Eugene Delacorix.La Libertad guiando al pueblo |
El momento actual es de cambios profundos, no de maquillajes
A poco más de un año de asumido el gobierno de Sebastián Piñera, la protesta social se tomó las calles, las universidades, escuelas y liceos del país. Se trata de la protesta por años de postergación, promesas incumplidas, por el desengaño de veinte años de recuperación de la democracia en que por muchos esfuerzos que se hicieran, por muchas leyes que se aprobaran y recursos que se invirtieran en el sistema educativo, no se tocó la esencia del sistema escolar que nos legó Pinochet. El financiamiento por asistencia media de los alumnos a clases, fuente de toda clase de fraudes y de la desaparición de la educación pública; la municipalización que destruyó el Sistema Nacional de Educación a mediados de los años ochenta desarticulándolo en más de trescientos administradores, cada uno con su propia orientación doctrinaria, política y cuando la tienen, pedagógica.
Muchos
de los que leen estas líneas probablemente eran niños entonces o ni siquiera
habían nacido. Pero lo cierto es que para derrotar a la dictadura militar
de aquel entonces, principal responsable de la destrucción de la educación
pública, fue necesaria la más amplia unidad de las fuerzas políticas
democráticas y de las organizaciones sociales de estudiantes, trabajadores,
profesionales, mujeres, pobladores, pueblos originarios. Se llamó Asamblea de
la Civilidad. Producto de esa unidad, de la movilización social, de la denuncia
de las violaciones a los derechos humanos y los horrores cometidos por su
dictadura, es que Pinochet se vio obligado a adelantar el plebiscito en que
finalmente sería derrotado, dando paso a lo que se denominó “transición a la
democracia”.
Es
cierto que se recuperó, aún con enormes limitaciones y las distorsiones propias
de la institucionalidad contenida en la Constitución de Pinochet, su Código del
Trabajo, su Ley de Partidos Políticos y la enajenación de la ciudadanía propia
de un sistema neoliberal, la libertad de expresión, de asociación ,
de reunión y manifestarse ante la autoridad. Pero la obra esencial de Pinochet en
educación subsiste como un enorme monumento a la estulticia, al desprecio por
los derechos sociales y culturales de todo un pueblo. Es probablemente una de
las razones por la que los mismos que fueron sostén político e intelectual de
la dictadura hayan llegado a La Moneda a completar su obra. Los funcionarios
civiles de la dictadura militar, los que tras los escritorios de las oficinas
de ODEPLAN, de la DIPRES y los municipios, redactaban las leyes, los decretos,
las resoluciones exentas, en una frase, los autores intelectuales de la obra
del régimen militar, son los que después de veinte años se transformaron,
gracias a una enorme operación de manipulación de la imagen y las conciencias,
en “derecha democrática” y vuelven a gobernar, ahora a través del voto popular.
El
país ciertamente cambió. Hay realidades que no conocieron Manuel Guerrero, José
Manuel Parada o Pepe Carrasco; el desastre de la contaminación del
medioambiente a niveles hasta hoy desconocidos; la precariedad del subcontrato,
la manipulación de los medios de comunicación de masas en una escala y
profundidad dignas de Orwell, son motivo de debate nacional. Se trata ahora,
por tanto, de sumar otras realidades que hacen más rico el acervo político y
cultural del movimiento democrático.
El
apoliticismo, el refugio fatalista en la lucha corporativa que se excluye de
los debates nacionales y que se resiste a cuestionar el poder abiertamente y a
plantearse la posibilidad de que el pueblo vuelva a ser gobierno, actúa hoy más
como un freno que como un espacio de reunión de los marginados por el sistema.
Hoy en día son todos necesarios, militantes y no militantes, hombres y mujeres,
jóvenes y viejos, los que lucharon contra Pinochet y los que nacieron en
democracia; tenemos que juntar las movilizaciones y las luchas que se empiezan
a dar en todos los frentes: el medioambiente, sindical, pueblos originarios,
Derechos Humanos, por reformas políticas.
Nadie
va a reemplazar la experiencia del movimiento social, de la gente sencilla que
quiere más y mejor educación. Sin embargo, sólo la lucha de los estudiantes o
de los profesores, no va a derrotar a la educación de mercado. Ciertamente, el
país ya no es rehén de un personaje tenebroso como Pinochet. Hoy por hoy, somos
rehenes de la banca y sus créditos usureros para poder ir a la universidad; de
las fundaciones y corporaciones privadas dueñas de escuelas subvencionadas por
el Estado y que lucran con el derecho de niños y jóvenes a la educación. La
lucha contra esta clase de secuestro, está recién empezando y probablemente va
a ser un plebiscito el que defina su desenlace definitivo. Este plebiscito no
va a ser para consultar la suerte de un personaje como en 1988. Va a ser un
plebiscito para definir qué tipo de educación y de país es en el que
queremos vivir los chilenos y chilenas y le vamos a heredar a las generaciones
futuras.
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