios extravagantes, ultraconservadores nostálgicos de valores y formas de vida premodernas ni de teorías conspiranoides. 

Estos surgen de las mismas entrañas de la sociedad neoliberal que vive de un individualismo desenfrenado que incluye una tolerancia más o menos cómplice con la desigualdad, la exclusión, el abuso -con el ser humano y con la naturaleza- y la prepotencia que de naturalizadas que están, se transformaron en sentido común explotado, luego, por demagogos utraderechistas, la industria de la entreteción masiva y sectores que promueven una agenda moral fundamentalista que son sus aliados inseparables. Lo mismo que negociantes del escapismo enajenado de filosofías new age que nada aportan en su comprensión ni en su superación. 

Así surgen personajes tan bizarros como Trump, Bolsonaro, Kaiser o Milei; o nostálgicos del franquismo o de Mussolini en Europa. Estos no representan una anomalía de las sociedades neoliberales sino el producto final de su destilación. 

Es lo que pone a nuestras sociedades justo en el límite respecto del cual no le queda más que retroceder o transformarse en su opuesto, esto es, la recuperación de aquellos valores que las podrían salvar de los desastrosos efectos que ha producido, como la contaminación ambiental; la guerra; el desplazamiento de millones de seres humanos; limpiezas étnicas; aumento de la pobreza; pérdida de libertad y autonomía social e individual. 

El vaciamiento de aquellos valores de la experiencia concreta de los seres humanos en sus trabajos, en sus barrios, en su relación con la naturaleza, reemplazada por un vago ethos que los espiritualizó hasta hacerlos no tener nada que ver con sus vidas, terminó empobreciéndola hasta hacer de ella el repositorio de chartalanería, escapismo enajenado, esoterismo, consumo desenfrenado y violencia, tanto la delictual y mafiosa como la institucional. 

Es por lo tanto el momento en que enfrentar al fascismo y detenerlo, pasa por llenarla de contenido histórico concreto, no puras consignas y buenos deseos. Hacer de lo público no el rincón de los excluidos que no pueden desarrollar sus proyectos de vida libremente por supuestas desventajas materiales o culturales, sino el de libertad social que un republicanismo formal omite en beneficio de unos derechos políticos y civiles que no alcanzan a dar cuenta de ellos. Del trabajo, una garantía de libertad y posibilidad de desarrollarlos, lo que pasa por devolver poder de negociación a los sindicatos y mejorar los salarios, que es la manera más apropiada para redistribuir la riqueza. 

No son meras reivindiaciones. De hecho, convertirlas en eso es la manera más eficiente de hacerlas inocuas. Son la materialización concreta de la nueva sociedad  a la que el progresismo históricamente ha aspirado y la forma más efectiva de detener al fascismo para empezar a construirla.