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lunes, 5 de abril de 2021

Cuenta regresiva



                    Salvador Dalí. La persistencia de la memoria

Alguna vez, el actual canciller de la República, siendo senador, publicó un libro de los que solía escribir cuando estaba en la oposición, que se llamaba El desalojo. Debe estar escribiendo uno ahora que debería llamarse "la cuenta regresiva". Debe estar contando los días y hasta los segundos que le faltan a este gobierno para terminar. Y quizá, muy probablemente, esperando algún acontecimiento súbito que acelere el fin. Debe haber sido agotador soportar el último año y medio de gobierno, tratando de sostenerlo con una política imposible. 

En efecto, es imposible resolver con ella, los problemas de pobreza y exclusión estructural que resultan de su implementación, a duras penas disimuladas a  través del consumo facilitado por la masificación del crédito y la manipulación más grosera de las conciencias realizada por los medios de comunicación de masas en las últimas décadas.

Y ello no ha sido el resultado de la pandemia. Ésta  ha sido sólo una terrible circunstancia que los ha hecho aún más apremiantes y visibles. La gente está muriendo, literalmente, porque entre morir de hambre y morir de COVID, es preferible lo segundo cuando todavía hay alguien que se pueda salvar en la familia. Es terrible. Es la visibilidad de la privación que, meses antes -en medio del estallido social de octubre del 2019- hizo posible el sistema previsional. Miles de ancianos pensionados por las AFP's sobreviviendo gracias a los hijos y los nietos o que deben seguir trabajando en cualquier cosa con tal de no morir de hambre. 

El colapso del sistema de salud provocado por la pandemia de COVID no se debe solamente a lo letal del virus. Es la indigencia en que sobrevive nuestro sistema sanitario gracias a los recortes de presupuesto, la externalización de servicios, la privatización y la anarquía de un sistema en que la descentralización lo ha convertido en un grupo de compartiementos estancos que hacen prácticamente imposible una estrategia que articule educación, prevención -incluyendo no sólo vacunación sino también trazabilidad, aislamiento de casos, realización de cuarentenas efectivas- y tratamientos oportunos, incluyendo casos críticos y enfermos terminales.

Por cierto, el gobierno, tal como lo está haciendo con las vacunas, desde el comienzo puso el énfasis en la parte hospitalaria de su estrategia, comprando respiradores no para evitar la propagación del virus sino para poder tratar a los miles de enfermos que ciertamente se iban a producir producto de su porfía en decretar el confinamiento para poder garantizar así el funcionamiento de la economía. 

Probablemente Piñera, igual como lo creyó Trump en los Estados Unidos y Bolsonaro en Brasil, creyó que sólo si demostraba buenos índices económicos al final de su período tendría posibilidades de traspasar la dirección del Gobierno a alguien de su sector.  

Craso error. Era evidente que con la mortandad que actualmente tiene al país en el top ten de la desgracia mundial, difícilmente habría algo que celebrar al fin de su período. Los televisores plasma y los viajes al caribe pagados en cuotas no se pueden llevar al más allá y finalmente esto le va a pasar la cuenta a la derecha. Además de los resultados esperables de una concepción clasista de la economía, la política y la sociedad, los errores han sido garrafales y pese a las advertencias, el ideologismo del presidente, su gabinete y su sector político, pudo más. 

La sinuosa maniobra de posponer las elecciones para mayo, no ha sido más que un intento desesperado por ganar tiempo para buscar alguna fórmula que le permita salir del mal paso. En Ecuador, Moreno usando una finta parecida, acaba de decretar estado de excepción en ocho provincias, a poco de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, precisamente como una manera a lo mejor, de salir de la terrible posición en que queda la derecha para enfrentar su futuro electoral. En efecto en toda América las derechas están en el piso. En Ecuador, En Brasil, en Argentina y Chile, buscando un recambio no ya en los militares, sino en nuevas fórmulas políticas que exceden a la derecha tradicional.

Cuando acabe la cuenta regresiva, todo podría pasar. El escenario está abierto especialmente porque en la oposición, por el momento, no hay nada claro y no se podría decir que representa en la actualidad una opción de gobierno para el país. La lenta reconfiguración de los históricos tres tercios o algo similar tiene, precisamente, este resultado en que no se vislumbra por ahora una alternativa al desastre que ha significado para el país el gobierno de Piñera cuando acabe la cuenta regresiva. 

 




sábado, 15 de febrero de 2014

Después de la derrota de la derecha



Las actitudes políticas después de conocido el resultado de las elecciones



Jean Bol. El gremio de los comerciantes de vino


Después de la segunda vuelta de la elección presidencial se refrendó el resultado de la elección del 15 de noviembre. Michelle Bachelet logró cuatrocientos mil votos más que en esa ocasión y Evelyn Mathei, a duras penas, logró empatar con el resultado parlamentario de su coalición. Ello, pese a lo predecible del resultado, desató una ola de interpretaciones  y reacciones que podría augurar en algo el comportamiento de los actores políticos en el período que se abre.
El titular de El Mercurio era bastante elocuente. En lugar de destacar el triunfo de la abanderada de la Nueva Mayoría y la aplastante diferencia que la separa de la abanderada de derecha, se refería al supuestamente alto abstencionismo expresado en las elecciones, lo mismo casi todos los medios. La idea es deslegitimar la política del futuro gobierno antes incluso de que se haya instalado.
Decir que el porcentaje de chilenos y chilenas que no votó, no lo hizo porque está satisfecho con el modelo es tan fantasioso como decir que es porque son antisistémicos o están desencantados de “la clase política”. Con este bajo nivel de participación, entonces, el próximo gobierno, supuestamente, no tendría el mandato ciudadano para impulsar las reformas planteadas en su programa y que es por el que se habrían manifestado los electores.
Otro argumento que ha sido sostenido por conspicuos derechistas y también por sectores de oposición que no son parte de la Nueva Mayoría, son las enormes diferencias que cruzarían a la coalición triunfadora y que harían impracticable su programa de gobierno. Se trata de un argumento sumamente conservador: para unos un augurio de inestabilidad y convulsiones respecto de las cuales los otros se limitarían a observar, para adoptar una posición una vez resueltas.
Otro  discurso que,  con un cinismo que raya en la indignidad,  planteó Melero en en el sentido de que el futuro gobierno “no les pase la aplanadora” y  se manifiesta muy bien dispuesto para llegar a acuerdos. Muy difícil. Mathei en su discurso frente al exiguo numero de adherentes que se encontraba en la sede de su comando la tarde de la derrota, planteaba que a la larga las ideas de  su conglomerado y que había defendido durante su campaña, prevalecerían. ¿De qué acuerdos entonces están hablando las viudas de la transición pactada? Obviamente, consensos en torno a la mantención del status quo.

Medidas del programa como la reforma tributaria o el cambio constitucional, serían de una alta complejidad y por tanto, en los ritmos y procedimientos para su implementación, supuestamente se abriría un espacio y tiempo suficientes para la política de los acuerdos. Es precisamente el espacio en el que  -suponen algunos sectores de la Alianza- podría sobrevivir y desarrollar la política que históricamente ha hecho la derecha tradicional: las camarillas, las conspiraciones de pasillo y de clubes exclusivos.
Es el espacio para los guardianes del orden y la estabilidad que generalmente se autoimponen el rótulo de “partidos de centro”. Un Sambenito tan vago que da para toda clase de posiciones políticas pero que comparten la misma idea conservadora.

Un argumento liberal, transversalmente extendido, ha sostenido que es precisamente gracias a los avances de los últimos años que la ciudadanía se manifiesta a favor de que se realicen cambios: Concluyen de esta manera que no se deben realizar.  Se trata de una falacia que expresa una paradoja que es solamente lógica.

El resultado de la elección representa, en cambio, un escenario sumamente práctico. Las tareas que impone, por lo tanto son también muy concretas y es respecto de ellas que se debe adoptar una posición: se deben realizar las reformas comprometidas en el programa de la Nueva Mayoría y representadas por su abanderada, la doctora Michelle Bachelet. Referirse a la alta abstención, las contradicciones de la coalición triunfadora, la complejidad de las tareas del programa, los cambios culturales y un extenso galimatías, solamente oculta posiciones conservadoras y que se oponen y se opondrán a los cambios.

Entonces, es el programa de la Nueva Mayoría, el que va a imponer el ritmo de la  política en los próximos cuatro años y quizás más. Son los sectores conservadores, los defensores del status quo y los nostálgicos de la democracia de los acuerdos, los que las van a tener complicadas en el futuro.


La derrota de la derecha



La derrota de la derecha en las elecciones del 17 de noviembre

Edvard Munch. El día después




Ciertamente que la noticia política más importante del 17 de noviembre, fue el triunfo de la doctora Michelle Bachelet en la primera  vuelta de los comicios para elegir al Presidente de la República por los próximos cuatro años. Y aun cuando no lograra definirse esto en la primera vuelta, es un resultado tan contundente, tan inapelable, que lo único posible en las elecciones del 15 de diciembre, es que la derecha  se siga hundiendo y su crisis, profundizándose todavía más.
La derrota estrepitosa de la derecha es mucho más profunda que una derrota electoral.
Como queriendo explicar que no es tan terrible e irremontable, el comando de Evelyn Mathei ha dicho que va a ir a disputar el electorado de centro. Pero con su discurso ultrarreaccionario en la primera vuelta, difícil que lo haga. Lo mismo en el caso de su intento de disputar algunos votos de los que sacó Parisi. Posibilidades de moverse hacia alguna parte, tiene pocas. Sólo seguir hundiéndose.
Pero además  de que en las presidenciales el resultado para la derecha, es pésimo, en las parlamentarias, la derrota también fue tremenda.
El resultado de la Nueva Mayoría, la deja en condiciones de aprobar la mayoría de las medidas de su programa en el Parlamento, sin necesidad de recurrir a muchos acuerdos con la Alianza. A lo más, tener que ganar el voto de un senador, que podría ser Bianchi, o el de Ossandón que ha declarado estar dispuesto a dar su voto favorable para la reforma tributaria y hasta la gratuidad de la educación. Incluso para el cambio constitucional; o Horvath quien ya se reunió con Michelle Bachelet, apenas conocido el resultado de la primera vuelta.
Entre los partidos de derecha, el gran damnificado es la UDI, partido que ha sido el permanente dique de contención para cualquier reforma, por tibia que fuera.  Perdió su poder de veto. No se trata solamente de un mal resultado electoral, pues de todas maneras sigue siendo el partido mayoritario en el congreso, sino de que sus ideas, su posición conservadora y fundamentalista ya no tiene ninguna utilidad práctica.  Por tanto, su ideario carece de algún sentido para la sociedad chilena.
Esto es  precisamente lo que hace que la derecha después de las elecciones del 17 de noviembre en lugar de reagruparse,  tienda a seguir dispersándose. Lo de Horvath es solamente su expresión más evidente.
Esta dispersión era una de las características del cuadro político ya desde el año 2011. Manuel José  Ossandón, senador recién electo, crítico permanente de la gestión de Piñera; y el presidente de RN, el senador Carlos Larraín, también un díscolo de la alianza de gobierno,  planteaban que de no hacerse algo, de no reformar alguna cosa, todo lo que con tanto esfuerzo habían logrado en los últimos veinte años, se podía ir al tarro de la basura de la historia.
Por eso, Larraín, promovió un acuerdo con la DC para hacer una propuesta de reforma al sistema electoral binominal, tratando de anticiparse a la inevitable avalancha de reformas que preveía en caso de que la oposición les derrotara en las parlamentarias, que es lo que finamente pasó.
Son los clásicos derechistas, terratenientes, católicos y autoritarios, los nacionales, los que se están empezando a expresar
¿Por qué razón esta posición no influyó más en la dirección de la derecha y su gobierno en este período? Una, por la hegemonía  ultrareaccionaria y sectaria de la UDI. Ésta, por lo demás,  se quedó sin política tempranamente el 2011, excepto reprimir y aplicar el programa de gobierno, aunque fuera lo más impopular del mundo y no generara consenso excepto entre los empresarios, la intelectualidad conservadora y los partidos de derecha.
Con este predicamento, y un consenso tan estrecho, era difícil sostener una candidatura presidencial. Primero Golborne, después Longueira, después Allamand, fueron varios los heridos que fue dejando en el camino  la crisis.
Sin embargo, el clásico populismo de la UDI –como eliminar el impuesto específico a los combustibles- se topó permanentemente con las posturas liberales, hegemónicas en el gobierno y la derecha, tal como lo fueron en la concertación en sus  veinte años de gobierno. Expresión de esto fue también la polémica por la determinación del valor salario mínimo.
Los nacionales, como Osandón y Larraín, tuvieron un problema muy similar. Los liberales no les dieron ni un solo centímetro ni en el gobierno –primero-, ni en el comando  --durante la primera vuelta. Pero ahora tampoco lo van a tener aparentemente, ni aparentemente les interesa. A lo menos, es lo que ha dicho Ossandón. En la segunda vuelta, de hecho, incorporaron al comando a muchos representantes del liberalismo emergente; dirigentes formados en los veinte últimos años, como la diputada Karla Rubilar, el diputado recién electo y que fue ministro de Piñera Felipe Kast, el ex ministro de cultura Luciano Cruz Cocke.
Para la derecha lo único posible, con tal de salir del pantano, sería una profunda renovación que va a seguir dejando heridos en el camino. En primer lugar un recambio generacional. Todos los derechistas que fueron parte de la dictadura, se van a tener que ir a la casa. Pero algunos se resisten y eso puede que haga el proceso más doloroso y largo.
En segundo lugar, van a tener que hacer muchas concesiones. Es más. Probablemente ni siquiera tengan que hacerlas sino solamente observar mientras la Nueva Mayoría saca en el congreso varias reformas a las que la derecha se ha opuesto con uñas y dientes.
Un caso aparte es lo que se refiere a la reforma al sistema electoral binominal, que en este momento, se transformó en una camisa de fuerza que ya casi nadie podría tolerar en este escenario de gran dispersión política. Habrá que ver qué opina de esto ahora la UDI.
Lo otro sería renovar su repertorio de propuestas y efectivamente abrirse a las reformas que ya casi todo el mundo admite se deben realizar, partiendo por las reformas  y democratización de nuestro sistema educativo, la pesadilla de los neoliberales que es la reforma tributaria y hasta al cambio constitucional.
Esto va a hacer que la derecha en el próximo período, en el primer gobierno de la Nueva Mayoría, siga dispersándose y profundizando en su crisis, para no ser alternativa de gobierno quizás en décadas. En el balotaje del 15 de diciembre comienza a escribirse este nuevo capítulo en la crisis de la Alianza que es parte del final definitivo de la transición y de la democratización efectiva del país.

