James Ensor. La intriga |
Dedicado a
Manuel Gutiérrez, joven asesinado por carabineros
El escenario
pos electoral el 2010
Tras las
elecciones del 17 de enero de 2010 muchos hablaron del fin de la transición.
Llamaba la atención la perplejidad con la que sus protagonistas presenciaban lo
que estaba ocurriendo; para algunos era el fin de un exitoso proceso de
tránsito desde la dictadura militar a la plena democracia; y el que la derecha
ganara por primera vez una elección democrática después de haber sido el sostén
político de la dictadura, una demostración de esto mismo -lo que algunos llamaban
“la alternancia en el poder”.
Para estos,
habría sido el resultado de la “agenda liberal” de la Concertación. ¿A qué
o a quiénes culpar, entonces, de la derrota en las elecciones? A los estilos de
hacer política, a las prácticas corruptas y poco democráticas de los partidos y
sus funcionarios; a su incapacidad para entender y asimilar los cambios de la
sociedad chilena que, por lo demás, habrían sido precisamente resultado de esa
agenda liberal.
Se hablaba,
entonces, del cambio cultural, de la aparición y crecimiento en los últimos
veinte años de la "clase media aspiracional" para la que los grandes
"relatos", las propuestas de sociedad, no dicen mucho...excepto
cuando le empieza a apretar el zapato. En este sentido, como lo planteaba
en ese momento un conocido columnista ligado a ésta, con la misma pala con que
la concertación cambiaba el país, la derecha cavó su tumba.
La derrota de
la concertación el 17 de enero, entonces, contenía una paradoja que expresaba
Ricardo Lagos el mismo día. El ex presidente consideraba la transición un éxito
y a la Concertación de Partidos por la Democracia, la coalición política más
importante de nuestra historia republicana, lo que según él haría inexplicable
dicho resultado.
Uno de los
que expresaba esta paradoja, era el MEO. Por eso su veinte por ciento. Porque
representaba, en principio, el sentido y el corolario de la transición, una
mezcla de liberalismo posmoderno, con tintes socialdemócratas, reivindicación
de la autonomía, las redes sociales y críticas a “la clase política” aunque él
mismo fuera hijo, sobrino, nieto y biznieto de conspicuos dirigentes políticos
de partidos de la izquierda chilena.
La
candidatura de Frei, en cambio, representaba mucho mejor la composición social
de la concertación, una alianza pluriclasista, que cruza varias generaciones y
una diversidad cultural e ideológica mucho más amplia.
Esta alianza,
este amplio y diverso movimiento que fue la concertación pasó, a partir de
entonces, por un proceso largo y doloroso lamiéndose las heridas y tratando de
sacar conclusiones. Probablemente por sus vínculos con el movimiento social,
aun cuando les costara hacerlo, ciertos sectores de la concertación reconocían
que las causas de la derrota eran haber abjurado de su propio programa –algunos-,
haberse alejado de los movimientos sociales –otros-, haberse dormido en los
laureles -casi todos-.
Sin entender
muy bien las causas de la derrota del 17 de enero o a lo menos, sin poder
ponerse de acuerdo en este punto, es natural que discutieran por mucho tiempo
qué tipo de oposición iban a ser, deambulando entre la intransigencia y la
democracia de los acuerdos.
Había mucho
despecho, reproches y confusión de lo que significaría en esta nueva etapa el
rótulo “progresista”. En ciertos sectores había poca autocrítica, considerando
que acababan de perder la elección después de veinte años en el gobierno y que
la presidenta tenía un ochenta por ciento de aprobación ciudadana, una de las
más altas de toda América Latina.
La ministra
de educación, Mónica Jimenez, no se cansaba de repetir los tremendos logros de
su cartera que son la LGE –producto del tristemente célebre acuerdo de los
brazos en alto-, la Subvención Escolar Preferencial y el Sistema Nacional de
Aseguramiento de la Calidad de la Educación. Planteaba en el sitio web del
ministerio, que el ministro que viniese –y que fue Joaquín Lavín- no tenía más
que continuar con estas políticas porque todas fueron concordadas con la
derecha. Y del otro lado, Larroulet quien iba a ser el secretario general de la
presidencia de Piñera, que es precisamente lo que harían.
Una de las
prioridades que se planteaba el nuevo gobierno sería la instauración de un
“salario ético familiar”. Desde la huelga de los subcontratistas de CODELCO, el
tema del salario mínimo había sido intensamente debatido. Monseñor Alejandro
Goic en esa época propuso un salario mínimo de doscientos sesenta mil pesos,
que llamó “salario ético”. En las negociaciones del salario mínimo bajo los
gobiernos de la Concertación, sin embargo, siempre pudo más la ortodoxia
de los ministros de hacienda y nunca hubo reajustes del salario mínimo
más allá de la inflación proyectada.
¿Cuál es la
diferencia entre lo que dijo la Conferencia Episcopal y lo que dijo el nuevo
gobierno?…que el salario ético familiar no es el salario mínimo del trabajador
en tanto no son los ingresos autónomos producto de su propio trabajo, que en la
noción internacionalmente aceptada de salario mínimo, son los que le permiten
al trabajador subsistir sin necesidad de otras ayudas del Estado.
Es
precisamente en la dirección que todos afirman debe avanzar América Latina para
convertirse en un continente desarrollado, cuestión contradictoria con la
política neoliberal vigente en Chile que mantiene a sus trabajadores en base a
puros subsidios y ayudas del Estado o transferencias indirectas y lo que hace
que, como ha dicho la CUT innumerables veces, el origen de la pobreza en Chile
esté en el trabajo, tal como es concebido por el neoliberalismo.
Por el
contrario, el ingreso ético familiar propuesto por la derecha también supone
todos los subsidios y bonos a los que pueda postular una familia y que ya eran
parte de la red de protección social. No había que ser muy sagaz para darse
cuenta de que entre lo que había bajo los gobiernos de la Concertación y lo que
proponía la derecha, no había gran diferencia, excepto que ésta pretendía
hacerlo aparecer como un gran logro y de pasada, terminar con el salario
mínimo.
Lo repetían
como un mantra los empresarios, los economistas neoliberales más reputados, la
editorial de El Mercurio todos los días, el salario mínimo desincentiva la
contratación, especialmente de jóvenes y gente sin capacitación; por tanto, hay
que eliminarlo. Y en su reemplazo instaurar un salario familiar al que,
parafraseando a Monseñor Goic, le agregarían el adjetivo “ético”, que en el
fondo no es más que la suma de todas las ayudas que el Estado otorga a los más
pobres.
Bajo los
gobiernos de la Concertación, la verdad, no era muy diferente, salvo que para
ésta no era la solución a la pobreza en el país, pese a la ortodoxia neoliberal
de sus ministros de hacienda a la hora de sentarse a negociar el salario mínimo
con la CUT todos los años. Y por esa razón, la extensión de los márgenes de la
focalización del gasto social no invalidaban, para ésta, la definición del
valor del salario mínimo, por muy insuficiente que fuera.
Por eso,
también, la derecha podía decir el 2010 que iba a continuar la obra de la
concertación. Ésta le sacó todo el provecho posible al modelo, creó mucho
dentro de sus márgenes, pero llegó hasta el límite.
La derecha no
tenía mucho más que inventar. Por eso se declaraba continuadora, tal como lo
hizo la concertación respecto de las posibilidades que el modelo creado por la
dictadura ofrecía en los marcos de un alto crecimiento económico y en los
albores de la globalización. Considerando esta viscosidad del panorama político
pos concertacionista, era natural preguntarse qué tanto cambiarían las cosas
bajo un gobierno de la Alianza, especialmente por su influencia en la
definición de las políticas públicas de los gobiernos anteriores a través de
sus centros de estudio, representados en los comités y paneles de expertos y de
sus propios partidos, gracias a su sobrerrepresentación en el Parlamento y “la
política de los consensos”.
El problema
no era tanto lo que la Concertación estaba dispuesta a retroceder, por decirlo
de alguna manera, sino de qué tanto podría haberlo hecho hacia su programa
original de 1989. No era sólo una cuestión de voluntad política. A esas
alturas, el problema de la Concertación era cómo ser una alternativa efectiva
sin negarse a sí misma ni a su obra de veinte años. Antes de reinventarse,
tendría que pasar por un proceso intenso de debate y autocrítica,
recriminaciones mutuas y redefinición de su hegemonía.
En ese momento, comenzaba un proceso de redistribución del poder y de las alianzas políticas que le habían dado origen a nuestra interminable transición, como la llamó Luis Maira. En ese sentido, hablar de “un quinto gobierno de la Concertación”, como lo hicieron muchos a comienzos del período de Piñera, resultaba una simplificación grosera y una opinión muy pobre a la hora de definir una táctica para enfrentar este nuevo período.
Las siete
modernizaciones y la ofensiva de la derecha
A comienzos
del 2011, sin embargo, la derecha mostró sus cartas. Era, a esas alturas, el
primer dato nuevo de la situación política. Piñera en una entrevista concedida
al diario El Mercurio anuncia “Las siete modernizaciones” y en febrero de ese
año es aprobada en el Parlamento la Ley de Calidad y Equidad de la Educación,
obra del gabinete de Joaquín Lavín, anunciada después de un proceso de
negociación con el Colegio de Profesores, abortado por el propio gobierno.
Ésta
flexibilizaba extraordinariamente el Estatuto Docente introduciendo más
evaluaciones, nuevas atribuciones a los directores en las contrataciones y los
despidos y hasta en la determinación de las rentas y acababa con el Ingreso
Mínimo Docente.
Se
incorporaron dos importantes cuadros de los partidos de derecha, y
parlamentarios en ejercicio al momento de su nombramiento, al gabinete –Andrés
Allamand a Defensa y Evelyn Mathei en Trabajo y Previsión Social- y salió Jaime
Ravinet, el único democratacristiano (o ex dc) que había en el gobierno. Todo
indicaba entonces que empezaban a gobernar en serio.
Joaquín Lavín
convoca la conformación de un panel de expertos o comisión técnica para
elaborar propuestas de reformas a la educación, presidido por uno de los
mejores cuadros de la derecha, el economista del CEP Harald Beyer, y que avanza
en propuestas sobre carrera docente y administración del sistema de educación pública
de propiedad del Estado. En el comité de expertos que nombró Lavín, estaba el
infaltable J.J. Brunner y varios ex ministros de los anteriores gobiernos.
El informe
del panel resultaba peor que decir "privatización de la educación".
Se trataba de la destrucción definitiva de lo poco que queda de sistema
nacional de educación; era el resultado de la política de los liberales y
curiosamente, el paraíso de los conservadores. La concertación algo tendría que
decir al respecto pero le resultaría más que complicado en tanto era una
profundización de lo que ya había hecho mientras fue gobierno y en ciertos
aspectos, la continuidad del acuerdo de los brazos en alto.
Como no
podrían haberse declarado opositores por cuestiones políticas, programáticas o
hasta doctrinarias, apelar a cuestiones éticas como la denuncia de los
conflictos de interés y de “la letra chica” con la que efectivamente iban todos
los proyectos de ley que enviaba el Poder Ejecutivo al Parlamento, resultó
bastante razonable y cómodo.
Pero no iba a
resultar sustentable. En efecto, aprobaron en medio de un mar de
recriminaciones mutuas la ley de calidad y equidad de la educación de Lavín, de
manera que les resultaría complicado opinar y actuar respecto de las
conclusiones del comité que armó para hacer propuestas sobre nueva
administración de la educación pública o referirse a las intenciones de
introducir más normas de flexibilidad laboral, como ya las contenía la ley de
calidad y equidad en el caso del magisterio, para el resto de los trabajadores
del país.
Obviamente si
se podía hacer con el magisterio, que es un gremio poderoso, con miles de
socios en todo Chile y capacidad de movilizarse, eventualmente se podría hacer
cualquier día con los demás sectores de trabajadores e introducir la
flexibilidad laboral, que es una de las famosas modernizaciones que anunciaba
Piñera a comienzos del 2011.
El problema
de dirección política que cruza a la oposición, a esas alturas del gobierno de
Piñera, es fenomenal; tan confuso es su estado, que la ofensiva de la derecha
para profundizar el modelo parece irreversible. Ello, a su vez, hace que
aquella crisis de dirección se siga profundizando; pues excepto la izquierda,
que siempre había sido contraria al modelo neoliberal, la oposición aparece sin
política.
La
socialdemocracia y el “progresismo” estaban pasando por un momento muy similar
al de la izquierda de fines de los ochenta. A ésta se le cayó el muro de
Berlín. A la socialdemocracia, Wall Street. En Chile la esperanza de regular el
modelo neoliberal. Ya no tenía política lo que se expresaba en el debate
opositor, la discusión al interior de los partidos, en sus publicaciones y el
trabajo de sus centros de estudio.
No es
solamente una cuestión doctrinaria o política. Esa fractura cultural que
cruzaba a la concertación entre liberales y socialdemócratas es incluso
generacional: los viejos cuadros de izquierda de la Concertación que se
formaron en la década del setenta, que lucharon contra la dictadura, no tienen
nada que ver con sus epígonos liberales de los años noventa y quizás hasta ni
siquiera reconozcan su paternidad.
Entre otras,
la agenda liberal de la Concertación consistió en haber hecho de la
“democracia” -partidaria en este caso- y de la convivencia y el debate al
interior de la izquierda, algo en que todo vale. “Todo vale porque no tenemos
dogmas de fe”.
El resultado
de la última elección presidencial demostraría que en ese caso es intrascendente
que exista, pues como toda vale, podrían estar en cualquier posición y
defendiendo cualquier causa, incluso con las empresas transnacionales y
proyectos que destruyen el medioambiente –que es el caso, por ejemplo,
del ex ministro y militante del PPD Daniel Fernández, miembro del directorio de
Hidroaysén- o asesorando al ministro de educación en el diseño de políticas de
privatización y desarticulación del sistema escolar.
La
concertación, en esas circunstancias, mejor que se olvidara de volver a ser
gobierno algún día. En caso de hacerlo, lo haría sólo para entregarle el
gobierno a la derecha nuevamente sin modificar en nada el orden de cosas
actual, transformándose en una burocracia sin contenido. Su única alternativa,
transformarse en algo diferente, lo que por ejemplo Océanos Azules, el equipo a
cargo de la elaboración del programa de Frei planteaba, llamando a constituir
un nuevo referente que agrupara a la centroizquierda y a los movimientos
ciudadanos, y que es también lo que desde ese momento empezaban a plantear el
Partido Radical y el PPD.
Esta
crisis en la dirección política de la oposición se reproducía casi
idénticamente en el movimiento social, expresándose en un estado de inmovilismo
y despolitización alarmante.
Subía el
precio de los alimentos; la locomoción; había miles de despidos en la
administración pública; el gobierno no ocultaba sus intenciones de privatizar
la educación y la salud, vender ENAP, las sanitarias, ojalá CODELCO, etc. y eso
no se resolvería a esas alturas introduciendo un par de regulaciones. En ese
momento llegó la hora de adoptar posiciones más políticas y dejar de
atrincherarse en la lucha reivindicativa o críticas de forma al gobierno de
derecha.
