jueves, 28 de julio de 2022

Y después del plebiscito?

Fernand Leger. El gran desfile, 1954




Estas últimas semanas, la tendencia dominante en la política nacional es la de la convergencia de las fuerzas políticas que están por aprobar en el plebiscito de salida.  Las fuerzas del rechazo no logran sumar nada. La supuesta campaña "ciudadana" no pasa de ser un titular de diario y por esa vía, se ha instalado precisamente como lo que no es, penetrando en amplias capas despolitizadas de la población que van desde pobres con baja escolarización hasta sectores medios temerosos de perder el aparente y frágil status que el modelo neoliberal les habría otorgado. 

Están en una posición de trinchera, lo que los ha hecho recurrir, como era de esperar, considerando su inveterada mendacidad, a las estrategias más ruines que no vale la pena enumerar en estas líneas. 

El arco político de las fuerzas del apruebo por cierto, es muy amplio yendo desde partidos de la ex  concertación y la izquierda, hasta organizaciones y movimientos sociales y territoriales. Es natural que considerando esa amplitud no todos respalden la opción con el mismo entusiasmo ni tengan las mismas pretensiones una vez resuelta la disyuntiva entre la actual constitución pinochetista y la constitución que fue el resultado del proceso de deliberación más democrático de los últimos cien o doscientos años. 

El contenido del plebiscito, en efecto, es solamente ese. Quedarse con la Constitución de Guzmán y Pinochet o aprobar una nueva. La gracia de la nueva Constitución además es que, en lugar del hierático monumento al neoliberalismo que es la Constitución del 80, contiene normas y mecanismos de reforma que motivan el debate y la deliberación permanente de la sociedad respecto de su sistema político y de la normas de convivencia que la definen. 

En ese sentido, decir "aprobar para reformar" no pasa de ser una perogrullada, pero al menos es más lógico que el llamado a "rechazar para reformar", una contradicción en esencia que explica solamente el estado de confusión mental de la derecha para enfrentar los desafíos ante los que se encuentra el país -y la humanidad- producto de la debacle del neoliberalismo global, y de antiguos dirigentes de la concertación que se han puesto de vagón de cola de la reacción. 

Las eventuales reformas a la futura Constitución, fueron consideradas por la Convención Constitucional al elaborar su propuesta. Es probablemente una de las innovaciones más importantes que tiene en relación al mamarracho que nos rige actualmente. Introduce la iniciativa popular de ley; el plebiscito en materia de reformas al carácter del Estado; simplifica su trámite en el futuro Congreso; elimina las leyes de quorum calificado y los rebaja para la realización de reformas importantes que tienen que ver con la propiedad de los recursos naturales, la creación de empresas públicas, impuestos, etc. 

La aprobación de la propuesta de la Convención va a ser un gran cambio por esta razón y no únicamente por su contenido, el cual ciertamente define un avance notable en relación con el neoliberalismo ínsito en la actual Constitución. Va a motivar la politización de la sociedad -la pesadilla de los neoliberales y de los conservadores de todas las layas, para quienes idealmente Chile debiera parecerse a Springfield- y el debate de la sociedad. Va a posibilitar la profundización de cambios y transformaciones todavía mayores. Ese es el verdadero temor de la derecha y ante lo que se resignaron sectores de centro que se han visto obligados a llamar a aprobar un poco a regañadientes -el laguismo sin Lagos, por ejemplo-. 

Va a ser la motivación para el más amplio despliegue de la deliberación y movilización popular desde la época de la Unidad Popular. No va ser un resultado espontáneo del triunfo de la opción Apruebo el 4 de septiembre, por cierto, sino de una genuina voluntad de lucha de la izquierda, de capacidad política, de vocación unitaria y de realismo. Es la hora de los pueblos de Chile; el primer gran triunfo del que podamos sentirnos orgullosos y felices en muchos años, pero que nos pone ante el enorme desafío de comenzar a construir una sociedad mejor. 

miércoles, 13 de julio de 2022

Legitimidad


Eugene Delacroix. La libertad guiando al pueblo. 1830



El Presidente Boric ha declarado en más de una ocasión que las dos posiciones que se enfrentarán el 4 de septiembre para dirimir acerca de la propuesta de Nueva Constitución elaborada por la Convención Constitucional, son legítimas.

Legítimamente también, se duda acerca de esta afirmación al comprobar los argumentos mendaces con los que la derecha y los partidarios del rechazo, critican el trabajo hecho por ésta. Más aún considerando que, desde Lagos hasta Evelyn Matthei, prometen hacer lo que no hicieron durante treinta años, esto es elaborar una nueva Constitución en caso de triunfar. En esta promesa, está contenida la contradicción imposible de resolver por parte de los protagonistas de la transición pactada, y la razón de su derrota en Septiembre. 

