viernes, 28 de febrero de 2020

Acuerdo Nacional y levantamiento

Francisco Goya. Los desastres de la guerra, Placa 11 "Ni por essas"




A la DC y a la Socialdemocracia les pasa que cada vez que las cosas se ponen difíciles y hay que adoptar posiciones de abierta confrontación con los sectores dominantes de la sociedad,  tienen involuciones reaccionarias que contradicen de una manera incomprensible sus posiciones reformistas, transformadoras y democráticas.  

A lo largo de toda su historia, tanto la DC como el PR y ahora también, el PS y todas sus derivaciones, hacen coro para competir por ver quién es más conservador, más mesurado para referirse a las transformaciones que el país discute en la actualidad -nada menos que cambiar la actual Constitución- y más entusiasta y radical para condenar a quienes se movilizan por ellos. 

No han escatimado audacia para falsificar la historia política del país en los últimos cincuenta años y especialmente, los treinta que nos separan del fin de la dictadura de Pinochet.

Unos con menos pudor que otros, prefieren incluso dialogar y llegar a acuerdos con los mismos responsables de tanta tragedia, de tanta injusticia y hoy en día, de las flagrantes violaciones a los DDHH cometidas en estos meses de levantamiento popular. 

Parecen no darse por enterados de que ningún acuerdo con los mismos que se han visto beneficiados por un modelo que ha condenado a la exclusión y la pobreza a miles y millones de compatriotas, es imposible, a menos que sea uno que termine de una vez por todas con las condiciones que, precisamente, les han granjeado influencias, privilegios y poder.

En eso consiste precisamente la lucha de clases, frase que a algunos les provoca arcadas. 

Una reacción irracional, sentimental, incluso física, que en el caso de gente con educación, es embellecida con argumentos filosóficos, morales, históricos y políticos que sirve de soporte a posiciones reaccionarias, funcionales a las políticas derechistas, al autoritarsmo, a la exclusión, el clasismo y finalmente a la represión.

Argumentos que ignoran, igual que lo hace el fascista o el lumpen, los crímenes perpetrados estos días y que prefieren buscar a un tercero a quien hacer objeto de su ira o su insatisfacción.

Los que hoy protestan todos los días en la Plaza Italia; que destruyen los portales de cobro de las carreteras que les impiden entrar y salir de sus barrios sin antes pagar decenas de miles de pesos todos los meses; o viajan en el transporte público evadiendo para poder llegar a un trabajo por el que perciben un salario miserable; que marchan, tocan cacerolas y que en muchos casos son los que están en la primera línea, como Mauricio Fredes, son a quienes se debe el progresismo. 

Esa reacción irracional frente a los desafíos que la historia coloca por delante y su consecuente sublimación en discursos pseudorracionales -filosóficos, políticos y morales- sólo expresa el miedo a lo diferente y especialmente, el miedo al pobre, al que lucha por cambios de fondo; al que lucha por una nueva vida, aun cuando incluso se viera beneficiado por ella.

Por el contrario, cuando a la irracionalidad, al miedo, le ha ganado la razón, el  optimismo, la confianza en el pueblo, tuvimos la CORFO, el Estado Docente, la reforma agraria y la ley de JJVV, la nacionalización del cobre y el medio litro de leche. 

La situación histórica lo amerita. 

miércoles, 5 de febrero de 2020

La caída del gobierno y la responsabilidad de la izquierda


Honore Daumier. El levantamiento


El gobierno plutocrático de Sebastián Piñera viene cayendo en las encuestas sistemáticamente, a lo menos desde octubre del año pasado. No hay, no ha habido, ninguna circunstancia que lo detenga. No sólo el Presidente de la República es el peor evaluado, el más impopular y rechazado de todos desde Pinochet.

También su gabinete y sus políticas, las que el pueblo interpreta, correctamente, como variaciones de una misma receta basada en la sobreexplotación de los trabajadores y el medioambiente y en el favor y las concesiones más descarados e impúdicos al empresariado, para lo cual resulta indispensable la limitación de las libertades políticas y los derechos económicos, sociales y culturales de la mayoría de la sociedad.

