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Georg Baselitz. Das letzte Selbsbildnis I. 1982 |
Todo lo que chilenos y chilenas conocían o a lo que estaban acostumbrados, se deshace ante sus ojos en medio de un ambiente de indiferencia o tedio que oculta una desesperanza en apariencia definitiva; una conformidad más o menos conservadora, más o menos rebelde a veces.
Predomina una atmósfera cultural de incertidumbre extendida que ni siquiera inspira proyectos de cambio, movimientos de masas, literatura o pensamiento progresistas y que, en cambio, es colmada por los medios de información y las redes sociales dominadas por noticias falsas, difamaciones, un mar de opiniones políticas difícil, si no imposibles, de conocer y ponderar y un hedonismo chabacano y superficial.
Semejante estado de ánimo fue el caldo de cultivo apropiado para el surgimiento del fascismo a mediados del siglo XX. Lo contrario de la idea progresista que inspiró nobles anhelos de igualdad, libertad, democracia y respeto por los Derechos Humanos y a los movimientos políticos que los han encarnado, tanto en sus versiones clasistas como socialcristianas y socialdemócratas.
Esto es lo que define culturalmente a la sociedad actual. No es el resultado del ataque de fuerzas malvadas que provienen desde su exterior, o el producto de los delirios de fanáticos, reaccionarios extravagantes, ultraconservadores nostálgicos de valores y formas de vida premodernas ni de teorías conspiranoides.
Estos surgen de las mismas entrañas de la sociedad neoliberal que vive de un individualismo desenfrenado que incluye una tolerancia más o menos cómplice con la desigualdad, la exclusión, el abuso -con el ser humano y con la naturaleza- y la prepotencia que de naturalizadas que están, se transformaron en sentido común explotado, luego, por demagogos utraderechistas, la industria de la entreteción masiva y sectores que promueven una agenda moral fundamentalista que son sus aliados inseparables. Lo mismo que negociantes del escapismo enajenado de filosofías new age que nada aportan en su comprensión ni en su superación.
Así surgen personajes tan bizarros como Trump, Bolsonaro, Kaiser o Milei; o nostálgicos del franquismo o de Mussolini en Europa. Estos no representan una anomalía de las sociedades neoliberales sino el producto final de su destilación.
Es lo que pone a nuestras sociedades justo en el límite respecto del cual no le queda más que retroceder o transformarse en su opuesto, esto es, la recuperación de aquellos valores que las podrían salvar de los desastrosos efectos que ha producido, como la contaminación ambiental; la guerra; el desplazamiento de millones de seres humanos; limpiezas étnicas; aumento de la pobreza; pérdida de libertad y autonomía social e individual.
El vaciamiento de aquellos valores de la experiencia concreta de los seres humanos en sus trabajos, en sus barrios, en su relación con la naturaleza, reemplazada por un vago ethos que los espiritualizó hasta hacerlos no tener nada que ver con sus vidas, terminó empobreciéndola hasta hacer de ella el repositorio de chartalanería, escapismo enajenado, esoterismo, consumo desenfrenado y violencia, tanto la delictual y mafiosa como la institucional.
Es por lo tanto el momento en que enfrentar al fascismo y detenerlo, pasa por llenarla de contenido histórico concreto, no puras consignas y buenos deseos. Hacer de lo público no el rincón de los excluidos que no pueden desarrollar sus proyectos de vida libremente por supuestas desventajas materiales o culturales, sino el de libertad social que un republicanismo formal omite en beneficio de unos derechos políticos y civiles que no alcanzan a dar cuenta de ellos. Del trabajo, una garantía de libertad y posibilidad de desarrollarlos, lo que pasa por devolver poder de negociación a los sindicatos y mejorar los salarios, que es la manera más apropiada para redistribuir la riqueza.
No son meras reivindiaciones. De hecho, convertirlas en eso es la manera más eficiente de hacerlas inocuas. Son la materialización concreta de la nueva sociedad a la que el progresismo históricamente ha aspirado y la forma más efectiva de detener al fascismo para empezar a construirla.
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