jueves, 30 de marzo de 2023

Como los terremotos

Honoré Daumier. Gargantúa, 1831



La discusión de la Ley Naín-Retamal, tal como lo presentan los medios de comunicación hegemónicos -que es una manera eufemística de decir, "de las clases hegemónicas"- parece ser lo único importante que se debate en el país. Ni la reducción de la jornada laboral; ni la reforma al sistema de pensiones; ni el tema de los salarios ; ni el proceso constituyente, parecen ser noticias importantes ni de interés para ellos. 

Es cosa de comparar la cantidad de minutos que le dedican noticieros televisivos, radiales o medios escritos, en papel o en formato digital.  

Una sociedad que durante años y décadas se refocilaba en el consumo basado en el endeudamiento como si fuera un farra interminable -y que están en el corazón de la crisis que explotó en el país hace tres años y un poco más y que aún no se resuelve- hoy en día lo hace en el temor, que es una manera de enajenarse de otras desgracias y de las ansiedades de una sociedad tan desigual, tan autoritaria y abusiva. 

Un estado de ánimo eficientemente explotado y fomentado por medios de comunicación amarillistas y venales que son un engranaje importante del sistema de dominación actual. Más eficiente que el temor y la represión abierta, es la persuasión de que éste es "el mejor de los mundos posibles" -pretensión ridiculizada por Voltaire hace más de dos siglos- o en el peor de los casos, "el menos charcha". Como los terremotos en un país sísmico como Chile, estas  contradicciones y grietas de la sociedad, ocultas por la alegría triste y falsa del mall antes y hoy en día, por el manto de noticias sensacionalistas que preparan un estado de ánimo sombrío, pesimista, temeroso, se hacen evidentes súbitamente, como los terremotos.

Hernán Larraín, miembro de la Comisión de Expertos a cargo de elaborar un anteproyecto constitucional, lo ha expresado muy bien. Ésta es la última oportunidad. En su interpretación clasista y reaccionaria, oportunidad de resolver este desajuste que hay entre la sociedad real -sociedad llena de contradicciones, conflictos latentes, tensiones políticas y sociales, exclusiones y abuso- y el limbo representado por la Constitución actual, que parece más bien un monumento a la "estabilidad", -que no es otra cosa que la representación ideológica de una sociedad perfecta-. 

Sociedad perfecta, por cierto, para empresarios, inversionistas, oportunistas que pululan en la oscura zona de la colaboración entre "emprendedores privados" y el Estado en el sector de la infraestructura, la educación, la cultura, las asesorías y las comunicaciones. Sector en el que se ha conformado una emergente clase media de la cota mil implicada en tramas tan sórdidas como el caso relojes y que se presenta y se ve a si misma en los medios como el espejo de nuestra sociedad. 

Pero si no hay solución republicana, lo más probable es que deba ser una solución de fuerza la que termine por unir lo que hoy en día no calza, solución a la que ciertamente la derecha no le  hace muecas. Una expresión de esto son las obscenas declaraciones de la tristemente célebre "doctora Cordero"; la imposición de una agenda de seguridad pública autoritaria y que pone a los agentes del estado encargados de velar por ella, al nivel de los ciudadanos que debe proteger.  Sin embargo, tal como los terremotos en todo caso, puede pasar que antes vuelva a explotar otra ola de indignación popular. La derecha no está tan segura de que éste sea un escenario que pueda sortear con tanta facilidad, como el que se le presentó súbitamente el 2019. 

El riesgo más importante para el campo social y popular, en cambio, es que la ola subterránea y sorda de indignación no se exprese en el proceso constituyente, que es precisamente uno de los objetivos de la política de comunicaciones del sistema dominante, por el cual explota con un sensacionalismo nauseabundo la agenda de seguridad y los recientes asesinatos de carabineros y carabineras.  

Obviamente, los medios no están de su parte ni van a cubrir con un mínimo de decencia noticias que no sean las que sus mandantes y auspiciadores consideren importantes. Partidos y organizaciones populares y de izquierda deben, pues, asumir la responsabilidad de generarlos, enfrentando las mentiras de la derecha y la reacción, que son quienes imponen la pauta noticiosa hoy por hoy. Denunciando el abuso empresarial; abusos con el medioambiente, los trabajadores y trabajadoras. Y movilizándose en todos los frentes para enfrentar a la reacción. 


martes, 14 de marzo de 2023

Malestar y democracia

Jean Dubuffet. La vaca con la nariz sutil. 1954



De acuerdo a las cifras conocidas, el número de campamentos ha crecido de manera significativa en el último tiempo: 40%, con 114.00 familias viviendo en ellos. Una cifra similar a la de 1985, hace ya casi cuatro décadas. Hace años que se venía advirtiendo sobre aumento en el costo de las viviendas y de los arriendos, lo que se ha visto agravado por la agresiva política de tasas de interés del Banco Central, conducido por una fundamentalista del credo neoliberal. 

Al mismo tiempo, producto del alza del costo de la vida, los salarios han disminuido según estimaciones del INE en un 2,2%. La crisis de las ISAPRES ha provocado un éxodo sostenido de sus afiliados hacia FONASA, ello incluso con anterioridad al fallo de la Corte Suprema que los obliga a devolver los cobros usureros e ilegales realizados a sus afiliados y que habían motivado miles de juicios en su contra, juicios que perdieron.

El modelo neoliberal demuestra todos los días su inviabilidad y no pasa de ser lo que los filósofos idealistas llamaban un puro "hecho de la razón". Esto es, uno que por la sola circunstancia de no ser lógicamente contradictorio, es posible. Bueno, probablemente bajo la dictadura militar, cuando éste fuera instaurado a base de estados de excepción y fraudes, haya sido así. 

Durante el gobierno de Piñera, esto precisamente quedó demostrado mediante una simple alza de treinta pesos en el valor del Metro de Santiago que dio origen a la más gigantesca ola de indignación y protesta popular, que puso en vilo la Constitución que es su sostén jurídico y político.

Después del 4 de septiembre, sin embargo, abundan los analistas y exégetas que intentan explicar el resultado del plebiscito constitucional, reeditando viejas teorías acerca de las demandas de la clase media -clase media que gana menos de setencientos mil pesos mensuales y que vive estrujando las tarjetas de crédito- o los diferentes ritmos de la modernización, manera eufemística de describirla y exponer la posibilidad de que ésta algún día desaparezca. Peña, Brunner,  y similares ya ni siquiera hacen el esfuerzo por diferenciarse un poquito de la derecha y compiten con ella en sus críticas al "octubrismo", esto es a las interpretaciones objetivas de los acontecimientos del 2019, como resultado de las contradicciones propias del modelo neoliberal. En aconsejar con el tono de una presunta superioridad que les daría su "experiencia", al Gobierno y al mismo Presidente Boric y a través de la prensa servil de la que disponen, golpear al gabinete e intentar pautearlo cada vez que pueden.

Un absurdo considerando que el punto de partida de cualquier análisis medianamente objetivo y realista debiera ser la constatación pura y simple de la obscena desigualdad que caracteriza a nuestra sociedad; los abusos con "la clase media" que este tipo de ideólogos presumen interpretar, la que no es otra cosa que la representación edulcorada que vive en sus rebuscados razonamientos e ideologizadas quimeras de una sociedad moderna en medio de un vecindario -Latinoamérica- poblada de salvajes.

Más absurdo aún, considerando que sus pretensiones de empatar teóricamente con la derecha -ya ni siquiera la derecha "liberal" como en la época de gloria de la "democracia de los acuerdos"- queda en ridículo cada vez que ésta ningunea al Presidente; extorsiona a la sociedad y al sistema político para imponerle sus condiciones; rechazar todas las iniciativas de reforma que pudieran morigerar las paupérrimas condiciones en las que el neoliberalismo mantiene a la población y se arrodilla frente a Kast y su patota, cuestión que éste se encarga de recordarle cada cierto tiempo.

El reciente rechazo a la idea de legislar la reforma tributaria en la Cámara de Diputados; restarse a la mesa de seguridad; la de la reforma a las pensiones; sus ataques diarios al gobierno, al gabinete y hasta el Presidente de la República y antes, a la Convención Constitucional, dejan en evidencia que es el Partido Republicano el que pone el ritmo, la intensidad y la melodía de la música en la derecha. Chahuán y Macaya no pueden más que mantener por un tiempo indeterminado las posiciones de liderazgo formal en sus partidos mientras el éxodo de militantes, parlamentarios y alcaldes hacia los republicanos es continuo y permanente, especialmente en RN.

El espectáculo que han dado los partidos de centro en este sentido es lamentable. Amarillos y Demócratas, ni qué decir. Los que mantienen su posición en el gobierno desde la extorsión, como los radicales y a la primera de cambio y con el más nimio de los argumentos se encargan de resaltar sus diferencias en lugar de reforzar las coincidencias.

Esta situación en que se mezclan malestar social, profundización de la desigualdad, bancarrota de la derecha tradicional y reflujo del movimiento de masas, es extraordinariamente peligrosa. Es a los partidos, organizaciones de izquierda, al progresismo y el movimiento social a quien le corresponde enfrentarla. El gobierno debe gobernar y con todos los obstáculos y obstrucción que la derecha tradicional y sus nuevos aliados dizque de “centroizquierda” han puesto, lo ha hecho.  

Su primera responsabilidad, es evitar que el costo de las contradicciones y flagrantes injusticias del modelo sigan golpeando a los trabajadores, trabajadoras y sus familias, lo que a algún afiebrado podrá parecerle poca cosa. La profundización de la desigualdad y el abuso en este sentido, está en relación directa con el fortalecimiento de la ultraderecha, al menos por ahora por todo lo dicho hasta aquí.

Pero sus capacidades tienen como límite una institucionalidad política hecha precisamente para que nada cambie; unas correlaciones de fuerza institucional en que la derecha y el nuevo centro espúrio como lo llamó el compañero Diego Ibáñez mantienen una capacidad de bloqueo considerable. En la medida que los partidos de izquierda y las organizaciones sociales se movilicen y debatan sin pudor ni temores con la derecha y la ultraderecha, se ensancha ese límite y que lo hagan no es responsabilidad ni del Presidente ni de sus ministros. 

Hacerse cargo del malestar social, darle forma y organización; hacerlo protagonista de los acontecimientos políticos es una tarea de la izquierda y una necesidad para defender la democracia de los demagogos, de los oportunistas de ultraderecha, y del empresariado que esperan hacer de éste, el pretexto para seguir gobernando como hasta ahora. 


viernes, 10 de marzo de 2023

¿Tiene la culpa el chancho?

 

Theodor Guericault. Cabezas de ajusticiados. 1818

El reciente rechazo a la idea de legislar el proyecto de reforma tributaria del gobierno, ha generado toda clase de reacciones. La impresentable interpretación de la derecha consiste en acusar al gobierno de no estar dispuesto a conversar y llegar a un consenso en la materia después de negarse siquiera a discutirla en la Cámara de Diputados.

Curioso razonamiento de la derecha, por decir lo menos. Primero negarse a ponerlo en discusión en el Congreso y después acusar al gobierno de no estar dispuesto a llegar a un consenso. Acto seguido, usarlo como argumento para haberla rechazado.

La derecha ya nos tiene acostumbrados a esta clase de piruetas lógicas, que expresan su ideologismo y su pretensión de árbitro de lo que es bueno y lo que es malo para el país. De hecho, según las encuestas, la reforma tributaria del Gobierno gozaba de un amplio respaldo entre la población, lo que no se refleja en el Congreso, que a estas alturas se ha convertido en una burbuja que no tiene nada que ver con ella. Por eso los sofismas de la derecha, repetidos después hasta la náusea por los medios de comunicación que controla –o sea, casi todos-, suenan tan evidentes.

La reacción del campo social y popular, en cambio, hasta ahora ha sido tibia, tardía e intrascendente. La conducta oportunista de Pamela Jiles y un par de desconocidas diputadas, que confunden sus aspiraciones con los desafíos de la contingencia, nunca acierta a achuntarle al enemigo principal. Con la puntería digna de un bizco, solamente le han abierto el camino a los fascistas que van por la constituyente.

En efecto, con una contumacia digna de elogio, desde que fueron derrotados hace dos años, la derecha tradicional y su vanguardia fascista que tiene de guaripola a Kast y otro par de hampones, ha logrado hacer retroceder cada conquista del pueblo, con la certeza de que va a hacerse del poder para mantener las cosas más o menos como están e incluso profundizar todas las injusticias, la inequidad, el abuso, la discriminación y las exclusiones que caracterizan a nuestra sociedad.

¿Qué hacer frente a tanta radicalidad? ¿frente a tanta intransigencia? ¿frente a tanta intolerancia vestida de republicanismo? La derecha no reconoce como consenso sino lo que repita sus mismas fórmulas clasistas y beatas con otras palabras. Este es el momento de detenerla. “Lo posible” no es sino la apariencia de lo fáctico, de la pura injusticia, exclusión e inequidad disfrazada de puro hecho ante lo cual no queda sino la resignación.

Esa conducta dogmática que consiste en aceptar lo real como un puro hecho, es lo que le ha abierto las puertas al fascismo; lo que hace que todos los últimos logros del campo social y popular, retrocedan cada vez hacia el punto de partida de cada estallido de indignación popular.

Este no es el momento del pragmatismo; no es el momento de “lo posible”. Es el momento de recuperar la iniciativa. Partidos y organizaciones sociales y populares deben hacerse cargo de la gravedad del momento histórico; relevar las banderas de igualdad, justicia, libertad, soberanía y dignidad que el neoliberalismo niega diariamente. En otros momentos históricos, el país ha enfrentado casos de desarrollo frustrado precisamente porque la derecha y las clases dominantes han escamoteado las posibilidades de transformación para convertirlas en oportunidades de aumentar sus ganancias a costa del subdesarrollo del país y de la pobreza de sus habitantes.

Pero como dice el viejo refrán, la culpa no la tiene el chancho. Ya lo conocemos, sabemos cómo ha actuado en el pasado en condiciones similares y de lo que es capaz con tal de no perder sus posiciones de privilegio.

domingo, 19 de febrero de 2023

El gran ausente

Honoré Daumier. El levantamiento. 1848



La característica más llamativa de los acontecimientos políticos de los últimos dos años ha sido la ausencia del movimiento social y sindical. 

Su irrupción ha sido más bien espasmódica y limitada en el tiempo. Por cierto, responde a causas profundas y a la acumulación de tensiones sociales que se explican por la creciente desigualdad y exclusiones sobre las que descansa el éxito de algunos, que van de la clase media alta para arriba. El resto vive del crédito usurero -porque los salarios no alcanzan para llegar a fin de mes-; de negocios precarios que engrosan las cifras de la economía informal o que son unas nuevas formas de extracción de plusvalía basadas en la ilusión del self made man que se somete voluntariamente a la más despiadada sobreexplotación a cambio de un status aparente de emprendedor, tras el que se oculta un trabajador precario. 

De vez en cuando, el pueblo se rebela dejando en evidencia las infinitas grietas que cruzan el modelo dando paso, luego, a las mesas, los comités y los paneles de expertos que se abocan rápidamente a parcharlas con papel maché, hasta que otro estallido las ponga en evidencia nuevamente. Ello, con su consecuente secuela de profundización de la desigualdad, destrucción del medioambiente, exclusiones y violencia.   

¿Qué es lo que hace que entre estallido y estallido el movimiento social se repliegue y deje en manos de sus representantes profesionales la solución de los asuntos políticos, en lugar de tomarlos en las suyas para resolverlos definitivamente? ¿Por qué la propuesta de la Convención Constitucional, expresión de la diversidad de los pueblos de Chile y de la sociedad real, fue derrotada el 4 de Septiembre pasado?

Una de esas razones es el tipo de sociedad en la que vivimos, caracterizada por la separación del Estado y la Sociedad Civil. La Constitución del 80 lo consagra a través del principio de subsidiariedad no sólo como un orden natural sino además deseable. El Estado, entonces, actúa como modelando el tipo de sociedad al que, supuestamente, representa o expresa política, jurídica e institucionalmente, a imagen y semejanza de la concepción de mundo, los valores y los hábitos de las clases dominantes.

Por eso no es solamente un Estado de clase lo que contiene la Constitución que actualmente nos rige. Es una sociedad de clase, corrientemente denominada neoliberalismo. Un estilo de vida que se ha ido conformando como resultado de la destrucción del movimiento social y sindical; la reducción de la ciudadanía a una comunidad de consumidores; donde el individualismo y la competitividad –valores propios del empresario y el “emprendedor”-han sido elevados a la categoría de principio fundamental de la cultura.

A ello hay que sumar la precariedad de las condiciones de vida bajo el neoliberalismo, que los ha transformado prácticamente en movimientos reivindicativos o a lo menos, sujetos en los que la “particularidad” tiene  más peso que la visión general del país en su constitución como movimientos sociales. Uno de los peores vástagos de esta condición de la sociedad bajo el predominio del neoliberalismo ha sido una chapucera concepción de su autonomía, según la cual poco menos que de una evolución natural de sus luchas emergerá la nueva sociedad, sin necesidad de que la “clase política” se inmiscuya.

El otro, que es en todo caso expresión de más o menos lo mismo, es el corporativismo estrecho, la mezquindad clasemediera que resume las luchas del movimiento social y sindical a las reivindicaciones económicas y de gremio de cada uno en particular, como si ellas sintetizaran a todas las demás. Y eso en el mejor de los casos.  

En más de cuarenta años de predominio de neoliberalsimo, los movimientos sociales fueron expulsados de lo político y en no pocas ocasiones, hecho abandono voluntario. El aslamiento de la Convención Constitucional es una expresión (nadie la rodeó; nadie la defendió de los ataques obscenos de la derecha; nadie realizó cabildos “ciudadanos” ni llevó propuestas que no fueran on line) y también la situación del gobierno, que en no pocas ocasiones ha debido hacerse cargo de impulsar reformas que den cumplimiento a sentidas reivindicaciones del movimiento social en la más completa soledad, sin marchas, sin celebraciones, sin reconocimiento. Algo similar al gobierno de la NM.

Pero este orden de cosas no es natural.  Como todo en la historia y la política, ha sido el resutado de la acción y de luchas de clases en que se lo ha terminado imponiendo por la fuerza. Que deje de ser así, depende de la práctica de todos y todas quienes están comprometidos con la democracia y  la justicia social, sea desde el movimiento social o las organizaciones políticas. La democracia, la igualdad, la justicia social, no son órdenes que vayan a ser el resultado espontáneo o la evolución natural de la historia y la sociedad. Deben ser instaurados.

Y en tanto que va a ser el resultado de las luchas y las prácticas concretas de hombres y mujeres, trabajadores, pueblos originarios, pobladores, inmigrantes, jóvenes, viejos y niños, no va a ser un acontecimeitno súbito ni la instauración de una nueva sociedad sino en su momento culminante. Pero para destacadas personalidades académicas, y también para algunos dirigentes sociales, mientras no se realicen los cambios de fondo –o como se dice vulgarmente, estructurales-, en realidad no se realiza ninguno efectivamente. 

Es un razonamiento muy simple que elude, la discusión política efectiva, que consiste en adoptar una posición a favor o en contra de las tareas políticas del momento actual, mientras se espera cómodamente en las luchas autónomas y/o las reivindicaciones corporativas, que se realicen las reformas definitivas, la llegada de la nueva sociedad.

La culpa no la tienen los medios, ni la “clase política”. Es la desmovilización del pueblo y sus organizaciones la que le ha dejado el campo libre a la reacción. A los nostálgicos de la democracia de los acuerdos o peor aún, a los fascistas que añoran un régimen dictatorial o algo parecido. Es a dichas organizaciones; a los partidos de izquierda y a las alianzas que conforman el gobierno a quienes les corresponde la responsabilidad de movilizar al pueblo  y celebrar cada victoria sobre el neoliberalismo, cada conquista e ir conformando un movimiento popular digno de ese nombre.


martes, 7 de febrero de 2023

Proceso constituyente ¿Hacia dónde va?

Andy Warhol Campbell's Soup Cans, 1962




Ya están inscritas las listas para el Consejo Constitucional que va a terminar de redactar la nueva Constitución. La imagen que proyectan es la de una aparente dispersión. El rechazo  en tres listas y el apruebo en dos sin considerar una enorme apatía al respecto entre la población . 

Un primer antecedente importante a tomar en cuenta, es el agotamiento de Socialismo Democrático.