El gobierno actual simplemente no tiene ninguna legitimidad, excepto la de haber ganado las anteriores elecciones presidenciales, cuestión que es una mera formalidad, dada su incapacidad de gobernar con el consenso de la sociedad. 

En esas condiciones, el único recurso que le queda es la represión más brutal. Miles de detenidos; decenas de muertos, centenas de desaparecidos, mutilados y torturados es el trágico saldo de esta política.

Resulta inexplicable que un gobierno con menos de cinco por ciento de aprobación ciudadana y responsable de brutales violaciones a los DDHH descritas en sendos informes de organismos internacionales, siga haciéndose cargo de la administración de los asuntos del Estado. 

En los hechos, actúa como un "régimen", sólo que en este caso, no lo hace a través de puros decretos y medidas administrativas.

Lo extraño es, precisamente, que  pese a todo lo anterior, la oposición le haya aprobado en el Parlamento varias joyitas, como las leyes represivas y que castigan la protesta social, la reforma tributaria y momentáneamente la del sistema de pensiones. 

En efecto, un Parlamento de mayoría opositora –a lo menos, formalmente y salvo honrosas excepciones- actúa de un modo incompensiblemente sumiso, cuando no obsecuente, frente a un gobierno hundido en el marasmo y que como algunos parlamentarios han planteado, se acabó. 

No tiene legitimidad social y su política no es otra cosa que un refrito de recetas neoliberales que han demostrado no sólo su impopularidad sino su fracaso estrepitoso. 

No es de extrañar, pues, que sea el Poder del Estado peor evaluado, incluso más que el propio Presidente de la República, el que ya que ostenta un ridículo guarismo. 

¿Qué legitimidad pueden tener entonces leyes y políticas resueltas por autoridades tan impopulares y que parecen ser los únicos que no lo reconocen?

Es la esquizofrenia misma. Un pueblo alzado y que no afloja. Que va por todo, seguramente porque es todo lo que le han arrebatado, un gobierno ilegítimo, una máscara, y un Parlamento que ha actuado todo este tiempo como salvavidas de una administración que hace rato naufragó.

¿Quién se hace cargo de esta sopa? Lo que, a primera vista, parece incomprensible sólo puede explicarse porque lo que en este momento se ha puesto a la orden del día, es el proyecto de país para los próximos cincuenta años. El plebiscito de abril, contra todo lo que intentan la derecha y los pusilánimes que esperan que todo vuelva a "la normalidad", es precisamente lo que consulta.

Va a inaugurar una nueva situación histórica en la que las contradicciones más fundamentales se van a hacer evidentes.

Modelos de desarrollo que expresan intereses de clase que pujan por reemplazar la dirección actual de la sociedad y que en los últimos treinta años la llevó hasta este punto donde la desigualdad y la precarización de la vida se hicieron intolerables para la mayoría mientras unos pocos viven en un lujo asiático, teniendo como complemento una institucionalidad política ilegítina precisamente porque sólo ha servido para perpetuarlas.  

Por esta razón, la izquierda tiene la responsabilidad de señalar una alternativa a la mojigatería de sectores del centro político, enredado en sus acuerdos con la derecha e incomprensiblemente seducido aún por el libremercado, las privatizaciones, el individualismo más vergonzante y la política de los consensos. Todo ello resumido en un concepto de republicanismo grotesco.

Es como si para algunos, desde el 18 de octubre a esta parte no hubiese pasado nada o supusieran que el acuerdo de la madrugada del 15 de noviembre fuera la piedra filosofal, el punto culminante de toda esta historia. 

Repiten, entonces, como un mantra que la  ciudadanía espera consensos entre gobierno y oposición, que se expresen en políticas públicas que "la favorezcan.” Ello, como si oosición y gobierno, Parlamento y Ejecutivo, pudieran acordar algo que tuviera alguna legitimidad en estas condiciones.

Una candidez imperdonable o simplemente una hipocresía que sólo culta el connubio entre sectores opositores y la derecha para defender –cada uno desde su lugar- un modelo que sólo ha favorecido a los ricos, a los empresarios, a las transnacionales, a costa del medioamiente, los trabajadores, las trabajadoras y la clase media y contra lo que el pueblo de Chile se ha levantado, sin que haya vuelta atrás.