No se trata sólo de una contradicción lógica, sino de la expresión del conflicto histórico que tensiona a la sociedad. Para enfrentarlo, hasta ahora, las fuerzas que fueron sostén de la transición pactada -los mentados treinta años- han sacado toda clase de conejos de la chistera. El primero, fue el intento de contener en todo lo que fuera posible, las atribuciones reformistas de la Convención Constitucional, arrancada por el pueblo a las clases dominantes a punta de movilización. El acuerdo del 15 de noviembre de 2019 -no hay que olvidarlo- no fue el fruto de una espontánea reunión de caballeros altruistas sino de una "clase política" servil a los intereses del empresariado que aceptó a regañadientes la Convención y el Plebiscito como mecanismos de solución de la crisis política -agravada además por la torpeza del gobierno de Piñera y la mediocridad de su coalición-  aterradas por la sublevación de la "chusma". 

Luego, han ocupado varios intentos de articular una "tercera posición", cual más enjuta que la anterior, como "Una que nos una", "Amarillos por Chile", etc. Para ello, no les ha quedado más alternativa que recurrir al museo de la transición, en el que ocupan una sala especial de exhibiciones los ex presidentes -con la honrosa excepción de la Presidenta Bachelet, quien desde un primer día se ha manifestado partidaria del Apruebo- y finalmente, como recurso desesperado de último minuto, la rebaja del quórum que con tanto celo defendieron como la piedra filosofal de su período y base de la política de los  consensos. 

Evidentemente, una maniobra politiquera y demagógica que solamente muestra tal cual es su consecuencia. La guía el puro cálculo; todo para ella es probabilismo y adaptación inescrupulosa a las circunstancias. Finalmente, es una especie de acrobacia que intenta desafiar la única ley que de manera inapelable define el desarrollo social, esto es la lucha de las masas por la expansión de la democracia y sus derechos políticos, sociales y culturales, contra el interés privado que los ha convertido en meras posibilidades adquiribles en el mercado de las oportunidades, como machaconamente han repetido durante treinta años hasta convertir sus conjuros en sentido común. 

La frase del Presidente Boric en este sentido no se puede interpretar sino como el reconocimiento del acuerdo político que él mismo suscribió pese a todas las limitaciones que se fueron corrigiendo además a lo largo del trámite de la Reforma Constitucional que le dió forma y el desarrollo de la misma Convención, proceso en el que por lo demás, se ha ido tejiendo la unidad de la izquierda, tanto la de quienes firmaron como la de quienes no lo hicieron, esa noche. 

Pero no se puede considerar legítima una opción que implica, la mantención de una Constitución que ya fue tirada al tacho de la basura de la historia en el plebiscito de entrada. Exactamente en eso consiste el fascismo, en la negación de la historia y la imposición de los puros hechos sin que medie ninguna reflexión de la sociedad respecto de ellos. Eso fue la Constitución del 80 y lo seguirá siendo por siempre en cuanto que su origen es un golpe de Estado, la represión más brutal desatada contra los pueblos de Chile desde el mismo 11 de Septiembre de 1973, una comisión de once personajes nombrados por Pinochet y un plebiscito fraudulento. 

Pues bien, es lo que está puesto en cuestión hoy por hoy y finalmente, lo que está en disputa en el plebiscito. El sentido de la Historia, así con mayúsculas. Y a medida que se acerca el día, van quedando como anécdotas los intentos de los partidarios de la Constitución del 80, incluídos sus más de doscientos remiendos, y sus triquiñuelas para defenderla, tal como lo ha interpretado tempranamente el Senador DC Francisco Huenchumilla. 

Que sea el sentido de la historia lo que se discute en el plebiscito de Septiembre, lo manifiesta precisamente la experiencia política y social de las masas que, tal como lo reconoce hasta la misma derecha, se rebelaron el 18 de octubre en contra de los bajos salarios, las malas pensiones, los servicios de mala calidad, los abusos de las empresas, las discriminaciones de diversa índole y que fueron posibles durante treinta años gracias a un pacto social excluyente y autoritario contenido en la Constitución de Guzmán, lo que estas mismas ratifican en el plebiscito de entrada del 25 de octubre de 2020.

Se corrobora día a día en los abusos y desigualdades que ningún gobierno ha podido enfrentar y resolver eficientemente pues la Constitución actual lo impide. Ese es el problema, esa la gran disyuntiva del 4 de Septiembre próximo. El reloj corre en contra de la derecha y los nostálgicos de la democracia de los acuerdos. Los pueblos de Chile, en cambio, vencerán. 





jueves, 30 de junio de 2022

¿Cómo se combate a la mentira?

                                       Georg Scholz. Arbeit schändet. 1921



De cara al plebiscito constitucional del 4 de septiembre, la gran protagonista son las noticias falsas. Sea tanto porque medios serviles a los intereses garantizados por la actual constitución les ofrecen amplia difusión -sin tomarse la molestia siquiera de verificar su contenido- o por las réplicas que éstas provocan. Por donde se mire, siempre salen ganando, generan debate, hechos políticos y abundante cobertura. 

