Honoré Daumier. El levantamiento |
Dedicado
a Jecar Neghme,
última víctima de la represión de la dictadura militar y dirigente del MIR
última víctima de la represión de la dictadura militar y dirigente del MIR
Han pasado poco más de veinte años desde el
término de la dictadura. El tipo de salida que tuvo, fue facilitado por las
transformaciones sufridas por un sujeto histórico que se había construido a lo
largo de la segunda mitad del siglo XX, el Movimiento Popular, que tuvo entre
sus componentes esenciales los partidos populares y de izquierda. Se trata de
uno de los cambios culturales más profundos de fines del siglo XX y comienzos
del siglo XXI. Ello incluye por cierto el debilitamiento del movimiento
sindical, las organizaciones estudiantiles, del movimiento poblacional, las
comunidades cristianas de base, campesinas, en fin, aquello que logró
construirse en un siglo de luchas.
La continuidad de los procesos que vivió la
izquierda, fue interrumpida violentamente por el golpe militar y la represión
al movimiento popular. En segundo lugar, por la caída del socialismo y
especialmente por la oleada de políticas neoliberales que azotó a América Latina
en los años noventa. Son treinta años en que la izquierda y el movimiento
popular estuvieron en los márgenes y fundamentalmente resistiendo. Un fenómeno
similar es el que viven o vivirán nuestros compañeros europeos hoy en día.
Pero en América Latina hay mejores
condiciones para pensar y resolver acerca de la reconstrucción del movimiento
popular sobre nuevas bases, sobre las ruinas que dejaron las políticas
neoliberales de los últimos treinta y cinco años. Pese a tener el gobierno más
derechista y neoliberal de la región, exceptuando a Colombia –donde la
izquierda está dándole una vuelta de tuerca a la historia- en Chile también es
necesario proponer nuevos horizontes para el movimiento popular. No es tiempo
de resistir, es tiempo de plantearse el viejo, viejísimo, problema de la
política, de toda política, el problema del poder.
También en el plano de las ideas. Y por
motivos que también es necesario debatir, las ideas que se han abierto paso en
los últimos veinte años, fenómeno que también en Europa y América del Norte se
está expresando, son las que suelen denominarse, a falta de un mejor término,
“autonomistas”. No se trata de una idea tan nueva como suele creerse. Es una
idea tan vieja como la izquierda. La defendieron los anarquistas, la USRACH en
la década del veinte del siglo pasado; está en la base de la crítica del
PS al leninismo y especialmente, muy especialmente, la encontramos en el
sociologismo trotskista que concibe la historia como la confrontación de dos
clases puras. Según esta concepción, las cosas pasan porque tienen que pasar,
no es necesario hacer muchos esfuerzos políticos porque las propias clases,
fracciones de clase y movimientos sociales, realizan los cambios en función de
su lugar en la sociedad –fundamentalmente por su lugar en la producción para el
trotskismo-. Y en sus versiones posmodernas, la constelación de
contradicciones que articula el capitalismo en la era de la globalización, como
la catástrofe medioambiental, las exclusiones por motivo de género, la inmigración,
los abusos de las empresas con los consumidores, la pauperización y
estigmatización de la enfermedad mental y el hacinamiento y violaciones a los
derechos humanos de los presidiarios (ausentes por cierto de la agenda de la
diversidad criolla).
Este naturalismo para ver la historia y la
política consiste en concebirla como una suerte de reunión de los hechos y ver
incluso la lucha de clases –cuando admite el término- como una cosa. La
historia por tanto es vista como lo que va a pasar o ya ha pasado –incluida la
lucha de clases-, no los fenómenos sociales y políticos. El trabajo del
historiador consiste en describirla, no en explicarlos y cuestionarlos. En ese
caso, el historiador nunca se equivoca. Y la ocupación del político de
izquierda, consiste en reconocer las grandes tendencias, las contradicciones
esenciales del desarrollo histórico -para lo cual el historiador es una ayuda
fundamental- e intervenir oportunamente en ellas. La política en buenas cuentas
consiste en atinarle, no en construir, no en organizar e incidir.