   

viernes, 10 de enero de 2020

¿Qué significan las piruetas de la derecha?


 
Honoré Daumier. El vientre legislativo


La vuelta de carnero del senador de RN Andrés Allamand, no dejó indiferente a nadie. En todo caso, tampoco tiene tanta importancia como se le ha atribuido.

Desde hace años, este representante de la derecha dizque “liberal” ha demostrado ser un oportunista sin escrúpulos a la hora de mentir, y actuar siempre con intenciones ocultas. Un muñequero más de los que pueblan los clubes de la derecha, el empresariado y las elites gobernantes.

Lo realmente importante es lo que expresa el gesto: el terror del conservadurismo y las clases dominantes por la incapacidad de detener el descontento, los ímpetus reformistas y las anhelos de cambio social de masas desposeídas, excluídas y maltratadas en los últimos treinta años, a través del formato decidido por ellos -y aceptado, circunstancialmente, por parte de la oposición- para procesarlo.

En efecto, no hay que ser muy sagaz ni desconfiado para apreciar que el que la UDI y el resto de la derecha aceptaran consultar al pueblo la posibilidad de cambiar la actual Constitución, fue solamente por la presión de una movilización y protesta social que entonces sólo tenía como su epílogo más probable la caída del gobierno.

A poco más de un mes, y luego de los conciliábulos, cabildos, reflexiones y sesudos debates acerca de la forma de hacer que este corset sea un poco más flexible, a la hora de expresar la diversidad cultural, ideológica y política de nuestra sociedad –como quien dice encontrar la quinta pata al gato-, la derecha recién muestra su verdadera identidad: la de la reacción que siempre ha sido; la de los que no tienen escrúpulos para condenar los crímenes de Pinochet y sin embargo, justificar sin pudor las más flagrantes violaciones a los Derechos Humanos en la actualidad.

Nadie cambia tanto después de todo. 

¿Qué es lo que hace posible el sinceramiento de la derecha? O mejor aún, ¿qué la motiva a sacarse la careta de manera tan impúdica? El hecho de que la protesta social no ha cedido ni un milímetro a la posibilidad de que el conflicto actual sea resuelto, una vez más, a través de un “consenso”.

La situación nacional es de extrema polarización y por esa razón ésta no necesita actuar ni manifestar su posición abiertamente reaccionaria y violenta con eufemismos. Por eso, tanto RN como la UDI dicen NO a una nueva Constitución después de haberse abrazado con el FA y la Concertación el 15 de noviembre para impulsar la consulta.

Probablemente por esa razón ha resultado tan complicado -primero, a todos los que firmaron el famoso acuerdo- encontrar una solución a la paridad de género, cupos garantizados ´para pueblos indígenas y la participación de los independientes en los estrechísimos límites fijados aquella madrugada.

Y para la derecha en particular, mantener cierto decoro a la hora de honrar su palabra. Pero es que no se trata de una cuestión de buena o mala voluntad. Hay que ser muy ingenuo para creer una paparruchada como esa. Es sólo que lo que defiende es interés de clase y ya ni siquiera disimula. Allamand es un botonazo.

Es por esa razón que el plebiscito de abril, va a generar una nueva situación y en ella se van a jugar, como de hecho ya lo están haciendo, al cien por ciento los beneficiarios del modelo para mantener intactas o con el menor daño posible, las bases de sus extraordinarios beneficios.

El pueblo movilizado ha corrido el cerco una y otra vez y lo seguirá haciendo. En abril quedará claro que el tiempo de la Constitución de Pinochet se acabó y que ningún consenso con quienes la defendieron en el pasado y lo siguen haciendo en la actualidad es posible, porque sus intereses no son los del resto del país. Y en eso no hay términos medios.  

En abril no se habrá ganado la nueva constitución, así como el 5 de octubre de 1988 no se consiguió la democracia. Empieza un proceso. Es un hito, sólo un hito más en la larga lucha por derrotar al neoliberalismo y lograr una democracia plena.

El ensanchamiento de las posibilidades de una movilización permanente y cada vez más profunda, lo más probable es que también se exprese en el formato de Asamblea Constituyente.