¿Significa esto acaso que lo mejor es ignorarlas? Por cierto, eso no cambiaría mucho las cosas, solamente las dejaría tal como están. Las noticias falsas van a seguir hegemonizando titulares, debate y la reflexión de ciudadanos y ciudadanas, acarreando agua al molino del rechazo, de aquí al 4 de septiembre. Ello mientras el monopolio mediático, pieza fundamental del sistema de dominación vigente, no sea objeto de ninguna regulación pública que garantice el pluralismo y la diversidad.

Las encuestas solamente reflejan esta presencia hegemónica de las distorsiones y mentiras hechas circular por la derecha y el empresariado a través de sus medios, pero en ningún caso, como lo han tratado de hacer creer las viudas de la constitución pinochetista y la presunta centroizquierda zombi de los noventa, una expresión de conformidad con el estado de cosas actual, descrito y legitimado por ese texto constitucional pactado en los noventa sin consulta popular mediante. 

La caterva del rechazo representa al sentido común. Reitera la jerga dominante de los últimos treinta años, repetida machaconamente hasta convertirse en un repertorio de frases hechas y máximas que le sirven de consuelo a una temerosa clase  media que vive de la ilusión de llegar a ser algún día como Eliodoro Matte o incluso de creer que excepto por su fortuna es igual,  y temerosa de ser pobre o volver a serlo. 

En buenas cuentas, es pura ideología y no representa ningún hecho objetivo. En principio, entonces, no es cierto que el rechazo vaya a ganar en septiembre, sino solamente que tiene más presencia en los medios que el apruebo, por razones obvias. 

Las fuerzas democráticas, sin embargo, no pueden desestimar el riesgo que ello implica. El Frente Amplio en Uruguay, desarrolló una exitosa campaña de recolección de firmas para llevar a referéndum la Ley de Urgente Consideración del gobierno de Lacalle Pou, en plena pandemia, y sin embargo fue derrotada luego en él.

En la primera vuelta de las elecciones presidenciales en las que triunfó el candidato de la izquierda, el entonces diputado Gabriel Boric, el candidato ultraderechista José Kast salió primero y en las elecciones parlamentarias de ese mismo año, la derecha se llevó casi la mitad del Parlamento. Ignorar, por lo tanto, esta presencia de la derecha y su propaganda en los medios, por muy ideologizada que sea, puede resultar fatal. 

Excepto los partidos más reaccionarios del espectro político, el rechazo solamente ha logrado atraer a un exclusivo círculo de privilegiados por la transición pactada. Una porción menor del PDC, antiguos militantes del PPD y ex mapucistas; aspirantes a guerrillero devenidos en empresarios y tecnócratas de los gobiernos de la concertación.

Sin embargo, la JDC, importantes alcaldes y parlamentarios de la ex concertación, el PS; -un poco a regañadientes- el laguismo;  más toda la izquierda reunida en Apruebo Dignidad, organizaciones sociales y de masas, se han manifestado ya por el apruebo en el plebiscito de salida aun cuando incluso no compartan la totalidad del texto redactado por la Convención. Ello, pues la contradicción que se expresa en el plebiscito es simplemente la de quedarse con la actual Constitución o avanzar hacia la construcción de un nuevo pacto social. 

En segundo lugar, el triunfo del apruebo en el plebiscito de salida se basa la constatación de que la Constitución no es, como se ha repetido majaderamente hasta ahora, "la casa de todos". La Constitución es la expresión de un acuerdo -no de un consenso- de la sociedad respecto de las bases de su convivencia, de la tensión de intereses opuestos, de la diversidad y riqueza cultural de nuestra sociedad. Obviamente unos van a quedar más contentos que otros y no todos, por cierto, van a ver reflejadas en ella cada una de sus aspiraciones.

Entre los últimos ciertamente los grandes empresarios que ya han notificado al país su disconformidad con el texto aprobado por la Convención, aunque se cuidan de llamar a rechazar abiertamente. 

El resto del país, aspira a una nueva Constitución. La gran mayoría despojada y excluída por la actual Constitución que sólo ha considerado el interés de la gran empresa va a asistir a votar mayoritariamente por el apruebo, a no ser que la propaganda derechista basada en mentiras y distorsiones grotescas la convenza de la inutilidad de sus luchas y de sus votaciones en el plebiscito de entrada y en la elección de convencionales, lo que ya sería mucho decir. 

La mentira no se va a derrotar por consiguiente con más propaganda que la que la derecha y los empresarios despliegan en sus medios, contando con la servil colaboración de parte de la DC, ex poetas y escritores venidos a menos; académicos y empresarios del lobby y de la industria de la educación  

En la medida que se conozca el texto constitucional elaborado por la Convención, debiera disminuir el pavor infundido por la prédica derechista. Asimismo, en la medida que se acerque el plebiscito de salida, acrecentar la movilización por las demandas populares. Tal como lo ha dicho el ministro Jackson, la actual Constitución, es un cerrojo para la implementación de cualquier programa de transformaciones. Lo fue durante los gobiernos de la Concertación; lo fue durante el gobierno de la Nueva Mayoría y lo seguirá siendo mientras no haya sido derogada.

