sábado, 15 de febrero de 2014

Lugar de la carrera docente en la políticia educativa



Magisterio nacional como Sujeto
Y Carrera Profesional Docente


Max Beckman. Los acróbatas



El sistema educacional en lo esencial, tiene una existencia de treinta años aproximadamente: descentralización; apertura a proveedores privados del servicio educativo; financiamiento por subsidios a la demanda; focalización del gasto fiscal; limitación del rol del Estado a la definición del marco regulatorio. Regulaciones más, regulaciones menos, esto  es la base de todo. Hace treinta años, en plena dictadura militar, la promesa de los neoliberales es que esta política iba a resolver los problemas de cobertura de la matrícula, liberando de esta responsabilidad al fisco y por tanto, dejando disponibles fondos públicos para otras necesidades más apremiantes.

La otra promesa de los liberales; se trataba de una reforma libertaria pues abriendo la provisión del servicio educativo a agentes privados, se diversificaba, en principio, la oferta en términos de proyectos, visiones de mundo; concepciones pedagógicas, lo que, también teóricamente, haría realizable la libertad de elección de los usuarios del sistema, esto es las familias, padres y apoderados. También, que la competencia entre agentes por capturar la matrícula, iba a hacer que la calidad de nuestra educación nacional mejorara.

Por donde se le viera, teóricamente la reforma liberal implementada por Pinochet y los Chicago boys de la ODEPLAN, tendría que haber resultado en una tremenda expansión de nuestro sistema educativo en términos de cobertura; en términos de diversidad cultural y curricular; en términos de calidad. Sin embargo, al terminar la dictadura el sistema  presentaba grandes inequidades sociales y malos resultados en términos académicos. Esto es lo  que consignó el informe de la Comisión Brunner, designada por el ex presidente Eduardo Frei R. en 1994.

La reforma impulsada por el entonces presidente se hace cargo, en principio, de estos defectos de nuestro sistema educacional. Se impulsa la reforma a partir de 1995 y a más de quince años, parece que estuviéramos de vuelta en 1990 o 1994, constatando exactamente los mismos problemas en el sistema escolar, excepto por la desaparición de la educación pública y el aumento inversamente proporcional de oferta privada y el número de alumnos matriculados en el sistema particular subvencionado. Aparecen además otros, que hacen del sistema educacional –escolar y de educación superior- y del ejercicio de la docencia algo mucho más complejo; la violencia en barrios y poblaciones y hasta al interior de las escuelas a niveles nunca antes conocidos; el choque cultural entre generaciones de niños y jóvenes nativos digitales y formados en la incertidumbre y el desarraigo con una generación trasplantada abruptamente a esta cultura; la globalización de las relaciones sociales individualistas y la privatización y la desvalorización creciente del Estado-Nación como Sujeto.

Y en el sistema de educación superior, aparece un nuevo problema, aunque para algunos no es un problema sino la motivación principal de diversidad y calidad: el lucro. Las reformas implementadas bajo los gobiernos de la concertación, independientemente de las intenciones de quienes las impulsaran, de las correlaciones de fuerzas parlamentarias y otros factores coyunturales que generalmente son esgrimidos como argumento para explicar el estado actual de nuestro sistema, no produjeron los resultados prometidos. La inequidad se siguió profundizando; el sistema se estratificó hasta el punto que el informe de la OCDE de 2004 habla de un sistema “conscientemente estructurado en clases”; y las pruebas estandarizadas de  medición de la calidad de la educación, demuestran el estancamiento de nuestro sistema en términos académicos.

Ello sin considerar otros factores de medición de la calidad de la educación o que debieran serlo, como las enfermedades de transmisión sexual y las tasas de depresión y suicidio juvenil, proliferación del narcotráfico y consumo de drogas y estupefacientes entre nuestros jóvenes, etc.

La irrupción del movimiento estudiantil el 2011 debe ser puesta en relación con esto. No es el trueno que se siente en un cielo despejado. Es la expresión de las contradicciones que están presentes en nuestro sistema educacional. Contradicciones que protagonizan personas de carne y hueso y no estadísticas clasificables y fácilmente domesticables. Contradicciones que se explican justamente por el carácter de las reformas liberales que impulsó la dictadura militar y que con marchas y contramarchas, contradicciones y consensos con la oposición de derecha, profundizó la Concertación y que es uno de los motivos del intenso debate que protagoniza hoy en día.