Los intentos por limitarla, entonces -como los que ha desarrollado en la actualidad la derecha una y otra vez, muñequeando, inventando acuerdos y enredando - serán tan inútiles como oportunistas.    

En ella se dará el mejor marco posible para la unidad más amplia y diversa del pueblo. Será quizás expresión de la victoria popular más importante desde el 4 de septiembre de 1970.
       





lunes, 30 de diciembre de 2019

Ese viejo hábito del anticomunismo


Francisco Goya. Los desastres de la guerra, placa 11, "Ni por esas"


A la DC y a la Socialdemocracia les pasa que cada vez que las cosas se ponen difíciles y hay que adoptar posiciones de abierta confrontación con el sistema, tienen involuciones reaccionarias que contradicen de una manera incomprensible sus posiciones reformistas, transformadoras y democráticas.  

A lo largo de toda su historia, tanto la DC como el PR y ahora también, el PS y todas sus derivaciones, hacen coro para competir por ver quién es más amargo para referirse a los comunistas, sus actuaciones y declaraciones, sus propósitos e incluso su estilo. 

No han escatimado audacia para falsificar la historia política del país en los últimos cincuenta años y especialmente, los treinta que nos separan del fin de la dictadura de Pinochet.

Unos con menos pudor que otros, prefieren incluso dialogar y llegar a acuerdos con los mismos responsables de tanta tragedia, de tanta injusticia y hoy en día, de las flagrantes violaciones a los DDHH cometidas en estos dos meses de levantamiento popular. 

Parecen no darse por enterados de que ningún acuerdo con los mismos que se han visto beneficiados por un modelo que ha condenado a la exclusión y la pobreza a miles y millones de compatriotas, es imposible, a menos que sea uno que termine de una vez por todas con las condiciones que, precisamente, les han granjeado influencias, privilegios y poder.

En eso consiste precisamente la lucha de clases, frase que a algunos les provoca arcadas. 

Eso es el anticomunismo. Una reacción irracional, sentimental, incluso física, que en el caso de gente con educación, es embellecida con argumentos filosóficos, morales, históricos y políticos pero que ignoran, igual que lo hace el fascista o el lumpen, los crímenes perpetrados estos días y que prefieren buscar a un tercero a quien hacer objeto de su ira o su insatisfacción.

Los que hoy protestan todos los días en la Plaza Italia; que destruyen los portales de cobro de las carreteras que les impiden entrar y salir de sus barrios sin antes pagar decenas de miles de pesos todos los meses; o viajan en el transporte público evadiendo desde hace meses para poder llegar a un trabajo por el que perciben un salario miserable; que marchan, tocan cacerolas y que en muchos casos son los que están en la primera línea, como Mauricio Fredes, son a quienes se debe el progresismo. 

El anticomunismo es tan básico, tan rudimentario que no vale la pena debatir con él. Ignora hasta lo más fundamental. Afecta no solamente a los comunistas o a quienes militan en el PC. Basta leer los posteos de emol, una verdadera oda a la estulticia, la beatería y el pánico clasemediero, que coloca al FA al FPMR, el PC, Amnistía Internacional y hasta Greenpeacce en el mismo saco de enemigos de la sacrosanta sociedad cristiana occidental. 

Expresa el miedo a lo diferente y especialmente, el miedo al pobre, al que lucha por cambios de fondo; al que lucha por una nueva vida, aun cuando incluso se viera beneficiado por ellos.

El problema es cuando se hace de ese miedo una justificación de la acción política y el fundamento doctrinario de un programa. Por el contrario, cuando a la irracionalidad, al miedo, le ha ganado la razón, el  optimismo, la confianza en el pueblo, tuvimos la CORFO, el Estado Docente, la reforma agraria y la ley de JJVV, la nacionalización del cobre y el medio litro de leche. 

La situación histórica lo amerita. 

lunes, 23 de diciembre de 2019

Es el momento de la izquierda

Ben Shahn. Demonstration, 1933
La firma del Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución, y el inicio de un proceso constituyente limitado refleja la incapacidad del sistema de dominación vigente de seguir organizando la convivencia en nuestro país y al mismo tiempo, la aspiración de quienes se han visto beneficiados por él, de reemplazarlo por otro con el menor costo posible para ellos.

