Magisterio nacional como Sujeto
Y Carrera Profesional Docente
Max Beckman. Los acróbatas |
El sistema educacional en lo esencial, tiene una existencia de treinta
años aproximadamente: descentralización; apertura a proveedores privados del
servicio educativo; financiamiento por subsidios a la demanda; focalización del
gasto fiscal; limitación del rol del Estado a la definición del marco
regulatorio. Regulaciones más, regulaciones menos, esto es la base de todo. Hace treinta años, en
plena dictadura militar, la promesa de los neoliberales es que esta política
iba a resolver los problemas de cobertura de la matrícula, liberando de esta
responsabilidad al fisco y por tanto, dejando disponibles fondos públicos para
otras necesidades más apremiantes.
La otra promesa de los liberales; se trataba de una reforma libertaria
pues abriendo la provisión del servicio educativo a agentes privados, se
diversificaba, en principio, la oferta en términos de proyectos, visiones de
mundo; concepciones pedagógicas, lo que, también teóricamente, haría realizable
la libertad de elección de los usuarios del sistema, esto es las familias,
padres y apoderados. También, que la competencia entre agentes por capturar la
matrícula, iba a hacer que la calidad de nuestra educación nacional mejorara.
Por donde se le viera, teóricamente la reforma liberal implementada por
Pinochet y los Chicago boys de la
ODEPLAN, tendría que haber resultado en una tremenda expansión
de nuestro sistema educativo en términos de cobertura; en términos de
diversidad cultural y curricular; en términos de calidad. Sin embargo, al
terminar la dictadura el sistema
presentaba grandes inequidades sociales y malos resultados en términos
académicos. Esto es lo que consignó el
informe de la Comisión Brunner,
designada por el ex presidente Eduardo Frei R. en 1994.
La reforma impulsada por el entonces presidente se hace cargo, en
principio, de estos defectos de nuestro sistema educacional. Se impulsa la
reforma a partir de 1995 y a más de quince años, parece que estuviéramos de
vuelta en 1990 o 1994, constatando exactamente los mismos problemas en el
sistema escolar, excepto por la desaparición de la educación pública y el
aumento inversamente proporcional de oferta privada y el número de alumnos
matriculados en el sistema particular subvencionado. Aparecen además otros, que
hacen del sistema educacional –escolar y de educación superior- y del ejercicio
de la docencia algo mucho más complejo; la violencia en barrios y poblaciones y
hasta al interior de las escuelas a niveles nunca antes conocidos; el choque
cultural entre generaciones de niños y jóvenes nativos digitales y formados en
la incertidumbre y el desarraigo con una generación trasplantada abruptamente a
esta cultura; la globalización de las relaciones sociales individualistas y la
privatización y la desvalorización creciente del Estado-Nación como Sujeto.
Y en el sistema de educación superior, aparece un nuevo problema, aunque
para algunos no es un problema sino la motivación principal de diversidad y
calidad: el lucro. Las reformas implementadas bajo los gobiernos de la
concertación, independientemente de las intenciones de quienes las impulsaran,
de las correlaciones de fuerzas parlamentarias y otros factores coyunturales
que generalmente son esgrimidos como argumento para explicar el estado actual
de nuestro sistema, no produjeron los resultados prometidos. La inequidad se
siguió profundizando; el sistema se estratificó hasta el punto que el informe
de la OCDE de
2004 habla de un sistema “conscientemente estructurado en clases”; y las pruebas
estandarizadas de medición de la calidad
de la educación, demuestran el estancamiento de nuestro sistema en términos
académicos.
Ello sin considerar otros factores de medición de la calidad de la
educación o que debieran serlo, como las enfermedades de transmisión sexual y
las tasas de depresión y suicidio juvenil, proliferación del narcotráfico y
consumo de drogas y estupefacientes entre nuestros jóvenes, etc.
La irrupción del movimiento estudiantil el 2011 debe ser puesta en
relación con esto. No es el trueno que se siente en un cielo despejado. Es la
expresión de las contradicciones que están presentes en nuestro sistema
educacional. Contradicciones que protagonizan personas de carne y hueso y no
estadísticas clasificables y fácilmente domesticables. Contradicciones que se
explican justamente por el carácter de las reformas liberales que impulsó la
dictadura militar y que con marchas y contramarchas, contradicciones y
consensos con la oposición de derecha, profundizó la Concertación y que es
uno de los motivos del intenso debate que protagoniza hoy en día.