Para esta concepción, la lucha política se
desarrolla con “autonomía” respecto de lo que los partidos, movimientos o las
instituciones, se propongan. Es un conjunto de hechos aparentemente
independientes de la voluntad de algún sujeto. Por consiguiente, la política
consiste en identificar las tendencias y ponerse a la cabeza. A primera vista,
parece un voluntarismo muy altruista, cuando en realidad se trata de
oportunismo político. Primero, creer que se atinó a identificar las tendencias,
las contradicciones más importantes del desarrollo político y después, ponerse
a la cabeza para capitalizar lo que en muchas ocasiones hicieron otros.
Ese oportunismo puede ser un poco más
sofisticado y con sentido de la realidad. Las grandes tendencias e inspirado
precisamente en el naturalismo y esa concepción de la lucha política como un
fenómeno poco menos que biológico, casi siempre coincidirían con su análisis de
la situación política. La consecuencia, es siempre participar de la coyuntura.
Y por supuesto, de cualquier coyuntura. Movilizaciones reivindicativas, luchas
en temas denominados “emergentes”, etc. De la lucha por mejores salarios a la
toma del poder sin construir; solamente estar presente en todos los combates de
los oprimidos por el sistema, sin proponerse ni un solo objetivo ni
proponérselo al movimiento social.
Por eso el calificativo de voluntarismo,
las acusaciones de instrumentalización al movimiento social a quien se proponga
objetivos o se los proponga a éste, como si fuera una masa de almas puras
o como si fuera diferente de los hechos de que participa. Es lo que a lo menos
en el caso de la izquierda se resume en la etiqueta de stalinismo. Deutscher
que era un trotskista más inteligente que todos sus epígonos criollos,
era bien claro al referirse al stalinismo como un fenómeno de época,
esencialmente político, y no una suerte de emanación del leninismo, que es lo
que sostienen todavía hoy muchos anticomunistas antediluvianos y que conciben,
igual que las teorías individualistas de diverso signo –liberales y católicas
fundamentalmente- que entre individuo y colectividad hay una distancia
infranqueable.
Sin embargo, no sólo antecedentes
anarquistas y trotskistas tiene este punto de vista. El evolucionismo
socialdemócrata también es uno de sus componentes esenciales. El desarrollo
político de una sociedad y de la historia, es el resultado de la evolución
natural de los hechos. Luego, los cambios históricos, son un promedio, la suma
de todas las reformas que lentamente van consiguiendo los movimientos sociales.
De cierto modo es lo que planteó la renovación socialista a comienzos de los
años ochenta. Por eso no es raro que alguien tan radical como Gabriel Salazar
termine dándose cuenta de sus coincidencias profundas con Carlos Altamirano en
la entrevista que le hizo hace un par de años.
En efecto, las teorías autonomistas se
topan por todos lados con las teorías de los socialdemócratas. Como los
partidos y la clase política es tránsfuga y simuladora por definición, se
concluye la necesidad de volcarse a los movimientos sociales y dar la lucha
desde ese espacio. Esto es, mantenerse en los márgenes avanzando desde afuera,
en redes, horizontalmente, etc., para unos consiguiendo pequeñas reformas que
sumadas algún día van a ser el socialismo o alguna cosa similar y en el caso de
otros, en una especie de movimiento autónomo que se convierte en el fin mismo
de la política. Es lo que planteaban Bernstein y otros teóricos del
evolucionismo social en el siglo XX. Esto ya se ha expresado en estos últimos
veinte años varias veces. El 93 con Max-neef; según Altamirano y otros, las
ONG's, el ambientalismo y la diversidad. También respecto del movimiento
estudiantil y el factor generacional el 2006 y el 2011.