La unidad de las fuerzas del apruebo en lo posible, debe expresarse en una campaña unitaria. El rechazo es una majamama que solamente expresa una unidad circunstancial basada en la defensa de privilegios, conservadurismo moral y cultural; temores atávicos y una promesa imposible de elaborar una nueva constitución que no podría ser sino una reedición del mismo mamarracho pinochetista en nuevos términos.

Por eso, los pueblos de Chile van a triunfar en septiembre y la mentira va a ser derrotada. 

     




miércoles, 22 de junio de 2022

Ventanas, la nueva Constitución y los desafíos de la clase trabajadora en la actualidad

 


Edward Munch. Obreros volviendo a casa. 1913-1915


El cierre de la refinería de Ventanas, ha sido el festín de los medios del sistema. Acusar de incumplimientos e inconsecuencias por parte del gobierno; ruptura con su base de apoyo y contradicciones en su interior con el claro objetivo de debilitar las posiciones de izquierda en una coyuntura caracterizada por el fin del ciclo de gobiernos neoliberales y la recuperación de las posiciones de izquierda en todo el continente, es un libreto conocido.

La manifestación del crisol de contradicciones del sistema neoliberal que son las zonas de sacrificio no es algo nuevo. Que una administración comprometida con el pueblo y los trabajadores; con el medioambiente y el desarrollo del país, se haga cargo de ellas para dar una solución definitiva que armonice los intereses nacionales para proyectarlos en el largo plazo, sí.

Ese es el problema de Ventanas y el cierre de la fundición. 

En este sentido, las causas que inspiraban a la izquierda y el movimiento obrero en el siglo XX, si bien siguen siendo las mismas, son hoy por hoy muy diferentes. Se trata de contradicciones de clase determinadas por las transformaciones del capitalismo, un capitalismo que emerge cada vez más claramente como una forma de relación del hombre, la tecnología y consecuentemente, de las clases y movimientos sociales con la naturaleza, que extiende las relaciones basadas en la apropiación privada de todo lo real a todos los ámbitos de la vida. Ello como nunca antes en la historia y producto de su propio desarrollo y contradicciones.

Para un punto de vista histórico y revolucionario, es precisamente en la apreciación de este carácter complejo, determinado y cambiante en donde radica la forma auténtica de lo real y la explicación de su constante transformación. No es la identidad sino la diferencia la que lo define.

Lo contrario, el doctrinarismo pedante que reemplaza, como decía Lenin, “el análisis concreto de la situación concreta” por unas cuantas fórmulas sociológicas y filosóficas o la acumulación de ejemplos históricos, es un punto de vista conservador, que se expresa en un maximalismo inspirado en un "deber ser" que alude a una incierta noción de la identidad, más que en las contradicciones de la realidad o en una integración chapucera de temas corrientemente denominados “emergentes” sin ninguna coherencia política.

Pero no es solamente el maximalismo una de sus expresiones. Borrar la riqueza y diversidad de contradicciones que genera el capitalismo consiste también en la asimilación de la pura reivindicación económica y específicamente la sindical, a la totalidad de lo real. Efectivamente en la producción es donde en forma primaria se expresa la contradicción interior entre el carácter social de la vida del hombre y la apropiación privada de la misma para transformarla en mercancía. Sin embargo, ésta se refiere a la totalidad de lo social.

Entonces, como sucedáneo del auténtico clasismo, e ignorando  el carácter de totalidad de la vida social, esta  posición política adopta un lenguaje, unas formas de organización y lucha que le sirven para diferenciarse de posiciones políticas progresistas o que incluso se definen "de izquierda" aun cuando no se reconozcan clasistas pues no apuntan a la transformación de dicha totalidad sino a sus manifestaciones.

Este punto de vista, tan pequeñoburgués como el maximalismo es el obrerismo. Es igual que el maximalismo, un punto de vista conservador porque armado de una más “realista” apreciación de las circunstancias, no se hace cargo de la totalidad, de la riqueza de lo real. La lucha sindical, ni siquiera la lucha obrera, para este punto de vista lo es todo.

Es un punto de vista conservador además porque no construye movimiento social y simplifica de manera grosera, la complejidad y riqueza de las contradicciones reales, en primer lugar, las contradicciones de clase.

Esa riqueza y complejidad es la que explica que históricamente sectores de la clase media -pequeñoburgueses- hayan sido parte del movimiento popular y levantaran las banderas del socialismo y la democracia. Entre otros, los estudiantes y el movimiento juvenil en general; los profesionales, los trabajadores del arte y la cultura.

