viernes, 21 de febrero de 2014

¡Hacia dónde va la derecha?



¿Hacia dónde va la derecha chilena?

Dedicatoria a Oskar Panizza. Georg Grosz

Después de su derrota  en las últimas elecciones presidenciales y parlamentarias, la  temida “noche de los cuchillos  largos”  efectivamente llegó para la derecha.  “Estamos asistiendo  a un funeral…el de la derecha” es lo que escribió Hermógenes Pérez de Arce en su blog. Fernando Codero, influyente militante y fundador de la UDI, planteó en el consejo nacional ampliado de su partido que la derrota de diciembre fue política, electoral y especialmente cultural. 
Los partidos de derecha, construcción de los últimos veinticinco o treinta años aproximadamente, están sumidos en una profunda crisis. Probablemente desde 1965 que no pasaban por una crisis de semejante magnitud. La enseñanza que Jaime Guzmán sacó entonces y que se convirtió en una de sus principales obsesiones, fue la conformación de un partido de masas, cuya culminación sería la UDI.
Algo semejante concluyeron los jóvenes que, a mediados de los años ochenta, conformaron el MUN, entre ellos Andrés Allamand, criticando el clásico caudillismo de su sector, siguiendo en todo caso la línea más tradicional de la antigua derecha liberal, tanto en contenidos como métodos.
Renovación de sus directivas, recambio generacional, reformas estatutarias y especialmente las repercusiones que eventualmente tendría en ellos la reforma al sistema electoral binominal, son las discusiones que los cruzan. En estas circunstancias, y dependiendo del carácter que eventualmente tuviera, el futuro de la derecha o mejor dicho, de sus partidos está entre enormes signos de interrogación. Su proliferación en el sector, como lo ha señalado Carlos Larraín, augura la reposición de un sistema electoral proporcional.  
Los problemas que ambos discuten: reformas al sistema político; su opinión frente a la dictadura militar y acerca de las violaciones a los derechos humanos. Pero aparentemente no están debatiendo acerca de cuestiones como una estrategia y un programa de largo plazo, al menos no pública ni explícitamente.
Pero es difícil decir hacia dónde va o predecir su desenlace porque no se ven proyectos nítidos en disputa, excepto solamente que el proyecto neoliberal está en retroceso. Se pueden apreciar eso sí, algunas tendencias.
La primera y probablemente la gran derrotada en la últimas elecciones, el fundamentalismo de la UDI. Es el sector más  ortodoxo en cuanto a la defensa del modelo neoliberal y a la institucionalidad pinochetista. Tibiamente se aprecia en algunos sectores de este partido una apertura en temas llamados corrientemente “valóricos”, “morales” o “culturales”, los que en la versión popularizada en los noventa serían distintos o separables de condiciones estructurales como distribución del ingreso, relaciones sociales, sistema político e institucionalidad del Estado.
El sector representado por el ala más conservadora de RN, Carlos Larraín y Manuel José Ossandón, sector que durante todo el mandato de Piñera, abogó por la legitimidad de los partidos para ser parte de la conducción de gobierno. Tempranamente además, patrocinaron la realización de reformas políticas y también de ciertas concesiones en materia económica y social, como una manera de descomprimir un poco el ambiente de protesta que se tomó las calles desde el año 2011.  
Por último, los liberales que, además,  se están empezando a ir de RN. No los liberales del MUN herederos de Francisco Bulnes o Ricardo Rivadeneira; son los liberales formados durante la transición. EVOPOLI es un caso similar. Lo más notorio, la renuncia de un grupo de jóvenes diputados, Karla Rubilar, Pedro Brown y Joaquín Godoy a RN; la de la senadora Liili Pérez, probablemente la de más diputados y algunos ministros de ese partido, una vez realizado el cambio de mando en marzo. Aparentemente, y por todo lo declarado por el locuaz senador Ossandón, quien encabezaría este sector es el propio Piñera.
Este sector emergente de la derecha chilena, autodenominado liberal, sin embargo se alió rápidamente con el fundamentalismo de la UDI, con ocasión de la propuesta de reforma al sistema electoral, que la directiva de RN realizó en conjunto con la DC. Para algunos, probablemente por su abierto y declarado “piñerismo”, como una forma de proteger la  autoridad presidencial y terciar a su favor en la pugna que permanentemente tuvo con Larraín y la directiva de RN.
Sin embargo, ¿sólo por esa razón fue uno de los sostenes políticos de la candidatura de Mathei en la segunda vuelta, ocasión en la que se veían muy sonrientes, aun cuando su campaña tuviera tan poco “liberalismo” en sus contenidos?
No. Esa cruza extraña de liberales y conservadores ha sido propia de la derecha chilena durante su historia, al menos desde 1965. Es la que le dio origen al Partido Nacional. Puede que en el período que se inicia, este acuerdo, contrariamente a lo que pasó en los últimos veinticinco o treinta años, en que diversos sectores de la derecha colaboraron y como consecuencia de la “política de los consensos”, incluso extendieron su influencia más allá de sus fronteras culturales, por llamarlas de algún modo, se haga trizas si ya no lo hizo, aunque no por el lado de los liberales.
Ello, porque no es la contradicción entre liberales y conservadores la que se está empezando a poner a la orden del día.
En efecto, el proyecto neoliberal sigue siendo patrimonio del fundamentalismo de la UDI y de los liberales. El punto es si la derecha tradicional, también denominada corrientemente “los nacionales”, en el marco del creciente descrédito del neoliberalismo y la amenaza que ello implica para la mantención de las bases clasistas y antidemocráticas del Chile que se ha constituido en los últimos treinta años, va a ser capaz de representar y proponer  un proyecto de derecha distinto.
Uno tal vez que reposicione otra visión del Estado, la soberanía y la sociedad. Que se proponga la recuperación de los valores y los tradicionales principios de la familia, la moral y la autoridad. Tal vez una especie de Tea Party criollo.
Un Tea Party que proponía reformas al sistema electoral y se manifestaba a favor de mejorar la oferta del ministerio del trabajo de sueldo mínimo el 2012. Aparentemente, una paradoja. Sin embargo, esto tan sólo en los marcos la política de la transición, que establecía como contradicción principal del período la que supuestamente habría habido entre liberales y autoritarios y que se expresaba dentro de la derecha, entre derecha autoritaria y “derecha democrática”. Ahora la contradicción que va a articular la política y probablemente por un período bastante largo, es la que se plantea en torno a la implementación del programa de la Nueva Mayoría.
Este hecho, entonces, va a colocar un escenario diferente al que predominó en los años noventa del siglo pasado y en los primeros diez de la presente centuria.

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