John Bratby. The toilette. 1955 |
El
neoliberalismo dio paso en los últimos años, al surgimiento desde sus entrañas
de un tipo de reacción política y cultural de nuevo tipo. Una suerte de
neoliberalismo remasterizado que intenta recuperar la posta de un antecesor
agónico, radicalizando sus fundamentos ideológicos y doctrinarios. Se yergue
sobre las ruinas que éste ha dejado de las sociedades modernas, pulverizadas
por las políticas de privatización, flexibilidad laboral y desregulación de los
mercados.
En
efecto, dichas políticas están en el origen de la destrucción de fuentes de
riqueza y prosperidad que habían costado siglos de esfuerzo e inteligencia de
los seres humanos; arrasar con clases, movimientos de clase, organizaciones
sociales y de masas; licuar instituciones, incluidas las de los sistemas
democráticos; cuerpos de doctrina, valores y concepciones de mundo, a lo menos,
como las conocíamos hasta hace poco.
Este
vástago del neoliberalismo pretende afianzar en el poder a la oligarquía más
grosera, corrupta e ignorante de la que se tenga memoria. La más perezosa
además, la que vive de la especulación y la usura y de la que proyecta luego su
concepción del mundo, con aires de gran sabiduría, en silogismos y
argumentaciones lógicas que pese a su corrección formal, no tienen nada que ver
con la realidad.
Argentina
es, hoy por hoy, la expresión más conspicua de este estado de cosas. La
irracionalidad de este proyecto se manifiesta en forma concreta en las
políticas que el gobierno de Millei, recién electo, intenta imponer a la
sociedad, politicas que incluso - él mismo se encarga de enfatizar- van a
terminar de destruir lo poco que queda en pie -en el caso argentino, después de
la “ayuda” del FMI. Los salarios, las fuentes de trabajo, las pensiones; los
servicios públicos de salud y educación; las capacidades de regulación
que tiene el Estado. Y especialmente las del sistema democrático, tratando de
atribuirse un poder que le permita realizarlo, sin necesidad de someterlo al escrutinio
del pueblo y la ciudadanía, que para el libertarismo no es más que una masa
informe sin voluntad, aspiraciones ni autoridad.
Excepto
por la posibilidad de elegir entre lo que el sistema ofrece, en Argentina y en
todo el mundo, la humanidad ha sido reducida a la calidad de espectador. Así,
la barbarie del sionismo en Palestina es tolerada no solamente por los
organismos que ésta creó después del fascismo, precisamente, para evitar que
volviera a ocurrir, sino por la humanidad entera con una indiferencia
escalofriante. Energúmenos como Trump, Bolsonaro y Millei; Vox en España y los
Frateli d’Italia en Europa son los retoños del neoberalismo, que oponen a los
catastróficos resultados de la globalización neoliberal, unos nacionalismos
demagógicos; un paternalismo, un cesarismo de opereta y unos proteccionismos
autoritarios que pretenden mantener las posiciones de dominio de las mismas
clases que los provocaron.
El
experimento argentino, quizás sólo comparable al que realizó Pinochet en Chile,
es hoy por hoy, la vanguardia de la reacción en América Latina. No es que vaya
a terminar solamente con los derechos conquistados por el pueblo en el pasado;
ni tampoco es un intento por aplicar una receta económica con el fin de seguir
beneficiando al capital financiero y los grupos monopólicos, que ya se soban
las manos tratando de hacerse de los fondos previsionales de los trabajadores y
trabajadoras liquidando el FGS, posibilitando la especulación con los precios,
poniendo límtes a la negociación colectiva, liberando las importaciones,
mientras ya es notoria la caída de la inversión y quiebran las PYMES.
El
experimento argentino es el intento de realizar las mismas recetas que se han
aplicado ya con los consabidos resultados de estancamiento económico; aumento
de la violencia -como se aprecia en Ecuador-; profundización de la desigualdad
y la pobreza y destrucción del medioambiente. Pero ahora en el marco de una
carrera desenfrenada y sin control y que se confía del deterioro moral y
doctrinario de las fuerzas que históricamente han representado la negación del
sistema dominante. Pobres contra pobres, pueblo contra pueblo, es la utopía de
los neoliberales, ahora de los libertarios, usando como excusa, precisamente,
la libertad.
La
construcción de un "nosotros" que pueda oponer al experimento
libertario, después del cual es muy probable que no quede mucho por componer,
es urgente y necesario. Es una tarea moral y cultural; una tarea de
masas. No solamente el resultado de la obra de un gobierno ni de una
coalición. Ni siquiera la suma de todas las reivindicaciones e intereses
lesionados por las políticas libertarias, que son libertad para los vivos y
palos para los pobres. La construcción de ese "nosotros", pasa por la
afirmación de unos principios que convoquen a todos y todas, y no sólo a los
propios. La democracia; la igualdad y la solidaridad; el derecho a tener un
futuro y a una libertad real y no sólo formal, que es la única que garantiza el
mercado. También por separar aguas con quienes tienen la intención de profundizar
en la actualidad este estado de cosas. Construir ese nosotros en Chile, es la
mejor manera de apoyar al pueblo argentino en su histórica tarea de detener el
experimento totalitario de Millei y sus aliados.
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