Es el inicio de un proceso que está en pleno desarrollo y que, aun con todas las limitaciones que impone a la participación, la expresión soberana del pueblo, sus aspiraciones y a la resolución que pudiera desembocar en una nueva Constitución, no determina fatalmente su desenlace final.

Ello depende del desarrollo de fuerzas sociales que pujan por la transformación, de su capacidad de movilización, de su voluntad de lucha y sobre todo de la unidad de las fuerzas sociales y políticas que se lo han propuesto.

Ciertamente, su firma fue una ayuda inesperada y oportuna para la derecha y el gobierno, aunque su capacidad de contener las enormes fuerzas sociales de masas descontentas y que aspiran a una nueva vida, sea limitadísima.

¿De qué depende? De la unidad de la izquierda y el movimiento popular; de su capacidad de correr el cerco más allá de los límites que ya impuso la derecha el 15 de noviembre, pese a su entonces famélica condición. 

Lo que ha venido después es su resistencia; sus intentos más o menos desesperados por mantener textual lo acordado entonces.

Sus divisiones dan cuenta de eso, precisamente. Pero no es momento de sacar cuentas alegres todavía. La convención sigue siendo una camisa de fuerza para la participación, pese a la eventual aprobación de la paridad de género, cuotas para pueblos indígenas e independientes. 

La convención va a ser, precisamente, lo que los mismos que pusieron su firma quieran que sea. Dejando a un lado el escollo del quórum, la derecha cuenta, para ello, con dos grandes aliados.

El primero, las vacilaciones, las contradicciones y mojigatería de ciertos sectores del campo opositor, que pese a toda la experiencia acumulada en décadas, insiste en "el diálogo", los gestos de "republicanismo" y "amistad cívica" con ella. 

Sospechoso por decir lo menos. Fueron precisamente los que le dieron estabilidad a la dominación y a las transformaciones neoliberales de los años noventa y contra las cuales, de modo más menos inconsciente y con una gran dosis de espontaneidad, se levantó la sociedad hace ya unos dos meses. 

El segundo, la dispersión de la izquierda con y sin representación parlamentaria. Una de las características del sistema de dominación vigente ha sido precisamente ese y es probablemente la condición estructurante más funcional al modelo.

El sistema electoral binominal, entre otros efectos, tuvo en esto una de sus consecuencias más duraderas. Lo mismo las normas -muchas de ellas vigentes hasta el día de hoy- que limitan la participación y organización social. 

Asimismo, la machacona prédica contra "la clase política" que sólo reproduce el sentido común dominante, la opinión de la amorfa y contradictoria clase media emergente y que es posible encontrar en columnas de opinión de connotados periodistas del sistema, en los discursos de Ossandón y que están a la base de los argumentos de Kast y a ultraderecha para oponerse al cambio constitucional.  

Tanto con convención como sin convención, incluso aunque eventualmente esta reventara antes de abril y se impusiera una resolución más profunda, sin las limitaciones que le impuso el acuerdo del 15 de noviembre, este seguiría siendo el factor más determinante de la resolución que pueda tener el problema constitucional. 


La derecha juega al desgaste pero no sentada esperando que pase el chaparrón. Busca afanosamente el acuerdo con sectores opositores que le permitan hacer de la convención la posibilidad de mantener las cosas tal como están, con un par de retoques. 

La movilización social es el factor determinante en la actualidad y va a ser un obstáculo para que el centro político -pusilánime y vacilante hasta ahora- sucumba ante la extorsión de la derecha.

Pero sin conducción, sin una estrategia que señale objetivos de mediano y largo plazo y sin unidad de la izquierda, tanto de la que firmó como la que no firmó el dichoso acuerdo, tiene fecha de vencimiento e incluso se puede volver en contra de la ansias de democratización de nuestra sociedad.

lunes, 2 de diciembre de 2019

La televisiòn y el limbo

James Ensor. Esqueletos luchando por el cuerpo de un ahorcado

La televisión cansa. En las últimas semanas y prácticamente todo el día, de lo único de lo que habla y se transmiten imágenes en ella, es de saqueos y vandalismo. 

