sábado, 15 de febrero de 2014

El debate de la izquierda

Parábola de los ciegos. Pieter Brueghel



¿De qué estamos hablando cuando hablamos de autonomía? ¿Estamos hablando, de oposición entre dos órdenes distintos de lo real –lo político y lo social? ¿De una especie de monismo que resuelve esta contradicción en lo social y la negación de lo político? ¿De una “esencia”, que trasciende contextos históricos y políticos?
En este debate, se cruzan distintos tipos de problemas –doctrinarios, ideológicos; prácticos y políticos- aunque en apariencia sea uno solo, lo que ha dificultado el despliegue de una política unitaria de la izquierda en lo que va desde los inicios de la  transición pactada hasta hoy y que para enfrentar al gobierno de Piñera, también obstaculizaron –entre otros muchos motivos- la unidad de la oposición. Día Internacional de la Mujer; Hidroaysén, Movimiento Estudiantil son ejemplos típicos.
No es un debate secundario y ello, considerando especialmente que lo que venga después de Piñera no puede ser la repetición de veinte años de política de los consensos, ni de administración del neoliberalismo, cuestión que incluso han planteado Garretón y otros intelectuales  de la transición pactada. Se trata de  hacer el tránsito a una sociedad diferente. Otra cultura, una moral opuesta a la de la desigualdad y la exclusión, ese es el dilema en que se debate nuestra sociedad.
¿Cuál va a ser el rol de los movimientos sociales en esta transición? ¿Cómo va a ser su relación con lo político, con los partidos, los organismos del Estado y después, con un gobierno de nuevo tipo? ¿Hay contradicción, como lo han planteado algunos dirigentes de oposición, entre la movilización social y las tareas de este futuro gobierno de nuevo tipo? ¿Cuál es el rol que deben cumplir la CUT y el movimiento estudiantil en esta nueva etapa que se abre? ¿Es posible resolver en forma unitaria, en el seno de la izquierda, este tipo de interrogantes? Incluso ¿es necesario?
Claro que cuando hablamos del rol de los movimientos sociales, de su autonomía, lo hacemos pasando por alto, generalmente, que nos referimos a estos dos tipos de problema como si fueran uno solo: los ideológicos, los teóricos y que se refieren a la naturaleza de los movimientos sociales; y por otra parte a los problemas de la táctica. Y en el caso de muchos compañeros, la tendencia en los últimos años ha sido reemplazar la táctica por concepciones teóricas del movimiento social y después acusar a quienes no comparten esas mismas concepciones teóricas de instrumentalizar o pretender hacerlo, al movimiento social.
Se trata de una concepción compartida por amplios sectores de la izquierda, de un área cultural “no comunista” para la que la subjetividad es un plano “autónomo” y lo social finalmente el espacio irreductible de la resistencia al modelo y la posibilidad de transformarlo. Una concepción para la que la moral, la cultura, la subjetividad, son un conjunto de valores, ideas y propósitos que le dan consistencia a lo social, organicidad, con independencia de las determinaciones  de los sujetos que los encarnan. Por ello es, precisamente, que tan amplios sectores de la izquierda reivindican la idea de “autonomía” de lo social con independencia de que no siempre coincidan en sus apreciaciones acerca de la política.
El debate de la izquierda acerca de la autonomía es precisamente ese. ¿Qué es la subjetividad, individual o colectiva? ¿Son la cultura y la subjetividad el lugar autónomo de las ideas, de la voluntad y los símbolos?; esto es, ¿que la cultura y la subjetividad existen con independencia de que los hombres viven juntos y se relacionan? Es lo  que supusieron hace veinte años atrás algunos sectores de la izquierda: que el cambio social iba a ser el producto de un cambio subjetivo, moral y cultural, cruzando un amplio espectro de posiciones políticas, que iban desde la renovación socialista, pasando por los ambientalistas hasta llegar, a mediados de los noventa y hasta el día de hoy, a expresarse derechamente como “autonomistas”.
Sin embargo, aun compartiendo el concepto de autonomía de lo social, ¿no es posible afirmar, más bien, que los movimientos sociales no son la suma de miles de individualidades a las que las unen valores, ideas, propósitos y reivindicaciones, sino clases sociales, movimientos determinados por su relación con las demás clases y movimientos sociales, con el Estado y las instituciones?
La idea de que entre individuo y colectividad hay una relación de contigüidad o de que, en el mejor de los casos, uno es reflejo del otro es la que está a la base de la concepción autonomista. Para esta concepción, entre el individuo y la sociedad hay una distancia intransitable y cuando se resuelve es simplemente porque una es el reflejo mecánico de la otra sin que haya ninguna acción, ninguna actividad práctica del sujeto de por medio.
Es precisamente la idea que hegemoniza a la sociedad e invade nuestras vidas e incluso nuestra manera de concebirla hasta convertirse prácticamente en “el sentido común”. Es el cambio cultural que introdujo el neoliberalismo y que hace a unos y otros verse con desconfianza, como amenazas y lo que hace suponer que cualquiera que se reúna con otros, para plantearse el problema del cambio social, de la reforma del Estado, incluso la lucha reivindicativa, tiene intenciones maquiavélicas de instrumentalización del movimiento social.
Sin embargo, lo social no es una esencia que exista con independencia de lo real. Es una creación humana y en tanto tal, una lucha permanente por transformarlo. De manera que la construcción de autonomía de lo social es el resultado de las aspiraciones y las luchas de miles, de millones, de seres humanos que no son individualidades, abstracciones o almas puras, sino subjetividades muy concretas: jóvenes, viejos, hombres y mujeres, militantes y no militantes, organizaciones sociales, partidos políticos, movimientos, individuos o personalidades que se encuentran, que construyen dialogando entre sí y en intercambio con lo real.
Entonces, el problema para el debate de la izquierda no es si lo social  es autónomo o existe con autonomía respecto de lo que no es “lo social”. Tampoco si la autonomía es una sustancia, una característica esencial de los movimientos sociales. El problema para la izquierda es la superación del estado de enajenación y anomia en que ha sumido a la subjetividad el neoliberalismo, expulsándola del ámbito de las relaciones sociales al de la vida privada; o a los microespacios de la sobrevivencia y la fragmentación que generalmente se resumen en el concepto de “lo local”. Construir autonomía efectiva de lo social, por lo tanto, es la restitución de la unidad de lo subjetivo, tanto de lo subjetivo individual como colectivo. Restitución de la identidad entre individuo y sociedad para construir colectivos sociales, movimientos, sujetos para la transformación y lo que debiera venir después de Piñera, que no es otra cosa que la superación del neoliberalismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario