Antonio Berni.Juanito Laguna dormido.1974 |
En el siglo XIX, el grupo de
los exiliados argentinos que se encontraba en Chile, escapando de la dictadura
de Rosas, hicieron un inestimable aporte en la formación de nuestra cultura y
de la República. Juan Bautista Alberdi, Sarmiento, Vicente López, hicieron
aportes sin los cuales no seríamos lo que somos.
Al contrario de lo que la
academia dominante y la historiografía del sistema han pretendido por décadas,
no estuvieron en Chile como observadores imparciales y movidos por un supuesto
asombro y adaptación acrítica a la presunta solidez de nuestra naciente República,
que comparada con la del resto de las de América Latina, habría sido la que
garantizaría el progreso económico, la gobernabilidad y la paz social.
Los exiliados argentinos en
nuestro país, al contrario que muchos de nuestros académicos e historiadores en
la actualidad, tomaron partido, ejercieron el periodismo, participaron de las
polémicas políticas y culturales que agitaban a la sociedad y a la
intelectualidad de la época como si les hubiesen sido propias, siempre desde
posiciones de avanzada, críticas de la reacción dominante en el período,
producto de la contrarrevolución de 1830; de la preeminencia del
conservadurismo de las formas y las costumbres.
La imagen que ofrece el
continente, hoy por hoy, no difiere mucho de la de entonces. Es el escenario de
una intensa lucha por el futuro. A la esperanza y el optimismo que se podrían
respirar entre el 2003 y el 2015 en toda América, tras los triunfos del
comandante Chávez, de Lula, Evo, Correa y en Argentina del Kirchnerismo,
le han sucedido gobiernos que han tratado de retrotraer las cosas para devolver
sus posiciones hegemónicas a las clases acomodadas y la reacción religiosa en
sus diferentes denominaciones. Lasso en Ecuador, Macri, Piñera y Bolsonaro,
unido al permanente estado de crisis del Perú, son una demostración elocuente
del revanchismo y el interés de clase que inspiró y sigue inspirando a la
derecha.
Y precisamente Argentina, la
patria de Sarmiento, López y Alberdi, representa la avanzada de la reacción o
visto desde otro punto de vista, la última línea de defensa del sistema.
Usando como pretexto el
descalabro provocado por especuladores, usureros y aliados del capital
financiero durante el período de Macri y del que no se hizo cargo el de
Fernández, por motivos que debieran ser parte de una profunda autocrítica de la
izquierda, Millei promete durante la campaña, y pone en práctica apenas
asumido, un megaajuste acompañado, como era de suponer, de un plan represivo y
de restricción de las libertades civiles y políticas comparables solamente a
los implementados por Pinochet y el resto de las dictaduras militares en los
setenta.
El DNU y la recientemente
ingresada al Congreso "ley omnibus" dinamitan la democracia
argentina, porque significan transferirle a Millei facultades para gobernar
prescindiendo del congreso nacional hasta el 2025. Privatizaciones; endeudamiento
del Estado argentino; retroceso en derechos sociales garantizados por el Estado
como educación, salud y jubilaciones; desregulación de los mercados son los
objetivos tras los que va, con el pretexto archirepetido por todos los
gobiernos burgueses y reaccionarios: “no hay plata”.
Defender la democracia
argentina es una tarea para toda la izquierda latinoamericana. El experimento
de Macri y Millei tiene como objetivo final todo el subcontinente. Tal como fue
en el siglo XIX, la solidaridad, la asistencia mutua entre los pueblos latinoamericanos
va a ser fundamental. Pero también, y tal como lo comprendieron los exiliados
argentinos en Chile, la proposición de un horizonte de transformaciones que
pongan en el centro la democracia, la soberanía y al pueblo como protagonistas.
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