sábado, 16 de septiembre de 2023

La reconciliación que nunca fue


James Ensoer. La intriga, 1890


A cincuenta años del golpe de Estado;  como todos los once de septiembre, abundaron las explicaciones y los análisis y especialmente esa tonalidad hipócrita que hace del perdón y la reconciliación, la frontera entre lo correcto y lo incorrecto, entre quienes actúan motivados por sublimes virtudes cívicas y quienes, en cambio, lo hacen por el ideologismo y según sus discursos más bizarros, por el afán de venganza.

Al mismo tiempo, sin embargo, la derecha ataca sin piedad ni escrúpulos al gobierno del Presidente Boric y se opone a cualquier reforma que beneficie al pueblo; ha reeditado sus viejas consignas anticomunistas; todas las justificaciones ideológicas del golpe -como la famosa declaración de inconstitucionalidad del gobierno de la UP-; hecho gala de su provincianismo, ignorancia y falta de imaginación para  atacar la memoria del gobierno del Presidente Allende y justificar, ex-post. el golpe de estado, dando a entender que volvería a conspirar, a promoverlo y justificarlo, derramando eso sí un par de lágrimas de cocodrilo por las violaciones a los Derechos Humanos, como si una y otra cosa no tuvieran nada que ver.

Esta actitud de la derecha da cuenta únicamente de su política en la actualidad. La reconciliación que nunca fue, porque realmente nunca le interesó, ha sido reemplazada en su discurso político por la odiosidad hacia todo lo que sea contrario a los intereses de clase que defiende o incluso no le sea funcional a la hora de defenderlos.

Tal como lo ha hecho el trumpismo en los Estados Unidos, como trata de hacerlo Millei de modo oportunista en la hermana República Argentina y la ultraderecha en toda Europa, su objetivo es correr los límites de lo tolerable por una sociedad democrática, haciendo entrar en ellos todas las atrocidades que el fascismo concibió como posibles y necesarios -xenofobia, discrimiación, clasismo y racismo, intolerancia, violencia ideológica y política, violencia verbal y física- para defender intereses de clase. Por esa razón la reconciliación, excepto como recurso retórico, si es que alguna vez fue efectivamente un propósito de la política derechista, hoy en día ya no lo es.

 

Resulta conmovedor en este sentido que se la critique, respecto de su actuación en el Consejo Constitucional, por no tener una actitud dialogante y de integración de las diferentes visiones de país -doctrinarias, políticas y culturales-  que conviven en nuestra sociedad cuando lo que hace desde su ideologización y prepotencia es simplemente defender un concepto clasista y reaccionario de sociedad, de país y de Estado.

 

Porque no se trata ya de defender lo conquistado por las clases dominantes, los poderes culturales y morales con los que constituye una unidad -los medios, la industria de la entretención masiva, el evangelismo y una seudoacademia hecha a su imagen y semajanza- sino incluso de arrebatar las pocas conquistas civilizatorias que sobreviven aún al  neoliberalismo de los últimos cuarenta años.

 

Ese es el verdadero contenido de su propuesta y actuación política y lo que debe ser denunciado, desenmascarado y combatido por las fuerzas progresistas y democráticas, no su renuncia a la reconciliación y la concordia cívica, como si alguna vez lo hubiera sido.

 

Las cosas no están como para perder el tiempo o esperar mejores condiciones para emprender la democratización de la sociedad. Un período, solo un período de la derecha en el gobierno, puede significar un daño enorme para el país y la sociedad. El fascismo en el siglo XX sólo en diez años, casi destruyó Europa. La velocidad de la crisis social, económica, política y ambiental que amenaza a la humanidad, provoca que sus efectos puedan ser mucho más devastadores y duraderos de lo que haya sido cualquiera otra anterior. 


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