Peter Bruegel. El triunfo de la muerte. 1562 |
El Presidente Lula da Silva
declaró que el genocidio perpetrado por el Estado de Israel en la Franja de
Gaza es comparable sólo al de Hitler en contra del pueblo judío a medidos del
siglo XX. La reacción del gobierno de Netanyahu no se hizo esperar y acto
seguido, lo declararon "persona non grata", como si eso tuviera
alguna importancia a estas alturas de la masacre. Un acto extravagante por lo
hipócrita y poco creíble.
A Lula se han sumado varios
dirigentes y gobiernos de todo el mundo, incluido el de Chile, que han exigido
la detención de los ataques de Israel sobre territorio palestino, incluyendo
las tibias recomendaciones de la ONU o las de los países europeos, estos
últimos aun con toda la cobardía que destilan. Y es que nadie se podría
sustraer al horror de lo ejecutado por el ejército israelí en los territorios
palestinos. Como dijo Melanchon, ya ni siquiera se trata de un problema
político, es una cuestión de humanidad. Los alegatos ante la CIJ demuestran, de
hecho, el repudio mundial a las acciones militares de Israel sobre población
civil indefensa y su trágico saldo en vidas, especialmente niños.
El genocidio cometido en medio
oriente establece un parteaguas respecto de consensos civilizatorios a los que
arribó la humanidad tras la derrota del fascismo en el siglo XX. El gesto de
Lula es un llamado a todos los demócratas del mundo en el sentido de reafirmar
los valores que inspiraron la lucha en su contra y por cierto, pone al
descubierto a quienes tras un laxo concepto de la tolerancia, están dispuestos
a aceptarlo o incluso comprenderlo dentro de él, despojándolo por completo de
sentido.
El Mercurio y un par de
analistas pagados se han dedicado, oportunamente, a interpretar el gesto de
Lula con ínfulas de sabiduría y objetividad, tratando en el fondo de tender
sobre la frontera entre los fascistas y los demócratas una neblina en medio de
la cual puedan pasar desapercibidos los Bolsonaros, los Trump, los Millei, los
Kast, los Bukele, y el resto de los aprendices de brujo que conjuran a las
fuerzas reaccionarias inherentes al neoliberalismo y que se manifiestan como
clasismo, xenofobia, racismo, homofobia y que son explotados con
entusiasmo por estos demagogos, aprendices de Mussolini.
Son modelos de sociedad
diametralmente opuestos los que se enfrentan en la hora actual y que dan origen
a estos mamarrachos que utilizando el miedo, la desconfianza, la ira y todas las
emociones más básicas -y que afloran en horas de incertidumbre e inseguridad
como a las que ha arrastrado a la humanidad la globalización neoliberal de los
últimos treinta años- retrotraen a nuestros pueblos a condiciones similares o
aún más básicas que las que están en su origen. Bajos salarios,deterioro de su
ecosistema, menos derechos sociales garantizados por el Estado, exclusiones de
diverso signo, y violencia social y política.
Es la razón para que renazcan las
viejas recetas del silabario neoliberal, recitado en forma grotesca como si
fuera una gran novedad, mientras la humanidad entera se aleja de éstas en tanto
la han puesto en la situación mas recaria y de mayor vulnerabilidad producto
precisamente de su propia acción. Escuchar a Rojo Edwards, a Evelyn Matthei, a
Kast o Millei en este sentido es como hacer un viaje al pasado que nos advierte
inconscientemente de los peligros que nos asolan como especie.
El discurso del Presidente Lula
es, en cambio, un llamamiento al
progreso de la humanidad. A romper con las taras que le impiden salir del
círculo vicioso de desigualdad, pobreza, exclusiones y violencia.
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