Y si hay algo que la
Concertación no hizo, es escuchar a la sociedad civil. Por el
contrario, reemplazó el diálogo con las organizaciones sociales, por la prédica
dogmática de los tecnócratas. Algo que según algunos de estos mismos
tecnócratas –Tironi por ejemplo-, hizo crisis en el Transantiago. La verdad es
que hizo crisis también en el sistema educacional; y la inveterada costumbre de
los gobiernos concertacionistas de formar comisiones técnicas, del más alto
nivel, para resolver problemas políticos o de política social, no ha tenido ni
una sola posibilidad bajo el gobierno de Piñera. Porque la protesta social ya
no cabe en un informe ni en la estadística. Porque el problema que hoy discute la
sociedad entera, ya no es acerca de la regulación del sistema, porque reclama
del Estado otra cosa que la reforma del sistema.
La política neoliberal no ha cumplido ninguna de sus promesas de 1981,
ni de 1994, ni de 2006 –año de la revolución de los pingüinos-. Y hasta la LGE o la ley SEP no han tenido
los resultados esperados por sus creadores y es más, han profundizado los
defectos de la política liberal: concentración de la propiedad; enriquecimiento
a niveles francamente pornográficos de algunos empresarios; endeudamiento de
las familias; profundización de la brecha que separa a ricos y pobres y su
reproducción en el plano cultural, simbólico y del conocimiento, que es el
ámbito propio del sistema educacional.
Pero para que efectivamente haya reforma, se necesita que haya Sujetos,
así con mayúscula, dispuestos a plantearse una tarea como ésa y capaces de
realizarla. El Movimiento Estudiantil, como ha sido a lo largo de toda la
historia, ha cumplido un papel fundamental y ha puesto de manifiesto que pese a
la expansión de la matrícula en la educación superior a niveles incluso que
bordean la obesidad, y la teorética diversidad de proveedores del sistema, éste
no resiste más parches ni experimentos. Pero la proposición de un proyecto de
reforma estructural nunca ha sido su responsabilidad ni lo es actualmente
porque las bases del sistema educacional no están únicamente en las escuelas,
liceos y universidades e institutos. Están en la distribución del ingreso
nacional; en el sistema político.
Lo que podríamos considerar las últimas reformas estructurales las
realizaron los gobiernos de la
Concertación con resultados que saltan a la vista. Pero la
derecha tampoco es la llamada a realizarlos, por historia y vocación. Pues son
ellos precisamente los creadores de un sistema que se cae a pedazos frente a
sus narices.
Al magisterio nacional, pese a toda la historia de frustraciones y
desengaños de veinte años de la transición y dos de gobierno empresarial, le
caben grandes responsabilidades. Nuestro desafío es aportar en la construcción
de una nueva mayoría capaz de oponerle a ese dogmatismo y a la defensa acérrima
de intereses corporativos y de interés de los poderosos que controlan nuestro
sistema educacional, una alternativa capaz de superar el estado de postración
en que han colocado a nuestra educación nacional.
Se trata de ir construyendo un movimiento social, un Sujeto Histórico,
como lo fue el magisterio chileno a lo largo del siglo XX. Pero ¿quiénes son
los profesores y profesoras? O lo que es decir lo mismo ¿en qué han convertido
al magisterio chileno las políticas neoliberales de los últimos treinta años?
como decíamos al principio de estas líneas. Probablemente, uno de los cambios
culturales más profundos que se ha producido desde entonces, y sin el cual tal
vez ninguna de las reformas que se han impulsado desde Pinochet a esta parte se
habría realizado, es la desintegración del magisterio nacional como identidad y
como Sujeto. Se lo ha transformado en un instructor; en un aplicador de
programas y planes envasados; en un burócrata.
Y mientras tanto, se le habla, se nos habla, de la vocación; del
servicio público; se espera de nosotros acciones y soluciones a todos los males
que aquejan a nuestra sociedad y al sistema escolar. Objetos de investigaciones
de campo, trabajos etnográficos cuando no como obstáculos para el
emprendimiento de las reformas y no sus protagonistas. Claro, como decíamos al
empezar, cuando las políticas neoliberales nunca nos han sido consultadas y
considerando que si presumiblemente hubiese sido así, las habríamos rechazado y
combatido –como en no pocos casos ha sido- mientras estas fracasan una y otra
vez, se nos cataloga de obstáculos; de conservadores; de faltos de
profesionalismo, para encontrar un chivo expiatorio.
Ciertamente que a nosotros los profesores nos cabe una tremenda
responsabilidad y un protagonismo que incluso entre nosotros ha sido el objeto
principal del debate gremial en los últimos años. Y que ha puesto en tensión a
nuestras organizaciones gremiales y sindicales, la gran mayoría de las veces
sin darnos cuenta de lo que realmente está ocasionando esta tensión, que es
nuestro lugar en el sistema escolar y educacional y la diversidad de opiniones
que al respecto existe en la sociedad y que se expresan entre nosotros. Y esto
es así pues somos también el objeto de esas reformas; somos como sujeto social,
el resultado de esas reformas que en los hechos han convertido al docente en un
objeto, un aplicador de programas y planes; un mero aplicador que no tiene el control
de su trabajo, de su identidad, de su tiempo; incluso que no tiene control ni
de su propio cuerpo.
