Konrad Maurits Escher. Relatividad |
Tautología: decir lo mismo
La finalidad de casi todas las iniciativas legislativas en materia educacional de los últimos diez o quince años ha sido conseguir la calidad de la educación. ¿De qué manera? Obviamente, entregando una educación de calidad. Los informes de que van precedidos los proyectos de ley al Parlamento insisten hasta lo majadero en el concepto. Resulta, pues, evidente para cualquiera que mire el asunto con un mínimo de objetividad, lo absurdo del discurso.
Toda la política pública se basa en esta tautología, pleonasmo o como se llame. “Hay que mejorar la calidad de la educación para obtener una educación de calidad” o viceversa. En torno a este círculo ha girado la política educacional de los últimos quince años a lo menos. El punto de llegada es siempre el mismo. Nuestra educación nacional permanece suspendida en el punto de partida.
Lo curioso es que se gaste tanta tinta en argumentar a favor de este dislate. Es harto difícil que alguien se proponga demostrar con argumentos la necesidad de realizar algo semejante, algo que en sí mismo no necesita demostración.
Los sistemas de evaluación docente son un ejemplo típico. Evaluar hasta el sadismo a los y las docentes. Pero lo que realmente debe ser objeto de demostración en este caso, que es la correlación entre la docencia y la calidad de la educación, es precisamente lo que no se argumenta, a no ser que consideráramos como una argumentación la sola descripción de ciertas competencias y dominios que se esperan del docente en el Marco para la Buena Enseñanza.
Ciertamente, el actual sistema de evaluación docente implicó hacer modificaciones a los términos en que fueron contratados miles de maestros y maestras. Pero sobre los fundamentos para realizar esos cambios tampoco se dijo nada, excepto esa oscura alusión a la calidad de la educación.
Por cierto, también insistir en la necesidad de contar con los mejores profesionales en el sistema educativo. ¿Cómo? Exigiéndoles calidad para entregar una educación de calidad. Es el caso de la prueba INICIA. Elevar exigencias para el ingreso al servicio en el sistema público de educación en función de la tan anhelada calidad de la educación, sin establecer correlación alguna entre ésta y la famosa prueba.
¿Por qué entonces tanto barullo sobre el asunto? ¿Por qué tantas hojas de papel, investigaciones por encargo, publicaciones, seminarios y mesas redondas?
Casi todas estas investigaciones y trabajo teórico giran en torno a cuestiones accesorias pero que en opinión de sus autores o de sus mandantes, expondrían la manera de conseguir la calidad de la educación, por cierto otorgando una educación de calidad. En el camino van quedando aumentos de subvención que le cuestan miles de millones de pesos al erario público, que van a enriquecer a unos cuantos empresarios de la educación o a cubrir los déficit de las arcas municipales. Disminución de las funciones del ministerio de educación, en la administración, supervisión y regulación del sistema; flexibilización del trabajo docente y más evaluaciones.
Este logicismo en apariencia inocuo que prevalece en nuestra política educativa tiene, por tanto, efectos devastadores en el plano de lo real, aunque en principio no tenga nada que ver con él. En esta concepción de la política pública, prevalece el rigor formal del argumento por sobre el efecto real de la política; la clasificación y la medición por sobre los elementos cualitativos y relativos al significado o a la comunicación. El sistema por sobre el ser humano. Es además una concepción conservadora porque concibe lo real como algo que permanece, que no cambia o que en el mejor de los casos, cambia o debe hacerlo sólo en función de los argumentos lógicos y las reglas de la argumentación y no al revés. El resultado de esa concepción es el autoritarismo en el sistema escolar y la reproducción de una cultura retrógrada que desconfía de la diferencia, de lo nuevo, en una frase, que desconfía de aquello que no confirma sus razonamientos lógicos, por delirantes que sean.
Resulta curioso que a nadie, aparentemente, se le haya ocurrido salir de este círculo, para encontrar explicaciones a los problemas que aquejan a nuestra educación nacional. Pero es que el problema no está en el plano de lo teórico o no exclusivamente. Se trata de un problema sumamente práctico, un problema político. Ha sido por eso, la movilización callejera la que ha puesto de cabeza a teóricos, editorialistas y políticos de derecha y liberales, tratando de encontrar una explicación y soluciones a la actual crisis del sistema educacional, explicaciones y soluciones que ciertamente sus manuales de lógica serán incapaces de otorgarles.
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