En general, diciendo que no se trata de los manifestantes que protagonizan las protestas sino de lumpen, delincuentes y narcotraficantes infiltrados en las movilizaciones, lo que apenas disimula, tras su cansona monserga contra la violencia, su desprecio por el derecho del pueblo a rebelarse. 

Desde que Piñera está tratando de sacar a los militares a la calle ha sido así y como no lo quiere hacer por decreto, haciéndose responsable de lo que significa y de sus previsibles consecuencias, manda redundantes proyectos de ley al Parlamento y trata de modelar una opinión pública favorable o a lo menos tolerante, a la represión y el autoritarismo.

Eso porque prematuramente se quedó sin política y sin respaldo. Si no ha caído aún, es probablemente porque no hay acuerdo entre las clases dominantes, ni siquiera en la derecha, respecto de cómo salir de esta crisis y quien debiera encabezar ese proceso.

Las  protestas que ya se extienden por más de un mes, expresan la crisis de hegemonía del sistema neoliberal y su incapacidad de resolverla. 

Ya no genera el consenso de los de arriba de hace diez años atrás, excepto en lo que respecta a la necesidad de mantener el orden público, a cualquier precio. Unos argumentando riesgo para la democracia y los Derechos Humanos (sic); otros, para el emprendimiento y el crecimiento de la economía. Aunque el objetivo es el mismo.

Tampoco el de los dominados que por la vía del embrutecimiento televisivo y el sometimiento al crédito, aceptaban con más o menos resistencias las condiciones de su propia dominación.

En general, todo el mundo dice "nadie lo vio venir", pese a que para todos era evidente el carácter inequitativo, depredador, excluyente, clasista y autoritario del "milagro chileno". 

Si hasta profesionales de clase media, como médicos, ingenieros y abogados, directores de escuelas y liceos u obreros calificados en trabajos de alta especialización-por poner un ejemplo- , al pensionarse por el sistema de AFP's, se convierten en pobres de un día a otro. 

Para qué hablar de dueños de talleres, pequeños comerciantes y productores de manufacturas; viven endeudados y al borde de la quiebra, compitiendo con importaciones que ingresan al país a bajísimos costos; grandes tiendas; cadenas comerciales de farmacias, material de construcción o supermercados.

Eso sin considerar la situación de trabajadores y trabajadoras que aún con contrato reciben salarios que están bajo la línea de pobreza. 

Es tanta la inequidad, la concentración de la riqueza, el abuso, que Chile es un "caso". Una descripción de catáologo de los efectos del modelo neoliberal. 

Es lo que hace prácticamente imposible un acuerdo en los términos que ha organizado a la sociedad hasta la actualidad. 

Que nadie lo viera venir es una manera simplista de representar el limbo ideológico y cultural en el que los sectores dominantes vivían y que los hacía negarlo con tal de no negarse a sí mismos, su estilo de vida, sus valores y concepción del mundo. Es lo que expresa la televisión, ahora como resistencia al cambio, más que como complacencia.
 

Es también, sin embargo, una manera de reconocer la incapacidad de los sectores democráticos de convertir el cansancio y la rebeldía espontánea en una fuerza democratizadora de la sociedad. 

La oposición se encuentra cada vez más emplazada. Los porfiados hechos, se encargan de hacerle evidente una y otra vez que un acuerdo con el ofilicialismo es imposible y que la única solución racional de esta crisis, es más democracia y más derechos. No orden o caos, que es la que Pinochet, hace poco más de treinta años, sostenía para mantenerse en el poder. 


La contradicción principal que va a determinarla es precisamente, la que hay entre quienes la quieren restringir a los estrechos límites del mercado, las soluciones individuales y la institucionalidad contenida en la Constitución actual; y por otra parte, quienes  la conciben sólo como superación del actual orden social, político y económico. 

