Max Beckmann. Bodegón con tres cráneos. 1945
El resultado de
las elecciones presidenciales en la hermana República Argentina, no dejó indiferente
a nadie. Todos los y las demócratas teníamos la esperanza, después de la
primera vuelta, de que el candidato de Unión por la Patria, Sergio Massa,
derrotaría al ultraderechista y autodenominado "libertario", Javier
Millei.
Lamentablemente
no fue así. Las razones van a ser materia de una larga y ojalá profunda
reflexión de la izquierda y el progresismo. No para encontrar culpables o para
justificar reproches autocompasivos. Ni para potenciar el oportunismo que suele
abundar en las derrotas ni moralismos que alientan las visiones
sobreideologizadas, sino para proponer una alternativa democrática y popular al
país, a los pueblos de Chile. Una alternativa que represente no solamente
deseos formados producto de décadas de neoliberalismo sino de los que provienen
de la realidad concreta que éste ha producido, caracterizada por una brutal
desigualdad, mercantizilización de la vida social; abuso y desequilibrios de
poder en las relaciones entre las empresas y los consumidores; entre quienes
detentan el poder político y manejan sus redes y los trabajadores y trabajadoras
de a pie, denominados eufemísticamente “ciudadanos”.
Ello, sin
embargo, al mismo tiempo que la riqueza y los avances científicos y tecnológicos
producidos por nuestras sociedades, generan mejores condiciones que quizás
nunca antes en la historia, para superarlas.
Para la derecha
chilena en todo caso, tampoco pasó inadvertido. Las derechas latinoamericanas,
cada vez más impredecibles producto de su ideologismo y desesperación, han sido
presa fácil de los discursos protofascistas y las recetas facilonas de personajes
como Trump, Bolsonaro o Millei. Ni cortos ni perezosos todos los partidos de la
derecha chilena y sus líderes, corrieron a saludarlo. Desde EVOPOLI a los republicanos,
todos han competido por hacerse ver cada cual más cercano al
pseudolibertario, ignorando de modo vergonzoso sus posturas republicanas, su
jerigonza civilista y moderada de antes, las que han quedado en evidencia como
puro fariseismo tratándose de la defensa de un sistema que les ha granjeado
prebendas y la posibilidad de enriquecerse hasta la obesidad a las grandes
empresas que, como ha quedado demostrado una y otra vez, los financian.
La primera
pregunta que corresponde es, entonces, quién es realmente el ganador de las
elecciones. Millei ha hecho anuncios de una política de ajuste brutal y sin
anestesia, para el que se requiere una amplitud política que en principio tiene
gracias al apoyo oportunista y de última hora de la derecha tradicional
argentina, caracterizada por el mismo Millei como "la casta" o como parte
de ella. El pacto de la vergüenza se selló en la casa que tiene el amigo de
Piñera, Mauricio Macri, en Acassuso.
El mismo Millei
declaró en la ocasión que el verdadero objetivo, por esa razón, no era “la
casta” sino el kirchnerismo, que desde hace veinte años aproximadamente desarrollaba
un proyecto nacional y popular que había devuelto derechos a los trabajadores,
restablecido la búsqueda de la verdad y la justicia en materia de DDHH;
promovido la integración regional y dado impulso a la educación pública, hasta la
desastrosa interrupción del gobierno de Macri, que le entregó a la Argentina al
FMI a cambio de unos préstamos pantagruélicos que solamente lo beneficiaron a
él y sus amigos, quienes actuaron simplemente como intermediarios para terminar
devolviendo el dinero al sistema financiero, no sin antes o en el transcurso de
las transferencias, haber cortado la cola.
Ahora vuelven al
poder en la Argentina, con la pretensión de realizar una obra muy similar a la
que realizó Pinochet en los años setenta en nuestro país. El resto de las
clases dominantes de América Latina mira con curiosidad y esperanza lo que pasa
en Argentina, para tal como aconteció entonces en todo el continente, derrotar
a los proyectos progresistas. El mismo papel de articulador de los acuerdos de
la derecha, aun cuando sea para ponerla de vagón de cola del fanatismo
ultraliberal y autoritario, es el que cumple hoy por hoy Piñera, el más
conspicuo representante de los especuladores y usureros que tienen cautiva a
nuestra sociedad desde hace décadas.
Precisamente los
ganadores de las últimas jornadas electorales en Argentina.
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