Otto Dix. Tropa pasando bajo una nube de gas. 1924 |
Si algo hay que reconocerle a la
derecha, es su consecuencia para atacar en forma sistemática y sin tregua al
gobierno. Probablemente desde la época de la UP que no se apreciaba una actitud
tan beligerante, tan dogmática y agresiva de su parte.
La "democracia de los
acuerdos", identificada por el pueblo en las épicas jornadas de octubre de
2019 y posteriores como el origen de una sociedad excluyente y autoritaria,
actuó durante la transición de manera que dicha beligerancia fue imperceptible
o incluso innecesaria, excepto de parte del pinochetismo más recalcitrante manifestada
en los obstáculos que ponía en contra de la búsqueda de la verdad y la justicia
respecto de los crímenes de DDHH y su defensa de la impunidad.
En lo que siguió a las jornadas
de octubre, se fue abriendo paso también la seducción de los encantos de este
mismo modelo de sociedad contra el que se rebeló entonces. La libertad para
elegir; la posibilidad de consumir y tener acceso a bienes necesarios y no tan
necesarios aun sin tener dinero para hacerlo. Construirse una apariencia
singular que diferencia a los individuos entre sí generando una impresión de
diversidad que se manifiesta no sólo en individualismo sino también en
comportamientos discriminatorios, competitividad y consumismo.
¿Cuál de las dos apariencias es
real? ¿La del pueblo molesto protestando contra el abuso, la desigualdad y los
cambullones o bien la del que vibra con los realitys y sabe todo de la
farándula y goza yendo al mall los fines de semana? Este contrasentido es sólo
aparente. Ambas dan cuenta del tipo de sociedad que se ha construido en los
últimos treinta años. Ambas son parte de sus manifestaciones posibles.
El sólo hecho de referirse a este
presunto enigma, devela en sí mismo, que a la sociedad chilena la cruza una
enorme contradicción difícil de determinar para algunos y más difícil de
admitir para otros, especialmente los que se autodefinen de derecha y algunos
vestigios de lo que se autoidentificaba con el "centro" político y
que la abrazó con entusiasmo y autocomplacencia.
La agresividad de la derecha es
la negación de esta oposición; es la proscripción de la historia y lo político
y la reivindicación de lo idéntico como lo esencial; de lo uniforme como lo
verdadero, lo que se denominó consenso por décadas.
Mientras el gobierno trata de
avanzar en la implementación del programa comprometido con el pueblo en las
últimas elecciones, la derecha hace todo lo posible por impedirlo. Lo obliga
a asumir una posición defensiva y de trinchera que mantiene las cosas más o
menos como precisamente aspira dejen de ser. Hace de la acción de gobierno la
adaptación de su programa a una realidad de hecho que es la que se quiere
transformar.
Es lo que la propuesta
constitucional de los republicanos, asumida a regañadientes por algunos y con
entusiasmo por otros en la derecha tradicional, va a consagrar jurídicamente
impidiendo cualquier intento que en el futuro pudiera hacerse e incluso
obligando a que aquello que el empresariado y las instituciones conservadoras
requieren para el desarrollo de sus proyectos de inversión y adoctrinamiento de
la sociedad, deba ser instaurado con una legitimidad anterior incluso al debate
del que debieran ser objeto.
Fascismo puro y duro. Es la
situación de hecho sobre la que se sostiene la confianza de la derecha para
enfrentar el plebiscito de la próxima semana. Obviamente no resuelve la enorme
contradicción que agita a la sociedad desde el 2019 a lo menos. Pero es que
tampoco pretende hacerlo porque en realidad, para la derecha no existe o mejor
dicho, se resuelve del lado de la posible, es decir de la realidad.
Lamentablemente, una de las
características de esta sociedad cada vez más preparada para el fascismo,
producto de la naturalización de sus valores y la asimilación de la protesta
social a mero "estallido" irracional -lo que invierte completamente
el sentido moderno de la razón y de los movimientos de masas- es la
despolitización y la apatía frente a los asuntos públicos.
La asimilación de la posibilidad
como la categoría dominante que organiza la vida social y política. La que, con
la misma indiferencia, entre estallido y estallido, admite todos los programas
sociales y políticos como si fueran más o menos lo mismo, meras posibilidades,
sin considerar por cierto sus costos sino hasta que los está pagando. Eso
mientras se los siga asimilando a una especie de catálogo de buenas intenciones
o de medidas y acciones que transcurren en medio, debajo y contra los ataques y
los obstáculos que la derecha y las fuerzas de la reacción imponen a los
demócratas para realizarlos.
Salir de esta condición de
trinchera es imprescindible si de transformar efectivamente la sociedad se
trata. Especialmente considerando lo que va a venir después del plebiscito que
se va a realizar el 17 de diciembre. La sociedad no resiste más experimentos y
por ahora, aun considerando toda su torpeza y su contenido abiertamente
reaccionario, la propuesta de la ultraderecha es la única que se vislumbra en
el horizonte.
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