Se trata de grupos sociales que producto de las modernizaciones neoliberales de los últimos treinta años, se han privatizado y encontrado un nicho para reproducirse como clase y como cultura, en centros de estudio y ONG’s, fundaciones y productoras que le venden servicios al Estado, realizan asesorías a organizaciones sociales y se vinculan con los temas corrientemente llamados “ciudadanos” y que en realidad son las viejas contradicciones de clase determinadas de diversas maneras y por diversas circunstancias también.

Hay problemáticas que expresan el carácter de la contradicción principal del período, como la recuperación de la educación pública; el acceso a la cultura y la entretención; las luchas contra el armamentismo y la defensa del medioambiente; los derechos políticos y civiles, sociales y culturales de todos los ciudadanos y que no son consideradas por el “obrerismo” o lo son sólo de manera parcial y secundaria.

Finamente, el obrerismo es una desviación pequeñoburguesa porque debilita las posiciones de la clase trabajadora, porque desprecia la realidad, las fracturas que la constituyen y donde se libran  las luchas de miles y millones todos los días en contra del sistema neoliberal y por la democracia y que en el fondo aportan a la construcción de la gran corriente popular y democrática que va a conducir a la construcción de un nuevo Chile. En resumidas cuentas, es lo menos leninista que hay.

Por el contrario, el sindicalismo de clase, pues está en una privilegiada posición para comprender la totalidad de lo real, asumir, comprender y dar sentido histórico y de largo plazo a las luchas de todos los sectores interesados en el cambio social, integró históricamente en su táctica y discurso las más diversas problemáticas, no solamente laborales.

No es sin embargo una responsabilidad de las organizaciones sindicales sino de los partidos de izquierda que así sea. El obrerismo no es un vicio de la organización sindical sino una deformación doctrinaria y una desviación política.

Nunca el obrerismo ha sido una tradición de la izquierda chilena. Muy por el contrario, la izquierda chilena integró siempre en su concepción del movimiento popular a los sectores medios, a los intelectuales y los artistas, técnicos y profesionales y no como fuerza secundaria o auxiliar sino en la especificidad de sus reivindicaciones y luchas, como contradicciones con el carácter clasista de la sociedad capitalista.

 

 

Durante la lucha contra la dictadura de Pinochet, la Asamblea de la Civilidad en otras circunstancias y con otros objetivos ciertamente, señala que es precisamente la amplitud, la integración de los más diversos intereses y reivindicaciones la clave para construir una fuerza mayoritaria capaz de producir las transformaciones que Chile necesita.

Hoy por hoy, la articulación del conjunto de las luchas y demandas populares que se expresan en el objetivo de enterrar definitivamente la Constitución de Pinochet y que la derecha intenta salvar con su promesa de elaborar una nueva Constitución llamando a rechazar en el plebiscito de salida. Ventanas es sólo una más de las expresiones del tamaño de las tareas del movimiento popular y el carácter que tienen las transformaciones que Chile necesita.

sábado, 11 de junio de 2022

Dios los cria y el diablo los junta

Georg Grosz. Día gris. 1921


La derecha chilena no le ofrece nada nuevo al país. Por la sencilla razón de que no tiene nada nuevo que ofrecer. De lo único que puede balbucear algo que le pueda parecer coherente a alguien, o al menos intentarlo, es de la seguridad y la lucha contra la delincuencia. En sus reacciones frente al discurso del Presidente Gabriel Boric en su cuenta anual al Congreso, no hace alusión ni en media línea a la reforma tributaria, la creación de la Empresa Estatal del Litio, la creación de un Sistema Único de Salud, la reducción de la jornada laboral, el proyecto que pone fin al sistema de AFP's. Sólo repite como un mantra "....no habló de seguridad....no se refirió al combate al terrorismo....". 

Respecto de la Convención y el plebiscito de Septiembre, sus opiniones no son más que expresión de temores atávicos y  defensa de privilegios de clase, raciales y naturalización de exclusiones de diversa índole. 

Nunca antes fue tan evidente, quizás desde los años sesenta del siglo XX, que  representa el pasado. Una vez enterrado el pinochetismo más fundamentalista-junto con la Constitución del 80- , la "derecha democrática" se quedó como el Rey Desnudo del cuento de Andersen. Ya no tiene una caricatura con la cual compararse para presumir de "liberalismo" y se ve igual de reaccionaria y grotesca que sus compañeros republicanos. 

La antigua "patrulla juvenil", ya entrada en años, se retira sin pena ni gloria; sin relevo y sin legado y vuelven a aparecer los viejos discursos de fundamentalismo católico, conservadurismo moral -ahora llamado "pro vida"- rancio clasismo y exclusivismo social, típicos de la oligarquía terrateniente, revestido ahora de argumentaciones técnicas basadas en la economía política neoliberal pero que ya no suenan tan evidentes como hace veinticinco años atrás. 

