La crisis de la derecha y la bajada de Longueria:
Una oportunidad inexcusable para la oposición
Edvard Munch. El grito |
La noticia política más
importante de ayer era la bajada del candidato presidencial de la derecha, a
dos semanas de haber sido ungido como tal después de haber derrotado por
estrecho margen a su rival de RN. La primaria de la derecha no resolvió el
problema de la hegemonía del sector y esto resultó ser tan cierto, que a pocas
semanas, la candidatura de Longueira no solamente no logra remontar en las
encuestas sino que incluso es bochornosamente defenestrada, tal cual lo había
sido la de Golborne.
La bajada de Longueira representa
el fracaso de la extrema derecha. Su preámbulo fue la derrota de Labbé en Providencia y
estéticamente, si se quiere, el cambio de nombre de la Av. 11 de septiembre en
esta misma comuna. Es la última derrota del pinochetismo. La hegemonía de la
UDI en el sector, se ve cada vez más menguada e incapaz de seguir imponiendo
sus términos. Curiosamente, sin embargo, encuentra en el poder ejecutivo y los
antiguamente autodenominados representantes de la “derecha liberal” un aliado
circunstancial que le permite hacer aparecer su soledad y aislamiento, menos
ridícula. Ello a propósito de la polémica del sector en torno a la reforma del
sistema electoral binominal.
Justamente a propósito de esta
propuesta es que por una parte, el Poder Ejecutivo aparece como lo que es, un
gobierno que ya no gobierna quedándole, a su pesar, varios meses por delante, y
a la UDI por otra en la obligación de entrar al debate de la reforma del
sistema electoral, piedra filosofal de la estabilidad del sistema político y
fetiche de todos los conservadores.
En ese escenario se da la
renuncia del Longueira. No se trata de una circunstancia súbita e inesperada.
Se trata de la expresión más conspicua del fracaso de la derecha chilena. Las
ideas que defiende están en retroceso irreversible en la sociedad chilena, ese
es el significado de la renuncia de Longueira. Contrariamente a lo que
sofísticamente postulaba El Mercurio, al día siguiente de las elecciones
primarias, no fue la institucionalidad la que ganó. Fueron más de dos millones
de electores que se pronunciaron a favor de los cambios estructurales: cambios
a la constitución, al sistema de pensiones, a la educación pública.
Esos son los verdaderos motivos
para la renuncia de Longueira a continuar como candidato presidencial de su
sector. Su candidatura no logró constituir una hegemonía, una dirección
política para la derecha, como sí lo hizo la candidatura de Büchi el 89 o la de
Lavín el 99 e incluso la de Piñera el 2009. Pero además su candidatura,
probablemente, gracias al pensamiento
fundamentalista y obtuso de la UDI, no concitaba ni lo iba hacer nunca, un
acuerdo más amplio de los defensores del sistema neoliberal o como dijo el
pintoresco presidente de RN, “las libertdades que con tanto esfuerzo hemos
conquistado en estos últimos veinte años”.
Su bajada, entonces, podría ser
vista también como una necesidad, como una condición para generar acuerdos más
amplios, la búsqueda de consensos en torno a cambios al sistema que impidan el
tsunami de reformas que tanto Carlos Larraín como el ex alcalde de Puente Alto,
Manuel José Ossandón, vienen anunciando despavoridos hace meses.
La derecha es un cadáver; la
editorial de El Mercurio al día siguiente de la bajada de Longueira tenía, de
hecho, el tenor de un obituario más que el de una arenga, que es lo que
torpemente por cierto intentó Piñera, una vez conocida la bajada de Longueira.
En días recientes, las encuestas
demuestran que de ser las elecciones en este momento, la candidata de oposición
ganaría en primera vuelta. No se ve que
haya un candidato posible de la derecha, con capacidad de remontar la derrota.
Sin embargo, su crisis es mucho más profunda de lo que parece. No es un
problema de nombres ni marketing ni de ingeniería electoral; son los valores,
los principios que postula este sector los que están en bancarrota. Por eso es
que la derecha va a salir derrotada nuevamente en noviembre.
Sin embargo, para el triunfo amplio
de la Nueva Mayoría y de los sectores democráticos del país, es necesario,
incluso imprescindible, que la oposición ponga en el centro del debate con la
derecha, precisamente, los principios, los valores que fundamentan
estructuralmente el modelo de desarrollo excluyente y elitista que ha
hegemonizado nuestra sociedad en los últimos treinta años. La crisis de la
derecha puede terminar en una nueva componenda o en la articulación de un
populismo de nuevo tipo que le arrebate al país, la posibilidad de emprender
reformas que lo democraticen definitivamente.
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