Theodor Guericault. Cabezas de ajusticiados. 1818 |
El reciente rechazo a la idea
de legislar el proyecto de reforma tributaria del gobierno, ha generado toda
clase de reacciones. La impresentable interpretación de la derecha consiste en acusar
al gobierno de no estar dispuesto a conversar y llegar a un consenso en la
materia después de negarse siquiera a discutirla en la Cámara de Diputados.
Curioso razonamiento de la
derecha, por decir lo menos. Primero negarse a ponerlo en discusión en el
Congreso y después acusar al gobierno de no estar dispuesto a llegar a un
consenso. Acto seguido, usarlo como argumento para haberla rechazado.
La derecha ya nos tiene
acostumbrados a esta clase de piruetas lógicas, que expresan su ideologismo y
su pretensión de árbitro de lo que es bueno y lo que es malo para el país. De
hecho, según las encuestas, la reforma tributaria del Gobierno gozaba de un
amplio respaldo entre la población, lo que no se refleja en el Congreso, que a
estas alturas se ha convertido en una burbuja que no tiene nada que ver con
ella. Por eso los sofismas de la derecha, repetidos después hasta la náusea por
los medios de comunicación que controla –o sea, casi todos-, suenan tan
evidentes.
La reacción del campo social y
popular, en cambio, hasta ahora ha sido tibia, tardía e intrascendente. La
conducta oportunista de Pamela Jiles y un par de desconocidas diputadas, que
confunden sus aspiraciones con los desafíos de la contingencia, nunca acierta a
achuntarle al enemigo principal. Con la puntería digna de un bizco, solamente
le han abierto el camino a los fascistas que van por la constituyente.
En efecto, con una contumacia digna
de elogio, desde que fueron derrotados hace dos años, la derecha tradicional y
su vanguardia fascista que tiene de guaripola a Kast y otro par de hampones, ha
logrado hacer retroceder cada conquista del pueblo, con la certeza de que va a
hacerse del poder para mantener las cosas más o menos como están e incluso
profundizar todas las injusticias, la inequidad, el abuso, la discriminación y
las exclusiones que caracterizan a nuestra sociedad.
¿Qué hacer frente a tanta
radicalidad? ¿frente a tanta intransigencia? ¿frente a tanta intolerancia vestida
de republicanismo? La derecha no reconoce como consenso sino lo que repita sus
mismas fórmulas clasistas y beatas con otras palabras. Este es el momento de
detenerla. “Lo posible” no es sino la apariencia de lo fáctico, de la pura
injusticia, exclusión e inequidad disfrazada de puro hecho ante lo cual no
queda sino la resignación.
Esa conducta dogmática que
consiste en aceptar lo real como un puro hecho, es lo que le ha abierto las
puertas al fascismo; lo que hace que todos los últimos logros del campo social
y popular, retrocedan cada vez hacia el punto de partida de cada estallido de
indignación popular.
Este no es el momento del
pragmatismo; no es el momento de “lo posible”. Es el momento de recuperar la
iniciativa. Partidos y organizaciones sociales y populares deben hacerse cargo
de la gravedad del momento histórico; relevar las banderas de igualdad,
justicia, libertad, soberanía y dignidad que el neoliberalismo niega
diariamente. En otros momentos históricos, el país ha enfrentado casos de
desarrollo frustrado precisamente porque la derecha y las clases dominantes han
escamoteado las posibilidades de transformación para convertirlas en
oportunidades de aumentar sus ganancias a costa del subdesarrollo del país y de
la pobreza de sus habitantes.
Pero como dice el viejo
refrán, la culpa no la tiene el chancho. Ya lo conocemos, sabemos cómo ha
actuado en el pasado en condiciones similares y de lo que es capaz con tal de
no perder sus posiciones de privilegio.
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