Quizás lo único nuevo de lo que pueda ufanarse es de nuevos compañeros, provenientes de una autodenominada "centroizquierda" que si alguna vez tuvo algo de progresista, ya lo olvidó o de lo que  sencillamente renegó sin ningún escrúpulo ni pudor. Las maniobras desesperadas de última hora de este sector para salvar lo que se pueda del acuerdo que con tanto esmero y dedicación cultivó con la derecha durante treinta años, no merece comentarios. 

La defensa de ese acuerdo -que ahora incluso se manifiesta mediante una propuesta para deshacer lo que Patricio Aylwin pactó con un ministro de Pinochet el '89-  es precisamente lo nuevo de una derecha que emerge entre las ruinas de la constitución pinochetista parchada por Lagos el 2005. Los nuevos ricos de la transición, los que desde puestos clave en el Estado se hicieron luego un lugar en los directorios de empresas, lobbiystas, directores de fundaciones -entre las que destacan  las que florecieron en el mercado de la educación , la industria de las comunicaciones y las asesorías. 

Una derecha circunstancial, si se quiere, llena de grietas, débil en lo doctrinario; sin propuestas y que lamentable aunque forzosamente, le abre el camino al fascismo más duro. Esta mezcla de nostálgicos de la política de los acuerdos; católicos fundamentalistas; conservadores, neoliberales de diversas denominaciones, pentecostales y nuevos ricos, es por el momento la nueva derecha, de la que resulta difícil pronosticar su alcance y proyecciones. En una sociedad despolitizada por treinta años de prédica "cosista", sin embargo, tampoco se puede desechar fácilmente que tenga todavía alguna posibilidad. 

De hecho, según las encuestas, en el segmento etario de entre los 35 y los 54 años, tanto en hombres como mujeres, es donde se registra mayor propensión a rechazar en el plebiscito de salida. Precisamente los que crecieron y se formaron culturalmente en nuestra larga y somnífera transición a ninguna parte. No es sólo pedagogía política -lo que ya de por sí suena ñoño y presuntuoso- sino acción política y movilización de masas lo que se requiere. Las alzas golpean fuertemente; los bajos salarios y la precariedad de saber que aparte de la familia, uno en el oasis de los neoliberales está solo y la única perspectiva es estar aún peor son caldo de cultivo para el populismo de ultraderecha. 

Ha sido notable, en este sentido, la confianza del pueblo en el programa de gobierno; en las perspectivas que abre para el cumplimiento de las demandas populares la Nueva Constitución; en el recambio generacional que se produjo en las últimas elecciones presidenciales y parlamentarias pero que lamentablemente no se expresa en las organizaciones sociales y de masas. La paciencia del pueblo, sin embargo, no es un cheque en blanco sino una esperanza, una confianza que requiere de confirmación y que no surge de una promesa sino de una tarea política, de una necesidad concreta. 

Es eso precisamente lo que diferencia el programa de la izquierda -no su radicalidad- de los programas de la derecha y los del autodenominado centro político. La expresión de un anhelo de masas; la realización histórica de una tarea colectiva y popular -hoy en día mucho  más densa y compleja de lo que fue hace cincuenta años atrás- y no un favor. 

El fascismo, camuflado por ahora entre la majamama del rechazo, espera pacientemente su oportunidad. La nueva derecha, la del rechazo no representará nada nuevo pero precisamente por eso prepara el camino para el retroceso cultural, político y moral que representa el fascismo, lo único que puede emerger de entre sus ruinas. 

lunes, 6 de junio de 2022

Significado del rechazo y Nueva Constitución

Honoré Daumier. El vientre legislativo. 1834

  

 

El llamado de toda la derecha, incluida la “derecha democrática”, a votar rechazo en el plebiscito de salida, solamente viene a sincerar lo que ya se sabía.

 

La derecha, nostálgica de la dictadura de Pinochet; defensora de la gran propiedad y de privilegios -la gran mayoría de las veces- mal habidos; partidaria de la supremacía racial y de una noción abstracta de la nacionalidad que se remonta al latifundio y el catolicismo fundamentalista; notificó al país el fin de semana que prefiere una Constitución que mantenga todos estos principios a una Constitución que incluya a todos y todas.

 

A una que garantice derechos económicos, sociales, políticos y culturales; una auténtica descentralización y distribución de poder; mecanismos de participación ciudadana y popular; de reforma permanente; de ejercicio de la soberanía a través de instituciones sujetas al escrutinio del pueblo, donde la transparencia y la probidad no sean solamente una declaración sino una obligación y un motivo de sanción de las autoridades que no cumplan con ellas. 

 

Su diseño original, el que consistía en esperar a que la “sociedad civil” se pronunciara en contra de la Nueva Constitución y llamara a votar rechazo, naufragó estrepitosamente.

 

Ni siquiera los sectores de la sociedad civil a los que apelaba, como los gremios que agrupan a los grandes empresarios e instituciones religiosas, han osado anunciar su voto en contra. Su sector más ultra, el Partido Republicano, comprendió tempranamente que eso no pasaría y que la defensa de los intereses de clase que representa, estarían mejor protegidos con una actitud decidida y clara que con esas melifluas declaraciones que tratan de disimularlos inútilmente.