La irrupción
del descontento y la lucha de masas
A comienzos
del 2011, se aprobó la construcción de dos centrales hidroeléctricas en Aysén,
cuestión fuertemente resistida por las organizaciones ambientalistas y un
amplio arco de fuerzas políticas, también por el movimiento estudiantil, y
comienzan las primeras manifestaciones de masas importantes bajo el gobierno de
Piñera, las que van acompañadas del paro regional en Magallanes por el
alza del precio del gas.
Las
movilizaciones contra la construcción de dichas centrales convocan a miles,
especialmente jóvenes, tal como estaba sucediendo con el paro regional en
Magallanes, en el que incluso participan autoridades municipales como el
alcalde de Punta Arenas. Es una tónica que se reproduciría casi idénticamente
en el levantamiento de Aysén, caso en el que también se genera una amplia
alianza de organizaciones sociales y en este caso, también de fuerzas
políticas.
En las
marchas contra el proyecto Hidroaysén se hablaba de entre quince y cuarenta mil
manifestantes, especialmente jóvenes. Pocos días después, los estudiantes
universitarios, primero el 28 de abril y luego, el 12 de mayo, convocan a
marchar contra el lucro en educación y por los anuncios que el gobierno, a
través del director de la división de educación superior del mineduc, Juan José
Ugarte, habría realizado a inicios del año. De hecho, ya en la inauguración del
año académico, el rector de la Universidad de Chile, Víctor Pérez, en el mes de
marzo, habría expresado sus críticas a la política de educación superior de
gobierno frente al mismísimo Presidente de la República, invitado como todos
los años a la ceremonia.
El 21 de mayo
la CUT llama a movilizarse a Valparaíso con ocasión del Informe al Congreso
Pleno del Presidente Piñera y esta vez son más de veinticinco mil manifestantes
en las calles del puerto. Además hubo manifestaciones en todo Chile, en
Concepción, en Santiago, en Iquique y La Serena. Fue una especie de protesta
nacional. Dentro del congreso a Piñera lo interrumpieron siete veces; un grupo
de parlamentarios sacó un lienzo contra Hidroaysén y estudiantes universitarios
arrojaron panfletos desde las graderías. El día anterior, en Iquique había sido
detenido por carabineros el diputado Hugo Gutiérrez -pese a que tiene fuero- en
protestas contra la construcción de centrales termoeléctricas.
Las cosas
empezaron a cambiar. Resultaba impresionante ver cómo en tan pocos meses
la situación había cambiado tanto. Irrumpieron fuerzas nuevas, específicamente
el movimiento juvenil y en especial los estudiantes.
Hasta ese
momento, la concertación cae en las encuestas y según éstas, tiene como un
setenta por ciento de rechazo. Pese a eso, también según las encuestas, si la
elección hubiese sido entonces, la ex presidenta Michelle Bachellet habría
ganado por una amplia mayoría. Era la esquizofrenia misma visto desde un punto
de vista superficial.
La disputa
por la dirección de la oposición, entonces, su puso a la orden del día. Las
mismas movilizaciones daban cuenta de eso. Primero, en la conmemoración del 8
de marzo hubo dos marchas, una convocada por la CUT y otra por las
organizaciones feministas. La primera con un claro contenido político de oposición
al gobierno y a su proyecto de falsa extensión del pos natal, a la que
fueron unas cuatro mil personas. La otra, con un contenido más centrado en los
aspectos culturales de la agenda feminista y con una convocatoria similar.
La marcha de
la CONFECH el 12 de mayo –a la que llegaron veinticinco mil manifestantes-
estuvo precedida por una manifestación contra Hidroaysén y al 21 de mayo,
aparte de la convocatoria de la CUT a Valparaíso, en Santiago organizaciones
ambientalistas también convocaron lo suyo en la comuna de Lo Prado. La frontera
entre unos y otros resultaba ser muy tenue y la relación bastante porosa.
Los mismos que se manifestaban contra la agenda laboral del gobierno,
participaban en las marchas contra hidroaysén y viceversa. Los partidos de la
concertación deambulaban entre una cosa y la otra y la izquierda que estaba
fuera de la concertación representada por el Partido Comunista, pequeñas
agrupaciones de militantes escindidos del PS fundamentalmente y colectivos
universitarios de diverso tipo, tampoco eran capaces de darle centralidad, una
unidad de dirección a este proceso.
Así las cosas
la movilización social que era el elemento nuevo de la situación política, pudo
ser una golondrina de verano solamente o dar paso a la configuración de un
potente movimiento de oposición en Chile. Esa era la disyuntiva a comienzos del
2011.
Crisis de la
derecha e inmovilismo del gobierno
A esas
alturas de su mandato, antes incluso de la mitad de su período, Sebastián
Piñera estaba en su nivel más bajo de aprobación. En principio, nada que
debiera asustar mucho a la derecha. Nunca se ha caracterizado por hacer
gobiernos de mucho rating. Es más, siempre han gobernado contra la mayoría, y
de hecho lo había advertido el propio Piñera en la misma entrevista a Raquel
Correa en que anunciaba las siete modernizaciones. Eliminación del 7% de
cotización en salud para los jubilados, extensión del posnatal, reconstrucción,
reformas a la educación, en todo orden de cosas la derecha ya había mostrado
sus cartas.
Un dato
relevante de la situación política además que se empezaba a hacer evidente para
todo el mundo eran las diferencias que se acentuaban al interior de la Alianza.
A lo largo de todo su primer año y medio de gobierno, Piñera había tenido
problemas con la UDI y RN, primero por el nombramiento de sus ministros, por el
fondo para la reconstrucción posterremoto; por su actuación en la caída de la
intendenta de la VIII región, Jacqueline Van Ryselberghe, conspicua militante
de la UDI; por la ley de uniones civiles entre homosexuales.
En esas
circunstancias, citó a los presidentes de todos los partidos -de gobierno y de
oposición- a La Moneda porque estaba preocupado "de la calidad de la
política•". Decía que el país está bien, que habría sido la política la que
estaría mal por la incapacidad de los partidos, de gobierno y oposición, de
llegar a acuerdos. El punto es que la posibilidad de llegar a acuerdos no tenía
que ver solamente con sacar adelante su agenda legislativa, y que ya se estaba
empezando a complicar por el comportamiento de la oposición en el senado
durante la tramitación del proyecto de extensión del pos natal.
Pero toda
esta nueva situación política tiene otro componente importante, que es lo que
pasaba al interior de la Concertación, probablemente como resultado de estos
llamados del gobierno. Parecía en ese momento que la disputa entre quienes
estaban por la democracia de los acuerdos y los sectores más reacios a negociar
con la derecha después de su derrota, se empezaba a manifestar con más fuerza.
Por esos días
Pablo Zalaquett, el alcalde fascista de Santiago que había ordenado el desalojo
de las tomas de liceos que junto a las movilizaciones de los estudiantes
universitarios se empezaban a extender como reguero de pólvora, le pidió al gobierno
que enviara la ley sobre cambios a la administración municipal de la educación
antes de septiembre, plazo comprometido con la oposición, porque de esperar a
esa fecha, ya estarían tomados todos los liceos de Chile. Además –postulaba-
para que los estudiantes comprueben que están solos, porque tampoco los
partidos de la concertación habrían sido contrarios a la privatización, como lo
comprobaba, en principio, lo resuelto en el panel de expertos nombrado por
Lavín.
Sin embargo,
la política de los acuerdos, que en los inicios de su gobierno Piñera había
llamado a reeditar, se quedaba cada vez con menos espacio. El 16 de junio de
ese año, la CONFECH y el Colegio de Profesores convocan a la que es considerada
la marcha más importante desde el retorno a la democracia. Los medios hablaban
de setenta mil personas en Santiago. Los organizadores, de cien mil o ciento
veinte mil.
Según sus
cálculos, en todo Chile marcharon unas trescientas mil personas. Veinte mil en
Concepción, diez mil en Valparaíso, seis mil en Iquique, etc. En ese momento,
ya había como quinientos liceos tomados, lo mismo las universidades,
prácticamente todas en paro y/o toma, incluyendo algunas privadas. Por esos
días, además, estalló el escándalo por los fraudes de la multitienda La Polar,
con las tarjetas de crédito y las repactaciones unilaterales que inflaban de
modo ficticio los balances de la empresa, amenazando una quiebra inadvertida
además por las calificadoras de riesgo como PWH que afectaría incluso a
accionistas como las AFP’s.
Todo este
cuadro dantesco para el gobierno -movilizaciones contra Hidroaysén, protestas
contra sus políticas educacionales, escándalo en el reatil, sumado a que su
agenda legislativa se le complicó- lo sumen en una profunda crisis. En
esos días, se lo vio sumido en el marasmo, sin capacidad de maniobra, sin
iniciativa política, haciendo llamados a la unidad nacional que no los acogía
nadie.
Se empezó a
hablar de cambio de gabinete, que es lo único cosa que podría hacer para salir
del atolladero.
El mejor
escenario posible para la oposición. Pero en ésta el panorama, a esas alturas,
todavía no está del todo claro. Camilo Escalona, el ex presidente del PS, en
una entrevista al diario La Tercera dijo, por ejemplo, que era un error tratar
de meterse en las movilizaciones para conducirlas, mientras al otro día los
senadores y diputados socialistas presentan una propuesta de reforma
constitucional para prohibir el lucro en educación y para que el Estado pueda
administrar y financiar un sistema educacional de su propiedad. Justamente, las
cosas que transaron con la derecha el 2007 en la Ley General de Educación.
Los
presidentes de los partidos de la Concertación se juntaban todas las semanas, y
mientras tomaban algún acuerdo, afuera había diputados, senadores,
vicepresidentes y dirigentes de partido declarando que había que ponerle punto
final.
A eso hay que
agregar que en estos días todos reconocían que en materia de educación no
hicieron gran cosa, que mantuvieron la municipalización de la educación escolar
y que la LOCE la tuvieron que reformar obligados por la presión de la
Revolución Pingüina el 2006.
Sin embargo, lo que estaba pasando sería importante en la definición de la dirección de la oposición. Al comienzo del gobierno de Piñera, la concertación estaba en la disyuntiva de dialogar o no dialogar, si llegar a acuerdos o no. El primer año, le había todos aprobado todos los proyectos de ley, entre otras cosas, presionada por la cercanía del terremoto del 27 de febrero del 2010. El año 2011, en cambio, se empieza a poner más difícil.
Su posición frente a la propuesta de sueldo mínimo del Ministerio del Trabajo, extensión del posnatal, las declaraciones de la presidenta del PPD frente a la propuesta de desmunicipalización del Colegio de Profesores, dan la impresión de que la política de los acuerdos ya no tiene espacio posible.
La
politización del movimiento
Todo el mundo
estaba sorprendido con lo que estaba pasando. La situación era muy compleja y
por consiguiente, para las organizaciones sociales y los partidos, muy difícil
definir las consignas, las plataformas, decidir si hacer una marcha, una
concentración, el tamaño del escenario, cuántos volantes imprimir, cómo
enfrentar la seguridad de los actos, cómo comportarse frente a los
provocadores, etc. Una de las características del movimiento era que se
mezclaban demandas muy corporativas, reivindicaciones económicas, con
cuestiones muy profundas y que se refieren a los cimientos del modelo.
Esto pasaba,
probablemente, producto de la misma naturaleza del sistema, que se basa en la
separación más radical del Estado y la sociedad civil. La demanda era,
entonces, que el Estado se haga responsable de la provisión de derechos
económico sociales que el mercado, por su propia naturaleza, no garantiza y
mientras no lo haga, que provea de las ayudas necesarias. De esa manera, no
tiene nada de raro que la demanda fuera del arreglo de la llave que gotea
porque la universidad, por poner un ejemplo, no tiene recursos suficientes,
hasta el reconocimiento de su carácter.
Es lo que
expresa la demanda por más aportes basales para la universidad, contra el lucro
en la educación superior o de desmunicipalización del sistema escolar hasta
gratuidad y fin al copago. El equilibrio era inestable y el comportamiento del
movimiento de masas bastante impredecible (eso lo comprueba incluso la
masividad de las movilizaciones).
Se expresaba
un gran hastío con el modelo en lo que se refiere a su forma de concebir a la
educación como “un bien de consumo”, que es lo que planteó Piñera en una
intervención extraordinariamente desafortunada e inoportuna para los intereses
de sus representados, y que se extiende a la mercantilización de las relaciones
sociales en general. El sentimiento opositor y el rechazo del gobierno se
expresaba en la calle y también en las encuestas y prácticamente en la misma
medida, también con la concertación, que tranzó con la derecha incluso más de
lo que ésta esperaba, producto de su estrategia de transición pactada y su
política de los consensos.
Probablemente
uno de los elementos novedosos de todo esto, es que se expresa a lo largo de
todo el 2011 una demanda muy fuerte por participación. Ya nadie iba a tolerar
un acuerdo entre la derecha y la concertación como el del 2006 y que fue el
resultado de la Revolución Pingüina.
No se trataba solamente de una coyuntura especial. Era el cuestionamiento de la democracia de los acuerdos y de los resultados de la supuestamente “exitosa” transición a la democracia, lo que se expresaba. Se trataría entonces de un cambio histórico de grandes proporciones y no sólo de una coyuntura especial o de un golpe de suerte de la oposición.
Por primera
vez en más de veinte años, se desarrolló un paro de los trabajadores de planta
de CODELCO, según informaban los sindicatos con una adhesión del cien por
ciento en las divisiones de Chuquicamata, Ventanas, Gabriela Mistral, Radomiro
Tomic, etc. Ni siquiera la prensa oficialista desmintió los números e incluso,
el ministro de minería, Laurence Golborne, tendría que decir que el gobierno no
piensa privatizar el cobre y que está dispuesto a sentarse a conversar con los
sindicatos.
Todos los
medios recuerdan que la última paralización de los trabajadores del cobre, fue
en la dictadura.
Comienza a
hablarse, entonces, de la necesidad de reformas políticas, unos con más
convicción que otros, unas más profundas que otras; pero a fin de cuentas, todo
apunta a que haya un cambio. El que todo el mundo empieza a sugerir, unos en
voz alta, otros en murmullos, es el cambio al sistema electoral binominal, el
que hasta ese momento había sido una de las principales banderas del Partido
Comunista, al que su Presidente Volodia Teitelboim había catalogado años
antes, de cerrojo de la Constitución pinochetista.
Este debate
sobre las reformas políticas y en primer lugar, al sistema electoral, desata
una dinámica al interior de los partidos, de gobierno y oposición, de debate
entre estos y de elaboración de propuestas que traspasan incluso las fronteras
de cada coalición.
En esas
circunstancias, las críticas ya no son sólo al Gobierno de la derecha; son
también al carácter que tuvo la transición; y las dos coaliciones hegemónicas y
que la protagonizaron –derecha y concertación- caen en la razón directamente
proporcional. El sistema político, tal como se había desarrollado en este
período se halla fuertemente cuestionado aun cuando no se vislumbren todavía
propuestas alternativas.
Roberto
Méndez, presidente de Adimark y que es un observador al milímetro de la
situación política, planteaba que habría riesgo de grandes estallidos sociales
de no hacerse algo, mientras que Carlos Huneuss, director del Cerc, que el
tiempo de la concertación se acabó. ¿Para qué? Para abrirle paso a un acuerdo
de nuevo tipo. Ambos analistas, señalaban el agotamiento de la política de los
acuerdos y de las alianzas que la sustentaron, uno para señalar el riesgo que
esto implicaba para la gobernabilidad y el disciplinamiento de los movimientos
sociales y el otro, la necesidad de buscar un acuerdo que restableciera la
estabilidad que, el primero, señalaba en peligro.
A su vez, las
encuestas señalaban la impopularidad y el desprestigio del Parlamento entre la
ciudadanía. Así las cosas, con las dos coaliciones que cogobernaron por veinte
años siendo objeto del más profundo desprestigio, una mala evaluación ciudadana
de gobierno y oposición; y con un Parlamento sin legitimidad como para resolver
acerca de la crisis que estaba en pleno desarrollo, la idea del plebiscito
empieza a abrirse paso.
Sonaba en las
marchas, lo dicen los dirigentes de muchos partidos, hasta el senador
independiente por Magallanes, Carlos Bianchi. Justamente, una demostración de
la incapacidad del sistema político de resolver las contradicciones que el
capitalismo neoliberal genera.
El discurso
autonomista, antipartidos, se instala con fuerza y no sólo entre los jóvenes.
Con la crisis profunda de los partidos de la concertación y su incapacidad para
resolver una posición y del sistema político para dar cauce y solución a las
demandas de los movimientos sociales, ese discurso es pretexto para cualquier
cosa.
En efecto, va
dejando una estela de apoliticismo en el camino que se expresa en sectarismo,
populismo y es caldo de cultivo para los discursos fascistoides de todo tipo.
En ese sentido, el anticomunismo se expresa de manera burda, chabacana y en sus
versiones más radicalizadas, en agrios ataques hacia los dirigentes de las
organizaciones que encabezan este movimiento como la presidenta de la FECH,
Camila Vallejos o el presidente del Colegio de Profesores, Jaime Gajardo.
La
contraofensiva del gobierno, viraje a la derecha y desorden en las
coaliciones hegemónicas de la transición
La central
adelantó el paro que había convocado el primero de mayo para el mes de octubre,
para el mes de agosto. Los preparativos, como asambleas, mesas de concertación
territorial en las comunas y barrios, las huelgas de trabajadores de la salud
municipalizada, portuarios, trabajadores subcontratados del cobre y el
permanente estado de crispación de los empleados públicos, sumados al paro de
los trabajadores de planta de CODELCO, agudizan el estado de agitación y hacen
más amplio su significado.
Esa aparición
de los trabajadores y el movimiento sindical, aun cuando son objeto de un
cerrado cerco informativo, actúa como un nuevo impulso de la lucha de masas. En
el caso del magisterio, el Colegio de Profesores de Chile ejerce como un
articulador de la amplia alianza social que se estaba gestando, entre
estudiantes, trabajadores, profesores y ambientalistas. Es la alianza que se
expresaría en la Mesa Social Por un Nuevo Chile, constituida alrededor de la
CUT y en la que están todos estos sectores representados.
En ese
momento, el Gobierno, a través de una cadena nacional de radio y televisión en
la que aparece el presidente Piñera dando un discurso, flanqueado por un
hierático Lavín, hace su primera propuesta, llamada Gran Acuerdo Nacional por
la Educación o GANE. Pomposo nombre que no logra detener el movimiento y que no
conmueve a muchos excepto a las huestes piñeristas.
En efecto, el
movimiento después de los anuncios de Piñera, que en los hechos significa que
el gobierno aparentemente empezaba a salir del marasmo, metía cuñas en el
movimiento –por ejemplo entre los estudiantes universitarios y el Consejo de
Rectores- y generaba posibilidades de que sectores de la oposición llegaran a
un acuerdo con él, sigue desarrollándose, expresándose y creciendo. Las marchas
son de la misma masividad, las tomas no se bajan y se fortalece la unidad del
movimiento social, entre trabajadores, profesores y estudiantes.
Las
recriminaciones mutuas entre dirigentes y autoridades de gobierno, se acumulan
y suben de tono. En la marcha que se desarrolla poco después de los anuncios de
Piñera, el alcalde de Santiago, que actuó en todo este tiempo como vocero de lo
más reaccionario de la Alianza, de hecho, hace públicas sus críticas al
intendente de la RM y al Ministro del Interior subrogante, Rodrigo Ubilla, por
no haberla reprimido en tanto ésta no contaba con autorización.
La pelea al
interior del gobierno y la derecha era aplicar más represión o sentarse a
negociar porque después de los anuncios de Piñera, las cosas siguieron igual o
peor para el Gobierno. Era como un revival de la dictadura en el año 1985, en
pleno estado de sitio.
La derecha,
además, no iba a considerar siquiera una solución como la de la administración
de la Presidenta Bachelet de conformar un consejo con representación de los
partidos políticos y las organizaciones sociales y que fue su manera de
resolver la crisis que provocó la Revolución Pingüina.
La única posibilidad que les queda entonces, es cooptar a un sector de la oposición, para lograr un acuerdo, que por lo demás, y así como estaban las cosas, no iba a tener ninguna legitimidad. La única diferencia con ocasiones anteriores, es que de llegar a acuerdo con el gobierno, cualquier sector de la oposición que lo hiciera, cruzaba la línea definitivamente. El costo político sería altísimo.
Sin
posibilidades de llegar a algún acuerdo con la oposición, el gobierno, recurre
nuevamente al cambio de gabinete que no es otra cosa que la expresión de un
reordenamiento interno de fuerzas de su coalición. La UDI le volvió a enmendar
la plana a Piñera. Incorporaron a dos cuadros históricos del gremialismo y que
al igual que en el caso del enroque anterior, eran parlamentarios en ejercicio:
Pablo Longueira y Andrés Chadwick en ministerios importantes y de pasada,
aunque cayera definitivamente y abortara su opción presidencial, salvaron
a Lavín de una salida deshonrosa poniéndolo a cargo de la cartera de desarrollo
social.
Cooptar a dos
senadores de la UDI es además una demostración de decisión política, de
disposición a soportar críticas e incluso volver a pagar un costo en
popularidad, con tal de sacar adelante el programa, que era lo que clamaban El
Mercurio y el Instituto Libertad y Desarrollo todos los días. Este hecho
además, reedita a los senadores designados. La constitución de Pinochet
establece un mecanismo para reemplazar a los parlamentarios que salgan y ese
mecanismo no es realizar elecciones complementarias, claramente un mecanismo
profundamente antidemocrático. El cambio de gabinete es expresión de un viraje
a la derecha, más a la derecha.
Lo que estaba
pasando sólo sería comparable a la lucha contra la dictadura. A fines de este
mes, julio del 2011, habría un paro de trabajadores de la salud municipalizada
y en el mes de agosto un paro nacional que convoca la CUT. Un elemento
interesante y que le pone cierta dosis de novedad a todo lo que estaba pasando,
son los paros comunales y regionales, primero en Magallanes y más tarde en
Calama. Todo indicaba que efectivamente la una situación era bastante
complicada.
Las marchas
fueron violentamente reprimidas; está el caso de la infiltración
demostrada con fotos y videos de carabineros en las movilizaciones, las
escuchas telefónicas.
Se está
expresando, en ese momento y de la manera más elocuente, el carácter del
sistema político que nos legó Pinochet. Por esa razón, probablemente, todo el
mundo habla de plebiscito vinculante y de reforma al sistema binominal. Pero
aparentemente un elemento que le falta a la crisis política que está en pleno
desarrollo, además de movilización callejera y lucha de masas, son
contradicciones al interior del bloque dominante.
Viéndolo
desde una perspectiva dogmática, en ese caso no pasaría de ser una coyuntura
favorable para la izquierda que por veinte años denunció el carácter clasista y
antidemocrático del sistema educativo y luchado por el aumento del gasto fiscal
en educación, la democratización de los organismos que deciden la política
educativa o la desmunicipalización del sistema escolar. También para la
oposición de centro, representada por los partidos de la Concertación en tanto
se generaban mejores condiciones para su retorno al gobierno el 2013 e incluso
para el movimiento social, respecto del cumplimiento de algunas de sus
reivindicaciones, por ejemplo en lo referido a las reformas al CAE y la
asignación de créditos y becas.
Pero por todo
lo dicho hasta aquí, la situación era mucho más compleja. Porque aun cuando no
hay contradicción o contradicciones importantes, lo que sí hay es dispersión, y
mucha. Los partidos de derecha disputando la hegemonía de su alianza,
debatiéndose entre la negociación y la represión, y la concertación deambulando
entre la política de los acuerdos y la intransigencia.
La oposición
rechaza la propuesta de acuerdo nacional de La Moneda
En Chile, las
cosas están en este momento como para leer los diarios al minuto. Esta es una
verdadera crisis política. El 27 de julio del 2011, el Presidente de la
República, Sebastián Piñera Echeñique, había citado nuevamente a los partidos
políticos a una reunión en La Moneda en la que los presidentes de la
Concertación lo dejaron plantado. Sus declaraciones fueron del tenor
"...el eje cambio...ya no se trata de acuerdos entre los partidos
políticos, hay que considerar la opinión de las organizaciones
sociales..." conducidas en su gran mayoría por la izquierda y el
Partido Comunista principalmente.
El acuerdo
nacional que propuso Piñera, no lo acogió nadie, excepto los partidos de su
propia coalición. Si su propuesta ya estaba medio muerta a esas alturas, se
impone naturalmente un acuerdo con las organizaciones sociales que implica
precisamente retroceder en su agenda. En todo orden de cosas estaba pasando
eso. Por ejemplo, ese mismo día en la mañana se reunía el presidente de los
trabajadores de planta de CODELCO, Raimundo Espinoza, con la dirección de la
empresa la que daba garantías de que no se abriría a la bolsa la venta de
acciones del yacimiento Gabriela Mistral que era el paso previo a su
privatización.
El Ministro
de Educación, Felipe Bulnes, como ya se había hecho habitual, después de varios
tiras y aflojas con el mismísimo gabinete de la presidencia –según los
periodistas de palacio- había aceptado reunirse con las organizaciones sociales
que encabezaban las movilizaciones, cuestión a la que se había resistido hasta
entonces: Colegio de Profesores, CONFECH, CONES y ACES asistirían junto a
asistentes de la educación, padres y apoderados, a las cuatro de la tarde a las
oficinas del mineduc el día siguiente.
Cuál va a ser
el tema de esa reunión, y que es lo que el ministro Felipe Bulnes quería
evitar, si la solución va a ser lo propuesto por Piñera en cadena nacional o la
propuesta de un Acuerdo Social por la Educación Pública que era el resultado de
meses de movilización callejera, asambleas, debates y reuniones de la Mesa
Social que los agrupaba a todos. No se vería muy estético que un grupo de
sindicalistas y dirigentes estudiantiles le digan al gobierno que archive la
propuesta que hizo el Presidente de la República en cadena nacional. Tampoco,
al menos para ellos, que la oposición por muy confundida que estuviese, no le
tirara un salvavidas que es lo que estaba pidiendo a gritos.
El 4 de
agosto de ese año, se desarrolló una enorme protesta nacional que comenzó por
la mañana con una marcha convocada desde la Plaza Italia por los estudiantes
secundarios y que fue transmitida en directo por todos los canales de
televisión en un horario destinado exclusivamente a dueñas de casa. La
represión fue brutal. La protesta continuó por la tarde con una nueva marcha no
autorizada y un caceroleo convocado por el presidente de la FEUC, Giorgio
Jackson, y la presidenta de la FECH, Camila Vallejos, en horas de la mañana.
El parecido
con las protestas nacionales de los años ochenta era asombroso. Piquetes y
mitines a lo largo de toda la Alameda y en los barrios periféricos, barricadas
y apagones. El ex presidente Eduardo Frei dio una entrevista a La Nación de
Argentina donde sostuvo que el país estaba al borde de la ingobernabilidad,
ocasión en que el pintoresco presidente de RN, Carlos Larraín, realizó sus
históricas declaraciones en el consejo nacional de su partido "...no nos
van a doblar la mano una manga de inútiles subversivos..."
Lo otro que
dijo Larraín por esos días "...le tengo pánico a un
plebiscito..." Por supuesto, porque si se consultara la opinión de la
gente, se acaba su sistema educacional, su sistema previsional y de salud y
hasta la constitución de Pinochet. Agregó como broche de oro, en tono irónico
por supuesto, que se le podría consultar a Chávez o a Evo, acerca de los
plebiscitos, dejando en evidencia que hay gobiernos democráticos en América
Latina, que es posible y junto con eso, el tipo de gobierno que es el de Piñera
y su coalición.
La movilización
estaba dejando en claro el tipo de institucionalidad política que tenemos,
profundamente antidemocrática y por tanto, incapaz de resolver con un sentido
de equidad social, con participación ciudadana y de soberanía nacional, los
grandes problemas que tiene la gente y las contradicciones que genera el
modelo.
Pero todo
tiene un límite, todavía más la institucionalidad política pinochetista, que es
lo más rígida y excluyente que hay y la sociedad de mercado que se había
constituido en los últimos veinte años.
De seguir
profundizándose la crisis e intensificando la presión de la movilización de
masas, las cosas se complicarían para la concertación. No podrían evitar poner
las cartas sobre la mesa, que es en parte lo que empezaron a hacer. Ricardo
Lagos, declaró que estas movilizaciones eran una oportunidad para terminar con
el veto de veinte años que ejercía la derecha para cualquier reforma. Otro
liberal, Andrés Velasco, en ese momento se declaró disponible para una
candidatura presidencial de la Concertación y se empieza a discutir ya la
conformación de la lista opositora para enfrentar la elección municipal
del año siguiente.
Todo
indicaba que era el epílogo de la estrategia de transición pactada y
junto con ella, de una de las coaliciones que le había dado sustento, lo que se
expresaría tiempo después en el surgimiento de un variado elenco de
competidores para la primaria en que se dirimiría el candidato presidencial de
la oposición. Mientras tanto se siguen sumando sectores a la movilización.
Lo que estaba
pasando al interior de la Concertación y “el progresismo” era tremendo: la
socialdemocracia que en gran parte del mundo adoptó el liberalismo con
diferentes nombres y modalidades –algunos por comodidad, otros por
arribismo, otros por convicción- se comporta de manera errática. Da la
impresión de que no pueden retroceder un milímetro o no quieren hacerlo de sus
profesiones de fe liberales, individualistas, fatalistas.
Lo que pasaba
era como para que se levante algún proyecto de desarrollo más democrático
que el neoliberalismo. Tal como en los años treinta con el Frente Popular o en
los sesenta con la “Revolución en Libertad” de la DC. Pero eso no sucede.
Frente a la postura del plebiscito para solucionar la crisis, su presidente
declaraba que bajo ninguna circunstancia. Lo mismo el senador Andrés
Zaldívar, no así su bancada de diputados y uno que otro senador.
En el caso
del PS y los radicales también se manifestaban a favor del plebiscito y eso los
tiene permanentemente al borde de dividirse, o a lo menos eso parecía. Pero lo
que declaran, no se expresa en su actuación política, salvo en el caso de
algunos dirigentes sociales.
Y en esas
circunstancias, lo que por todo lo dicho hasta acá tenía la apariencia de un
empate entre el movimiento popular – organizaciones y movimientos
sociales, el Partido Comunista y pequeños colectivos de izquierda
universitaria, ambientalistas, etc.- y el gobierno, aparentemente no
tiene solución.
Lo que
mantiene las cosas en este estado de aparente empate que no tiene solución en
los marcos de la institucionalidad política pinochetista, es la indefinición
del centro político, representado por la concertación y la falta de política de
la socialdemocracia y la centroziquierda.
De esta manera, la única forma de resolver este empate es hacer lo que hacía rato el alcalde fascista de Santiago pide, sacar a los militares a la calle, como lo hizo Onofre Jarpa en 1983. Esa es la derecha democrática después de veinte años de transición. La misma derecha fascistoide que apoyó a Pinochet.
En momentos
como éste, que sólo un par de meses antes no parecía más que una coyuntura
complicada, los actores políticos dejan de hablar con eufemismos y dicen las
cosas tal como las conciben. Se discute lo esencial, la historia reciente y la
no tan reciente del país y es tan así que es imposible en apariencia un
acuerdo que deje a todos, aunque sea parcialmente, satisfechos.
La derecha
obviamente que se fue poniendo más intransigente. El tercer paquete de medidas
propuesto por el gobierno, ya con Bulnes de Ministro, incluso antes de darlo a
conocer a las organizaciones sociales, lo anuncia como proyectos de ley que van
a ir entre ese y el mes siguiente al parlamento. Resulta obvio que las medidas
no son propuestas para las organizaciones sociales sino un mensaje a la
oposición para sentarse a conversar y llegar a algún acuerdo.
La derecha no
está dispuesta a retroceder un solo milímetro aparentemente. Todo esto iba a
llevar eventualmente a la constitución de un bloque de oposición más
consistente que debía plantearse las tareas democratizadoras postergadas por
veinte años y que se reclamaban desde las calles: Reforma y democratización de
la educación; reforma tributaria y de la institucionalidad política, cambio
constitucional, del sistema electoral y hasta una Asamblea Constituyente. En el
intertanto, quizás, el surgimiento de algún tipo de populismo difícil de
catalogar o de definir.
La
concentración familiar del Parque Ohiggins y el paro nacional del 24 y 25 de
agosto
El 14 de
agosto de 2011 fue la concentración más masiva de la que se tenga recuerdo en
Santiago, a lo menos en los últimos treinta años. Un millón de personas
aproximadamente asisten a la convocatoria de la Mesa Social. La gente entraba y
entraba al elipse del Parque O'higgins. Una cosa que llamaba la atención de
todos estos meses de movilizaciones es la ausencia de banderas del NO.
La última concentración conmemorativa, el año anterior en Valparaíso, no congregó a más de doscientas personas. Habían pasado más de veinte años desde entonces. Los que protagonizan las movilizaciones actuales, en su gran mayoría, eran muy niños o no nacían todavía.
Da la
impresión de que el plebiscito del 88 no pasa hoy en día de ser un evento más
de los muchos de nuestra historia reciente, pero sin ningún significado
especial. Ahora se están cobrando todas las cuentas. Reforma tributaria de
verdad, recuperación de la educación pública, nueva Constitución, reforma al
código laboral y a las pensiones. Además, todas las promesas incumplidas del
primer programa de la concertación, del que como decía Jorge Arrate, ex
ministro de trabajo y educación de los gobiernos concertacionistas y candidato
presidencial de la izquierda el 2010, no se cumplió más de un diez por ciento.
No tiene
mucha importancia a estas alturas tal vez, excepto por el vacío, la nulidad, en
que esa sola circunstancia convierte a la Concertación. Por eso ya es cosa del
pasado.
Los más
viejos recordarían seguramente a Gabriel Valdés el año 1984 en el mismo Parque
O'higgins, llamando a protestar en contra de la dictadura. Precisamente por eso
el gobierno aparece tan duro en su postura. El Ministro vocero, Andrés
Chadwick, declaró después, que con su última propuesta, el gobierno ya había
“tirado toda la carne a la parrilla”. O sea, de aquí no nos vamos a mover. ¿Por
qué tan duros, sabiendo que probablemente lo único que podrían provocar con esa
actitud era echarle bencina a la hoguera? Incluso, ¿que lo más probable es que
de esa manera siguieran bajando su popularidad en las encuestas?
Porque eso
los tenía sin cuidado. Más importante que un par de puntos en las encuestas, es
defender el negocio. Es una cuestión de clase. Esa es la famosa lucha de clases
que para muchos ya no existe desde 1989. Si la derecha y los liberales se
oponen a que haya educación pública, escuelas fiscales financiadas por el
Estado, bien equipadas y gratuitas en todos los barrios de Chile, es porque el
negocio de la educación particular con subvención del Estado, se hace inviable.
Ciertamente que recubren y adornan esta posición de clase con retórica liberal,
como la libertad para elegir, hasta el emprendimiento privado y cosas por el
estilo. Piñera acuña de hecho un nuevo concepto en el arsenal de sandeces
liberales "la sociedad docente".
¿Sólo por eso
la derecha no se mueve de su posición? Los más reaccionarios, probablemente sí.
Hacía rato que la UDI lo venía diciendo, sacar adelante el programa de gobierno
y no dejarse amedrentar. Pero llevar las cosas a este extremo, obligaría a los
partidos de centro a definirse. En eso consistía la táctica de la derecha en
esa coyuntura: ganarse definitivamente a un pedazo que les permita sacar
adelante esto en el Parlamento, de manera que aun cuando sea lo más impopular
del mundo, pueda reprimir a los trabajadores y los estudiantes y echarle la
culpa de eso a la oposición, que en ese caso serían los comunistas, el
movimiento social -o lo que quedara de él- y pedazos que puede que queden de
los partidos de la Concertación.
Un par de
semanas después, se desarrolla la jornada de paro nacional convocada por la
CUT, los días 24 y 25 de agosto. Es impresionante la masividad de las
movilizaciones. El primer día de paralización Santiago, antes del mediodía, ya
estaba vacío. Hubo marchas en todas las comunas de miles de personas. En el
centro de la ciudad, mitines en todas partes, cortes con barricadas en muchas
esquinas, carro lanzaaguas y gas lacrimógeno.
Al día
siguiente no se daban cifras de la convocatoria, ni el gobierno, ni los medios,
ni la CUT. Al mediodía, la marcha convocada por la central, ocupaba las dos
calzadas de la alameda desde San Martín, hasta Cummings, sin contar las
columnas que avanzaban desde la Estación Mapocho y avenida Matta. Fue
impresionante.
Los medios
oficialistas y hasta algunos medios de oposición, dicen "...los
estudiantes se tomaron la marcha de la CUT..." minimizando de manera burda
la fuerza del movimiento sindical y el descontento de los trabajadores y
el que estos, durante las jornadas de paro, demostraron que no están dispuestos
a seguir viviendo de la misma manera en que lo han hecho en los últimos treinta
años.
El que medios
como La Segunda o radio Agricultura lo dijeran es obvio. Pero en el caso de los
medios de oposición, justamente una demostración de sus confusiones, de la
ausencia de una línea política y dispersión en la dirección de todo este
movimiento.
Los
empresarios y la intelectualidad derechista en cambio, entienden muy bien lo
que está pasando. El cuerpo de economía y negocios de El Mercurio, señala
permanentemente la preocupación de los analistas, los corredores de bolsa y los
empresarios, por la situación política. Sumado al escándalo de La Polar, la
recesión en Europa y Estados Unidos es -como dijo por esos días Pablo
Longuerira - como si estuviéramos sentados arriba de una bomba atómica.
Todos se
preguntan, y ahora ¿qué?, porque a las demandas de la central no hay respuesta
posible de parte del gobierno. Ni siquiera se la habían dado a los estudiantes.
Y mientras gobernó la concertación, tampoco la hubo lo que, entre otras cosas,
fue lo que les costó perder la Presidencia de la República. Se intensifica
nuevamente la represión. De hecho en la noche de la primera jornada de paro, es
asesinado por un carabinero el joven Manuel Gutiérrez en la comuna de Macul.
Esa misma
noche es atacada la sede nacional del Colegio de Profesores y es allanada la casa
de la alcaldesa de Pedro Aguirre Cerda, la militante comunista Claudina Núñez,
en condiciones sumamente extrañas.
Si algo se
ganó en estos dos días, es en confianza del movimiento social. Ya nadie va a
tener el miedo que tenía hasta antes de las jornadas de movilización a salir a
protestar. En segundo lugar, que lo que hasta entonces era lo normal, lo obvio,
lo único posible, ya no lo es. Ni el sistema previsional que nos dejó Pinochet,
ni el sistema electoral, ni los cobros abusivos de las universidades privadas
ni de los bancos.
Las
contradicciones históricas de la derecha entre liberales y nacionales, se
empiezan a poner a la orden del día. En otros momentos de la historia del país,
esta contradicción había sido determinante en el desarrollo de los
acontecimientos. A mediados de los sesenta después de Alessandri, a fines de
los setenta por la querella entre Leigh y los chicago boys, también cuando
empezó la transición. El desarrollo de la derecha es casi un movimiento
pendular entre esos dos extremos. El riesgo de una recesión, en el corto plazo
el estallido social, encendieron las alarmas entre los nacionales. Piñera es
como se dice hoy en día un especulador, un arribista.
Eso es lo que
él representa y lo que representan los liberales de diverso signo. Los
liberales son los que están obstruyendo una solución, no los nacionales. Esta
disputa es la que tiene a la derecha medio complicada, imposibilitada de
acordar algo.
Lo decíamos
líneas más arriba; Piñera pasó todo el primer año de su mandato peleando con la
UDI y con los sectores más tradicionalistas de su partido, con los nacionales.
A eso hay que agregar, la polémica por la eliminación del impuesto específico a
los combustibles. La UDI se ponía cada vez más agresiva. Incluso el
recientemente nombrado ministro de economía, que es uno de los fundadores de la
UDI y uno de sus hombres más influyentes, lo dice públicamente, polemizando con
el ministro de hacienda.
También por
una posible reforma tributaria. Es la pesadilla de los neoliberales. Pero hay
sectores en la derecha que lo plantean abiertamente. Algo parecido a lo que le
pasaba a los anteriores gobiernos, con la diferencia de que en este caso -o
sea, en el caso de la polémica al interior de la derecha- no es una discusión
doctrinaria o de principios -como la que había entre socialdemócratas y
liberales al interior de la concertación-. Es eminentemente política.
En efecto,
siempre hubo, a lo largo de todo el 2011, sectores en la derecha que querían
enfrentar el estado de agitación y protesta social reprimiendo para aplicar el
programa no importando el costo en popularidad que pudiera implicar.
Epílogo
Sin embargo,
una solución fascista como la que proponía el alcalde de Santiago y su colega
de providencia, el felizmente defenestrado Cristian Labbé, no tuvo
posibilidades. En esas circunstancias, el problema llegó a Palacio y Piñera se
reunió con las organizaciones sociales que protagonizaron las jornadas de
movilización más importantes de los últimos veinticinco años.
Posteriormente,
se realizó la reunión con el ministro de educación los primeros días del mes de
septiembre. No se veía nada de fácil. Primero porque como dijo el presidente de
la FEUC es el gobierno el que tiene la sartén por el mango en la mesa, el que
pone los plazos y los mecanismos, aun cuando los temas los haya puesto el
movimiento social.
En segundo
lugar, porque con un gobierno tan desprestigiado e impopular, es difícil
negociar alguna cosa. Daba la impresión a veces que les daba lo mismo, porque
no tienen gran cosa que perder en el corto plazo y sí mucho que defender en el
largo.
Parece, visto en perspectiva, que todo terminó en un empate.
Las
organizaciones sociales y la izquierda habían dicho en todas partes que
finalmente es el pueblo -la "ciudadanía"- el que debía resolver a
través de un plebiscito, porque el Parlamento carecería de legitimidad. Todas
las encuestas dicen, en ese momento, que es el poder del Estado más
desprestigiado y no es extraño. No representa a nadie gracias al sistema
electoral.
No hay más
alternativa, en caso de que ese fuera el lugar adonde se resuelvan las
discrepancias entre el movimiento social y el gobierno, que la reproducción del
modelo que actualmente tenemos o en el mejor de los casos, algunas reformas
menores, si es que no una profundización. Lo otro que ponía difíciles las
cosas, es que el distanciamiento de los partidos políticos y los movimiento
sociales. La concertación a comienzos de los noventa tomó aparentemente la
decisión de dejar los movimientos sociales y volcarse a la administración del
Estado.
La ausencia
de partidos populares y ni siquiera necesariamente populares y de izquierda,
simplemente democráticos, y que representen efectivamente al pueblo y hagan de
puente entre la sociedad civil y el Estado o la cosa pública, es la segunda
razón de que la negociación con el gobierno sea complicada.
Junto con el
fin de la transición, entonces, tendría que haber una renovación de la política
y los liderazgos en el movimiento social. Esta sola circunstancia hace que el
movimiento social, dada la enorme brecha que lo separa de la política -una de
las más importantes obras del capitalismo neoliberal en los últimos treinta
años- se transforme en un espacio amorfo y pesimista. No es el movimiento
popular que lucha por el poder y la transformación. Es un espacio en el que con
fraseología rimbombante y retórica pseudorevolucionaria se anidan las
posiciones más reformistas.
Por otra
parte, el que no haya habido en todo este período una oposición parlamentaria
unitaria y consistente profundiza este distanciamiento y actúa al mismo tiempo
como cerrojo del sistema para arrinconar a las luchas del movimiento social en
los microespacios de la población, la faena, el liceo o la universidad, sin
llegar nunca a plantearse seriamente el problema de la transformación, excepto
en un futuro indeterminado y casi metafísico.
La crisis de
la concertación con la que parten estas líneas se explican en gran parte por
esta razón y señalan la conclusión de un ciclo. Pero decretar este final habría
sido diferente con otra Constitución, otro Código del Trabajo, sin
municipalización de la educación, etc.
Entre los
sectores que hegemonizaron la transición, se abrió entonces un debate acerca
del régimen político. El tema es que un acuerdo como el del 89 no se puede
reeditar. Tiene que ser más democratizador. Por tanto, incluir las demandas del
movimiento social, a los movimientos ciudadanos y toda la diversidad excluida
por la transición, que fueron los comunistas, los ambientalistas, los trabajadores
y los pueblos originarios.
Se trata de
juntar toda la fuerza posible para que la derecha no vuelva a gobernar, ojalá
nunca. Pero el problema no es sólo ese. Las medidas neoliberales en
nuestro país son tan profundas, tan radicales, que las soluciones no son tan
simples ni fáciles.
El problema
entonces, para todo el espectro democrático y de izquierda es tener la
inteligencia suficiente como para sacar adelante un programa de cambios
realizables y que efectivamente transformen lo que hay en otra cosa, y no
puros parches. Probablemente, la regulación es parte de la estrategia, pero no
la panacea. Lo que está en disputa son concepciones de hombre y de sociedad y
el programa tendrá que ser una mezcla de ambos, regulación y fines.
Todo lo que
está pasando, a estas alturas, es interesantísimo. La realidad, después de la
administración derechista, está llena de posibilidades, es bastante
impredecible. Pero lo que está claro es que la transición se va a acabar con el
gobierno de Piñera y que en el mediano plazo va a haber cambios, muchos
cambios.
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