La decisión del PPD de ir con la DC y los radicales, demuestra que sectores que históricamente se ubicaron junto a los otros partidos de izquierda, se colocan voluntariamente en otro espacio político. Uno que ocupó en el pasado, y actualmente con enormes limitaciones y dificultades intenta ocupar, la DC. Se trata de un centro indefinido en lo político y lo doctrinario por ahora y con pretensiones reformistas que no dan cuenta de lo que el país demanda en la actualidad. 

Así las cosas, lo más probable es que la desaparición de este sector se siga profundizando y el PPD asimilándose en él, para terminar en posiciones más parecidas a lo que podría ser una centroderecha. Ni qué hablar de Amarillos y Demócratas, quienes han hecho ya ese recorrido mucho más velozmente. 

Esta lamentable circunstancia, en todo caso, le pone fin definitivamente a la Concertación o sepulta para siempre las pretensiones de quienes la añoraban.

 Como contrapartida, emerge una nueva izquierda constituida por los históricos partidos que la conformaron y nuevas agrupaciones surgidas en los últimos años, como resultado de fenómenos nuevos, propios de esta etapa del capitalismo, e incluso por las propias  transformaciones de la izquierda. 

Una izquierda en que se combinan viejas generaciones de luchadores que vienen de la Unidad Popular, la lucha contra la dictadura; contra la exclusión y la profundización de la desigualdad en los últimos treinta años, con generaciones de cuadros que provienen de las luchas del movimiento estudiantil; el subcoontrato; por la defensa del medioambiente y las disidencias sexogenéricas. 

Un segundo antecedente es que la lucha por la hegemonía en la derecha, se pospuso porque finalmente decidió -tal vez a contrapelo o a lo menos no por un acuerdo voluntario de todos quienes la conforman-  por hacer de la elección de consejeros la coyuntura apropiada para resolverla. La derecha tradicional lleva a un elenco de carcamanes que parece más bien un vestigio de los últimos treinta años -lo mismo que la lista en que van juntas la DC, los radicales y el PPD- que la proyección al futuro que promete una nueva Constitución. 

Republicanos y Partido de la Gente, por muy burdos que sean sus razonamientos y propuestas, representan en cambio fielmente el sentido común formado en ese mismo lapso de tiempo y por consiguiente, el producto cultural del neoliberalismo, no sólo su promesa. Mezcla de arribismo, fe en el emprendimiento individual, la competencia y el mercado, como promesa de un porvenir de prosperidad personal que se resume en el concpeto de "meritocracia", tienen aparentemente mucho mejores perspectivas.

La paradoja de la elección de consejeros constituyentes, es que tratándose de un combate entre el sentido común -la ideología dominante- y las aspiraciones de una sociedad por derechos y libertades garantizadas por la Constitución como expresión de un pacto social que incluya a todos y todas -resumidas en el concepto de "dignidad"- hasta ahora solamente genera desconfianza e indiferencia. 

Lucha que se da incluso en la intimidad de conciencias fracturadas por una ideología que ha hecho del consumo y la competencia, los comportamientos, los hábitos naturales de la convivencia social. Y por otra parte, unas aspiraciones por la igualdad, la justicia social y auténtica libertad que se expresan como estallidos sociales, luchas dispersas y esporádicas y que eventualmente sintetizaría una nueva Constitución, si es que el pueblo se sintiera realmente convocado y representado en el proceso constituyente, pese al corset que le puso el acuerdo de diciembre. 

La tarea no está fácil, pero sí menos complicada de lo que parecía hasta hace una semana atrás. La momentánea dispersión de la derecha; el decantamiento de las posiciones en la centroizquierda; la recuperación parcial de la iniciativa por parte del gobierno; la irrupción de nuevos cuadros y dirigentes en la lista a consejeros de la izquierda, son buenas noticias.

Pero no hay que confiarse. El fascismo asecha en todo el mundo; pero no es inevitable su triunfo. La reacción del pueblo peruano a la destitución del Presidente Castillo; el resultado del reféredum en Ecuador; haber detenido la intentona golpista en Brasil; la reconstitución de UNASUR son señales de que el fascismo es derrotable, como lo fue la dictadura. 

Pero para eso, es necesario llenar de contenido esas luchas; convocar al pueblo al proceso constituyente sobre la base de sus reivindicaciones más sentidas, demostrando unidad y consecuencia; "bajarse del ponny" y no volver a subestimar al pueblo y no confiarse en que la derecha, y especialmente la ultraderecha, no representan una alternativa de poder para Chile.


jueves, 2 de febrero de 2023

¿Adónde va el PPD?

Alice Neel. Jackie Curtis y Rita Reed. 1970



El Partido por la Democracia nació hace poco más de treinta años, en el marco de la promulgación de las leyes políticas por la Junta Militar, en 1988. Éstas cumplirían la finalidad, como lo exigía la oposición de ese entonces, de dar garantías de transparencia, ecuanimidad y pluralismo político al plebiscito en el que Pinochet pretendía apernarse ocho años más al frente del Gobierno. 

Entre socialistas, mapucistas, liberales, antiguos radicales y todo tipo de emigrantes de diversos partidos opositores a Pinochet que vieron en el plebiscito una oportunidad de derrotar a la dictadura, surgió con el único objetivo de movilizar electoralmente a través de la inscripción en los registros electorales creados especialmente para la ocasión; formar comandos de campaña por el NO; inscribir apoderados y crear correos entre estos para llevar un conteo paralelo al realizado por la dictadura. Por eso, se definió como "partido instrumental".

Pero una vez cumplido este objetivo, se prolongó como un "partido programático", esto es, uno que se proyectaba en la floreciente transición a la democracia con el objeto de realizar las tareas contenidas en el programa de la Concertación. Se definía a sí mismo más por éstas que por una ideología determinada. Mezcla de liberalismo, nociones generales de autonomía y diversidad, racionalismo laico, temas emergentes en ese entonces (como el ambientalismo) y un vago ethos "progre", el PPD acogió a todo el mundo. Ex comunistas, ex miristas, ex socialistas, derechistas como Armando Jaramillo, etc. 

En función de cumplir ese propósito, el aparato público se transformó en su ecosistema. La administración pública, desde los ministerios, los servicios centralizados y descentralizados del Estado; los municipios; el Parlamento y como sucedáneo de los organismos sociales y de masas, las ONG´s y las fundaciones que ocupaban un lugar muy importante en los noventa y hasta el día de hoy, en la mediación entre las políticas del Estado subsidiario y la sociedad.  

Se convirtió así en un partido ligado al poder y definido prácticamente por esta circunstancia. 

Alejado del poder, sin embargo, el PPD manifiesta un comportamiento errático, que va del gradualismo a la retroexcavadora y viceversa. Un comportamiento sinuoso en materia de política de alianzas y unos opacos estilos por los que la denominada G-90 tuvo una efímera incidencia para terminar dando paso al retorno de sus viejos cuadros y fundadores, como la ministra del interior, Carolina Tohá. 

Ya no se trata simplemente de aplicar algunas reformas, programas focalizados o regulaciones al mercado. Se trata nada menos que de cambiar la Constitución. Su extravagante pretensión de hacerlo sin realizar transformaciones radicales es lo que explica su comportamiento oportunista y errático. Mezcla de ni lo uno ni lo otro...ni tanto ni tan poco; acuerdos con la derecha y retórica progre para justificar las medias tintas....y especialmente esa pasión por no ser de izquierda ni ser de derecha. 

También su intento por tratar de hacerlo sin afectar intereses poderosos como el de la industria de la seguridad social privada, explotación de comodities, el retail y la banca; a los grupos conservadores parapetados en los medios y el sistema educacional, lo que está difícil, si no imposible. 

Su posición en el proceso de conformación de las listas o idealmente "la" lista a consejeros constitucionales es una manifestación de su ideología pequeñoburguesa, la indefinición en cuestiones de fondo que definen su origen y de las que nunca se hizo cargo en más de treinta años. De la decisión que tome al respecto de aquí al 6 de febrero depende su sobrevivencia.

viernes, 20 de enero de 2023

¿Qué podría ser de centro hoy por hoy?

Honoré Daumier. Crispin y Scapin. 1865



76 votos en contra y 68 votos a favor y 4 abstenciones fue el resultado final de la votación de la AC contra el ministro Jackson promovida por la bancada del Partido Republicano. 

Excepto dos abstenciones de la derecha tradicional, esta se alineó tras la conducción fanática del partido de Kast. Ahora viene la acusación contra la ex ministra Ríos y a menos que consiguiera los votos de la DC, lo más probable es que el resultado se repita. 

Que se perdiera no es lo realmente importante. Lo realmente importante de esta votación es que la derecha tiende a ordenarse y manifiesta inequívocamente quién tiene la conducción. Fintas más o menos, críticas tibias por uno que otro desaguisado en los que se ve involucrado cada tanto el partido ultraderechista o alguno de sus diputados, lo cierto es que la derecha ya se tragó el sapo una vez y está dispuesta a hacerlo de nuevo. Su votación en la acusación así lo confirma. 

Esto deja las cosas bastante polarizadas. Los eternos buscadores del centro las tienen difíciles hoy por hoy. 

El denominado "centro político" en Chile durante el siglo XX se caracterizaba por ser un centro doctrinario, con una identidad ideológica y política muy bien definida y un proyecto político autónomo. Tanto radicales como democratacristianos impulsaron proyectos nacionales que movilizaron grandes masas y transformaron al país. 

Después de la Concertación, ser de "centro" es otra cosa. Es haber renunciado a la idea de una transformación total de la sociedad y resignarse a la pasión "de lo posible", como tempranamente definió su proyecto Patricio Aylwin en el Estadio Nacional, hace poco más de treinta años. En su reemplazo, y considerando su posición minoritaria en el Congreso -binominal, designados y vitalicios, límites como el impuesto por el TC, la LOCE y el COSENA de por medio-,  aparecieron los pequeños ajustes y regulaciones al mercado; las reformas incrementales que sumadas, algún día, se transformarían en la anhelada democracia. 

Reformar se convirtió así en pirquinear votos en el Congreso dejando a las masas en el lugar de un espectador. 

En un ambiente tan polarizado como el que queda tras la Acusación Constitucional contra el ministro Jackson, esta técnica deja al centro, circunstancialmente, como un bolsón de votos, dispuestos al "mejor postor". 

Por esa razón, tiende a disminuirse progresivamente y sus exiguas fuerzas, a dispersarse en función del devenir histórico y político frente al que no hace ninguna propuesta que encante, ni siquiera que de cuenta de las contradicciones que agitan a la sociedad hoy por hoy. Algunos, incluso, haciendo gala de una proverbial tozudez insisten en los diálogos y los acuerdos, cuando la derecha ha demostrado una y otra vez que los únicos diálogos que acepta son para escucharse a sí misma y que actualmente está empecinada en defender lo más esencial del sistema neoliberal y limitar en todo lo que sea posible el cambio constitucional. 

Su ataque sistemático y permanente a la Convención Constitucional primero y ahora, al Gobierno, demostrando su histórica unidad, disciplina y convicción llegada la hora de defender los intereses de clase de los grandes empresarios, no dejan mucho espacio al diálogo, que digamos. Por lo demás, el país está ad portas de una nueva confrontación por el cambio de la Constitución actual, frente al que por lo visto en estos días la derecha va a actuar unida nuevamente, como lo hizo la vez anterior, con mejores perspectivas incluso. 

Insistir en una especie de tercera posición; en resucitar la democracia de los acuerdos o un presunto gradualismo alejado de los extremos (extremos entre los que, hipócritamente, sólo se menciona al PC y al FA pero nunca a los fascistas del Partido Republicano), equivale a anularse políticamente y condenarse a ser un espectador de los acontecimientos, cuando no a pavimentarle el camino al triunfo a la derecha. 

La soledad, aparentemente, es lo único que podría definirlo hoy por hoy. Las discusiones que se han dado al interior de las coaliciones de gobierno, después de las desafortunadas declaraciones de Guido Girardi dan cuenta de eso, las que ni en su propio partido han encontrado respaldo. Lo que está en juego es demasiado como para aventurerismos de este tipo; para llaneros solitarios o iluminados de la política. MEO pasó de ser uno de los políticos con más futuro a un mero recuerdo por no entenderlo a tiempo. La situación de la ex concertación es muy similar y como en aquella ocasión, el fracaso significaría además el triunfo de la ultraderecha con un costo enorme para el pueblo.