lunes, 6 de junio de 2022

Significado del rechazo y Nueva Constitución

Honoré Daumier. El vientre legislativo. 1834

  

 

El llamado de toda la derecha, incluida la “derecha democrática”, a votar rechazo en el plebiscito de salida, solamente viene a sincerar lo que ya se sabía.

 

La derecha, nostálgica de la dictadura de Pinochet; defensora de la gran propiedad y de privilegios -la gran mayoría de las veces- mal habidos; partidaria de la supremacía racial y de una noción abstracta de la nacionalidad que se remonta al latifundio y el catolicismo fundamentalista; notificó al país el fin de semana que prefiere una Constitución que mantenga todos estos principios a una Constitución que incluya a todos y todas.

 

A una que garantice derechos económicos, sociales, políticos y culturales; una auténtica descentralización y distribución de poder; mecanismos de participación ciudadana y popular; de reforma permanente; de ejercicio de la soberanía a través de instituciones sujetas al escrutinio del pueblo, donde la transparencia y la probidad no sean solamente una declaración sino una obligación y un motivo de sanción de las autoridades que no cumplan con ellas. 

 

Su diseño original, el que consistía en esperar a que la “sociedad civil” se pronunciara en contra de la Nueva Constitución y llamara a votar rechazo, naufragó estrepitosamente.

 

Ni siquiera los sectores de la sociedad civil a los que apelaba, como los gremios que agrupan a los grandes empresarios e instituciones religiosas, han osado anunciar su voto en contra. Su sector más ultra, el Partido Republicano, comprendió tempranamente que eso no pasaría y que la defensa de los intereses de clase que representa, estarían mejor protegidos con una actitud decidida y clara que con esas melifluas declaraciones que tratan de disimularlos inútilmente.

 

Incluso en las encuestas de sus centros de estudio, se ve reflejado que, en la relación inversamente proporcional al sinceramiento de la derecha, crece la intención de votar apruebo. Lo que ya es mucho decir considerando lo ideologizado de sus metodologías, las preguntas que realizan y sus rebuscadas interpretaciones.

 

Su promesa de elaborar una nueva constitución después de un presunto triunfo del rechazo, no es más que la confesión prematura de su fracaso. En efecto, se trata del reconocimiento, a regañadientes, de que una Constitución inspirada en sus ideas no da cuenta de la sociedad real; por consiguiente, de su imposibilidad política y social –no meramente jurídica- y finalmente, de su derrota en septiembre.

 

A la derecha, en todo caso -a los Chahuán, los Ossandón, los Macaya, los Kast y el resto de la patota- no les importa tanto eso como salvar lo que se pueda de la estantería. El problema lo tienen los ex concertacionistas, como Mariana Aylwin, Fidel Espinoza, Ignacio Walker, José Miguel Insulza, Eduardo Aninat y el resto de la vieja guardia. O se unen a la mayoría nacional y popular que se manifiesta cada vez más fuerte por el apruebo en el plebiscito de salida o se suman a la cantinela incomprensible del rechazo para reformar, uno de los ideologismos más extravagantes que se hayan escuchado en los últimos treinta años.

 

El asunto, sin embargo, no es solamente lógico. Históricamente, cuando las clases dominantes se estrellan con los límites políticos de sus alambicados silogismos, suelen ajustarlos por la fuerza. Eso es precisamente el fascismo y la razón del atolondrado llamado de la derecha a rechazar en septiembre. A esa posición de fuerza imposible de ocultar, no se le puede oponer una tesis académica. Debe oponerse una repuesta política y de masas que es el despliegue de la movilización popular más amplia y diversa para asegurar un triunfo aplastante en el plebiscito de salida.

 

Ya se están preparando los que, con mano ajena, quieren escamotear el triunfo popular de septiembre a través de conspiraciones y componendas que van a tener como escenario el Parlamento, una de las instituciones más desprestigiadas y menos confiables de nuestro país. La Convención Constitucional, representativa de toda la amplitud de los pueblos de Chile, de su diversidad y riqueza cultural, ha hecho todo lo que podía haber hecho.

 

Sólo la movilización popular es garantía suficiente de que el proceso constituyente llegue hasta el final y conjure las últimas maniobras que le quedan a la derecha y el empresariado, si no para evitarlo al menos para hacerlo lo más inocuo posible.  Llegar hasta el final no es solamente la promulgación de una nueva Constitución que reemplace la de Pinochet sino la construcción de un Estado Democrático, Solidario y de Derechos que haga posible el desmantelamiento definitivo del neoliberalismo y la construcción de una auténtica democracia, que es lo que la derecha quiere evitar y a lo que le temen quienes desconfían de la participación popular y que prefieren la estabilidad con tal de mantener sus pequeños privilegios. 

 

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