Las
elecciones del domingo tienen varios perdedores y sólo ganadores relativos. La
derecha sacó más votos pero no logra hacerlo como para declarar inevitable su
triunfo.
En la
centroizquierda gana Guilier pero por tan pocos votos -120.000- que aunque es
quien va a pasar a segunda vuelta, no es una posición lo suficientemente sólida
como para conducir por sí solo al sector. Los partidos que lo apoyan bajan su representación parlamentaria o en el mejor de los casos, la mantienen.
El FA es
el gran triunfador de las jornadas del domingo pero no lo suficiente como para
pasar a la segunda vuelta. Y su magnífico resultado, lo pone en la difícil
situación de tener que tomar decisiones políticas y no de principios, las que
por definición son siempre más sencillas.
Los
perdedores ya han sido señalados con bastante insistencia. Las encuestas de
opinión, en primer lugar. Por una razón muy simple. Son un instrumento
científicamente diseñado con la finalidad de modelar el sentido común y la
opinión pública. Lo fueron durante todo el mandato de la presidenta Bachelet y
durante la campaña, trabajaron para Piñera de un modo desembozado. De no ser
por eso, su resultado quizás hubiese sido peor.
La DC,
que arrastrada por un grupo conservador y anticomunista, emprende una aventura
política que se puede interpretar como chovinismo partidario para terminar con
el peor resultado electoral de su historia.
Los
nostálgicos de la Concertación que durante todo el mandato de la presidenta Bachelet
actuaron casi como una quinta columna.
En este
momento solamente los mantienen unidos al conglomerado un conjunto de
principios muy generales.
Perdieron
también los teóricos pop del liberalismo y la autocomplacencia, representados
por el columnista mercurial Carlos Peña. Pero también los radicalizados de la
autonomía, como Carlos Ruiz, Gabriel Salazar y el prematuro agorero del
apocalipsis del sistema Alberto Mayol.
Lo que
se expresó el domingo es un anhelo de cambios y de profundización de las
reformas emprendidas en este período; un castigo a las posiciones más conservadoras
de la NM; una crítica a su parsimonia e inconsistencia para impulsar el
programa comprometido en la elección del 2014, no un movimiento antisistémico y
autónomo de la “clase política”.
El
pueblo entiende y así lo expresó el domingo, que las reformas deben continuar,
deben ir más rápido y ser más profundas. Que debe hacerlo hacerlo desde
todos los espacios institucionales y al contrario de lo que todos pensábamos hasta el domingo,
la ideología dominante no es una barrera impenetrable y estamos ante un pueblo
mucho más politizado de lo que parece.
Hoy más
que nunca, es necesaria su unidad. Y no solamente para derrotar a
Piñera en diciembre. Eso es casi un hecho si se tratara de lógica y sentido
común. La unidad es un instrumento imprescindible para consolidar las reformas
en curso y terminar de desmantelar el modelo neoliberal y lograr una democracia
plena.
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