Otra idea, otro de los conceptos
popularizados en los últimos años en círculos de izquierda y del movimiento
social es el de la “clase política”. Incluso se postula la existencia de una
clase política civil y otra militar. Tan simple como decir que la sociedad
civil es todos los que no trabajan en el Estado o los que no participan en
política. Al menos no como la hace la presunta clase política. O sea, además
es una tautología. Clase política y movimiento social autónomo se
reclaman el uno al otro. La sociedad civil o el movimiento social hacen otro
tipo de política. Pero ¿quién la define? Otra vez, el historiador, que no es
otra cosa que su propia política.
Es un punto de vista muy conservador y que
tiene consecuencias políticas muy reformistas. No hablemos de Lenin o de
Recabarren. El propio Allende o don Marma, más tarde Miguel; todos los
revolucionarios han tratado de incidir en la política, han formado partidos -de
masa, de cuadros, da lo mismo; unos más democráticos que otros-. La supuesta
suplantación del movimiento social por los partidos o lo que es casi lo mismo,
la “traición de la clase política”, es solamente un hecho puntual, no una
característica esencial de los partidos. Nadie podría negar por ejemplo que la
UP fue un enorme movimiento de masas, en que actuaban partidos, movimientos y organizaciones
sociales.
Que algún historiador no compartiera su
estrategia y su programa, es otra cosa. Claramente, cuando se tiene
vocación por no involucrarse en la política, siempre va a perecer ajena o
equivocada y en lugar de proponer alternativas y disputar la dirección, se
termina construyendo una especie de esencia de lo social que no se topa por
ninguna parte con lo político. Construir teorías acerca de que hay algo
parecido a la clase política o de que la autonomía del movimiento social es que
no participe en política -al menos no como la hacen los partidos- es una
especie de autoengaño, de consuelo. El aspecto circular del binomio clase
política/movimiento social es expresión justamente de su carácter profundamente
ideologizado.
Es posible que este punto de vista
autonomista -aun cuando no difiera mucho del punto de vista socialdemócrata-
sea parte del acervo cultural y teórico de la izquierda. Sin embargo, parece
importante considerar que única y exclusivamente con esa posición es muy poco probable
que la política vaya hacia alguna parte y sobre todo, que la política de la
izquierda vaya en la dirección de cambiar el estado actual de las cosas. Es
como dejarse llevar. Entonces, quienes sí están organizados y participan de la
política, sea desde el movimiento social, desde los partidos, o ambos, tienen
una gran responsabilidad
Pues el individuo no es un alma pura. Es el
resultado de sus propias acciones, de la interacción con los demás individuos,
de sus luchas, victorias y derrotas, que siempre son colectivas. En buenas
cuentas, un hombre es todos los hombres también y por tanto, la lucha
política no consiste en la suma de todas sus luchas -las de los estudiantes,
las de los trabajadores, las de los ambientalistas y los homosexuales, etc.-,
no es un promedio de todas las contradicciones. Porque la lucha política no es
un hecho natural anterior a los fenómenos políticos mismos, es el resultado de
la acción de los hombres.
La
búsqueda de la unidad de la izquierda es por lo tanto fundamental. Ser de
izquierda tiene un componente esencial que es la búsqueda de la unidad del
pueblo y especialmente la búsqueda del complemento dentro de la izquierda. De
aquellos que sostienen otros puntos de vista y provienen de diferentes
tradiciones políticas, doctrinarias, estéticas y culturales. La constatación de
que el movimiento popular es diverso, y que está compuesto por clases,
movimientos, partidos políticos que en su diferencia se reconocen como
explotados, marginados, excluidos, etc. pero parte de una misma unidad. Su
fractura y división es un fenómeno histórico, el producto de la dictadura
militar y la aplicación del neoliberalismo en los últimos treinta y cinco años.
No hay razón, para que desde nuestro propio sector sigamos profundizando uno de
los golpes mortales que el sistema propinó al pueblo.
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