Y si hay algo que la Concertación no hizo, es escuchar a la sociedad civil. Por el contrario, reemplazó el diálogo con las organizaciones sociales, por la prédica dogmática de los tecnócratas. Algo que según algunos de estos mismos tecnócratas –Tironi por ejemplo-, hizo crisis en el Transantiago. La verdad es que hizo crisis también en el sistema educacional; y la inveterada costumbre de los gobiernos concertacionistas de formar comisiones técnicas, del más alto nivel, para resolver problemas políticos o de política social, no ha tenido ni una sola posibilidad bajo el gobierno de Piñera. Porque la protesta social ya no cabe en un informe ni en la estadística. Porque el problema que hoy discute la sociedad entera, ya no es acerca de la regulación del sistema, porque reclama del Estado otra cosa que la reforma del sistema.

La política neoliberal no ha cumplido ninguna de sus promesas de 1981, ni de 1994, ni de 2006 –año de la revolución de los pingüinos-. Y hasta la LGE o la ley SEP no han tenido los resultados esperados por sus creadores y es más, han profundizado los defectos de la política liberal: concentración de la propiedad; enriquecimiento a niveles francamente pornográficos de algunos empresarios; endeudamiento de las familias; profundización de la brecha que separa a ricos y pobres y su reproducción en el plano cultural, simbólico y del conocimiento, que es el ámbito propio del sistema educacional.

Pero para que efectivamente haya reforma, se necesita que haya Sujetos, así con mayúscula, dispuestos a plantearse una tarea como ésa y capaces de realizarla. El Movimiento Estudiantil, como ha sido a lo largo de toda la historia, ha cumplido un papel fundamental y ha puesto de manifiesto que pese a la expansión de la matrícula en la educación superior a niveles incluso que bordean la obesidad, y la teorética diversidad de proveedores del sistema, éste no resiste más parches ni experimentos. Pero la proposición de un proyecto de reforma estructural nunca ha sido su responsabilidad ni lo es actualmente porque las bases del sistema educacional no están únicamente en las escuelas, liceos y universidades e institutos. Están en la distribución del ingreso nacional; en el sistema político.

Lo que podríamos considerar las últimas reformas estructurales las realizaron los gobiernos de la Concertación con resultados que saltan a la vista. Pero la derecha tampoco es la llamada a realizarlos, por historia y vocación. Pues son ellos precisamente los creadores de un sistema que se cae a pedazos frente a sus narices.

Al magisterio nacional, pese a toda la historia de frustraciones y desengaños de veinte años de la transición y dos de gobierno empresarial, le caben grandes responsabilidades. Nuestro desafío es aportar en la construcción de una nueva mayoría capaz de oponerle a ese dogmatismo y a la defensa acérrima de intereses corporativos y de interés de los poderosos que controlan nuestro sistema educacional, una alternativa capaz de superar el estado de postración en que han colocado a nuestra educación nacional.

Se trata de ir construyendo un movimiento social, un Sujeto Histórico, como lo fue el magisterio chileno a lo largo del siglo XX. Pero ¿quiénes son los profesores y profesoras? O lo que es decir lo mismo ¿en qué han convertido al magisterio chileno las políticas neoliberales de los últimos treinta años? como decíamos al principio de estas líneas. Probablemente, uno de los cambios culturales más profundos que se ha producido desde entonces, y sin el cual tal vez ninguna de las reformas que se han impulsado desde Pinochet a esta parte se habría realizado, es la desintegración del magisterio nacional como identidad y como Sujeto. Se lo ha transformado en un instructor; en un aplicador de programas y planes envasados; en un burócrata.

Y mientras tanto, se le habla, se nos habla, de la vocación; del servicio público; se espera de nosotros acciones y soluciones a todos los males que aquejan a nuestra sociedad y al sistema escolar. Objetos de investigaciones de campo, trabajos etnográficos cuando no como obstáculos para el emprendimiento de las reformas y no sus protagonistas. Claro, como decíamos al empezar, cuando las políticas neoliberales nunca nos han sido consultadas y considerando que si presumiblemente hubiese sido así, las habríamos rechazado y combatido –como en no pocos casos ha sido- mientras estas fracasan una y otra vez, se nos cataloga de obstáculos; de conservadores; de faltos de profesionalismo, para encontrar un chivo expiatorio.

Ciertamente que a nosotros los profesores nos cabe una tremenda responsabilidad y un protagonismo que incluso entre nosotros ha sido el objeto principal del debate gremial en los últimos años. Y que ha puesto en tensión a nuestras organizaciones gremiales y sindicales, la gran mayoría de las veces sin darnos cuenta de lo que realmente está ocasionando esta tensión, que es nuestro lugar en el sistema escolar y educacional y la diversidad de opiniones que al respecto existe en la sociedad y que se expresan entre nosotros. Y esto es así pues somos también el objeto de esas reformas; somos como sujeto social, el resultado de esas reformas que en los hechos han convertido al docente en un objeto, un aplicador de programas y planes; un mero aplicador que no tiene el control de su trabajo, de su identidad, de su tiempo; incluso que no tiene control ni de su propio cuerpo.

Un caso típico de lo que los sociólogos llaman la enajenación. Pero a la enajenación del trabajo característica del capitalismo y llevada a su extremo en el sistema neoliberal, se suma además, la constante responsabilización de su fracaso.

El aporte que podemos hacer, pues, profesores y profesoras al cambio del sistema educativo; a la resolución de la crisis estructural, probablemente la más profunda de su historia, es la constitución de este Sujeto que es y debe ser el magisterio chileno. Esa es la razón para que pongamos en el centro de nuestro quehacer la demanda por tener una Carrera Profesional Docente. Pues en este aspecto de la política educativa es donde se constituye el profesor y profesora como trabajador; como profesional del conocimiento; como Sujeto Social. El que nos permite dialogar con el Estado y el resto de la sociedad civil -en primer lugar, la comunidad educativa- desde lo que somos y aspiramos.

Ciertamente, el debate sobre la carrera profesional nos lleva inevitablemente a otros ámbitos de la vida nacional, social y política; a la administración del sistema escolar; al de las reformas laborales y al sistema previsional; también al más cercano del curriculum, de la Formación Inicial Docente y la política universitaria del Estado. El punto es que el magisterio se constituye como Sujeto a partir de la docencia, con todo lo que ella implica –no solo pasar la materia-. Y lamentablemente la discusión acerca de la Carrera Docente, hasta hoy, se funda o se ha fundado en aspectos meramente gerenciales, eficientistas, y no en la naturaleza de los sumamente delicados y complejos procesos culturales que tienen lugar en la escuela y de los que el aprendizaje de los CMO-OF es sólo un fragmento.

A partir de su responsabilidad social como articulador de la Sociedad Civil. El caso del profesor rural, casi una especie en extinción, es el más conspicuo. Pero es también el caso del profesor o profesora de la escuela urbana en zonas de pobreza, lugares en que la marginalidad, la proliferación de bandas de narcotraficantes, de formas de violencia que la derecha pretende combatir con más control policial y represión, han hecho de la escuela el lugar seguro adonde tener a los niños. Donde el docente cumple roles que van mucho más allá de la docencia e incluyen contención emocional, apoyo psicosocial de grupos familiares incluso. O la escuela exitista en la que el niño o el joven es prácticamente arrojado el día entero para ser adiestrado para las pruebas estandarizadas olvidando todas las demás dimensiones de su desarrollo bio-psico-social, los que a falta de políticas públicas, son reemplazadas por la intuición y el talento del docente.

El trabajo comunitario en la propia escuela, con el Centro de Padres, el Centro de Estudiantes; la simple preparación del acto cívico, el diario mural, el Día de la Madre, la conmemoración de Fiestas Patrias. El Consejo de Profesores o el GPT, la reunión de departamento por asignaturas, etc. Probablemente a muchos de los que leen estas líneas les parezca una cuestión secundaria de la actividad escolar y poco menos que la sistematización del sentido común y la buena intención. Pero precisamente verlo de esa manera, es lo que nos ha llevado a esta situación de anomia en que al docente se le pide que resuelva todos los problemas que aquejan al sistema escolar mientras no se le entregan las herramientas, ni siquiera es considerada la complejidad de la labor que realiza, pues es parte solamente de lo que algunos llaman, sin entender realmente su significado profundo, la “vocación”.

En resumidas cuentas, los profesores y profesoras, nuestra organización gremial y sindical, se debe hacer cargo de muchos problemas. Probablemente no sea muy distinto en el caso de otras profesiones y oficios. Pero el nuestro se instala en el centro de una problemática esencial para el desarrollo de cualquier sociedad: La Cultura. De ahí que nuestras demandas y  nuestras propuestas siempre vayan a ser polémicas, opinables; muchas veces transitorias o al menos temporales o que tengan un carácter histórico. Pero estamos convencidos que debe ser el diálogo, el debate democrático entre nosotros -el magisterio- el Estado y el conjunto de la Sociedad Civil el que ilumine estas discusiones, no la desconfianza, el refinado espíritu de secta que acusa al interlocutor de ser presa de un estrecho espíritu corporativo.

La constitución del magisterio nacional como interlocutor en este sentido, pasa también por una política pública que se debe construir dialogando con los y las docentes. Es un ejercicio complicado pero no imposible.

No hay comentarios:

Publicar un comentario