sábado, 15 de febrero de 2014

la crisis de la derecha



La crisis de la derecha y la bajada de Longueria:
Una oportunidad inexcusable para la oposición


Edvard Munch. El grito



La noticia política más importante de ayer era la bajada del candidato presidencial de la derecha, a dos semanas de haber sido ungido como tal después de haber derrotado por estrecho margen a su rival de RN. La primaria de la derecha no resolvió el problema de la hegemonía del sector y esto resultó ser tan cierto, que a pocas semanas, la candidatura de Longueira no solamente no logra remontar en las encuestas sino que incluso es bochornosamente defenestrada, tal cual lo había sido la de Golborne.
La bajada de Longueira representa el fracaso de la extrema derecha. Su preámbulo fue la  derrota de Labbé en Providencia y estéticamente, si se quiere, el cambio de nombre de la Av. 11 de septiembre en esta misma comuna. Es la última derrota del pinochetismo. La hegemonía de la UDI en el sector, se ve cada vez más menguada e incapaz de seguir imponiendo sus términos. Curiosamente, sin embargo, encuentra en el poder ejecutivo y los antiguamente autodenominados representantes de la “derecha liberal” un aliado circunstancial que le permite hacer aparecer su soledad y aislamiento, menos ridícula. Ello a propósito de la polémica del sector en torno a la reforma del sistema electoral binominal.
Justamente a propósito de esta propuesta es que por una parte, el Poder Ejecutivo aparece como lo que es, un gobierno que ya no gobierna quedándole, a su pesar, varios meses por delante, y a la UDI por otra en la obligación de entrar al debate de la reforma del sistema electoral, piedra filosofal de la estabilidad del sistema político y fetiche de todos los conservadores.
En ese escenario se da la renuncia del Longueira. No se trata de una circunstancia súbita e inesperada. Se trata de la expresión más conspicua del fracaso de la derecha chilena. Las ideas que defiende están en retroceso irreversible en la sociedad chilena, ese es el significado de la renuncia de Longueira. Contrariamente a lo que sofísticamente postulaba El Mercurio, al día siguiente de las elecciones primarias, no fue la institucionalidad la que ganó. Fueron más de dos millones de electores que se pronunciaron a favor de los cambios estructurales: cambios a la constitución, al sistema de pensiones, a la educación pública.
Esos son los verdaderos motivos para la renuncia de Longueira a continuar como candidato presidencial de su sector. Su candidatura no logró constituir una hegemonía, una dirección política para la derecha, como sí lo hizo la candidatura de Büchi el 89 o la de Lavín el 99 e incluso la de Piñera el 2009. Pero además su candidatura, probablemente,  gracias al pensamiento fundamentalista y obtuso de la UDI, no concitaba ni lo iba hacer nunca, un acuerdo más amplio de los defensores del sistema neoliberal o como dijo el pintoresco presidente de RN, “las libertdades que con tanto esfuerzo hemos conquistado en estos últimos veinte años”.
Su bajada, entonces, podría ser vista también como una necesidad, como una condición para generar acuerdos más amplios, la búsqueda de consensos en torno a cambios al sistema que impidan el tsunami de reformas que tanto Carlos Larraín como el ex alcalde de Puente Alto, Manuel José Ossandón, vienen anunciando despavoridos hace meses.
La derecha es un cadáver; la editorial de El Mercurio al día siguiente de la bajada de Longueira tenía, de hecho, el tenor de un obituario más que el de una arenga, que es lo que torpemente por cierto intentó Piñera, una vez conocida la bajada de Longueira.
En días recientes, las encuestas demuestran que de ser las elecciones en este momento, la candidata de oposición ganaría en primera  vuelta. No se ve que haya un candidato posible de la derecha, con capacidad de remontar la derrota. Sin embargo, su crisis es mucho más profunda de lo que parece. No es un problema de nombres ni marketing ni de ingeniería electoral; son los valores, los principios que postula este sector los que están en bancarrota. Por eso es que la derecha va a salir derrotada nuevamente en noviembre.
Sin embargo, para el triunfo amplio de la Nueva Mayoría y de los sectores democráticos del país, es necesario, incluso imprescindible, que la oposición ponga en el centro del debate con la derecha, precisamente, los principios, los valores que fundamentan estructuralmente el modelo de desarrollo excluyente y elitista que ha hegemonizado nuestra sociedad en los últimos treinta años. La crisis de la derecha puede terminar en una nueva componenda o en la articulación de un populismo de nuevo tipo que le arrebate al país, la posibilidad de emprender reformas que lo democraticen definitivamente.

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