La derrota de la derecha en las elecciones del 17 de noviembre
Edvard Munch. El día después |
Ciertamente que la noticia
política más importante del 17 de noviembre, fue el triunfo de la doctora
Michelle Bachelet en la primera vuelta
de los comicios para elegir al Presidente de la República por los próximos
cuatro años. Y aun cuando no lograra definirse esto en la primera vuelta, es un
resultado tan contundente, tan inapelable, que lo único posible en las
elecciones del 15 de diciembre, es que la derecha se siga hundiendo y su crisis, profundizándose
todavía más.
La derrota estrepitosa de la
derecha es mucho más profunda que una derrota electoral.
Como queriendo explicar que no es
tan terrible e irremontable, el comando de Evelyn Mathei ha dicho que va a ir a
disputar el electorado de centro. Pero con su discurso ultrarreaccionario en la
primera vuelta, difícil que lo haga. Lo mismo en el caso de su intento de
disputar algunos votos de los que sacó Parisi. Posibilidades de moverse hacia
alguna parte, tiene pocas. Sólo seguir hundiéndose.
Pero además de que en las
presidenciales el resultado para la derecha, es pésimo, en las parlamentarias,
la derrota también fue tremenda.
El resultado de la Nueva Mayoría,
la deja en condiciones de aprobar la mayoría de las medidas de su programa en
el Parlamento, sin necesidad de recurrir a muchos acuerdos con la Alianza. A lo
más, tener que ganar el voto de un senador, que podría ser Bianchi, o el de
Ossandón que ha declarado estar dispuesto a dar su voto favorable para la
reforma tributaria y hasta la gratuidad de la educación. Incluso para el cambio
constitucional; o Horvath quien ya se reunió con Michelle Bachelet, apenas
conocido el resultado de la primera vuelta.
Entre los partidos de derecha, el
gran damnificado es la UDI, partido que ha sido el permanente dique de
contención para cualquier reforma, por tibia que fuera. Perdió su poder de veto. No se trata
solamente de un mal resultado electoral, pues de todas maneras sigue siendo el
partido mayoritario en el congreso, sino de que sus ideas, su posición
conservadora y fundamentalista ya no tiene ninguna utilidad práctica. Por tanto, su ideario carece de algún sentido
para la sociedad chilena.
Esto es precisamente lo que hace que la derecha
después de las elecciones del 17 de noviembre en lugar de reagruparse, tienda a seguir dispersándose. Lo de Horvath
es solamente su expresión más evidente.
Esta dispersión era una de las
características del cuadro político ya desde el año 2011. Manuel José Ossandón, senador recién electo, crítico
permanente de la gestión de Piñera; y el presidente de RN, el senador Carlos
Larraín, también un díscolo de la alianza de gobierno, planteaban que de no hacerse algo, de no
reformar alguna cosa, todo lo que con tanto esfuerzo habían logrado en los
últimos veinte años, se podía ir al tarro de la basura de la historia.
Por eso, Larraín, promovió un
acuerdo con la DC para hacer una propuesta de reforma al sistema electoral binominal,
tratando de anticiparse a la inevitable avalancha de reformas que preveía en
caso de que la oposición les derrotara en las parlamentarias, que es lo que
finamente pasó.
Son los clásicos derechistas,
terratenientes, católicos y autoritarios, los nacionales, los que se están
empezando a expresar
¿Por qué razón esta posición no
influyó más en la dirección de la derecha y su gobierno en este período? Una,
por la hegemonía ultrareaccionaria y
sectaria de la UDI. Ésta, por lo demás, se
quedó sin política tempranamente el 2011, excepto reprimir y aplicar el
programa de gobierno, aunque fuera lo más impopular del mundo y no generara
consenso excepto entre los empresarios, la intelectualidad conservadora y los
partidos de derecha.
Con este predicamento, y un
consenso tan estrecho, era difícil sostener una candidatura presidencial.
Primero Golborne, después Longueira, después Allamand, fueron varios los
heridos que fue dejando en el camino la
crisis.
Sin embargo, el clásico populismo
de la UDI –como eliminar el impuesto específico a los combustibles- se topó
permanentemente con las posturas liberales, hegemónicas en el gobierno y la
derecha, tal como lo fueron en la concertación en sus veinte años de gobierno. Expresión de esto
fue también la polémica por la determinación del valor salario mínimo.
Los nacionales, como Osandón y
Larraín, tuvieron un problema muy similar. Los liberales no les dieron ni un
solo centímetro ni en el gobierno –primero-, ni en el comando --durante la primera vuelta. Pero ahora
tampoco lo van a tener aparentemente, ni aparentemente les interesa. A lo
menos, es lo que ha dicho Ossandón. En la segunda vuelta, de hecho, incorporaron
al comando a muchos representantes del liberalismo emergente; dirigentes
formados en los veinte últimos años, como la diputada Karla Rubilar, el
diputado recién electo y que fue ministro de Piñera Felipe Kast, el ex ministro
de cultura Luciano Cruz Cocke.
Para la derecha lo único posible,
con tal de salir del pantano, sería una profunda renovación que va a seguir
dejando heridos en el camino. En primer lugar un recambio generacional. Todos
los derechistas que fueron parte de la dictadura, se van a tener que ir a la
casa. Pero algunos se resisten y eso puede que haga el proceso más doloroso y
largo.
En segundo lugar, van a tener que
hacer muchas concesiones. Es más. Probablemente ni siquiera tengan que hacerlas
sino solamente observar mientras la Nueva Mayoría saca en el congreso varias
reformas a las que la derecha se ha opuesto con uñas y dientes.
Un caso aparte es lo que se
refiere a la reforma al sistema electoral binominal, que en este momento, se
transformó en una camisa de fuerza que ya casi nadie podría tolerar en este
escenario de gran dispersión política. Habrá que ver qué opina de esto ahora la
UDI.
Lo otro sería renovar su
repertorio de propuestas y efectivamente abrirse a las reformas que ya casi todo
el mundo admite se deben realizar, partiendo por las reformas y democratización de nuestro sistema
educativo, la pesadilla de los neoliberales que es la reforma tributaria y
hasta al cambio constitucional.
Esto va a hacer que la derecha en
el próximo período, en el primer gobierno de la Nueva Mayoría, siga
dispersándose y profundizando en su crisis, para no ser alternativa de gobierno
quizás en décadas. En el balotaje del 15 de diciembre comienza a escribirse
este nuevo capítulo en la crisis de la Alianza que es parte del final
definitivo de la transición y de la democratización efectiva del país.
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