Un caso típico de lo que los sociólogos llaman la enajenación. Pero a la
enajenación del trabajo característica del capitalismo y llevada a su extremo
en el sistema neoliberal, se suma además, la constante responsabilización de su
fracaso.
El aporte que podemos hacer, pues, profesores y profesoras al cambio del
sistema educativo; a la resolución de la crisis estructural, probablemente la
más profunda de su historia, es la constitución de este Sujeto que es y debe
ser el magisterio chileno. Esa es la razón para que pongamos en el centro de
nuestro quehacer la demanda por tener una Carrera Profesional Docente. Pues en
este aspecto de la política educativa es donde se constituye el profesor y
profesora como trabajador; como profesional del conocimiento; como Sujeto
Social. El que nos permite dialogar con el Estado y el resto de la sociedad
civil -en primer lugar, la comunidad educativa- desde lo que somos y aspiramos.
Ciertamente, el debate sobre la carrera profesional nos lleva
inevitablemente a otros ámbitos de la vida nacional, social y política; a la
administración del sistema escolar; al de las reformas laborales y al sistema
previsional; también al más cercano del curriculum, de la Formación Inicial
Docente y la política universitaria del Estado. El punto es que el magisterio
se constituye como Sujeto a partir de la docencia, con todo lo que ella implica
–no solo pasar la materia-. Y lamentablemente la discusión acerca de la Carrera
Docente, hasta hoy, se funda o se ha fundado en aspectos meramente gerenciales,
eficientistas, y no en la naturaleza de los sumamente delicados y complejos
procesos culturales que tienen lugar en la escuela y de los que el aprendizaje
de los CMO-OF es sólo un fragmento.
A partir de su responsabilidad social como articulador de la Sociedad Civil. El caso del
profesor rural, casi una especie en extinción, es el más conspicuo. Pero es
también el caso del profesor o profesora de la escuela urbana en zonas de
pobreza, lugares en que la marginalidad, la proliferación de bandas de
narcotraficantes, de formas de violencia que la derecha pretende combatir con
más control policial y represión, han hecho de la escuela el lugar seguro
adonde tener a los niños. Donde el docente cumple roles que van mucho más allá
de la docencia e incluyen contención emocional, apoyo psicosocial de grupos
familiares incluso. O la escuela exitista en la que el niño o el joven es
prácticamente arrojado el día entero para ser adiestrado para las pruebas
estandarizadas olvidando todas las demás dimensiones de su desarrollo
bio-psico-social, los que a falta de políticas públicas, son reemplazadas por
la intuición y el talento del docente.
El trabajo comunitario en la propia escuela, con el Centro de Padres, el
Centro de Estudiantes; la simple preparación del acto cívico, el diario mural,
el Día de la Madre, la conmemoración de Fiestas Patrias. El Consejo de
Profesores o el GPT, la reunión de departamento por asignaturas, etc.
Probablemente a muchos de los que leen estas líneas les parezca una cuestión
secundaria de la actividad escolar y poco menos que la sistematización del
sentido común y la buena intención. Pero precisamente verlo de esa manera, es
lo que nos ha llevado a esta situación de anomia en que al docente se le pide
que resuelva todos los problemas que aquejan al sistema escolar mientras no se
le entregan las herramientas, ni siquiera es considerada la complejidad de la
labor que realiza, pues es parte solamente de lo que algunos llaman, sin
entender realmente su significado profundo, la “vocación”.
En resumidas cuentas, los profesores y profesoras, nuestra organización
gremial y sindical, se debe hacer cargo de muchos problemas. Probablemente no sea
muy distinto en el caso de otras profesiones y oficios. Pero el nuestro se
instala en el centro de una problemática esencial para el desarrollo de
cualquier sociedad: La Cultura. De
ahí que nuestras demandas y nuestras
propuestas siempre vayan a ser polémicas, opinables; muchas veces transitorias
o al menos temporales o que tengan un carácter histórico. Pero estamos
convencidos que debe ser el diálogo, el debate democrático entre nosotros -el
magisterio- el Estado y el conjunto de la Sociedad Civil el que ilumine
estas discusiones, no la desconfianza, el refinado espíritu de secta que acusa
al interlocutor de ser presa de un estrecho espíritu corporativo.
La constitución del magisterio nacional como interlocutor en este
sentido, pasa también por una política pública que se debe construir dialogando
con los y las docentes. Es un ejercicio complicado pero no imposible.
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