 

Incluso en las encuestas de sus centros de estudio, se ve reflejado que, en la relación inversamente proporcional al sinceramiento de la derecha, crece la intención de votar apruebo. Lo que ya es mucho decir considerando lo ideologizado de sus metodologías, las preguntas que realizan y sus rebuscadas interpretaciones.

 

Su promesa de elaborar una nueva constitución después de un presunto triunfo del rechazo, no es más que la confesión prematura de su fracaso. En efecto, se trata del reconocimiento, a regañadientes, de que una Constitución inspirada en sus ideas no da cuenta de la sociedad real; por consiguiente, de su imposibilidad política y social –no meramente jurídica- y finalmente, de su derrota en septiembre.

 

A la derecha, en todo caso -a los Chahuán, los Ossandón, los Macaya, los Kast y el resto de la patota- no les importa tanto eso como salvar lo que se pueda de la estantería. El problema lo tienen los ex concertacionistas, como Mariana Aylwin, Fidel Espinoza, Ignacio Walker, José Miguel Insulza, Eduardo Aninat y el resto de la vieja guardia. O se unen a la mayoría nacional y popular que se manifiesta cada vez más fuerte por el apruebo en el plebiscito de salida o se suman a la cantinela incomprensible del rechazo para reformar, uno de los ideologismos más extravagantes que se hayan escuchado en los últimos treinta años.

 

El asunto, sin embargo, no es solamente lógico. Históricamente, cuando las clases dominantes se estrellan con los límites políticos de sus alambicados silogismos, suelen ajustarlos por la fuerza. Eso es precisamente el fascismo y la razón del atolondrado llamado de la derecha a rechazar en septiembre. A esa posición de fuerza imposible de ocultar, no se le puede oponer una tesis académica. Debe oponerse una repuesta política y de masas que es el despliegue de la movilización popular más amplia y diversa para asegurar un triunfo aplastante en el plebiscito de salida.

 

Ya se están preparando los que, con mano ajena, quieren escamotear el triunfo popular de septiembre a través de conspiraciones y componendas que van a tener como escenario el Parlamento, una de las instituciones más desprestigiadas y menos confiables de nuestro país. La Convención Constitucional, representativa de toda la amplitud de los pueblos de Chile, de su diversidad y riqueza cultural, ha hecho todo lo que podía haber hecho.

 

Sólo la movilización popular es garantía suficiente de que el proceso constituyente llegue hasta el final y conjure las últimas maniobras que le quedan a la derecha y el empresariado, si no para evitarlo al menos para hacerlo lo más inocuo posible.  Llegar hasta el final no es solamente la promulgación de una nueva Constitución que reemplace la de Pinochet sino la construcción de un Estado Democrático, Solidario y de Derechos que haga posible el desmantelamiento definitivo del neoliberalismo y la construcción de una auténtica democracia, que es lo que la derecha quiere evitar y a lo que le temen quienes desconfían de la participación popular y que prefieren la estabilidad con tal de mantener sus pequeños privilegios. 

 

domingo, 22 de mayo de 2022

4 de Septiembre. Ruptura Constitucional o continuismo

Manuel Antonio Caro. La zamacueca

 

Este 4 de septiembre, por fin, se llevará a cabo el plebiscito para dirimir acerca de la Nueva Constitución. Es un hecho que la de Pinochet ya está en el tacho de la basura de la historia y no hay ni un solo sector político, social o cultural que la defienda o pretenda evitarlo. Ni siquiera la secta de fanáticos de Kast.

Lamentablemente, sectores que en el pasado levantaron banderas de democratización y que lucharon en contra de la Constitución del 80, dudan acerca de su postura frente al Plebiscito de septiembre. Algunos incluso ya se declaran abiertamente partidarios del rechazo. Antiguos dirigentes de la DC, senadores y dirigentes socialistas, etc.

Ignoran de manera vergonzosa que la coyuntura histórica por la que atraviesa el país, es de una ruptura inevitable y necesaria con el pasado representado por la Constitución del 80, pospuesta por más de treinta años y que aun con los más de doscientos parches que se le han hecho desde entonces, sigue siendo el mismo engendro de hiperpresidencialismo, que puso un muro entre la sociedad y el Estado, mediante el principio de subsidiariedad presente en cada uno de sus artículos.

La filosofía ínsita en la Constitución que circunstancialmente lleva la firma de Lagos, es la de un pacto social en el que los ciudadanos son considerados individualidades egoístas que compiten entre sí para obtener mejores oportunidades y el Estado, una especie de entelequia inalcanzable que no tiene ninguna responsabilidad con ellos, excepto la administración de justicia y la seguridad pública. 

Como la propia Constitución no incluía mecanismos de reforma –parecía pensada para ser eterna, como el fin mismo del Estado- fue el estallido de indignación popular el que lo hizo posible. Y no podría haber sido de otro modo. La derecha, dirigentes de la Concertación, empresariales; representantes del pensamiento conservador, se refocilaban hasta no hace mucho en las bondades del milagro chileno mientras el pueblo soportaba en silencio maltrato, sobreexplotación, discriminación y exclusiones de diverso tipo.

Ahora, los mismos proponen una nueva convención; conceder facultades constituyentes al Parlamento –una de las instituciones más desprestigiadas de nuestra desfalleciente República- o en el colmo de la hipocresía y el oportunismo, resucitar el proyecto constitucional que resultó del proceso constitucional impulsado en su momento por la Presidenta Bachelet, resistido entonces por ellos mismos.

Ya nadie se atrevería a negar que el país debe prepararse para algo completamente nuevo y que se va a prolongar por varias décadas. No hay intermedios, pues es sólo el inicio de un proceso que históricamente es la construcción de una nueva sociedad. Eso es la ruptura constituyente expresada en el plebiscito de septiembre.

El neoliberalismo que cruza cada uno de los artículos de la Constitución actual, han puesto al país no solamente en una situación de crisis social y política sino que además, está actuando como un freno para enfrentar la crisis económica y la reactivación de la productividad y el consumo, dejados a su suerte y a la mítica mano invisible del mercado justificada por el principio de subsidiariedad.

Los desafíos ambientales y por la sobrevivencia biológica de vastos ecosistemas e incluso, por la calidad de vida de compatriotas que ni siquiera pueden acceder al agua o que deben sobrevivir respirando aires tóxicos y pestilentes, afectarán poderosos intereses. Justamente, por esa razón, se habla de un nuevo pacto social; uno que de cuenta de las necesidades y anhelos de todos y todas y no sólo de los empresarios. La existencia de las llamadas “zonas de sacrificio” no es sino la expresión del carácter injusto e irracional del pacto social actual.

Por eso la idea de un nuevo modelo de desarrollo adquiere sentido. En los marcos del actual modelo de desarrollo, basado en una noción pigmea de la propiedad, garantizada para unos pocos a costa del despojo de la mayoría, genera un desarrollo anárquico, contaminante, desigual, excluyente, dependiente del capital extranjero y que pone en riesgo la sustentabilidad y proyecciones a futuro de la República.

La ruptura constituyente es la culminación de un ciclo que empieza el ‘52, con la primera candidatura del doctor Salvador Allende Gossens, interrumpido por el golpe militar de 1973 y pospuesto por la “transición pactada” que dejó en suspenso todas las promesas hechas tras la dictadura militar

Esa primera tentativa popular de construir una nueva sociedad en democracia y con la participación popular como protagonista, fue posible por la audacia y convicciones de dirigentes como el propio Allende y Luis Corvalán, Raúl Ampuero y Elías Lafferte entre otros, lo que daría paso a la construcción de la unidad socialista comunista recién en 1958. 

La bandera de la nacionalización del cobre le dio un sustento y proyecciones que resuenan hasta el día de hoy, en que el cobre -el sueldo de Chile- es lo nos ha mantenido a flote en medio de las últimas crisis económicas y durante la pandemia. Hoy por hoy, es la creación de la Empresa Nacional del Litio, resistida por oscuros personajes como Ponce Lerou, lacayo del lobby de las transnacionales, el objetivo nacional que proyectará a la patria y que, junto al cobre, en el futuro, garantizará la satisfacción de las necesidades de los pueblos de Chile.

Los trabajadores son el sujeto principal pues en sus diferentes territorios y formas son los más interesados en ello. Trabajadores del campo y la ciudad; mujeres y hombres son los más interesados en la construcción de una sociedad que supere los antagonismos de clase, la explotación del trabajo humano y del medioambiente, como sostén de un orden social injusto y excluyente.  Trabajadores de la industria, los servicios, subcontratados y subcontratadas; pequeños empresarios y empresarias esquilmados por los holdings y las transnacionales que convierten en letra muerta el verso liberal de la libre competencia.

Trabadores sindicalizados y no sindicalizados, en su condición de habitantes de la ciudad, pobladores, deudores y consumidores abusados por las grandes empresas de servicios que aumentan la plusvalía del trabajo a través de la usura y el sistema de AFP’s.

El plebiscito del 4 de septiembre será una jornada histórica. Debe ser una de las manifestaciones de movilización popular y lucha de masas más grandes de la historia nacional. Sin la participación protagónica de los pueblos de Chile, la Ruptura Constitucional comenzada durante las épicas jornadas del 18 de octubre del 2019, pueden terminar en una componenda que garantizaría la continuidad del actual modelo neoliberal con nuevos ropajes jurídicos o en el mejor de los casos, posponer el inicio de una nueva sociedad por un tiempo indeterminado, pero con un costo altísimo para el pueblo.