Francisco Goya. Disparate N°13 Modo de volar. 1824 |
El caso del padre del presidente de la UDI, Eduardo Macaya
Zentilli, le ha puesto a la coyuntura política el condimento sórdido típico de
aquellas en que está involucrada esa clase de oligarquía corrupta y abusadora
que ha gobernado Latinoamérica por siglos. El caso, en efecto, se parece a la
trama de una novela de Vargas Llosa. En ella se mezclan acontecimientos
policiales y procesos judiciales con las tratativas, ya de por sí bastante
tóxicas, que la derecha llevaba a cabo en su negociación para la lista a las
elecciones municipales, de gobernadores e incluso presidencial.
Lamentablemente, un augurio de las formas culturales y los
valores que encarna su concepción política y de la sociedad y que podrían
llegar a hacerse del poder en Chile, por las que un presidente de partido y
senador se cree con el derecho y las atribuciones para comentar procesos
judiciales; es respaldado por su partido y tolerado por opinólogos y
periodistas venales que aprovechan la oportunidad para compararlo con el
presidio y defenestración del que es víctima Daniel Jadue, el único alcalde que
ha osado enfrentarse a las inmobiliarias, las empresas de distribución
eléctrica, las grandes cadenas de farmacias, acercado la cultura y la educación
a sus vecinos saltándose las trabas que le impone el mercado para hacerlo.
La afectación de la que pudiera ser objeto la candidatura de
Evelyn Matthei, que se demoró varios días para tomar prudente distancia del
presidente de su partido y de las posibilidades de éste en la elección
municipal, parece haber sido el catalizador, según lo sugiere incluso El Mercurio
con su clásico cinismo, para que Macaya diera un paso al costado. Sus aliados
de RN, EVOPOLI, Amarillos y Demócratas, sin embargo, se tomaron también su
tiempo para reaccionar. Pocos días antes, estaban con Macaya y su directiva
enfrascados en medio de tensas negociaciones para definir a sus candidatos,
incluyendo al partido fascista de Republicanos.
Sospechoso, por decir lo menos. Probablemente, el episodio
va a ser cubierto con un manto de silencio y de sombras por esa razón. Ello,
porque indigna una vez más a la sociedad, al pueblo y al ciudadano de a pie, la
impunidad de la que han gozado hasta ahora los abusos. También, los privilegios
de los que gozan algunos, mientras a la gran mayoría se le niega incluso lo
mínimo para vivir con dignidad. La promiscuidad de las relaciones entre un
sector del poder político ocupado por la reacción y los grupos económicos y la
justicia, lo que incluso ha limitado por décadas las posibilidades de
transformación social, económica, institucional y cultural.
La derecha, y especialmente su vástago neofascista, gracias
a la naturalización positivista de las condiciones económicas, políticas y
culturales del capitalismo neoliberal, ha ganado espacios en las sociedades
occidentales, impensables hasta hace
poco, considerando el reconocimiento universal acerca de sus atrocidades; la
brutalidad de los valores que lo inspiran y la progresiva ampliación de la
consciencia de los Derechos Humanos y su consolidación como base de la
convivencia democrática.
Es de esperar que este sórdido episodio no sea el augurio de
lo que a nuestra sociedad le espera. La adaptación de nuestras sociedades a las
formas culturales del neoliberalismo, incluyendo las más chabacanas y
truculentas -como las que son expuestas por el caso Macaya- no sean tan
profundas como para tener que lamentar su enseñoreamiento en el futuro. Se
trata de una batalla política por la defensa de la democracia y los Derechos
Humanos. Por la dignidad de la persona, la igualdad y la justicia social. Una
batalla cultural y por los valores que deben inspirar nuestra convivencia como
sociedad. Motivar no solamente una unidad instrumental sino una auténtica
voluntad de cambios que movilice a la opinión pública; las organizaciones
sindicales, juveniles, de ambientalistas y de género es la tarea.
El malestar social es apenas enmascarado por la paciencia
del pueblo. Esta, sin embargo, no es un cheque en blanco. La unidad de la
izquierda y los demócratas, por lo tanto, debe darle forma, una esperanza por
la que valga la pena movilizarse y detener a la derecha no para seguir
conviviendo con los abusadores, los prepotentes; los que excluyen y discriminan
por clase, etnia, género u orientación sexual, sino para eliminarlos para
siempre de la convivencia social a pesar de que el neoliberalismo los haya ha
naturalizado en las últimas décadas.