domingo, 30 de octubre de 2022

El anticomunismo: caballo de troya del fascismo

Georg GRosz. Eclipse de sol 



El anuncio de la bancada de diputados del PDC de no respetar el acuerdo administrativo suscrito anteriormente en la Cámara de Diputados y por el cual le correspondía la presidencia al PCCH en la persona de la diputada Karol Cariola, es una pésima noticia para la democracia. La derecha y en especial los fascistas del Partido Republicano y de la conducción demagoga del Partido de la Gente, deben estar felices sobándose las manos para hacerse de la conducción de una de las instituciones fundamentales de la República, por muy desprestigiada que esté, o entregársela a sus aliados de la derecha tradicional.

 

Esto profundiza la crisis de legitimidad y estruja la irrisoria credibilidad que aún le quedaba a este desfalleciente poder del Estado. Para el fascismo, no es ningún problema ciertamente, acostumbrados como están a gobernar por decreto y sin someterse al escrutinio de la ciudadanía. La actitud deplorable de la bancada de diputados del PDC recuerda tristes y aciagas horas en que la democracia en nuestro país, amenazada por el boicot del Gobierno de los Estados Unidos y la acción sediciosa de las FFAA, terminó por sucumbir al poder de la fuerza bruta, contando, salvo honrosas excepciones, con su entusiasta colaboración.

 

Tampoco es un problema pues para ellos la razón no es un argumento sino la pura fuerza. No será la que actuó manu militari hace unas cuantas décadas. Para ello cuenta hoy en día con medios de comunicación que son más potentes que un batallón de tanques y unos poderes judiciales tan o más eficaces a la hora de perseguir y acribillar el prestigio y la honra de los auténticos demócratas. Estamos en la hora, efectivamente, en que fanáticos y demagogos como Trump, Bolsonaro o Kast son presentados por los medios en el peor de los casos como "radicales", y tolerados por los sectores democráticos -en una actitud francamente inocente- con una sonrisa irónica mientras el mamarracho de concepciones clasistas, misóginas y autoritarias que defienden, se va naturalizando en nuestra sociedad hasta que es capaz de poner en vilo a la misma Cámara de Diputados y reírse en las narices de todos ellos.

 

La votación días antes del proyecto de acuerdo presentado por la bancada de la UDI, uno de los partidos sobrevivientes de la derecha tradicional por tiempo indeterminado, fue el catalizador de una tóxica síntesis de los poderes reaccionarios de "la transición", nostálgicos de la democracia de los acuerdos y de los buenos viejos tiempos de la globalización neoliberal. Enamorados de su obra y seducidos por su propia ideología, incapaces de contrastarla con los signos evidentes e indesmentibles de cansancio de la población por el abuso, la mercantilización y la carestía de la vida, la sobreexplotación y la mala calidad de los servicios, las fuerzas que le sobreviven aún, se aferran a ella con la convicción de que su suerte depende de su subsistencia.

 

Ello, aún a costa de poner en riesgo el proceso constituyente, la única manera de salvar la democracia, de restituir su legitimidad y hacer que el pueblo se identifique en ella. Nada de raro en el caso de la ultraderecha y los oportunistas de un centro trasnochado y de última hora, pero imperdonable en el caso de los partidos de la Concertación o lo que queda de ellos, empeñados en reeditar un centro similar al de la transición que hizo del arreglo; del acuerdo entre gallos y medianoche, del muñequeo y el cálculo su razón de ser y el alma de su política resumida como "la medida de lo posible".

 

Maniobras que le deben parecer escaramuzas que eventualmente le servirían a estas pretensiones de resurrección de un centro político fenecido hace rato y reemplazado por versiones menos sofisticadas pero igualmente restringidas en sus ambiciones y alcance político, solamente favorecen a la ultraderecha que en el último año y medio, ha logrado convertirse en una alternativa de poder efectiva.

 

Muy mala idea ciertamente, demostración de su escasa visión política, la mezquindad de su alcance y de los intereses que defiende.

 

La defensa de las instituciones democráticas en todo caso no puede ser obra de ellas mismas. Aparece en ese caso, como una defensa corporativa y poco motivante, tomando en consideración el historial poco honroso que le antecede. Ni el movimiento de trabajadores y trabajadoras; ni el movimiento estudiantil ni los ambientalistas e incluso el movimiento feminista aparecen disponibles para hacerlo, siendo lo más lógico en el entendido de que su copamiento, no es más que una de las tantas acciones que el fascismo ha emprendido y va a seguir desarrollando para impedir la continuidad del proceso constituyente.

 

Salvo las dignas palabras de apoyo del diputado y compañero Gonzalo Winter a la diputada Cariola y al PC, las fuerzas democráticas asisten impávidas a la embestida de la ultraderecha. Es más, lamentablemente la bancada de diputados del PDC, haciendo un cálculo mezquino y sectario, le facilita las cosas, sin considerar las trascendentales consecuencias que ello tiene para el proceso constituyente. El anticomunismo es tan viejo como el capitalismo. Es de hecho, parte de su repertorio cultural, uno de sus argumentos privilegiados para sostener el orden de cosas actual. Ya en el Manifiesto del Partido Comunista, Marx tiene que hacerse cargo de él, para deconstruir la ideología subyacente en él y su función conservadora.

 

A casi doscientos años de entonces, cuando la humanidad tiene al frente enormes desafíos que incluso tienen que ver con la sobrevivencia de la especie humana. O en Chile con la democratización efectiva de la sociedad, tarea emprendida por una coalición, un gobierno y una generación de jóvenes y dirigentes políticos que han tenido que enfrentar la más tenaz resistencia de los poderes construidos en el período de treinta años de predominio del neoliberalismo y de la generación que lo protagonizó.

 

El anticomunismo es una ideología que puede adoptar diferentes formas, lenguaje y justificaciones. Pero siempre cumple una función conservadora, sirve intereses políticos y de clase que van más allá de la persecución de los comunistas, quienes ciertamente son su primer blanco. Después vienen todas las manifestaciones del progresismo y los demócratas, todos los que pudieran encarnar la idea de una sociedad diferente, la negación del orden de cosas actual y que en este caso pujan por la culminación del proceso constituyente y la promulgación de una carta fundamental que reemplace la Constitución del 80.

 


lunes, 24 de octubre de 2022

Democracia y fascismo en la actualidad

Karel Apel. Niños haciendo preguntas. 1949 



La derrota aplastante que sufrió el campo social y popular el 4 de septiembre, va a seguir siendo objeto de análisis y polémicas por mucho tiempo y probablemente, no va a haber una rearticulación del sector hasta, al menos, haberse puesto de acuerdo en algunas de sus causas. Coyunturalmente se pueden mencionar y de hecho se han mencionado, varias. 

Un alejamiento de la Convención de la sociedad civil, pese a que los convencionales, en su gran mayoría, provenía de organizaciones sociales y territoriales no vinculadas a partidos políticos ni a organizaciones tradicionales; la agresiva campaña desatada por la derecha y los empresarios en su contra, campaña basada en la difusión de noticias falsas y la magnificación de chascarros y polémicas absurdas; el particularismo con el que fue abordada la tarea de elaborar la nueva Constitución, como si se tratara de hacer un corta y pega de demandas específicas de los movimientos sociales; la ausencia de la clase trabajadora, tanto en lo que se refiere a los contenidos de sus debates como a su composición.  

Lo cierto es que de todos modos, el resultado del plebiscito dejó clara una verdad irrefutable que hasta ahora nadie ha negado y de la que nadie se ha hecho cargo y es la incapacidad de la Convención  de hacerle al país una propuesta constitucional que lo interpretara y lo que es más complejo, que diera cuenta de las razones por las cuales se constituyó. 

En efecto, un ochenta por ciento de la población con derecho a voto se manifestó en el plebiscito de entrada por cambiar la Constitución del 80 y de que esto lo hiciera una convención cien por ciento electa. Sin embargo, lo propuesto por la Convención no dio cuenta de las razones por las cuales el pueblo la escogió para lo que la escogió. De otro modo no se explican tres millones de votos de diferencia a favor de la opción rechazo. Fue como errar un penal.

El desacoplamiento característico del neoliberalismo entre la sociedad y el sistema político se expresó con rigurosa precisión.

Los problemas asociados a la precariedad, los bajos salarios, la contaminación, la inseguridad, la exclusión, la carestía de la vida, etc. no desaparecieron ni dejaron de ser percibidos por la población pero la propuesta constitucional de la Convención no daba cuenta de ellos o las soluciones individuales y los sucedáneos ofrecidos por el mercado, actuaron como una alternativa frente a ella que tiene el encanto de la inmediatez y especialmente de lo que no requiere de mucho esfuerzo. 

En ningún caso por un sentimiento de conformidad ni menos de adscripción al modelo vigente, y contenido en la Constitución actual. 

De otro modo no se explica el levantamiento popular del 18 de octubre de 2019; ni las gigantescas movilizaciones del 2011 o la revolución pingüina el 2006, recuerdo de la fuerza telúrica de las masas que sigue acechando a la institucionalidad, al mercado, las iglesias, los partidos políticos, el gobierno, los medios de comunicación y el sistema educativo, sin que ninguno hasta ahora haya sido capaz de encontrar la manera de encauzarlo constructivamente. 

Esa energía desbocada y sin dirección es como una especie de vástago del sistema neoliberal que amenaza permanentemente con arrasar las bases mismas de la convivencia social por muy opresiva y desigual que sea. La única solución previsible, la única manera de contenerla, es la represión y la violencia. Esa es la razón por la cual esperpentos de brutalidad y estulticia como Bolsonaro, Trump, los republicanos chilenos, los neofascistas de Giorgia Meloni en Italia, Vox en España; etc. amenazan incluso con levantarle la feligresía a la derecha tradicional, la que comparada con esos adláteres parece civilizada y culta. 

El fascismo se alimenta precisamente de esa inercia; de esa energía autodestructiva  propia del capitalismo y que, bajo su forma neoliberal, es una condición intrínseca para su propia subsistencia: destrucción de riqueza y empleos; del medioambiente; del conocimiento científico que pone en riesgo las tasas de ganancia de industrias y negocios que han florecido gracias a la desregulación de los mercados; de formas y usos culturales y tradiciones que le oponen resistencia. Destrucción de la sociedad que, en sus versiones más dogmáticas y extremas, no es vista más que como un nombre que reemplazaría a la reunión de los millones de individualidades "egoístas" que la componen. 

La única manera de detener su avance que se extiende como mancha de aceite por Europa y América es llamarlo por su nombre y decir claramente cuáles son los objetivos de la humanidad en la hora  presente, para poder conformar un "nosotros", un Sujeto capaz de hacerse cargo de esa tarea. Asimismo, señalar claramente un "ellos", a partir de un mundo ético compartido y del cual somos responsables y del que el fascismo no participa.  

Desde el siglo XVIII, alcanzar esos objetivos es entendido como un estado que debe ser instaurado, no el resultado de mecanismos ocultos e inexorables de la naturaleza. Precisamente, liberarse de esos mecanismos "pasar del reino de a necesidad al reino de la libertad", es la finalidad de las ideas y de la práctica del auténtico progresismo. No adaptarse a ellos. De Kant a Lenin, es el resultado de la práctica humana. 

Lo contrario, la renuncia de la razón y la voluntad frente a los puros hechos, es justamente una condición esencial que le facilita su acceso al poder. Estamos en una hora crucial para América Latina y el mundo. El neoliberalismo que en los noventa del siglo pasado, se pretendió como el límite del progreso, como "el fin de la historia", ha engendrado un nuevo fascismo que amenaza a la humanidad. Mantener la crítica; derrotar la mediocridad de "lo posible" para proponerse y proponer a la sociedad objetivos urgentes, necesarios y movilizarla tras ellos, es la tarea de la izquierda y de las fuerzas democráticas en la actualidad. 



 

jueves, 13 de octubre de 2022

Una ciudad asolada por a desgracia y la mala suerte

Gustav Moreau. Edipo y la Esfinge. 1864



El resultado del plebiscito del 4 de septiembre, tiene la apariencia de un acertijo similar a los que la esfinge imponía a los viajeros de la antigüedad, manteniendo a la ciudad de Tebas sometida a la desgracia y la mala suerte, cuando no a la muerte en el caso de los viajeros que no acertaban con la respuesta correcta. 

A primera vista resulta incomprensible, en efecto,  la diferencia abismal que hay entre los dos plebiscitos constitucionales realizados en el transcurso de los últimos dos años; uno para mandar al tacho de la basura la Constitución del 80 y el siguiente, para rechazar la que la reemplazaría. 

Lo más evidente, es suponer que una cosa no tiene que ver con la otra. Y efectivamente así es, con la salvedad de que, precisamente, el sistema político que ha sido objeto del rechazo mayoritario de la ciudadanía, debe resolver acerca de su propia reforma, lo que supone un problema de legitimidad de todo lo que resta del proceso. 

Las cosas no están como para equivocarse si no se quiere terminar como las víctimas de la esfinge o vivir como una ciudad asolada por un tiempo imposible de determinar en la actualidad, a menos que suceda un acontecimiento impredecible. 

De hecho, la Convención Constitucional, el órgano soberano y el más legítimo de los surgidos en los últimos treinta años, tenía como mandato la elaboración de la nueva Constitución, pero fue derrotada en todas las líneas. No tenemos nueva Constitución, solamente la sombra de una Constitución zombi, asolando nuestra sociedad, como la esfinge. 

Tanto es así que el autoritarismo, la desigualdad y los abusos contra los que se rebeló el pueblo el 18 de octubre de 2019 -rebelión popular que está en el origen del proceso constituyente- se siguen manifestando y exponiendo en los medios con toda naturalidad. El retiro multimillonario de utilidades de las AFP´s que realizan sus accionistas mientras los cotizantes pierden todos los meses parte importante de sus fondos en la bolsa; las alzas de precios ante las que el gobierno se encuentra inerme por las limitaciones que le impone la Constitución actual de intervenir en la economía y regular los mercados; el abuso impune de las ISAPRES y su eterno lloriqueo, el tráfico de influencias y la corrupción policial y de las FFAA. 

Es esa la contradicción que cruza en la actualidad a la sociedad. La búsqueda de un punto intermedio a través de la redacción de una Constitución que deje contentos a moros y cristianos, es simplemente eludirla, suponiendo que es posible posponer su resolución en un futuro armonioso y en el que, gracias a un sistema político "apropiado", sería posible hacerlo. 

La derecha, en cambio, ha entendido claramente el significado de la coyuntura después del plebiscito constitucional, tratando de sacar toda la ventaja posible, poniendo en duda lo que queda del proceso constituyente o intentando limitarlo lo más posible;  la reforma tributaria y chantajeando con la aprobación del TTP11 desde el Senado -para lo que además ha contado con la oportuna asistencia de lo que queda de la Concertación. 

La prepotencia de clase que históricamente la ha caracterizado, es en la actualidad su carta de presentación; hace gala de un anticomunismo de la guerra fría; intenta limitar por todos los medios la acción del gobierno; ataca al Presidente Boric con cualquier pretexto, y usando los argumentos más extravagantes -el más sorprendente, el del Senador Matías Walker comparándolo con Pinochet, ofensa gratuita e inaceptable que sólo retrata su oportunismo e inconsistencia-.  

La lucha de clases, que por lo demás no es un invento de los comunistas sino un descubrimiento de la economía clásica, se manifiesta en la actualidad con una intensidad pocas veces vista. La burguesía defiende con uñas y dientes las bases de un modelo que como ningún otro desde el siglo XIX, le ha permitido la acumulación más estrambótica de riqueza y poder.

Es en las profundas contradicciones que siguen atravesando la realidad social pese a la interpretación entre oportunista e ingenua que realiza la derecha del plebiscito del 4 de septiembre, donde está la explicación de su inevitable derrota, Pero para que ello suceda, se necesita además convicción, voluntad, inteligencia, unidad y movilización. Los partidos que apoyan al gobierno; las organizaciones sociales y de masas; las que aportaron en la Convención Constitucional a la elaboración de una Constitución en la que están las bases de un programa realizable todavía. 

La resolución del enigma planteado por el plebiscito la tiene el pueblo en sus manos; está en la defensa del gobierno de los ataques de la derecha y el empresariado; en la implementación de su programa y en la culminación del proceso constituyente.



martes, 4 de octubre de 2022

No pasarán!

Georg Grosz. Un cuento alemán de invierno. 1917-1919



Esta vieja consigna de los republicanos españoles, parece estar poniéndose a la orden del día actualmente. Fue un grito de guerra frente al fascismo, pronunciado por pueblos enteros; políticos de diferentes posiciones que iban desde la izquierda hasta incluso sectores de centroderecha que no dudaron un instante acerca de la amenaza que representaba para la humanidad. 

Movimientos de masas como el sindicalismo en todo el mundo y el movimiento juvenil también, fueron importantes referentes en la lucha contra el fascismo. El movimiento feminista en sus orígenes tiene una impronta antifascista que proviene del corazón mismo de su demanda por igualdad. 

La intelectualidad y los artistas también ocuparon un lugar importante en las filas antifascistas en el siglo XX. Neruda y César Vallejo, autor de "España aparta de mi este Cáliz"; Frida Khalo, Gabriela Mistral, Violeta Parra y Laura Rodig, impulsora de la educación artística en toda América. Pablo Picasso, André Malraux  y el filósofo inglés Bertrand Russell son sólo algunos nombres de artistas y escritores que hicieron una obra comprometida con la humanidad en peligro por la amenaza fascista. 

A casi medio siglo de la guerra de Vietnam; poco más de treinta del fin de las dictaduras militares en América Latina y casi cien de Hitler, Mussolini y Franco, el antifascismo parece cosa del pasado, aunque sus sombras se extienden nuevamente sobre Europa y América. 

Este aparente desajuste entre la actualidad y el pensamiento es producto de la naturalización de las bases del sistema de dominación vigente. En efecto, su transformación en puros "hechos", o lo que es lo mismo, la cosificación de unas relaciones sociales fundadas en la explotación y la violencia, ha tenido como resultado la indiferencia frente al fascismo como cosa del pasado.  

Esta abdicación del pensamiento frente a la realidad en todo caso no es nueva. Es una actitud que ha acompañado permanentemente al conservadurismo y la autocomplacencia de la clase media que postula la realidad como "el mejor de los mundos posibles", hasta que le empieza a apretar el zapato.

El fascismo nunca ha dejado de ser actual. 

Lamentablemente sin embargo, la "detención del pensar" manifestada en un periodismo liviano que no se toma la molestia siquiera de verificar sus  fuentes ni los contenidos que difunde, borrando los límites entre la verdad y la falsedad; una academia indiferente a lo que pasa en la realidad política y social; un sistema escolar que se ha convertido en una verdadera moledora de carne que corre detrás de los resultados de las pruebas y no del aprendizaje -todas características de la cultura neoliberal- terminaron por naturalizarlo y hacer del pensamiento tanto en su forma pseudoracional como estética, una especie de comentario o en la peor de sus versiones, en un panegírico de la realidad.  

Los discursos de odio, gozan de amplia tribuna en los medios de comunicación; la reivindicación del genocidio o a lo menos, su interpretación se ha tolerado de modo grotesco, hasta trasformar al fascismo en una posibilidad más de las que está constituida esa realidad transformada en un conjunto de "hechos" posibles. 

La indiferencia o en sus versiones librepensadoras, la tolerancia con él, es el resultado de esta cultura de la afirmación. Se manifiesta de modo alarmante en los medios de comunicación de masas que legitiman a delincuentes, sátrapas y abusadores de diversas especies. Personajes que han sido aceptados y reconocidos como interlocutores de un presunto diálogo y parte de un consenso en que todo es posible, excepto la transformación convirtiéndose así en un ritual vacío, pura cháchara, cuya finalidad no es más que la afirmación de lo existente. 

Lo que en el pasado facilitó el triunfo del fascismo, hoy en día dificulta la conformación de una identidad, una propuesta y finalmente, una formación política, como lo fueron en el pasado los Frentes Populares. El olvido de sus raíces en la misma conformación de lo real; en la naturalización de sus peores manifestaciones, como la discriminación, el afán de lucro desatado; la explotación elevada a la categoría de virtud; la obsesión por el crecimiento económico aún a costa del bienestar de las comunidades y la conservación del medioambiente; las discriminaciones de diverso signo pero especialmente simbólicas, han terminado por borrar la frontera entre éste y el resto de una sociedad amenazada por su violencia. 

Al fascismo no se lo puede naturalizar; al fascismo no se le puede tolerar ni dialogar con él. Naturalizarlo es pavimentarle el camino al poder. Sólo oponer una respuesta política y de masas, sin medias tintas. El fascismo avanza en todo el mundo, como la expresión de un sistema agonizante que prefiere arrastrar a la humanidad hasta el abismo antes que reconocer el fracaso de sus recetas basadas en la apropiación privada del producto del trabajo y la creatividad del ser humano; la mercantilización de todo lo real y la competencia como motor de la sociedad. 

Es el momento de decir de nuevo "¡No pasarán!" porque dentro de poco quizá vaya a ser demasiado tarde. 

viernes, 30 de septiembre de 2022

Teoría de los bordes o por qué asfixiar el proceso Constituyente

 


 

Equipo Crónica. Aquelarre, 1969


Recientemente se ha conocido la propuesta de la derecha y de los empresarios de establecer unos "bordes" a lo que viene del proceso constituyente, a partir de una interpretación sobreideologizada del resultado del plebiscito de salida. Dicha interpretación, en efecto, pretende que todos y todas -o a lo menos la mayoría- considera que Chile es un país libre, estable, seguro y democrático. No hay mucho que cambiar. No sabemos, por el momento, qué sería eso para la derecha y la burguesía.

Escribir una Constitución, sin embargo, es eso.  Es establecer ciertos bordes; o como se ha dicho majaderamente, instituir un pacto social, en el que se delimita tanto a quienes lo integran, como sus contenidos. La derecha, solamente, se adelanta a su realización, haciendo honor a su concepción de que estos no emanan de la libre voluntad y del debate de quienes asisten a suscribirlo sino de una suerte de esencia metafísica de lo que se considera justo, bueno, legítimo y necesario.

En este sentido, el pacto podría no tener una expresión material o política porque es una pura idea de la razón. La obsesión por los "expertos" proviene precisamente de este supuesto, que es por lo demás una concepción metafísica del hombre y la sociedad. La soberanía, por lo tanto, una manifestación de esta esencia transhistórica. Y bueno, al que no le guste que se atenga a las consecuencias. Estas concepciones conservadoras de la democracia, en efecto, suelen tener como correlato conductas reaccionarias y violentas, de las que en días recientes hemos sido impávidos testigos, como la "amable" conversación que sostiene el Presidente del Senado con un conocido delincuente que las pinta de líder juvenil de un grupo político.

O la respuesta del Presidente de RN a la cándida carta de la Ministra del Interior reclamándole por las infamantes declaraciones de una ex subsecretaria y militante de su partido, involucrando al Presidente de la República en irregularidades investigadas por la justicia de otro país, demostración del ethos que predomina en la derecha criolla.

El problema es que el pacto social instituye una soberanía, una autoridad sobre la que descansa el ejercicio del poder y si esta cuestión no ha sido resuelta, el riesgo de un estallido social o una involución autoritaria o ambos se pone a la orden del día. El establecimiento ex ante de sus límites o “bordes”; del pacto social y consecuentemente de la soberanía, es probablemente la manera de hacerlo sin considerarla. Una forma típicamente fascista de proceder.

Otro problema que plantea la propuesta de la derecha es el de la legitimidad, profundamente dañada con el resultado del plebiscito. El círculo vicioso en el que terminó arrojando al país la transición pactada es exactamente eso. Un sistema político ilegítimo, rechazado por el ochenta por ciento de la población en el plebiscito de entrada, tratando de resolver el entuerto en el que quedó después del plebiscito de salida. Ni el Parlamento, ni los partidos políticos están en condiciones de proponerle al país con un cien por ciento de seguridad una propuesta que lo saque del limbo en el que quedó después del 4 de septiembre.

La crisis de representación, de sus formas y alcances quedó también clavado como una estaca y representa un obstáculo previo para resolverlo. Dicha crisis viene a demostrar solamente la atomización de la sociedad que ha producido el radical individualismo en el que se sustenta y el absurdo que significa la reivindicación de una autonomía abstracta que termina por hacer del proyecto social la suma algebraica de los miles de fragmentos en las que el modelo la ha transformado.

La propuesta derechista y de los empresarios, de establecer bordes al proceso solamente profundiza la crisis, en su intento desesperado por salvar lo que pueda de un sistema que les ha garantizado pornográficas ganancias y riquezas faraónicas a costa de la sobreexplotación y el embrutecimiento del pueblo. Y sin que se les arrugue un músculo, las exhiben sarcásticamente como lo hacían poco antes del 18 de octubre, los ministros de Piñera, llamando a los pobres a levantarse más temprano o a comprar flores. Al mismo tiempo, minan en forma permanente la legitimidad del gobierno o al menos eso intentan, tras la suposición clasista y reaccionaria de que eso podría terminar por favorecer una solución autoritaria, que es la que más les acomoda.


viernes, 23 de septiembre de 2022

Cómo salir del limbo constitucional

 



Juan Dávila. Woman in Landscape. Óleo sobre tela. 1998

“(…) Habrá siempre una gran diferencia entre someter una multitud y regir una sociedad., Que hombres dispersos estén sucesivamente sojuzgados a uno solo, cualquiera que sea el número, yo sólo veo en esa colectividad un señor y esclavos, jamás un pueblo y su jefe (…)

J.J. Rousseau


Chile está en un limbo. La Constitución de Pinochet yace en el tarro de la basura de la historia y salvo un pequeño grupo de fanáticos que se comporta de manera violenta y abusiva, no hay quien la reivindique. La sola idea de realizar nuevamente un plebiscito de entrada para comenzar la nueva etapa del proceso constituyente -que es, por lo demás, la única manera de salir de dicho limbo- es una manifestación de la irracionalidad que guía sus pobres argumentos y acción política.

Sin embargo, el pueblo -los pueblos de Chile- en el plebiscito de salida se pronunció en contra de la propuesta constitucional de la Convención.

Chile no tiene una nueva Constitución pese a la ilegitimidad de la que rige en la actualidad. Una situación explosiva y peligrosa que solamente favorece a los que aspiran a una solución de fuerza a este impasse constitucional. El fascismo en este sentido -estado latente de las clases y fuerzas morales y culturales dominantes de la sociedad, siempre dispuestas a resolver por la fuerza lo que por vías racionales y democráticas no pueden resolver- acecha desde hace décadas producto del carácter de la transición pactada que les dio credenciales democráticas como producto de una necesidad política de la estrategia concertacionista.

El fascismo en este sentido nunca fue derrotado y ha estado acechando la democracia y manteniéndola bajo una constante amenaza, desde el mismo 11 de marzo de 1990, a través de ejercicios de enlace y boinazo primero; impidiendo mediante el veto permanente de la derecha en el parlamento cualquier reforma democratizadora por tibia que fuera; haciendo uso y abuso de una sosa concepción de la libertad de expresión que le ha permitido exponer públicamente y defender toda clase de adefesios morales y de una institucionalidad política contenida en la Constitución pinochetista, hecha precisamente –como sostenía Guzmán- para que “los adversarios, si es que llegaran a gobernar, se vean obligados a hacerlo como nosotros”.

El fascismo goza de muy buena salud y ostenta todavía una capacidad suficiente como para amedrentar a la sociedad. Lamentablemente, no han faltado los pusilánimes ni los oportunistas que  siguen creyendo que es posible razonar con él y lo más tragicómico de todo, "llegar a acuerdos" que favorezcan al país. Frase ya de por sí ridícula y huera que solamente desnuda la bancarrota política y moral de quienes la pronuncian. 

El limbo constitucional es precisamente expresión de esto. Una situación por demás explosiva e incierta de la que el sistema político debe hacerse cargo. Una condición inmejorable para los fascistas, a los que sería bueno empezar a llamar por su nombre y denunciar, ya que después de décadas de gestos estúpidos de amistad cívica desde los años noventa, han logrado camuflarse y hacerse un lugar en nuestra sociedad.

Este limbo constitucional en el que quedó el país después del 4 de septiembre, sin embargo, es el resultado previsible aunque mortalmente peligroso del neoliberalismo que ha dirigido las relaciones sociales, la economía, la política y especialmente, la cultura los últimos cuarenta años. Consecuencia de un individualismo abstracto y simplón y de la suposición ingenua de que el esfuerzo personal y la competencia son la virtuosa fuente de la que emana el progreso social e individual.

Marx llamaba a estas concepciones "robinsonadas", la suposición de que la sociedad y el Estado son el producto de la acción espontánea de individuos aislados y sin historia, como ocurrió en la isla del mítico personaje creado por Defoe.

Para semejante concepción del hombre y la sociedad, el Estado es más bien un resultado fortuito y la política por consiguiente, una ocupación inútil o hasta de mal gusto. Es eso precisamente lo que triunfó el 4 de septiembre. La democracia fue reemplazada por el criterio de la mayoría y la verdad, de modo elocuente, por las encuestas. 

La situación es delicada en extremo y parece no haber quien se haga cargo de ella por el momento. Se trata de la disolución de la sociedad como Sujeto y su reemplazo por una masa informe, la acumulación meramente cuantitativa de individualidades supuestamente autónomas que no reconocen en el otro/a ni en la sociedad algo propio, sino más bien una amenaza o en el mejor de los casos, un estorbo. La acumulación de desigualdad, exclusiones, abuso e inseguridad, mientras tanto, suma y sigue, como si nada hubiese pasado desde el 18 de octubre de 2019  a la fecha. 

¿En quién recae la soberanía entonces? Probablemente la gran incógnita que tampoco la Convención resolvió y que explica la derrota del plebiscito y que encierra la explicación del peligro que amenaza a nuestra sociedad. La derecha, la reacción católica y pentecostal, el empresariado y los nuevos ricos de la transición -y camuflado en medio de esta majamama, el fascismo- solamente sacaron provecho del viento de cola de los treinta años de predominio del neoliberalismo y la democracia de los acuerdos y que para ellos solamente podrá ser resuelta por la fuerza. 

Pero el campo social y popular, tampoco logró ofrecer una respuesta definitiva o a lo menos suficiente en la que todos y todas se vieran reflejados, entusiasmados y dispuestos y dispuestas a movilizarse con independencia de la particularidad de su participación en el debate constitucional, que es a lo que le sacó provecho eficientemente la reacción en esta oportunidad. Identificar un "ellos", un responsable de la situación actual del país, de las injusticias, los abusos y la desigualdad; identificar y señalar su origen histórico y social en la apropiación privada del producto del trabajo, la naturaleza y la cultura;  apoyarse en la historia del movimiento popular, en sus símbolos, sus derrotas y sus logros; poner el trato justo y respetuoso en todas las manifestaciones de la vida social como centro de su propuesta y también de su práctica política. 

