Eugene Delacroix. La libertad guiando al pueblo. 1830 |
Estamos a pocos días de que
se realice la elección más determinante para el país en los últimos cincuenta
años.
Sea cual sea el resultado,
el período que comienza va a ser extraordinariamente convulsionado e inestable.
Algo similar a lo que sucedió después de la dictadura de Carlos Ibáñez del
Campo a fines de los años veinte del siglo pasado.
En primer lugar, porque el
bloque hegemónico de la transición -conformado por un acuerdo entre el centro
político y la derecha- que ya venia bien vapuleado desde la primera
administración de Piñera, pasó a la historia. La Acusación Constitucional de la
que fue objeto en el Parlamento, fue su epitafio, escrito en términos no muy
laudatorios.
Si bien no alcanzó en el
senado el quórum necesario para ser aprobada, no hubo ni un solo voto de
oposición a su favor.
Las encuestas le daban un
sesenta y cuatro por ciento de respaldo ciudadano. Si hubiera referéndum
revocatorio, como en Bolivia y Venezuela, Piñera ya no sería presidente. Los
retorcidos argumentos de sus ministros y de los parlamentarios de su coalición,
tratando de hacerlo ver como la víctima inocente de una maniobra politiquera,
no se los cree nadie ni los considera seriamente, excepto tal vez el columnista
de El Libero Pepe Auth.
Para la derecha, sin
embargo, la cosa no termina ahí. Toda la maquinaria propagandística de la que
dispone y que ha tratado de hacer viable la candidatura ultra de José Kast, el
único resultado que ha tenido es dispersar todavía más los votos de la derecha,
que deambulan semanalmente de Sichel a Kast y viceversa sin sumar nada,
generando el espejismo de un fenómeno insospechado cuando apenas goza de un predecible
veinte por ciento en todas las últimas elecciones realizadas.
La Concertación yace en paz.
El acuerdo entre la DC y el PS, que fue su núcleo fundacional, se ha ido
descomponiendo inexorablemente. En especial porque el comprtamiento del PS se
va desplazando paulatinamente fuera de ésta. Es evidente la cercanía de este
partido con el FA, sobre todo en la Convención Constitucional y es natural que
así sea.
Uno de los factores
estructurales de la transición fue, precisamente, la dispersión de las fuerzas
de izquierda y que un sector de ésta, fuera parte del acuerdo que le dio origen
-la otra cara de la moneda de la exclusión del PC, el MIR, y otros colectivos y
partidos de izquierda que habían sido determinates en la derrota de la
dictadura militar-.
La acumulación de
contradicciones sin resolver que ha generando el modelo neoliberal y que
explican la situación actual, son la razón que explica la necesidad de realizar
reformas estructurales que, obviamente, van a concitar grandes movimientos de
masas y resistencias que están en relación directamente proporcional con éstas,
por parte de quienes se han visto beneficiados por él.
Se van a generar alianzas;
se van a separar otras existentes; partidos y coaliciones van a desaparecer e
incluso ya lo están haciendo; van a surgir otros. Lo mismo en el caso de las
organizaciones sociales.
Las elecciones del domingo,
como solía decir Miguel Enríquez, solamente van a plantear un problema, no lo
van a resolver. Van a establecer las
correlaciones de fuerza que determinarán el período que se va a extender entre
la instalación del próximo gobierno, la Nueva Constitución y la elección
presidencial y legislativa siguiente, con nuevas coaliciones; otros partidos;
otros líderes.
Entre medio, grandes
movilizaciones de masas que exigirán solución a demandas postergadas por
treinta años, cumplimiento de promesas traicionadas y realización de esperanzas
contenidas en la nueva Constitución y que expresan el concepto de una nueva
sociedad. No da lo mismo quien gobierne cuando entre a regir la nueva
Constitución; no da lo mismo que el próximo gobierno tenga o no mayoría en el
Parlamento, especialmente si se trata de aprobar reformas al sistema de
pensiones, reforma tributaria, al código del trabajo o nacionalización del
litio y el agua.
Por eso el triunfo de
Apruebo Dignidad es posible y necesario. Un gobierno y una mayoría
parlamentaria que empuje junto al pueblo, las reformas que terminen de una vez
con todo vestigio de la dictadura y el modelo neoliberal. Que encabece la
campaña por la aprobación en el plebiscito de salida; que se ponga a la cabeza
de la unidad de todos los y las demócratas que aspiran a una nueva sociedad.
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