Históricamente, es lo que ha definido a la izquierda y en determinadas coyunturas ha dado inicio a la formación de movimientos populares capaces de protagonizar cambios de proyecciones realmente inesperadas.  















miércoles, 20 de noviembre de 2019

El que explica se complica

Honore Daumier. Boilly




A menos de una semana del “histórico” Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución, éste ya es objeto de innumerables interpretaciones, rectificaciones y explicaciones por parte de quienes lo suscribieron.  Y como era de esperar, estas no siempre coinciden. Como dice el viejo y conocido refrán, “el que explica, se complica”.

En lugar de haber encauzado las telúricas fuerzas desatadas por la movilización social de una población cansada del abuso, la desigualdad y el autoritarismo, sólo ha sido –como era previsible- la motivación para que parlamentarios, periodistas y dirigentes de partidos oficiantes del dichoso acuerdo, se entretengan en alambicadas teorías para darle sentido, como si en el país no pasara nada desde entonces.

Porque tal como lo señaló la Mesa de Unidad Social y se encargan de demostrarlo las movilizaciones registradas después de su firma, no se hace cargo de los problemas más urgentes…ni de los fundamentales.

Primero, la investigación, juicio y castigo a los responsables de las graves violaciones a los Derechos Humanos cometidas por carabineros y militares durante el Estado de Emergencia y en el transcurso de las movilizaciones. Es más, haciendo gala de la sinceridad de su firma, los partidos de derecha en el Parlamento lo han obstaculizado.

En segundo lugar, pues la vacuidad del pomposo documento suscrito por los partidos de gobierno y algunos de la oposición, es tan evidente que ya se discute el mezquino aumento a las pensiones, lo que ha generado un problemón entre el Congreso y el Poder Ejecutivo y entre el Gobierno, los partidos de su coalición y sus parlamentarios.

El tema de la salud y el valor de los medicamentos, la búsqueda frenética de fórmulas que permitan satisfacer, sin tocar la esencia del modelo, las demandas de una población postergada, tratada indignamente y que se muere en los pasillos de hospitales y consultorios esperando atención, dan cuenta del enorme forado del acuerdo o de que el concepto de “paz” de quienes lo firmaron es tan famélico, que evidentemente no lograría pacificar a nadie.

Ni qué hablar de salarios, endeudamiento, abusos, colusión, costo de la vida, acceso a servicios básicos, etc.

Doblemente peligroso. La propaganda fascista interpretará esta ausencia de sentido del documento firmado con tanta solemnidad, como una confirmación de que a la “gente” no le interesan la política ni los problemas de los políticos.

La derecha que con tanto entusiasmo lo suscribió, con el codo va a borrar lo que en él escribió con la mano y el cambio constitucional, será objeto de una tenaz resistencia por parte de quienes “graciosamente” accedieron a concederlo.

Puede, incluso, que gracias a las normas establecidas en él y a la propaganda derechista, éste termine siendo tan mezquino que incluso sea una repetición de la Constitución actual con otra firma. Como dijo la presidenta de la UDI, la de Sebastián Piñera.

El escenario político todavía es incierto. Lo único claro e indubitable, es la agresividad, violencia y radicalidad con que las clases dominantes van a defender sus privilegios. Ahí está este mes entero de represión y dilaciones o lo que pasa en la hermana República de Bolivia para demostrarlo.

La tarea actual, se cae de maduro, es vincular las luchas que se libran en las calles con la que se proponen la democratización del sistema político, lo que pasa por el cambio constitucional. Se trata de una bandera que, hoy por hoy, hasta la UDI ha abrazado. ¡El partido más reaccionario, que más se ha opuesto a cualquier cambio y el más involucrado en escándalos de corrupción y financiamiento ilegal!

Lo que el pueblo reclama con justa razón, desde las calles, es credibilidad y confianza. No explicaciones. Consistencia entre lo que se dice y lo que se hace y para ello es imprescindible que las señales sean más de entendimiento entre quienes realmente están por la democratización de la sociedad -la izquierda en particular- que con un gobierno y una coalición derechista que hasta ahora solamente gana tiempo y luchan por posponer su bancarrota.

Quienes no lo entiendan van a ser barridos por la enorme ola de descontento y luchas que las  masas protagonizan casi espontáneamente. Lamentablemente, el costo de aquello una vez más lo pagará el pueblo.