Recuperar la credibilidad de la sociedad para derrotar al fascismo y salir victoriosos y victoriosas del paréntesis que colocó el resultado del plebiscito de salida en la heroica lucha por recuperar la democracia y la dignidad, es la tarea actual, tarea necesaria y posible, con decisión, unidad y movilización. 

jueves, 15 de septiembre de 2022

Arriba de la pelota

Honoré Daumier. El levantamiento 



Después del 4 de septiembre, la derecha está como se dice vulgarmente, arriba de la pelota. Después de años de ser minoría social, política y cultural en el país, siente que el súbito 61% que obtuvo el recazo en el plebiscito de salida, es su logro. Resultado, única y exclusivamente, de su campaña del terror. 

Una apuesta peligrosa, por decir lo menos. No hay que desconocer su consecuencia, su perseverancia; el rigor y la unidad con que enfrentó la campaña del plebiscito de salida y aprender de ella. Probablemente, para no subestimar nunca más su capacidad, su virulencia y radicalidad. Pero de ahí a suponer que el porcentaje del rechazo sea única y exclusivamente un logro suyo, hay varios pueblos de distancia. La aclaración de este asunto será determinante a la hora de determinar la continuidad del proceso constituyente y hacia dónde conduzca. 

Ello, porque lo único claro después del plebiscito es que el proceso no ha concluido y que, pese a las pretensiones de unos cuantos nostálgicos de la dictadura y fanáticos de ultraderecha, la Constitución de Pinochet yace muerta y enterrada. Un interregno durante el cual todos los granujas están tratando de hacer su agosto. Un terreno vidrioso y quebradizo en el que cualquier paso en falso, podría significar para los autoproclamados vencedores del domingo 4, una nueva derrota. 

En efecto, el desenlace del proceso no está escrito todavía. La batalla por las características que tendrá esta nueva etapa del proceso constituyente -que en rigor, comenzó durante el gobierno de la Presidenta Bachelet-  está en pleno desarrollo y por cierto la derecha, hiperventilada por ahora, se comporta con la prepotencia pueril de quien no entiende en realidad el carácter de la etapa en que se encuentra y en el caso de sus representantes y dirigentes más inteligentes, con el oportunismo de quien trata de sacar toda la ventaja que pueda durante este paréntesis que le favorece. 

Pero incluso en esa circunstancia, parte de más atrás del 4 de septiembre aunque se resista. No hay vuelta atrás en materia constitucional. Tampoco hay espacio para las cocinas. A lo más, para que los denominados "expertos" -en realidad ideólogos del liberalismo en sus distintas variantes, representantes teóricos de los intereses de las clases dominates- metan la cuchara y limiten en todo lo que puedan desde su pretendida superioridad técnica, los afanes reformistas de una convención, asamblea o la forma que adopte el proceso constituyente en el futuro. 

Su ventaja, por ahora, es que se trata de un proceso que se da en las alturas del sistema político y que protagonizan los representantes profesionales del pueblo y la ciudadanía, que por ahora los ve con cierta indiferencia que raya en el desprecio y la incredulidad. Pero en cualquier momento, ese ethos tan poco épico, se puede transformar, igual que el 18 de octubre de 2019, en la fuerza arrolladora de un movimiento de masas que no va a dejar títere con cabeza. Así como los Lagos, los Walker, los Chahuán y cía. se encuentran conspirando en las alturas, las organizaciones sociales -tanto las que participaron en la Convención a través de diferentes representaciones, como las que no lo hicieron y se encuentran todavía en la lucha reivindicativa y económica- deben pronunciarse al respecto y movilizarse en función de este nuevo proceso constituyente. 

Lo avanzado en la Convención debiera ser considerado como un punto de partida de esta nueva etapa.  Incluso la derecha con el oportunismo que la caracteriza, lo planteó en su compromiso anterior al plebiscito. Ciertamente, no sólo como promesa electoral sino también como un reconocimiento explícito de que no hay vuelta atrás so pena de un nuevo estallido de indignación popular. Es más, en esta nueva etapa, contando con el respaldo activo y la movilización social, es posible reponer elementos de definición constitucional que quedaron fuera en la etapa anterior del proceso. 

Por último, en esta etapa, será determinante superar el estado de dispersión  de los pueblos de Chile para enfrentar a la derecha y el empresariado. Esto tanto en la determinación de los contenidos de la propuesta del campo social y popular, como en la forma de hacerlo. Ojalá a través de una coordinación unitaria, en comisiones, vocerías y votaciones. 

La derecha está definitivamente arriba de la pelota, pero no por mucho tiempo. Dependerá de la izquierda y el campo social y popular que esta nueva etapa del proceso constituyente culmine con la promulgación definitiva de una Constitución democrática y al servicio de las mayorías postergadas durante los últimos treinta años.