Franciso Goya. De la serie Los caprichos. 1799
La actualización curricular impulsada por el mineduc,
plantea una serie de desafíos a las comunidades educativas y especialmente a
los y las docentes. La escuela, como es reconocido por moros y cristianos, es
un espacio donde se vive el conflicto dado el diverso origen social, étnico y
hoy por hoy, nacional de quienes la conforman y es elaborado luego en las
complejas formas de la cultura convencional, del conocimiento científico, las
artes y las humanidades; en usos y costumbres cada vez más exigidos por transformaciones
sociales, económicas, medioambientales y cambios tecnológicos que se suceden
con una velocidad vertiginosa.
La actualización curricular, por esa razón, no es solamente
el motivo de una polémica entre los distintos actores políticos, académicos e
institucionales involucrados. También lo es o debiera serlo, para las mismas
comunidades educativas, conminadas a participar de este debate y de avanzar en
su implementación, en su diseño y puesta en práctica en cada escuela y liceo;
en cada sala de clases. Es, por consiguiente, una oportunidad para generar un
amplio movimiento de masas de renovación pedagógica y educacional.
Es precisamente a eso a lo que le teme la derecha; su temor
inveterado a la participación del pueblo y su concepción paternalista y
conservadora de la educación, han motivado los más absurdos galimatías para
oponerse a ella. El hecho de que el ministro a cargo del área sea un militante
comunista, además, intensifica sus furores reaccionarios, interpretándola en
forma antojadiza como una maniobra maquiavélica de manipulación cultural o en
el mejor de los casos, como una pérdida de tiempo o un gustito ideológico.
La centralidad que adquieren el lenguaje y la ética; la
consideración del territorio no como una condición determinante del aprendizaje
sino como el lugar donde se origina y se realiza, obligan a las comunidades a
inventar; a experimentar; integrar experiencias y debatirlas. No se trata,
entonces, de una circunstancia para tomar en cuenta sino de su verdadero
contenido. Fenómenos como las migraciones; el calentamiento global; el aumento
de la pobreza; las novísimas tecnologías de la información y los resultados que
ha tenido el desarrollo de la “sociedad de la información” –entre ellas la
difusión de noticias falsas, discursos de odio y paradójicamente desinformación-
en los últimos veinte años, las coloca en tensión y la actualización curricular,
ante una oportunidad para cuestionarlos, pensar en ellos y al mismo tiempo,
innovar tanto en contenidos como en formas de enseñar y aprender.
Los despropósitos implementados en los últimos veinticinco
años, basados en la cobertura de contenidos y el cumplimiento de objetivos de
aprendizaje, como si se tratara de una maratón, han tenido como resultado la
burocratización de la docencia con su consecuente efecto de sobrecarga
administrativa, stress laboral y agotamiento. Asimismo, la reducción de la
educación al cumplimiento de estándares ha traído consigo su empobrecimiento,
el de las experiencias que las comunidades tienen en las escuelas y el aumento
de la conflictividad; y contrariamente a lo que suponían sus autores, un estrechamiento
alarmante del conocimiento medido en las pruebas estandarizadas, ocasión para rasgar
vestiduras, lanzar acusaciones, e implementar nuevos planes y mediciones que
generalmente sobrecargan a las ya agobiadas comunidades.
El país está experimentando profundas transformaciones,
imperceptibles a primera vista, pero que van a cambiar, que están cambiando su
apariencia y también su cultura. Esos cambios provocan incertidumbre y ésta a
su vez temor a lo desconocido, temor aprovechado por el fascismo para difundir
su prédica reaccionaria; su discurso excluyente y discriminador de todo lo
diferente –el inmigrante, la mujer; las diversidades sexuales y de género; los
pobres, los que se organizan-. También para difundir sus típicos llamados al orden
y la autoridad.
La escuela y el debate curricular, en cambio, un espacio para reflexionar acerca de ellos; para dialogar acerca de lo que somos y lo que queremos ser como sociedad. No el único ni el más importante probablemente, pero sí uno con capacidad de convocar y movilizar a muchos y muchas que se resisten a retroceder a niveles de consciencia de los derechos de los trabajadores; de la mujer; de la naturaleza, los pueblos originarios, la juventud y la comunidad LGBTQI+ del siglo XIX, que es hacia donde arrastra a la humanidad la crisis del neoliberalismo, la derecha y sus vástagos neofascistas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario