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La cosificación del fenómeno educativo y la ideología de los buenos y los malos proveedores
A los defensores del actual sistema educativo chileno no les quedan demasiados argumentos, a no ser su esotérica alusión a la calidad de la educación. Hay, sin embargo, otro aspecto de su argumentación que, aun cuando se sustenta en esta misma elucubración, es diferente y alude de manera todavía más explícita a la concepción profundamente ideologizada de los liberales.
Se trata de la distinción entre buenos y malos proveedores. Para los liberales, es éste el límite que organiza toda la política educacional. El razonamiento es bastante elemental. Si hay diversos proveedores, de distinta naturaleza jurídica, formas de financiamiento, regímenes de propiedad, etc. ¿qué es lo que hace de esta diversidad un sistema o algo parecido? y por tanto, ¿cuál el principio sobre el cual organizarlos, ello para que sean el objeto de una política del Estado? Únicamente la reunión de las partes. Es decir, su unidad está dada precisamente por su diferencia y su única diferencia es que unos son buenos y otros, malos proveedores.
Desde la perspectiva de esa igualdad abstracta, la política educacional no tiene como finalidad el funcionamiento orgánico de esa reunión o conjunto. Los resultados son siempre singulares, nunca sistémicos. Y son precisamente los resultados singulares los que la orientan. De manera que la evaluación de la política tampoco lo es. Supuestamente, los resultados singulares la irían ajustando de manera más o menos espontánea.
De ese modo, también supuestamente, la reunión de hechos singulares se va acoplando y adquiriendo la fisonomía de un conjunto. Por lo tanto, la política pública no se propone la organización de un sistema –pretensión totalitaria para la mentalidad del liberal- sino tan sólo la definición de un marco regulatorio que facilite el acoplamiento espontáneo de las partes para que, sin la intervención de una racionalidad anterior o de un sujeto que posea el conocimiento de la totalidad o del conjunto –el Ministerio de Educación por ejemplo-, se obtenga un resultado, que en los conceptos usados corrientemente desde 1995 podrían ser la equidad o la calidad de la educación o ambos.
En los marcos del método hipotético-deductivo que guían esta concepción de la política pública, está fallando sin embargo, la comprobación de las hipótesis que están a la base de la política o la planificación, lo que no obsta a los liberales a defenderlas aun a costa de traicionar incluso la racionalidad en que se basan.
En primer lugar, que producto de la acción espontánea de las partes del sistema –proveedores, familias, información, competencia, emprendimiento- esto es precisamente por la ausencia de intervención de un organismo regulador, iban a mejorar los niveles de equidad y calidad de nuestra educación nacional.
La equidad concebida como acceso al sistema tal vez. Sin embargo, visto el problema no desde la perspectiva de los fenómenos singulares –el número de alumnos matriculados tanto en el sistema escolar como en la educación superior por ejemplo- sino del conjunto, los problemas de inequidad se han profundizado incluso. Y visto desde el punto de vista de la calidad de la educación –aun admitiendo que ésta fuera única y exclusivamente el cumplimiento de estándares- considerados no sólo los resultados singulares sino del conjunto, éstos no alcanzan los niveles de calidad prometidos por los liberales.
Toda la retórica liberal que defiende el lucro se basa en esta concepción. También la oposición por parte de la derecha, El Mercurio, y de los empresarios de la educación se basa en esta distinción entre “buenos y malos proveedores”. Ni siquiera se detienen un minuto a considerar la posibilidad de evaluar la política pública desde una perspectiva sistémica. Hay alcaldes que lo hacen bien y otros mal; hay buenos y malos empresarios de la educación. El problema no es el lucro, el carácter subsidiario del Estado ni el capitalismo neoliberal.
El problema es que hay buenos y malos proveedores del servicio educativo. La solución es bastante simple. Eliminar a los malos proveedores y facilitarle las cosas a los buenos. En eso consiste la política educativa de los liberales. Ahora bien, que los resultados del sistema sean, en conjunto, desastrosos no es un problema de la política para ellos. Es que hay malos proveedores, demasiadas regulaciones que impiden el emprendimiento y el despliegue de los buenos.
Éste, ya no es un razonamiento que pueda darse por sentado con tanta naturalidad como en 1995 y hasta este año incluso, en los meses previos a las marchas y paros que ya se extienden por cuatro meses. Son dos verdades refutadas de una sola vez: la de que la acción espontánea de las partes –cuyo modelo ideal es el mercado- iba a resolver satisfactoriamente el funcionamiento del conjunto, en este caso de nuestra educación nacional. Y dos, que el cumplimiento de las hipótesis de los planificadores de la política pública es lo que debe guiarla o en caso contrario, corregirla.
En efecto, a los responsables políticos de nuestra educación, a la intelectualidad conservadora y representantes del pensamiento neoliberal, el fracaso de su política y el indesmentible contrapunto de la realidad de nuestro sistema educacional a sus hipótesis, les son en principio indiferentes. Y su única respuesta es seguir insistiendo en tratar nuestra educación nacional como una reunión de cosas y no como un sistema.
Esas dos refutaciones han dejado al desnudo simultáneamente los verdaderos intereses que defienden los liberales. Ya ni siquiera se trata de demostrar prácticamente la corrección de sus argumentos. Es suficiente para ellos demostrarlos lógicamente y al estrellarse con su fracaso en el plano de lo real, no hacen más que constatar hechos, esto es que hay buenos y malos proveedores.
Su defensa meramente lógica del lucro se basa, pues, en la negación del sistema. No existe tal cosa para ellos. Existe una diversidad de individuos o de familias que quieren dar satisfacción a su necesidad de educación y como contraparte, proveedores de diversa naturaleza, que sólo se diferencian en que unos son buenos y otros malos.
Como complemento de esta ideología que podríamos llamar “de los buenos y los malos proveedores”, son públicas y notorias las altas utilidades del sistema privado; el crecimiento hipertrofiado de la “industria” de la educación; el enriquecimiento de los banqueros; el sometimiento de nuestro sistema educativo al interés de la empresa privada en lo que dice relación con sus fines y contenidos curriculares; el asfixiante aumento del endeudamiento de las familias; etc.
Tal como en el caso descrito por Marx del “fetichismo de la mercancía”, en la concepción liberal de la educación, en la ideología de “los buenos y los malos proveedores” se oculta la relación social y el carácter histórico del fenómeno educativo. El conflicto de clases que subsiste en él y que se expresa con elocuencia hoy por hoy.
La ideología liberal no pretende resolver pues, los problemas de inequidad ni de calidad de nuestra educación. Ni siquiera comprobar sus hipótesis. Únicamente defender interés de clase, las ganancias de los empresarios de la educación.
Esta es la crítica del joven Marx respecto de la economía clásica y su carácter ideológico, mismo carácter ideológico que se podría aplicar a todos los ámbitos de las ciencias humanas y que se expresa en la concepción liberal de la política educativa.
Nuestra crítica a la ideología liberal de “los buenos y los malos proveedores”, en este caso, es una crítica a la cosificación del fenómeno educativo. El sólo concepto de buenos y malos proveedores habla por sí mismo, como si fuera el mero intercambio de un producto que existe con independencia de quienes lo realizan.
Es también una crítica a la fragmentación de la vida social en tanto no es más que la reunión de un montón de fragmentos: familias, empresarios –proveedores, públicos o privados, da lo mismo- individuos aislados unos de otros y que entran esporádicamente en relación a partir de su intercambio en el mercado.
A la reificación de la conciencia y la consiguiente enajenación del ser humano que no es concebida como el producto de las relaciones sociales sino tan sólo como una cosa más de las que existen en estado natural. Una conciencia aislada, abstracta, sumida en la inmediatez, y que no puede comprender realmente los fenómenos en los cuales participa, y que es finalmente esclava de los puros hechos que son su propia creación.
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