La crisis de la derecha II



La bajada de Allamand

Cabezas de ajusticiados. Theodore Guericault



La historia de candidaturas presidenciales que se suben y se bajan en la derecha, ya tiene el aspecto de comedia. La aparente bufonada que protagoniza hace semanas, demuestra su total fracaso. La bajada de Longueira, el último capítulo de esta comedia, fue rápidamente seguida de la bajada definitiva de Allamand, aunque a estas alturas no se sabe si en la crisis de la derecha haya algo definitivo o se va a seguir hundiendo y retorciendo en medio de su decadencia.
En efecto, si la bajada de Longueira, representó la derrota de los restos del  pinochetismo, la bajada de Allamand, lo fue de la incapacidad de los autodenominados liberales de ser la dirección de la derecha. Resultó patético el espectáculo que dieron Espina, Chahuán, Lily Pérez, Karla Rubilar y el resto del espectro “liberal” poniéndose tempranamente a disposición de una candidatura de unidad de su sector, tras una de las figuras más fanáticas de la ultraderecha, como Evelyn Matthei. De nada sirvieron, aparentemente, los esfuerzos de los representantes de la aristocracia criolla, como Carlos Larraín y el Cote Ossandón. La UDI, una vez más, fagocitó a RN –pese a sus dos derrotas consecutivas- y dejó en claro que decir “derecha liberal”, es como hablar de la cuadratura del círculo.
A estas alturas del partido, puede resultar ocioso preguntarse si hubo alguna vez “derecha liberal” o “derecha democrática” o sólo hay y siempre ha habido una derecha reaccionaria y oportunista. Lo que en principio ha quedado claro estos días, es que la UDI, la ultraderecha, el fundamentalismo católico, aliado del neoliberalismo, en todo momento de estos veintitrés años desde el retorno de la democracia, logró poner de rodillas a RN. E incluso que logró hacerlo en uno de sus momentos de mayor debilidad.
¿Para qué preguntárselo entonces? La candidatura de Evelyn Matthei probablemente va a ordenar a la derecha en el corto plazo. Ello pues  va a hacer de esta elección presidencial, la lucha por la defensa a todo evento del repertorio cavernario de la reacción, los empresarios, los  conservadores y los violadores de los Derechos Humanos. Va a haber muy  poco “liberalismo” en su repertorio de propuestas, pese a las palabras de buena crianza y declaraciones unitarias de los dirigentes de la UDI que han acompañado esta imposición brutal de la candidatura de Matthei.
Uno de los factores más importantes en la definición del carácter y dirección que tuvo el proceso de transición a la democracia en nuestro país, se debate en su crisis de dirección y se atrinchera en la defensa de intereses de clase pero definitivamente no tiene nada que proponer. En el último tiempo pasó de ser la que determinaba la agenda política, económica y cultural, a una posición defensiva. No hay, no se ve por ninguna parte, relevo posible. Y esto no se refiere a nombres o rostros nuevos, como declaró tan cándidamente el MEO.
Se trata de que la derecha no tiene una propuesta, como no sea continuar destruyendo el medioambiente, abusando de los consumidores, sobreexplotando a los trabajadores, privatizando lo poco que queda por privatizar; restringiendo las libertades públicas e individuales. Nada muy creativo por cierto.
Todo lo contrario de lo que reclama la sociedad y los ciudadanos y ciudadanas del país. Reformas urgentes al sistema de pensiones, el  que muy sueltos de cuerpo han reconocido sus defensores no garantiza una vejez digna a trabajadores y trabajadoras. Educación pública gratuita y de calidad en todos sus niveles. Recuperación de las riquezas básicas para el país y reforma tributaria para financiar estas y otras medidas que el próximo gobierno deberá tomar también en salud y vivienda, cultura y comunicaciones. Y la madre de todas las batallas, el cambio de la Constitución de Pinochet mediante un mecanismo democrático y participativo, que es la Asamblea Constituyente.
De manera que lo quieran o no los liberales; los devotos de los consensos; las viudas de la transición pactada; la situación política con la defenestración de Allamand y el desembarco de la Matthei se polariza indefectiblemente. No es el momento de ponerse a discutir los principios del programa de la Nueva Mayoría. Las ideas de nuestro programa provienen de las luchas del movimiento social, de las ansias de cambio que se debaten en nuestra sociedad y que la institucionalidad política se encarga de amordazar y ahogar. La alianza fundamental es, debe ser, entre partidos progresistas, candidatura presidencial de la Nuevas Mayoría y movimiento social.

la crisis de la derecha



La crisis de la derecha y la bajada de Longueria:
Una oportunidad inexcusable para la oposición


Edvard Munch. El grito



La noticia política más importante de ayer era la bajada del candidato presidencial de la derecha, a dos semanas de haber sido ungido como tal después de haber derrotado por estrecho margen a su rival de RN. La primaria de la derecha no resolvió el problema de la hegemonía del sector y esto resultó ser tan cierto, que a pocas semanas, la candidatura de Longueira no solamente no logra remontar en las encuestas sino que incluso es bochornosamente defenestrada, tal cual lo había sido la de Golborne.
La bajada de Longueira representa el fracaso de la extrema derecha. Su preámbulo fue la  derrota de Labbé en Providencia y estéticamente, si se quiere, el cambio de nombre de la Av. 11 de septiembre en esta misma comuna. Es la última derrota del pinochetismo. La hegemonía de la UDI en el sector, se ve cada vez más menguada e incapaz de seguir imponiendo sus términos. Curiosamente, sin embargo, encuentra en el poder ejecutivo y los antiguamente autodenominados representantes de la “derecha liberal” un aliado circunstancial que le permite hacer aparecer su soledad y aislamiento, menos ridícula. Ello a propósito de la polémica del sector en torno a la reforma del sistema electoral binominal.
Justamente a propósito de esta propuesta es que por una parte, el Poder Ejecutivo aparece como lo que es, un gobierno que ya no gobierna quedándole, a su pesar, varios meses por delante, y a la UDI por otra en la obligación de entrar al debate de la reforma del sistema electoral, piedra filosofal de la estabilidad del sistema político y fetiche de todos los conservadores.
En ese escenario se da la renuncia del Longueira. No se trata de una circunstancia súbita e inesperada. Se trata de la expresión más conspicua del fracaso de la derecha chilena. Las ideas que defiende están en retroceso irreversible en la sociedad chilena, ese es el significado de la renuncia de Longueira. Contrariamente a lo que sofísticamente postulaba El Mercurio, al día siguiente de las elecciones primarias, no fue la institucionalidad la que ganó. Fueron más de dos millones de electores que se pronunciaron a favor de los cambios estructurales: cambios a la constitución, al sistema de pensiones, a la educación pública.
Esos son los verdaderos motivos para la renuncia de Longueira a continuar como candidato presidencial de su sector. Su candidatura no logró constituir una hegemonía, una dirección política para la derecha, como sí lo hizo la candidatura de Büchi el 89 o la de Lavín el 99 e incluso la de Piñera el 2009. Pero además su candidatura, probablemente,  gracias al pensamiento fundamentalista y obtuso de la UDI, no concitaba ni lo iba hacer nunca, un acuerdo más amplio de los defensores del sistema neoliberal o como dijo el pintoresco presidente de RN, “las libertdades que con tanto esfuerzo hemos conquistado en estos últimos veinte años”.
Su bajada, entonces, podría ser vista también como una necesidad, como una condición para generar acuerdos más amplios, la búsqueda de consensos en torno a cambios al sistema que impidan el tsunami de reformas que tanto Carlos Larraín como el ex alcalde de Puente Alto, Manuel José Ossandón, vienen anunciando despavoridos hace meses.
La derecha es un cadáver; la editorial de El Mercurio al día siguiente de la bajada de Longueira tenía, de hecho, el tenor de un obituario más que el de una arenga, que es lo que torpemente por cierto intentó Piñera, una vez conocida la bajada de Longueira.
En días recientes, las encuestas demuestran que de ser las elecciones en este momento, la candidata de oposición ganaría en primera  vuelta. No se ve que haya un candidato posible de la derecha, con capacidad de remontar la derrota. Sin embargo, su crisis es mucho más profunda de lo que parece. No es un problema de nombres ni marketing ni de ingeniería electoral; son los valores, los principios que postula este sector los que están en bancarrota. Por eso es que la derecha va a salir derrotada nuevamente en noviembre.
Sin embargo, para el triunfo amplio de la Nueva Mayoría y de los sectores democráticos del país, es necesario, incluso imprescindible, que la oposición ponga en el centro del debate con la derecha, precisamente, los principios, los valores que fundamentan estructuralmente el modelo de desarrollo excluyente y elitista que ha hegemonizado nuestra sociedad en los últimos treinta años. La crisis de la derecha puede terminar en una nueva componenda o en la articulación de un populismo de nuevo tipo que le arrebate al país, la posibilidad de emprender reformas que lo democraticen definitivamente.