sábado, 15 de febrero de 2014

Crisis cultural y tareas de la izquierda

James Ensor. Máscaras peleando sobfre un hombre ahorcado
            

La plata no valé na, la niña gigante y la crisis cultural del neoliberalismo


El estribillo de esta conocida canción de Juana Fe sintetiza la crisis cultural que afecta al modelo neoliberal. El dinero, el fetiche del sistema por excelencia, no vale nada reza la canción. Pregúntenle, si no, a los trabajadores griegos, a los manifestantes de ocuppy Wall Street, a los miles que exigían fin al lucro el año pasado. El dinero de poco les sirve y sí, en cambio, es una potencia que oprime y somete, en tanto sólo enriquece todavía más a banqueros, empresarios de la previsión, de la salud y la educación. 

El sólo hecho de que durante 2011, prácticamente todas las semanas, fuéramos testigos y protagonistas de marchas de entre veinte mil y cien mil personas en la Alameda de Santiago y en todas las capitales regionales importantes; de que todas las universidades y el sistema escolar estuvieran en paro o en toma y de que sus alegres protagonistas no sintieran miedo o si lo sentían, recurrieran a las antiguas pero no por eso menos eficientes estrategias de los afectos, la cooperación, la comunicación y la denuncia, para enfrentarlo, dan cuenta de ello.

Que miles, en lugar de estar reuniéndose por facebook, participando en foros virtuales o contestando encuestas de opinión, se vieran  la cara, vendieran limones, cuchuflíes o cantaran por una moneda en medio de tanta crítica social; se disfrazaran, desfilaran detrás de un guanaco de cartón y se mofaran del poder no de manera virtual sino muy concreta y alegre, es la demostración de que la suspensión de la historia; el contacto virtual; la asepsia de los afectos, no dan para más. Es la expresión de que las características dominantes de la cultura neoliberal están en crisis.

La imagen de Don Ramón en poleras y pancartas, el hombre común y más aún, el hombre común de los ochenta y los setenta refuerzan esta sensación de revival que no es otra cosa que la comprobación de que la historia vuelve sobre nuestros pasos a cobrar su revancha pese a tanto esfuerzo por hacer aparecer todo como “lo más grande de la historia”, lo “nunca antes visto”, lo “primero que se hizo”, tendencia de los discursos públicos que se viene manifestando hará unos veinte años aproximadamente.

Ello, pues los valores del sistema neoliberal y de la globalización, del que el dinero es el símbolo más conspicuo, invadieron toda la vida social y se apoderaron -o intentaron hacerlo al menos- de las mentes y los cuerpos de miles y millones de personas. Privatización, emprendimiento, competencia, “pagar por todo”, son los valores que por muchos años, por décadas, se nos impusieron como verdades incuestionables, como el punto culminante de la historia y el triunfo definitivo del liberalismo.

Los valores hegemónicos del neoliberalismo no valen nada, como el dinero que lo simboliza. Porque la gente no comparte esos valores, porque no son sus valores, sino los valores, la “moral”, de quienes detentan el poder desde la empresa privada, los medios de comunicación de masas, de los que manipulan conciencias desde el sistema escolar y universitario y contra lo que se rebelaron miles de jóvenes el año pasado concitando la simpatía y solidaridad de todo el país.

También la banalización de lo político y la irrelevancia aparente de la acción del Estado, como no sea para elaborar “políticas públicas” que son lo menos público que puede haber, como el Transantiago, el CAE o el financiamiento compartido de la educación escolar; la entrega de nuestros recursos naturales y energéticos, de nuestros ahorros previsionales a la empresa privada y la codicia de especuladores y transnacionales que destruyen el medioambiente.

Ese es precisamente uno de los valores de la cultura dominante que está en crisis y contra lo que protestan jóvenes y viejos; que se expresa en el abstencionismo, tanto como en la movilización callejera. Se trata de una manifestación ideológica del sistema neoliberal que como un espejo invertido se refleja en  furiosos discursos contra los partidos políticos y a favor de una supuesta autonomía de lo social que lo considera como una “cosa” que existe con independencia de la voluntad y la acción de los sujetos y que favorece los populismos de la peor especie.

Por eso protesta la gente, los estudiantes, los habitantes de Aysén, de Magallanes y Calama –nueva forma de explosión social que aparentemente es una característica propia del neoliberalismo y que con toda probabilidad se seguirá manifestando en el futuro-. Porque la realidad no es una cosa. Es el resultado de las aspiraciones y luchas de estudiantes, trabajadores, mujeres, ambientalistas, pueblos originarios, pobladores sin casa. Y a menos que se restituya la soberanía en el pueblo y los ciudadanos –no en los clientes- lo más probable es que la explosión social sea todavía más grande de lo que fue el año pasado.

Entonces, el campo de batalla principal del campo opositor, no es el del sentido común, no es “cultural” en el sentido estrecho que lo asimila a los carros alegóricos o a los megaeventos, como La niña gigante. La explosión social puede ser, en estas circunstancias, tanto para producir las reformas por largos años postergadas -en la educación, en la previsión, en el sistema político- como para abrir paso a una involución de tipo autoritaria todavía mayor,  si es que en campo cultural no elaboramos una política que cuestione los valores dominantes con un sentido de reforma material que señale objetivos, tareas y delimite claramente los campos en disputa.

El lugar de la lucha en el campo cultural, en un sentido estrecho, es otorgar la “forma”, que por ahora se manifiesta en la crítica al proceso de transición pactada. Al predominio del dinero en la relación social; al escamoteo de la política de los sujetos que la ha hecho patrimonio de especialistas y cuadros técnicos provenientes de la empresa privada o que se someten a su voluntad. A la discriminación y la exclusión por motivos políticos, ideológicos, étnicos, de género, regionales, territoriales y también generacionales, en un una frase discriminación de todo aquello que no integra la cultura mercantilista, individualista, fragmentadora y enajenada del sistema neoliberal –sea porque se margina voluntariamente o porque es expulsado por la propia lógica del modelo sin que haya habido política regulatoria capaz de evitarlo-.

La reivindicación de la memoria como oposición al empeño pertinaz del neoliberalismo por ser fundacional. Don Ramón paseándose entre los manifestantes; los covers de Violeta Parra, Quilapayún; homenajes a Víctor Jara; el discurso de despedida del Presidente Allende diciendo “otros hombres superarán este momento gris y amargo”. El rescate de nuestra historia, que es la historia de lo popular y que lo recrea con un eclecticismo que no es  la posmodernidad. Es la diversidad propia de lo popular en una época en que lo real es como un espejo roto pero que refleja bajo esa aparente diferencia, los valores de la gente humilde y de trabajo. Como en La Cantata Santa María de Luis Advis.  Que valora la cotidianidad de los hombres y las mujeres comunes; el compañerismo en las relaciones sociales, los afectos y la corporalidad de los seres humanos; la consecuencia de la práctica y el discurso, entre la poesía y lo real.

Esa es la crisis cultural del modelo y el tipo de tareas que impone al campo opositor; no es la crisis del sentido común, que puede ser resuelta por el expediente fácil de reemplazarlo por otros imaginarios, por otro sentido común que deje intactas las mismas concepciones de “lo público”, de las relaciones sociales, de la relación del hombre con la naturaleza y que, como La Niña Gigante movilice a miles sin indicar otro lugar. Movilizar a miles que no se expresen como una fuerza política y de masas con sentido transformador y que, incluso, se puedan inclinar hacia el autoritarismo y la represión. Lamentablemente, ejemplos en la historia reciente tenemos varios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario