¿Hacia dónde va la derecha chilena?
Después de su
derrota en las últimas
elecciones presidenciales y parlamentarias, la
temida “noche de los cuchillos
largos” efectivamente llegó para la
derecha. “Estamos asistiendo a un
funeral…el de la derecha” es lo que escribió Hermógenes Pérez de Arce en su
blog. Fernando Codero, influyente militante y fundador de la UDI, planteó en el
consejo nacional ampliado de su partido que la derrota de diciembre fue
política, electoral y especialmente cultural.
Los partidos
de derecha, construcción de los últimos veinticinco o treinta años aproximadamente,
están sumidos en una profunda crisis. Probablemente desde 1965 que no pasaban
por una crisis de semejante magnitud. La enseñanza que Jaime Guzmán sacó
entonces y que se convirtió en una de sus principales obsesiones, fue la
conformación de un partido de masas, cuya culminación sería la UDI.
Algo semejante
concluyeron los jóvenes que, a mediados de los años ochenta, conformaron el
MUN, entre ellos Andrés Allamand, criticando el clásico caudillismo de su
sector, siguiendo en todo caso la línea más tradicional de la antigua derecha
liberal, tanto en contenidos como métodos.
Renovación de
sus directivas, recambio generacional, reformas estatutarias y especialmente las
repercusiones que eventualmente tendría en ellos la reforma al sistema
electoral binominal, son las discusiones que los cruzan. En estas
circunstancias, y dependiendo del carácter que eventualmente tuviera, el futuro
de la derecha o mejor dicho, de sus partidos está entre enormes signos de
interrogación. Su proliferación en el sector, como lo ha señalado Carlos Larraín,
augura la reposición de un sistema electoral proporcional.
Los problemas
que ambos discuten: reformas al sistema político; su opinión frente a la
dictadura militar y acerca de las violaciones a los derechos humanos. Pero
aparentemente no están debatiendo acerca de cuestiones como una estrategia y un
programa de largo plazo, al menos no pública ni explícitamente.
Pero es
difícil decir hacia dónde va o predecir su desenlace porque no se ven proyectos
nítidos en disputa, excepto solamente que el proyecto neoliberal está en retroceso.
Se pueden apreciar eso sí, algunas tendencias.
La primera y
probablemente la gran derrotada en la últimas elecciones, el fundamentalismo de
la UDI. Es el sector más ortodoxo en
cuanto a la defensa del modelo neoliberal y a la institucionalidad
pinochetista. Tibiamente se aprecia en algunos sectores de este partido una
apertura en temas llamados corrientemente “valóricos”, “morales” o “culturales”,
los que en la versión popularizada en los noventa serían distintos o separables
de condiciones estructurales como distribución del ingreso, relaciones
sociales, sistema político e institucionalidad del Estado.
El sector
representado por el ala más conservadora de RN, Carlos Larraín y Manuel José
Ossandón, sector que durante todo el mandato de Piñera, abogó por la
legitimidad de los partidos para ser parte de la conducción de gobierno.
Tempranamente además, patrocinaron la realización de reformas políticas y
también de ciertas concesiones en materia económica y social, como una manera
de descomprimir un poco el ambiente de protesta que se tomó las calles
desde el año 2011.
Por último, los
liberales que, además, se están
empezando a ir de RN. No los liberales del MUN herederos de Francisco Bulnes o
Ricardo Rivadeneira; son los liberales formados durante la transición. EVOPOLI
es un caso similar. Lo más notorio, la renuncia de un grupo de jóvenes
diputados, Karla Rubilar, Pedro Brown y Joaquín Godoy a RN; la de la senadora
Liili Pérez, probablemente la de más diputados y algunos ministros de ese
partido, una vez realizado el cambio de mando en marzo. Aparentemente, y por
todo lo declarado por el locuaz senador Ossandón, quien encabezaría este sector
es el propio Piñera.
Este sector
emergente de la derecha chilena, autodenominado liberal, sin embargo se alió
rápidamente con el fundamentalismo de la UDI, con ocasión de la propuesta de
reforma al sistema electoral, que la directiva de RN realizó en conjunto con la
DC. Para algunos, probablemente por su abierto y declarado “piñerismo”, como
una forma de proteger la autoridad
presidencial y terciar a su favor en la pugna que permanentemente tuvo con Larraín
y la directiva de RN.
Sin embargo, ¿sólo
por esa razón fue uno de los sostenes políticos de la candidatura de Mathei en
la segunda vuelta, ocasión en la que se veían muy sonrientes, aun cuando su
campaña tuviera tan poco “liberalismo” en sus contenidos?
No. Esa cruza
extraña de liberales y conservadores ha sido propia de la derecha chilena
durante su historia, al menos desde 1965. Es la que le dio origen al Partido
Nacional. Puede que en el período que se inicia, este acuerdo, contrariamente a
lo que pasó en los últimos veinticinco o treinta años, en que diversos sectores
de la derecha colaboraron y como consecuencia de la “política de los consensos”,
incluso extendieron su influencia más allá de sus fronteras culturales,
por llamarlas de algún modo, se haga trizas si ya no lo hizo, aunque no por el
lado de los liberales.
Ello, porque no
es la contradicción entre liberales y conservadores la que se está empezando a
poner a la orden del día.
En efecto, el
proyecto neoliberal sigue siendo patrimonio del fundamentalismo de la UDI y de
los liberales. El punto es si la derecha tradicional, también denominada
corrientemente “los nacionales”, en el marco del creciente descrédito del
neoliberalismo y la amenaza que ello implica para la mantención de las bases
clasistas y antidemocráticas del Chile que se ha constituido en los últimos
treinta años, va a ser capaz de representar y proponer un proyecto de derecha distinto.
Uno tal vez
que reposicione otra visión del Estado, la soberanía y la sociedad. Que se
proponga la recuperación de los valores y los tradicionales principios de la
familia, la moral y la autoridad. Tal vez una especie de Tea Party criollo.
Un Tea Party
que proponía reformas al sistema electoral y se manifestaba a favor de mejorar
la oferta del ministerio del trabajo de sueldo mínimo el 2012. Aparentemente,
una paradoja. Sin embargo, esto tan sólo en los marcos la política de la
transición, que establecía como contradicción principal del período la que supuestamente
habría habido entre liberales y autoritarios y que se expresaba dentro de la
derecha, entre derecha autoritaria y “derecha democrática”. Ahora la
contradicción que va a articular la política y probablemente por un período
bastante largo, es la que se plantea en torno a la implementación del programa
de la Nueva Mayoría.
Este hecho,
entonces, va a colocar un escenario diferente al que predominó en los años
noventa del siglo pasado y en los primeros diez de la presente centuria.
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