jueves, 24 de agosto de 2023

Educación y democracia a cincuenta años de la UP

Allende saludando a los niños en la Plaza de la Constitución 1971

 

 

 

La última vez que se hizo un proceso participativo para definir una política educacional de Estado, fue en 1971 durante el gobierno de la Unidad Popular. En ese entonces, soplaban aires de revolución en todo el mundo y la humanidad entera se planteaba la posibilidad de construir una nueva sociedad, desde diferentes posiciones doctrinarias, políticas y morales. La oposición de las fuerzas conservadoras a dicha política educacional; a su sentido y propósitos, pese a ser el resultado de un evento democrático y representativo de la diversidad del país que los incluía, fue sólo una de sus justificaciones del golpe de estado. 

Los acuerdos de ese congreso, reflejaban esa atmósfera de cambios que se expresan en una propuesta educacional que se hacía cargo de los problemas de exclusión, de atraso del sistema escolar y de construcción de una nueva convivencia para construir un país moderno, justo, democrático y soberano. Se planteaba la educación como un factor efectivo de cambio social porque la transformación, y no la adaptación al cambio, era el sentido de la política educativa.

El desastre educativo que significó la dictadura, marcado primero por una brusca caída de la matrícula en los años setenta; el empobrecimiento del servicio como resultado de las políticas de ajuste y restricción del gasto fiscal impulsadas por los Chicago Boys; la anarquía que resultó de una descentralización chapucera que fue la municipalización; posteriormente por la crisis económica de los años ochenta que se superpone a la instalación del mercado de los colegios particulares subvencionados que producto del congelamiento de la UTM en 1985, sufren una enorme crisis de cierres, embargos y quiebras, solamente comenzó a remontar a fines de los años ochenta.

Durante la transición, la instauración del financiamiento compartido de la educación le propinó un golpe mortal a la educación pública, en tanto que propició un éxodo masivo de matrícula de familias de clase media al sector particular subvencionado; las reformas curriculares apuntaron todas, sin excepción, a la adaptación de nuestro sistema escolar a los principios de la globalización neoliberal -la privatización, la competencia y la alta productividad- y el sistema de aseguramiento de la calidad de la educación profundizó el carácter subsidiario del Estado haciendo de las necesidades de mejoramiento del sistema, un nuevo mercado dominado por las ATE's, las fundaciones y las universidades privadas.

Pero los tiempos han cambiado. La globalización neoliberal está en franco retroceso y el proteccionismo y los Estados nacionales, supuestamente muertos y enterrados en los años noventa del siglo pasado, están de vuelta. La guerra y las periódicas crisis financieras del sistema, han exigido de todo el mundo medidas de protección de sus mercados y de su industria, partiendo por los campeones del libre comercio, como los Estados Unidos. Al mismo tiempo, el cambio climático solamente da cuenta de la irracionalidad de las relaciones entre la producción, la tecnología y el medioambiente; de los efectos de la desregulación de los mercados y el debilitamiento del Estado, indigente a la hora de organizarlos, así como de su incapacidad de otorgar siquiera garantías de sobrevivencia de la especie.

 

En nuestro país, el rocambolesco proceso constituyente en curso, da cuenta de las tensiones que provoca precisamente este intríngulis en el que el neoliberalismo ha colocado a la humanidad y la necesidad de modernizar la sociedad de acuerdo a estas realidades, contra las resistencias de los que se han visto beneficiados por él, quienes han amasado fortunas pantagruélicas y construido verdaderos imperios empresariales a nivel nacional y transnacional, a costa de los trabajadores y trabajadoras y del medio ambiente.

Resulta absurdo seguir resistiéndose a los cambios del sistema educativo. Finalmente, el sentido de las políticas educacionales, no solamente es adaptarlos a nuevas realidades, a las transformaciones de nuestras sociedades. Tal como se lo planteara el gobierno popular presidido por el doctor Salvador Allende, el sentido de la política educativa es finalmente la transformación. Hasta las políticas conservadoras lo hacen, tratando de adaptar las dóciles mentes de jóvenes y niños a las sociedades existentes, incluidas las políticas noventeras que se proponían la preparación de una "población de alta productividad", "flexible", con capacidad de "adaptarse a la incertidumbre", etc.

Nuestras escuelas y liceos siguen organizándose y pensando, como si la infancia y juventud siguiera siendo la misma y como si en el mundo y el país no pasara nada. Seguir oponiéndose, como la mayoría conservadora del Consejo Constitucional, a los cambios apelando al sentido común es solamente una demostración de su verdadera idiosincrasia; esto es, su moral reaccionaria que sostiene que si existe y resulta familiar, es lo que corresponde. Lo mismo que planteaban los defensores del latifundio y el inquilinaje; la exclusión de los derechos civiles y políticos de la mujer; la discriminación de las diversidades sexogenéricas, a las que consideraba, y sigue considerando, desviaciones o enfermedades.

Se han dado pasos importantes desde el segundo gobierno de la Presidenta Bachelet. Ahora se debe consolidar lo avanzado y seguir profundizando en las reformas educativas. Tareas pendientes son el cambio al sistema de financiamiento de la educación que durante la cuarentena que se extendió entre el año 2020 y el 2021, demostró ser un ideologismo. Asimismo, hacerse cargo de cambios en los contenidos y objetivos del curriculum, todavía anclados en la globalización.

Tal como lo fue en 1971, no es una tarea de la que pueda hacerse cargo solamente un gobierno o una alianza de partidos. Es el pueblo el llamado a hacerlo, a través de las más variadas formas de participación, movilización y debate. 


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